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Vargas Llosa se retira

Dos novelistas, dos caminos

Sobre Torrentes en pugna: Mario Vargas Llosa y Miguel Gutiérrez, de Abelardo Sánchez León.

Dos novelistas, dos caminos
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Entre Mario Vargas Llosa (1936) y Miguel Gutiérrez (1940-2016) existen grandes (y muchas obvias) diferencias, así como grandes (y algunas insospechadas) similitudes. Pertenecen, naturalmente, a mundos ideológicos distintos y en más de un caso opuestos; sin embargo los unen dos asuntos que no se recomienda considerar menores: el cultivo de un género en particular, la novela, hecho que los ha convertido en nombres insustituibles de la novelística nacional de las últimas décadas, así como la escritura ensayística, que les ha servido a ambos creadores para plasmar sus ideas sobre el oficio de leer y escribir, de lo que se desprenderá, luego, una concepción individual y personalísima de la literatura. Tampoco les es ajena la idea de que el escritor es un agente que puede intervenir en el debate social de distintas maneras y puede contribuir a él desde el ejercicio de la ficción.

Estas son algunas de las cuestiones que aborda el escritor y sociólogo Abelardo Sánchez León en su reciente libro, titulado Torrentes en pugna. Mario Vargas Llosa y Miguel Gutiérrez (PUCP, 2023). Se trata de un estudio exhaustivo y riguroso que analiza las piezas de un rompecabezas siempre armado parcialmente.

Por primera vez Vargas Llosa y Gutiérrez son radiografiados en las diversas esferas en que operan sus libros, en su capacidad de generar ideas críticas sobre la literatura y la sociedad, en la imagen autoral que cada uno construye para sí, en las posibles rutas de lectura y los posibles sentidos que podrían abarcar sus valiosas obras. Sánchez León ha preferido superar la simple y mecánica confrontación que solía acompañar a ambos creadores para bucear en el universo que se configura en sus novelas y ensayos.

Un aspecto en el que vale la pena incidir es en el perfil intelectual asumido por cada uno de estos escritores. Vargas Llosa fue notoriamente, por varias décadas, un intelectual público. Sus opiniones, más allá del acuerdo o del desacuerdo, formaron casi siempre campos de intensa discusión. Su ruptura con Cuba, a partir del caso Padilla, o el encabezar un movimiento para oponerse a la estatización financiera de Alan García y defender el credo liberal que había abrazado, son dos muestras claras del “impacto” vargasllosiano.

Gutiérrez, en cambio, rehuyó las luces mediáticas y concentró sus fuerzas en la escritura misma. Su libro La generación del 50. Un mundo dividido (1988), movilizó debates muy arduos en torno no solamente a las líneas dominantes de ese notable núcleo creador e intelectual, sino también por la inclusión de Abimael Guzmán, el sanguinario líder de Sendero Luminoso, como figura descollante.

Sánchez León se acerca a ambas orillas con un desapasionamiento ejemplar, tratando de encontrar la descripción justa del lugar que cada uno de estos novelistas ocupa en nuestra tradición literaria. Punto a favor en un terreno en el que el dudoso deporte de la condena o la confrontación gratuita suele ser frecuente.

Un momento modélico de este ejercicio que no oculta su esfuerzo en ofrecer imparcialidad, ocurre cuando traza el paralelo “revolucionario” entre los dos escritores, que podríamos situar quizá entre las páginas más significativas del libro. En efecto, se lee lo siguiente:

Tanto Vargas Llosa como Miguel Gutiérrez moldearon su fisonomía como intelectuales por la existencia de la Revolución Cubana y por el inicio de la lucha armada de Sendero Luminoso. Ambos acontecimientos visibilizaron su presencia y ésta adquirió nitidez porque dejó de ser una noción abstracta, teórica, meramente intelectual o académica, propia de los círculos de lectura y se concretó en un momento histórico muy preciso. (pp.109).

Los unirá después el desencanto ante estos proyectos, como enfatiza el autor. En Gutiérrez no hubo el “espectáculo” romántico de una revolución, es decir, no hubo columnas guerrilleras ni asaltos en olor de gloria popular sino más bien clandestinidad, secreto y silencio previo al actuar público de Sendero Luminoso; Vargas Llosa, en tanto, no escatimó nada en hacer notar cómo el proyecto cubano fue convirtiéndose paulatinamente en un régimen de carácter autoritario. Existe registro de la “primavera” vargasllosiana con Cuba, un famoso discurso, “La literatura es fuego”, pronunciado al recibir el premio Rómulo Gallegos en 1967, en la ciudad de Caracas. El caso de Gutiérrez es más sutil, pues, en su novela Babel, el paraíso (1993) comenzaba a perfilar su distanciamiento de la utopía socialista, luego de años de intensa militancia.

Por otra parte, la práctica literaria, en su diversidad, asoma también por estas páginas comparativas y certeras. Vargas Llosa, a pesar de mostrar en sus ensayos la pasión de un lector voraz, no se aleja demasiado de ciertos moldes académicos para construir su discurso crítico. No olvidemos que su monumental Historia de un deicidio (1971) fue, en principio una tesis doctoral; Gutiérrez, por su parte, renegó siempre de la academia y transparentó, en su mirada sobre escritores como Celebración de la novela (1996), Borges, novelista virtual (1999), Vallejo, narrador (2004) o La invención novelesca (2009), una lectura intuitiva, de carácter especulativo, de cercanía extrema con los textos que estudiaba, cosas, hay que decirlo, no menos importantes.

Otra veta que se abre ante nosotros es el examen de la ambición literaria de cada uno de estos escritores. Vargas Llosa anhela ser como Flaubert, convertirse en un escritor profesional, imponerse literariamente fuera de las fronteras peruanas. Hay dos pasajes confesionales muy claros: la introducción escrita para La orgía perpetua (1975) y un capítulo de El pez en el agua (1993) en el que rememora ese deseo. Gutiérrez, en cambio, vive una suerte de autoexilio que le permitirá tejer una obra centrada fundamentalmente en lo provincial (no en sentido peyorativo, se entiende). Gutiérrez hilvana lo relativo a su vocación y su noción de lo literario en algunos ensayos y en conversaciones periodísticas. Vargas Llosa, por su parte, elige conscientemente el riesgo de alcanzar la universalidad.

No es menos interesante que ambos escritores incorporen, cada cual desde su mundo particular, distintas tematizaciones de la política, a veces de maneras explícitas, como en Conversación en la Catedral (1969), Historia de Mayta (1994) o en la ávida y mal comprendida La violencia del tiempo (1991), además de Kymper (2014). Esto serviría para añadir una similitud que quizá merezca un mayor análisis en el futuro: que ambos escritores se inscriben, con matices y diferencias, en una poética realista de la novela. En Vargas Llosa hay un ánimo innovador, que consiste en la incorporación de un notable repertorio de técnicas narrativas; en Gutiérrez, aunque no hay una ajenidad respecto a las novedades de la diégesis —indudable es el aliento faulkneriano de El viejo saurio se retira (1963)—, prevalece un tono que podríamos llamar clásico y que responde, sobre todo a partir de La violencia del tiempo, al modelo de gran realismo del siglo XIX, que rescata la dicción de Tolstoi, Dickens y Dostoievski, entre otros.

Esta gran fotografía que logra Sánchez León marca un camino que ojalá sea perdurable y continuado en la crítica peruana. Su escritura presta atención a los contextos individuales y sociales, analiza con propiedad un corpus de textos de cada escritor, en busca de sus capas de sentido más profundas, coloca un lente de aumento en la participación política de cada uno y pone en diálogo dos obras significativas de nuestra literatura. El texto no oculta tampoco su relación con el presente político peruano y tiene un final aleccionador con respecto a la dinámica de nuestra vida política en los últimos años. La sentencia dice que dos escritores que en su juventud anhelaron profundamente el cambio social nunca lo vieron realizado. Igual que millones de ciudadanos que hemos visto frustrado el sueño de una transformación.

Torrentes en pugna: Mario Vargas Llosa y Miguel Gutiérrez de Abelardo Sánchez León. Fondo editorial PUCP, 2023. 426 p.

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