El cerebro informado del Amauta
Por más frases hechas sobre la importancia del estudio del pasado para comprender el presente y construir el futuro, el trabajo de la memoria en el Perú suele ejercerse con una serie de limitaciones. El asunto puede ser aún más dramático cuando lo que está en juego es el recuerdo de un personaje cuyas ideas son particularmente influyentes en nuestra historia. Si bien no dejan de existir recientes investigaciones que hurgan en la vida y obra de personajes valiosos, lo cierto es que solo en la conmemoración del natalicio o de la muerte, circulan unas cuantas celebraciones públicas que no exceden el homenaje estandarizado a una figura que el paso del tiempo parece haber petrificado. El resto del tiempo es del olvido y de las repeticiones.
Sin embargo, este problema en el modo de relacionarnos con nuestra historia ha encontrado en los últimos años una vía de subsanación en el trabajo de archivo. El creciente interés por la consulta y puesta en circulación de los documentos históricos, revelan una nueva aproximación consciente de la gran cantidad de información contenida no solo en la página, sino en sus bordes y en las condiciones materiales de su producción histórica. Pero acaso en la concepción misma del archivo se presentan varias dificultades. Más allá de aquella mirada conservadora que lo toma por un objeto que, en la medida en que supone un fragmento de la historia, debe ser custodiado en las bóvedas de la bibliotecas, lejos del alcance de los lectores, hay quienes confunden el efecto de realidad del archivo con la falsa impresión de estar tocando una época lejana en el estado en que fue concebida. Esta visión más bien idealista de lo que ha sobrevivido en el tiempo, olvida que todo archivo es en sí mismo una construcción y está sometido a una determinada sintaxis; es decir, el archivo supone una reescritura en que montaje e ideología operan tanto en la mirada de quien lo ‘produce’ como en la de aquellos que lo recrean con cada lectura. Luego de la fiebre positivista en el estudio de la historia, diversas corrientes se esforzaron por establecer que no existe algo así como una fuente pura, pero esto no debería hacernos caer en el error de pensar que el archivo es una producción ficticia. Parte del trabajo del historiador consiste, precisamente, en distinguir entre lo que es propiamente un archivo –y las condiciones de su elaboración– y lo que es una falsificación de la historiografía.1
Ahora bien, un proyecto que en los últimos años le viene haciendo frente a aquella forma de hacer memoria meramente celebratoria, y que además está organizado a partir de una compleja concepción del documento histórico, es el Archivo José Carlos Mariátegui. Si bien en un principio podría pensarse que estamos simplemente ante la conservación de un legado familiar –en la medida en que el director del archivo es José-Carlos Mariátegui Ezeta, nieto del Amauta–, basta un rápido ejercicio de inmersión para darnos cuenta de que se trata de uno de los proyectos más innovadores del continente en relación a los vínculos entre el archivo histórico y un sistema integrado de plataformas técnicas diseñadas para suscitar nuevas lecturas a partir del análisis de una amplia base datos. Pero antes de comentar algunas de estas lecturas, detengámonos un momento en la formación y estructura del Archivo.
Portada de la revista Amauta N°19 Noviembre-Diciembre de 1928, Año III. Archivo José Carlos Mariátegui</em>
El proyecto empezó sus actividades en el año 2015 poniendo a disposición una vasta bibliografía mariateguiana (en la que se incluían los libros de la colección personal del autor de los 7 ensayos) y el acervo epistolar de José Carlos Mariátegui. En el caso de las cartas, estas fueron no solo íntegramente digitalizadas, sino que estaban acompañadas de un cuidadoso trabajo de transcripción que había sido iniciado previamente con la edición en dos tomos de la correspondencia completa a cargo de Antonio Melis (1984). Este primer paso arrojó algunas conclusiones que serían claves para el desarrollo del proyecto: 1. No hay digitalización completa sin transcripción y 2. El valor de la digitalización debe medirse a partir de la metadata que esta es capaz de generar. Esto último significaba el abandono de la consideración del documento histórico como un objeto de contemplación independiente para circunscribirlo al interior de un dispositivo integrado de lectura de datos a partir de las herramientas informáticas. Es decir, la idea no era poner a disposición un simple repositorio de documentos de libre visualización, sino ser lo más exhaustivos posibles en la elaboración de la metadata con el fin de producir nuevas narrativas y nuevos conocimientos. Se establecieron una serie de categorizaciones de materias relacionadas: personas, instituciones, criterios geográficos, etc., y una vez identificados pasaron a ser indexados uno a uno en cada carta. Al completar esta labor, que tomó casi dos años, había una base de datos considerable y fue necesario buscar asesoría internacional para la programación de una plataforma de visualización de datos, lo cual reconfiguraría los alcances y las ambiciones del proyecto.
Al día de hoy, el Archivo José Carlos Mariátegui cuenta con 1756 documentos repartidos en tres fondos: la Sociedad Editora Amauta, la Imprenta Editorial Minerva y el archivo personal de José Carlos Mariátegui. Estos fondos están íntegramente interconectados y vinculados a un metabuscador que permite explorar todos los materiales disponibles, cuyo peso total de almacenamiento es de 4 teras. A su vez, son tres las plataformas de código abierto que operan dentro del Archivo: La Biblioteca dentro de la plataforma KOHA; el archivo propiamente dicho en ATOM; y la hemeroteca en Collective Access. Todo el contenido, además, es de libre acceso, descarga y cuenta con la licencia de Creative Commons.
Este carácter público del Archivo es una de las cuestiones que más debe llamar la atención en nuestro medio. No se trata únicamente de una diferencia sustancial en el modo de custodiar los archivos con respecto a la usanza de la mayoría de instituciones públicas o privadas en el territorio nacional, sino que estamos frente a una iniciativa independiente que ha sabido actualizar las propuestas del propio Mariátegui en torno a la circulación de los productos culturales. Hacia 1928, Mariátegui reconocía que el problema editorial en el Perú estaba relacionado con la nula preocupación del Estado en el desarrollo de ediciones que puedan fomentar la creación y el intercambio artístico con otras naciones, así como por su falta de acción para tomar medidas urgentes como el cambio en la tarifa postal que tanto perjudicaba a la circulación de libros y revistas. Ante ello, la propuesta de Mariátegui fue siempre la de la autonomía y apropiación de los medios de producción con el fin de desarrollar una contrahegemonía, consciente del papel de los medios en la configuración de nuevas subjetividades. Recordemos que para el despliegue de Amauta, el quincenario Labor o su propia autonomía intelectual, Mariátegui fundó la Imprenta Editorial Minerva provista de una moderna máquina tipográfica a motor marca Nebiolo que trajo consigo un giro tecnológico en la incipiente maquinaria de producción del libro de la época. En ese sentido, las prácticas del Archivo Mariátegui siguen un modelo similar de entrecruzamiento entre tecnología y cultura que no solo pone en circulación pública una gran cantidad de documentos de valor histórico, sino que sirve como punto de referencia para pensar en el desarrollo de una nueva Política General Nacional de Archivos y Bibliotecas.
Factura por la compra de la máquina tipográfica Nebiolo Export 6 (marzo, 1925). Archivo José Carlos Mariátegui</em>
Por su parte, esta aproximación contemporánea al trabajo de archivo ha dado ya una serie de resultados que corroboran el valor de la herramienta. Acaso el producto más interesante ha sido la reciente exposición “Redes de vanguardia: Amauta y América Latina 1926 – 1930”, curada por Beverly Adams y Natalia Majluf, la cual ha sido montada en distintos museos de América y Europa, y que ha despertado un interés generalizado. La fuente principal para llevar a cabo la investigación fue justamente el Archivo Mariátegui y una de las cuestiones que más se ha puesto en valor ha sido la velocidad para llevarla a cabo (poco más de dos años y medio, a diferencia de la cantidad de años que hubiera tomado hacer el análisis analógico de la gran cantidad de información vinculada a la revista). Sin embargo, aunque la inmediatez y eficiencia son elementos constitutivos a la herramienta, es evidente que el uso de la tecnología en el tratamiento de la información es capaz de producir otro tipo de aproximaciones, tales como la construcción de narrativas no lineales de los documentos o la configuración de relaciones semánticas múltiples que de otro modo serían muy difíciles de entroncar. En ese sentido, no habría que pensar que el procesamiento de datos es un recurso absolutamente neutro, pues toda tecnología carga ya con sus propios criterios de legibilidad más allá de las interpretaciones que habilita. De ahí, por ejemplo, la comprensión global del archivo como una red (término incluido en el nombre de la exposición), como las constantes referencias del director del archivo al carácter sistémico de las relaciones desplegadas por Mariátegui a la manera de un internet de la época.
Ahora bien, esto de ningún modo resta méritos al trabajo de investigación, sino que lo complejiza al interior de una larga cadena de montaje. A la rigurosa labor de digitalización, transcripción y categorización, se suma la tarea de programación que consiste en darle las instrucciones adecuadas al Archivo para que piense por sus propios medios. Asimismo, el investigador que se enfrenta a la herramienta debe desarrollar las capacidades adecuadas en la medida en que el archivo no es otra cosa que un aparato de inmersión que si bien hace posible las derivas, puede suscitar extravíos sin la carta de navegación de un método.
Estas cuestiones arrojan tres reflexiones que quisiera proponer en torno a lo que el Archivo genera o podrá generar en los próximos años. En primer lugar, resulta evidente que el trabajo con copiosas bases de datos lleva a las ciencias sociales y humanas a un nuevo escenario de tránsito entre una lectoescritura de la historia a lo que podríamos denominar un procesamiento de la historia. Es decir, ante la posibilidad de hacer inteligibles aspectos cuantitativos y cualitativos del devenir histórico a través de recursos tecnológicos, los investigadores se enfrentan a nuevos retos metodológicos que o bien pueden echar nuevas luces sobre el conocimiento del pasado desde una perspectiva contemporánea o recaer en los vicios decimonónicos de la omnipotencia del dato.
Dendrograma o diagrama de datos que muestra todos los remitentes de la correspondencia de Mariátegui, organizados a partir de un criterio temporal. Archivo José Carlos Mariátegui</em>
Por otro lado, no habría que olvidar que, como toda herramienta epistemológica –pese a la ilusión de computar la totalidad–, el procesamiento de información no deja de presentar sesgos. En este caso, es importante tener en cuenta todo aquello que queda fuera al nivel del análisis formal y plástico. Precisamente, una de las mayores potencias de varios de los documentos contenidos en el Archivo Mariátegui se cifra en los aspectos gráficos y tipográficos de los libros y revistas que salieron de la Imprenta Editorial Minerva. No olvidemos que la gran revolución estética de una revista como Amauta no pasa exclusivamente por el terreno de las ideas y las renovaciones conceptuales, sino que esta logró desarrollar una nueva estética latinoamericana a través del trabajo de la tipografía, el diseño y la gráfica en general. No obstante, nada impide que en el futuro este tipo de información sea recogida también por los procesadores y podamos tener constelaciones de datos vinculados al uso del color, las formas o el trabajo de composición en la página.
Un último punto a señalar tiene que ver con el futuro de este Archivo. Actualmente vienen sometiendo todos los escritos de Mariategui a un riguroso análisis estilográfico, cuyos datos podrán en poco tiempo reconocer –e incluso reproducir– el estilo de escritura del Amauta. Más allá del caso específico de comprender los procesos de escritura e identificar textos no firmados por Mariátegui disgregados en diversas revistas y diarios de beligerancia política, esto puede convertirse en una herramienta importante para el reconocimiento de autorías veladas por un eventual temor a la persecución y la censura. Por otro lado, el Archivo –que opera ya como una topografía del pensamiento de José Carlos Mariátegui– hace pensar en la posibilidad de construir una suerte de cerebro informado del Amauta con el que bien podríamos llegar a interactuar e interrogarlo a partir de los recursos de la Inteligencia Artificial. De momento, pues, esas posibilidades están intactas.
De esta forma, el Archivo Mariátegui arroja toda una serie de enseñanzas en los modos de articular tecnología y memoria. En principio, queda claro que la digitalización es solo el paso inicial de un complejo proceso de categorización, interconexión e indexado que, aunado al desarrollo de técnicas efectivas de circulación, abren la posibilidad de actualizar el pasado intelectual en la búsqueda de crear nuevos conocimientos en un horizonte contemporáneo de interpretación. Por lo demás, esta suerte de objetivación de la vida y obra de José Carlos Mariátegui se justifica en la potencia de sus ideas que, aun en nuestra época, siguen interpelando la realidad y echando luces sobre las condiciones materiales de producción y circulación del pensamiento.
SOBRE EL ARCHIVO
Director: José-Carlos Mariátegui Ezeta | Co-director: Ricardo Portocarrero | Coordinación general: Ana Torres | Coordinadora de exposiciones: Támira Bassallo | Visualización de datos: Jaume Nualart