Los combates teóricos de Susan Neiman
Sobre La izquierda no es woke de Susan Neiman.
La izquierda no es woke es un best seller: está entre los cien libros más vendidos por Amazon y esto es algo que debiera resaltarse, aún cuando no fuera sorprendente. Al empecinarse en escribirlo en un formato alejado de los cánones académicos, Susan Neiman buscó una difusión lo más amplia posible. Esto, en sí mismo, conduce a un debate algo antiguo —si los académicos debieran escribir para el público en general, relajando los controles establecidos para una publicación considerada científica—, obligando también a sopesar la utilidad que tienen las bases de datos bibliográficas revisadas por pares. Si algo caracteriza a Neiman es, por rescatar a Isaiah Berlin, 1 pensar a contracorriente.
“Izquierda no es woke" es una frase que ha sido objeto de discusión en varios contextos. Algunas voces críticas, dentro de lo que podríamos denominar izquierda clásica, argumenta que el movimiento woke ha llevado a “excesos” como la cancelación, el puritanismo y la falta de universalidad de las luchas que se centran en lo identitario. De otro lado, hay quienes argumentan que la vieja izquierda ilustrada tenía un proyecto salvífico para toda la humanidad, mientras que la nueva izquierda woke tiene un proyecto salvífico para cada grupo identitario.
Que la izquierda no sea woke supone una distinción entre los principios tradicionales de la izquierda política, centrados en la igualdad económica, la justicia social y los derechos colectivos y humanos, y una izquierda despierta (alertada o alumbrada, woke!) respecto de las injusticias y discriminaciones específicas, asociadas a identidades particulares construidas en base a la raza, el género y la sexualidad.
El libro de Neiman nos sitúa en esta batalla cultural. Lo que diferencia a la izquierda de lo liberal es la idea de que, además de unos derechos políticos que garanticen la libertad de expresarse, practicar una religión, viajar como deseemos y votar lo que escojamos, reivindica unos derechos sociales que constituyen la base para el ejercicio real de esos derechos políticos. Los autores liberales los denominan ayudas, subsidios o redes de seguridad. Todos estos términos hacen que cosas como unas prácticas laborales justas, la educación, la sanidad y el derecho a la vivienda, parezcan más relacionadas con la caridad que con la justicia. Los conflictos identitarios, concluye, se alimentan de la desilusión respecto a las ideas mismas de la justicia social y de una economía justa, en cuya base radica el ejercicio de los derechos arriba referidos: “¿Qué nos parece más esencial, las características accidentales con las que nacemos o los principios que abrazamos y defendemos?”
El asunto que trae al frente es uno de los debates que hoy mismo se animan desde la izquierda, pero, sin duda, no se detiene en las generalidades, ni en plantear lo que puede estar apareciendo como “el problema”. Neiman va más allá, buscando encontrar —para usar sus propias palabras— la racionalidad de lo que propone y cómo esa racionalidad no es simplemente un tópico. Desde el inicio advierte que no habla desde un punto neutro ni “objetivo”. Más aun, reitera a lo largo de su texto que se ubica en la izquierda y, de otro lado, no intenta ejercer el oficio de historiadora sino de rastrear los fracasos.
¿Cuál es el problema que identificó? En una entrevista, 2 se remite a un dicho en alemán: “El corazón late a la izquierda”. Es decir, las emociones de aquellos que participan de una tradición política de izquierdas están del lado de los que considera marginados y oprimidos. Pero había algo en lo woke que le parecía extraño y se impuso la tarea de desentrañarlo. Concluyó que, en efecto, lo woke parte de una serie de emociones que se dan en la izquierda, pero sus presupuestos filosóficos se oponen a esas emociones de izquierda. Con lo woke, argumenta, estamos hablando de teorías reaccionarias en las que se oponen sentimientos y pensamiento. Los sentimientos son de izquierdas y el pensamiento es de derechas. “Esto es lo que yo quería aclarar: porque es muy importante que la gente que se siente, se ve y se identifica como de izquierdas forme un frente unido”.
Para quienes necesitan una genealogía para comprender los hechos, la autora nos dice que algunas tendencias ya se observaban desde los años noventa, “los años de la corrección política, como resultado de la caída del socialismo real”. A partir de ese momento, hubo el convencimiento de que no había alternativa al neoliberalismo global, sin casi detenernos a pensar que con la desaparición del socialismo real también caían los proyectos de justicia global que buscaron sustentar, más allá de los horrores que generaron para hacerlos realidad. Fue cuando se instaló la duda sobre la factibilidad de un sentido universal de justicia, apreciando, en su lugar, las posibilidades ciertas que proveían luchas más circunscritas contra el racismo, el sexismo y la homofobia. “No hay nada de malo, y mucho de bueno, en trabajar contra el racismo, el sexismo y la homofobia, y lo que quedaba de la izquierda hizo exactamente eso”, señala Neiman.
Pero, las cosas empezaron a cambiar. Y rápidamente. Vino Al-Qaeda para llenar el vacío dejado por el enemigo socialista al finalizar la Guerra Fría, provocando esta vez una guerra contra un terrorismo que permitió a Estados Unidos inventar un nuevo enemigo que sustituyera al antiguo. Además, la segunda década del siglo XXI se caracterizó por la presencia, cada vez más nítida, de lo que Neiman denomina derecha protofascista, cuyas principales banderas son la instrumentalización de las molestias que había provocado lo woke. El sentido general que agita la ultraderecha mundial es “la necesidad de volver a los buenos viejos tiempos”.
Fue el momento en el que lo woke obtiene nitidez, desnudando sus fundamentos básicamente reaccionarios, porque sus apuestas ponían de lado cualquier atisbo de universalidad, dejando que la justicia se desplace del centro de sus preocupaciones y su lugar sea ocupado por el ejercicio del poder, manifestando explícitamente su incredulidad en el progreso. Para Neiman, un momento dominado por la ultraderecha planteaba la obligación de construir una capa antifascista lo más amplia posible, y, en ese estricto sentido, considera una inaplazable obligación de delimitar y denunciar lo woke como un factor negativo para los objetivos políticos que debía plantearse la izquierda en estos momentos.
Por ello, su propósito es ofrecer unas ideas filosóficas básicas en torno a las cuales pueden unirse todos los demócratas de verdad: el compromiso con el universalismo, con la justicia y con la posibilidad de progreso, todas las cuales son rechazadas por los woke. El universalismo, como otras ideas de la Ilustración, fue considerado por los woke como una farsa inventada para hacer pasables las visiones eurocéntricas en las que se sustentó el colonialismo. Sin embargo, lo que se colige de ello para Neiman, es la idea de unos derechos humanos que deben estar garantizados para todos, con independencia de la historia que hayan vivido o de la cultura en la que habiten. Más aún, apoyándose en Thomas Keenan 3 y Lynn Hunt,4 considera que los derechos humanos deberían tratarse antes como cosas que reivindicamos que como cosas que tenemos, lo que estaría replanteando la forma en que los pensamos, al hacer que las expectativas sean menos esencialistas, dogmáticas, sagradas o, a decir de Michael Ignatieff 5, idólatras.
Para Neiman, ser de izquierdas es defender esa norma, y estar de acuerdo con las Naciones Unidas en lo siguiente: todos los derechos humanos, sean estos civiles y políticos, —como el derecho a la vida, la igualdad ante la ley y la libertad de expresión—, económicos, sociales y culturales, como el derecho al trabajo, la seguridad social y la educación, o derechos colectivos —como los derechos al desarrollo y la autodeterminación—, todos son derechos indivisibles, interrelacionados e interdependientes. El avance de uno facilita el avance de los demás. De la misma manera, la privación de un derecho afecta negativamente a los demás.
En efecto, además de los derechos políticos y civiles, está la formulación de los Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales (DESCA), reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y posteriormente consagrados en diversos documentos normativos internacionales como el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966. Se trata de una variedad de atribuciones como el derecho al trabajo, a la educación, a una vivienda adecuada, a la alimentación, a la protección y el respeto de prácticas culturales de las minorías, y otros más. En suma, son derechos orientados a garantizar una vida digna, más allá de las indispensables libertades y atribuciones políticas que componen los derechos civiles y políticos. Desde entonces, si bien reconocidos, se ha avanzado relativamente poco en hacerlos efectivos. Las tareas pendientes son materia de desarrollo en el ámbito jurídico, de voluntad y disposición de recursos en el ámbito de la política, así como de su incorporación como una perspectiva transversal en la práctica del desarrollo.
Esto es un aspecto decisivo para las consideraciones sobre los derechos humanos, que Neiman no contempla. Los DESCA, en la actualidad deben considerar tres procesos concurrentes: (1) los procesos de modernización y democratización de diversas sociedades mediante los cuales las poblaciones antes excluidas se van incluyendo dentro de la sociedad política y exigiendo participar del bienestar colectivo; (2) el enriquecimiento del concepto de ciudadanía, el cual pasa de contemplar las dimensiones civil y política a incorporar la dimensión social; (3) el desarrollo jurídico internacional por el cual los derechos vinculados al bienestar, pasan de ser declarativos a ser legalmente exigibles.
Neiman enfatiza en que los ataques de eurocentrismo y colonialismo, que achacaron al universalismo, no fueron adoptados por importantes pensadores no europeos, incluso algunos citados como ejemplo por los tribalistas woke, siendo el caso más notable el de Frantz Fanon, que se ubica en el vértice superior del canon poscolonial y no tuvo contemplaciones para describir la barbarie europea en África. En principio consideraba que “todas las formas de explotación son idénticas porque todas se aplican contra el mismo objeto: el ser humano”; 6 lo que se necesitaba, sostenía Fanon, eran nuevos conceptos de humanidad, porque rechazar el universalismo de plano a causa de los abusos cometidos equivale a concederle a Europa “la última palabra del acto imperial”.
Neiman declara enfáticamente su creencia en el pluralismo cultural; “no creo en esta caricatura de que si crees en el universalismo o crees en la Ilustración quieres que todos sean iguales, eso es ridículo, no es así”. Lo más importante políticamente hablando son las cosas que nos unen, 7 no las diferencias culturales. Y el woke, afirma, se centra en las identidades tribales, definida como “la ruptura civil que se produce cuando las personas, de cualquier tipo, pensamos que la diferencia humana fundamental es la que existe entre nuestro tipo y el de todos los demás”. Con ello tenemos un primer principio común a todos los que son de izquierda: creer que lo que nos hace humanos es más importante que las diferencias culturales, y esa es la base de los derechos humanos.
Otra diferencia es que desde la izquierda se cree en una distinción principal entre poder y justicia. Si bien en la práctica frecuentemente aparecen entrelazadas, lo cierto es que desde las revoluciones del siglo XVIII, se estableció que todas las personas tenían el mismo derecho a un juicio justo y que no puedes salirte con la tuya porque eres más fuerte o tienes mayor estatus social, aunque pensadores como Foucault, cuya influencia entre los woke ha sido descomunal, consideran que lo único realmente existente es el poder.
La importancia que Neiman asigna a Foucault está en proporción directa con la extensión que le dedica a su crítica, afirmando algo sumamente arriesgado, pero de extendida práctica: no es necesario haber estudiado sus textos para tomar sus ideas, “pues han llegado a la corriente del agua”. Es decir, se ha convertido en un actor estelar del sentido común, tal como lo definía Gramsci.8 “Sus supuestos están por todas partes, y ahora todo el mundo piensa cosas como que la gente solo actúa —en el fondo— de acuerdo con su propio interés”.
Nos advierte que criticar la omnipresencia del poder no descalifica a Foucault. En efecto, bastaría remitirse al libro de Shoshana Zuboff, 9 para entender en toda su magnitud su vigencia actual. La insistencia en que el poder es la única fuerza motriz va inexorablemente unida al desprecio de la razón y cada vez que defendemos que una desigualdad económica, racial o de género no es inevitable, estamos utilizando nuestra razón para cuestionar a quienes insisten en que estas desigualdades son parte del funcionamiento del mundo. De esta manera, la razón y la libertad vienen conectadas de varias maneras: el conocimiento tenía la finalidad de liberar a la gente de la superstición y el prejuicio, mientras que el razonamiento instrumental aspiraba a liberarla de la pobreza y el miedo. Esto es lo que la izquierda debe recuperar.
Finalmente, una tercera dimensión colocada por la autora en sus cuestionamientos a lo woke, es la posición que entre ellos tiene la idea de progreso. A estas alturas del siglo XXI y luego de las desgracias provocadas por la creencia en la progresividad histórica, la autora se cuida en manifestar que no se está refiriendo a la inevitabilidad del progreso, sino a su posibilidad. No hay diferencia más profunda entre la izquierda y la derecha que la creencia de que el progreso es posible. De esta manera, nos recuerda que esta idea no formaba parte del pensamiento conservador tradicional, que en el mejor de los casos consideraba la historia como estática o circular y, en el peor, como un penoso declive que siguió a una mítica edad de oro. Desde esta perspectiva, puede alcanzarse una mejora limitada, porque un mundo verdaderamente mejor solo se encontraría en el más allá.
Es cuando surge la clave comprensiva del argumento: lo woke, con su compulsión a la diversificación del poder, su apego al tribalismo y su alejamiento de cualquier idea de progreso, no reparó que diversificar estructuras de poder sin preguntarse para qué se usa el poder, puede conducir a sistemas de opresión más fuertes. Como consecuencia de este resultado, Neiman puntualiza que esencializar el victimismo no es un camino que la izquierda deba seguir.
Una siguiente cuestión es remarcar la suma importancia que tiene la teoría. Es innegable que los activistas woke buscan solidaridad, justicia y progreso. Sin embargo, no logran ver que las teorías que abrazan socavan sus propios objetivos: “Sin universalismo no hay argumento contra el racismo, solo un grupo de tribus compitiendo por el poder”. Si eso es a lo que llega su proceso político, no hay forma de mantener una idea sólida de justicia. Y sin compromisos para fomentar la justicia universal, el esfuerzo por el progreso no es coherente.
Finalmente, debe decirse que la edición en castellano del libro de Neiman trae un agregado muy importante: sus puntos de vista sobre los ataques de Hamas del 7 de octubre, que luego extenderá en el portal Letras Libres,10 ejemplificando cómo, en los hechos, lo woke termina siendo nefasto para las aspiraciones de la izquierda:
“No me sorprendió que tanta gente woke, enseguida, se pusiera a defender a Hamas y a decir que eran “combatientes de la libertad”. Pero es que claro, estamos hablando de gente tribalista, gente que no cree en la justicia, sino en luchas de poder y que no cree en el progreso. Es gente que cree en esa división del mundo entre sur global y norte global; los israelíes, pertenecen al norte global, y los palestinos al sur global. Es absurdo. Pero eso no quiere decir que yo no critique lo que está haciendo el Gobierno israelí en Gaza. De hecho, lo hago y me está costando muchas críticas en Alemania. Pero eso no me convierte en alguien que apoye a Hamas. Lo que ocurre con este debate mediático es que parece que hay que pertenecer a un equipo, al equipo de Israel o al equipo de Palestina. Yo estoy a favor de los derechos humanos”
Susan Neiman (2024): La izquierda no es woke. Barcelona: Debate.
Footnotes
-
Asombrosamente, Neiman no recurre a Berlín en su libro, pese a que el eje duro de su argumento es la Ilustración y lo que se compuso en Europa durante el siglo XVIII. Isaiah Berlin (2006): Contra la corriente. Ensayos sobre historia de las ideas. Ciudad de México: FCE. ↩
-
Entrevista de Paula Escobar a Susan Neiman sobre el wokismo, en La Tercera ↩
-
Thomas Keenan (2017): Or Are We Human Beings? ↩
-
Lynn Hunt (2009): La invención de los derechos humanos. Madrid: Tusquets editores. ↩
-
Michael Ignatieff (2003): Los derechos humanos como política e idolatría. Buenos Aires: Paidós. ↩
-
Frantz Fanon (1965): “Racismo y cultura”. En Escritos políticos, Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica. ↩
-
Kwame Anthony Appiah (2019): Las mentiras que nos unen. Replanteando la identidad. Madrid: Taurus. ↩
-
Kate Crehan (2018): El sentido común en Gramsci. Madrid: Ediciones Morata. ↩
-
Shoshana Zuboff (2019): La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder. Buenos Aires: Paidós. ↩
-
Susan Neiman: “La ideología woke lo ha atravesado todo”. Entrevista con Salvador Martínez Más en el portal Letras Libres. ↩