Repensar el No alineamiento en la Guerra Fría 2
Es un consenso entre los analistas de la escena contemporánea sostener que estamos inmersos en una Guerra Fría 2, caracterizada esta vez por el antagonismo entre China y Estados Unidos. La pandemia del COVID-19 ha profundizado la crisis del sistema internacional que ya se anunciaba desde la depresión económica de 2008, pero que ésta ha acelerado incorporando una sensación de caos con fuertes torbellinos económicos y geopolíticos que nos dificultan vislumbrar horizontes claros en el post COVID-19 del mañana. El mundo está cambiando aceleradamente y a vísperas de nuevas elecciones presidenciales en la simbólica fecha del Bicentenario de nuestra independencia, es más necesario que nunca incorporar en la agenda de debates, que tipo de inserción buscamos para el Perú y para la región en esta transición a un nuevo e inédito escenario mundial. Algunos sectores han manifestado la necesidad de levantar nuevamente las posiciones del No Alineamiento como norte regulador de nuestra política exterior. Repensar el No Alineamiento es el propósito de este breve ensayo.
Perú y el Movimiento de Países No Alineados Es una tarea pendiente hacer una reflexión más detenida sobre la relación del Perú con el Movimiento NOAL, que fuera de ninguna duda, cumplió un rol fundamental en la proyección internacional que nuestro país alcanzó en la década de 1980 personificada en la figura de Pérez de Cuéllar como Secretario General de la ONU (1982-1991), precisamente en los años agónicos de la Guerra Fría 1.
Constituido formalmente en 1961, aunque convencionalmente se considera la Conferencia de Bandung, en 1955 como el inicio de los NOAL, este movimiento tuvo en sus orígenes una agenda fundamentalmente política de neutralidad entre las superpotencias para apoyar el proceso de descolonización en Asia y África, así como el respeto al derecho a la autodeterminación de los pueblos y la no intervención, estatuidos en la Carta de la ONU en 1945. Sin Guerra Fría no existe el no alineamiento. Aunque no fue siempre posible, la estrategia de los NOAL fue la de sacar el derecho a la autodeterminación de los países coloniales de la lógica de las esferas de influencia que marcaba la Guerra Fría, para facilitar el proceso descolonizador. Ésta no era una prioridad de la agenda latinoamericana, región con un largo pasado independiente e instalada en la periferia de los EE.UU. con un sistema de organismos internacionales que la ataban a la hegemonía norteamericana, como la Organización de Estados Americanos, el Banco Interamericano de Desarrollo o el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca.
Es solamente a fines de los 60 e inicios de los 70, cuando los países latinoamericanos se incorporan al Movimiento de los NOAL, ya culminado en gran parte el proceso de descolonización en África y Asia y con el movimiento de los NOAL poniendo el énfasis en los temas del desarrollo económico en un clima político generado por la Revolución Cubana y los debates de la Teoría de la Dependencia. Perú ingresa formalmente en 1973 y el no alineamiento se entiende ya no solamente como un posicionamiento político frente a las superpotencias, sino también como un posicionamiento en lo económico, en la búsqueda de salir de la condición de países subdesarrollados por una tercera vía que no fuera ni el capitalismo individualista ni el socialismo estatista.
El fin de la Guerra Fría 1 con la disolución de la URSS en 1991 marcará también el declive y la parálisis de los NOAL y el ingreso al período del gran ciclo de globalización neoliberal que Margaret Thatcher caracterizaría crudamente como TINA (There is no alternative), aludiendo a que no hay otro camino que el modelo neoliberal para salir del subdesarrollo, con el que daría el tono a los cantos de sirena que nos prometían una globalización beneficiosa y feliz para toda la humanidad. Como lo reconoce hasta la revista The Economist, con las ondas de choque causadas por la pandemia del COVID-19 este ciclo de globalización neoliberal se acabó, y es urgente y necesario pensar en los desafíos que nos plantea esta dolorosa y compleja transición a un nuevo escenario geopolítico mundial, lleno de incertidumbres, pero también de oportunidades. ¿Es posible volver a la posición NOAL de los 70?
Confrontación estratégica global entre China y los EE.UU.
Ya sea que aceptemos o no caracterizar este enfrentamiento con la etiqueta de una nueva Guerra Fría, entender y analizar la confrontación estratégica global entre China y EE.UU. es el punto de partida obligado para comprender el nuevo momento geopolítico y definir una política exterior soberana.
La crisis financiera de 2008-2009 marca el punto de inflexión de la política de los EE.UU. hacia China, iniciada con Nixon en 1972. En 2010 la administración Obama anuncia un “giro hacia Asia” en el despliegue de sus fuerzas militares y lanza las iniciativas del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica-TPP y el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones-TTIP buscando acuerdos comerciales para aislar a China. La administración Trump abandona estas iniciativas y radicaliza la confrontación con China aventurándose en una guerra comercial, afirmando en diciembre de 2017 en el documento de Estrategia de Seguridad Nacional, que los EE.UU. ingresaban en una era de “competencia estratégica”, señalando a China como su principal adversario. Esta posición será reafirmada en documentos posteriores; la retórica antichina no ha hecho sino crecer desde entonces, alcanzando ribetes de un nuevo macartismo, acicateada por las declaraciones y mensajes en twitter del propio presidente Trump. Esta “competencia estratégica” para defender, a como dé lugar, la primacía mundial de los EE.UU. ante el arrollador ascenso de China, es un consenso bipartidario, aunque las maneras y las tácticas puedan variar y marcarán la escena internacional al menos hasta mediados de siglo. Mientras más avancemos en acuerdos nacionales y regionales para abordarla, podremos capearla mejor; de lo contrario estamos condenados a la marginalidad y la irrelevancia autoinfligida.
Desafíos a una posición No Alineada
Si por no alineamiento entendemos la necesidad de una política exterior soberana e independiente de la pugna entre China y los EE.UU. no veo mayor inconveniente en aceptarla. Pero si no profundizamos en la especificidad y las condiciones para asumir una política de no alineamiento activa en las particularidades de esta Guerra Fría 2, no habremos avanzado mucho. Lanzo algunos temas para el debate:
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Para una política de no alineamiento propositiva, necesitamos una sinología latinoamericana para comprender mejor la sociedad china fuera de los prejuicios eurocéntricos. Pienso en investigaciones asiáticas como las de Kishore Mahbubani (“Has China Won?”) que son realmente enriquecedoras para entender un estado civilizatorio de más de dos mil años.
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Debemos entender la diferencia de las prioridades geopolíticas. Es un lugar común decir que no es una confrontación ideológica, como lo fue la Guerra Fría 1, sino fundamentalmente económica donde América Latina es un territorio en disputa entre ambas potencias. Sin embargo, hay una diferencia sustancial en el posicionamiento geopolítico de nuestra región en esta disputa. América Latina está en la periferia prioritaria de los intereses nacionales de EE.UU., mientras que para China no somos parte de sus intereses geopolíticos vitales. La importancia económica que tiene para nosotros China, como principal socio comercial de muchos de nuestros países, no debe ser malinterpretada como una importancia geopolítica. Es importante tenerlo en cuenta para entender bien los límites de la política exterior china en nuestra región. China busca que EE.UU. reconozca y acepte las “zonas rojas” de sus intereses nacionales y está dispuesto a reconocer las de su rival.
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Debemos enfrentar el neomonroismo actualmente abanderado en Washington, que expresa el interés prioritario de nuestra región para los EE.UU. Como se ha manifestado recientemente en la elección a la presidencia del BID de Claver-Carone, Washington nos está maniatando a una política económica de “garrote sin zanahoria”. La intención de los EE.UU. de desacoplar a China de la economía mundial, retirarla del sistema financiero SWIFT y crear un espacio económico exclusivo para las multinacionales americanas, pretende distanciarnos de la zona económica más dinámica y tecnológicamente más innovadora de la economía mundial, para sujetarnos a su economía decadente postergando así nuestras posibilidades de desarrollo.
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Nuestra posición de no alineamiento se ve confrontada a que este neomonroismo está acompañado de una expansión militar de la OTAN (Colombia, Brasil) así como de nuevas instalaciones militares abiertas al ejército de los EE.UU. (Alcántara, en Brasil). Al lado, también, de un intervencionismo desestabilizador de nuestros procesos democráticos. Así, Elon Musk, CEO de Tesla, se ufanaba de su participación en el golpe de Estado en contra de Evo Morales para que las empresas norteamericanas tomaran posesión de las minas de litio declarando: “Daremos un golpe con quien nos venga en gana. Acéptenlo.” Esta postura es una grave amenaza geopolítica sobre la viabilidad democrática en nuestra región en los próximos años.
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La lucha en contra del cambio climático y sus efectos devastadores en nuestra región deben ser la prioridad número uno de nuestra política exterior, dado que para que ésta sea realmente efectiva, se requiere de acuerdos multilaterales. EE.UU. es el único país que se ha retirado de los Acuerdos de París y lleva adelante una diplomacia agresiva presionando a otros para que se sumen a su decisión unilateral buscando así sabotear y hacer fracasar esta gestión coordinada de la comunidad internacional. Esta política es una grave amenaza de una próxima catástrofe ecológica para toda la humanidad, que, en particular en nuestra región, podría significar la destrucción irreversible de la Amazonia en los próximos treinta años.
Siendo uno de los grandes emisores de gases de efecto invernadero, China no solo ha ratificado el Tratado de París, sino que, además, está adquiriendo un liderazgo mundial en la transición hacia fuentes de energías limpias que ya a mediados de este siglo, superaran a los hidrocarburos como la principal fuente de energía a nivel mundial. No sólo se ha puesto a la delantera en la fabricación de vehículos eléctricos, China además produce hoy el 72% de los paneles solares, el 69% de las baterías de litio y el 45% de las turbinas eólicas a nivel global. Además, controlan una gran parte del refinamiento de minerales críticos para el desarrollo de las energías limpias como el cobalto y el litio. Pensar en la posibilidad de enrumbarnos en un desarrollo económico verde y sostenible sin el aporte de China me parece impensable en estas circunstancias. Más aún si tomamos en cuenta que en términos de investigación e innovación tecnológica nos hemos quedado rezagados a nivel mundial.
La asimetría y la reprimarización de nuestras economías en nuestra relación comercial con China debe ser abordada frontalmente. Para ello debemos alcanzar acuerdos nacionales básicos que nos permitan reconstruir nuestra economía luego de los destructivos efectos que nos deja la pandemia del COVID-19. Por el momento este parece ser un objetivo inalcanzable, tan fuerte es el dogmatismo neoliberal en nuestra escena empresarial y política. Pero es en esa dirección que debemos trabajar.
Una política de no alineamiento activo no puede prosperar si no resolvemos la profunda fragmentación que en estos momentos vive nuestra región y que, en ocasión de las conmemoraciones de nuestros bicentenarios independentistas, nos encuentran más desunidos e irrelevantes en la escena mundial que nunca. Es urgente buscar consensos para abordar el caos de organismos multilaterales en la región, creados y desmontados en los pasados años, que si bien reflejan una fuerte injerencia externa, reflejan sobre todo la incapacidad de una parte de nuestras élites en pensar en nuestros intereses regionales en la gestación de un nuevo orden mundial.
Finalmente, una política de no alineamiento activo tiene que desarrollar una diplomacia de pueblo a pueblo en EE.UU. para hacer de la agenda de respeto a nuestra soberanía y de relaciones fraternales y de beneficio mutuo entre nuestros países, parte de la agenda de la política interna americana. Pienso, sin pretender imitarlo, en una suerte de AIPAC (American Israeli Public Affairs Committee) que ponga la agenda de los intereses soberanos latinoamericanos en el debate político de los EE.UU.
Postscriptum
A un mes de haber redactado este artículo, los acontecimientos internacionales confirman algunas tendencias profundas que están rediseñando la escena mundial. La victoria de Biden no supuso revertir la mayoría republicana en el Senado, con lo que cualquier intento de reformas de la nueva administración demócrata quedará neutralizado. Este inmovilismo es celebrado por los mercados financieros que ven con tranquilidad “que todo cambia, para que nada cambie”, lo que augura que el declive norteamericano seguirá su curso ineluctable, agobiado por el impacto devastador de la pandemia del COVID-1919 en una economía ya altamente endeudada.
Por su lado, China, retomando la senda de su crecimiento económico, en el Quinto pleno del décimo noveno Congreso del Partido Comunista Chino, aprobó su décimo catorce Plan Quinquenal 2021-2025, en donde centra su desarrollo económico en su mercado nacional como base, apostando a una completa independencia tecnológica y preparándose así a una desvinculación a largo plazo de economía norteamericana. Esto refuerza el rol de China como el nuevo centro y motor de la economía mundial.
En nuestra región los recientes resultados electorales en Bolivia, ponen nuevamente en la agenda la urgencia de repensar la integración subregional desde una perspectiva independiente y soberana para enfrentar los desafíos que estas grandes transformaciones geopolíticas nos plantean.