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Lima y los demás: una reciente guía de almas

Sobre Lima Escrita. Arquitectura poética de la ciudad 1970-2020

Lima y los demás: una reciente guía de almas
Víctor Mendivil | La Plebe

Cuando aparece una antología de poesía, la primera reacción es como antes sucedía con los estudios de sociología o ahora con los de ciencia política: la pregunta básica es por lo que no hay (revoluciones burguesas, sistema de partidos y cosas parecidas). En una antología, la primera reacción es preguntarse quiénes no están en la selección propuesta. Inevitablemente entonces, quien hace la selección tiene que explicar, de modo amable o abrupto según su temperamento, por qué no incluyó a tal o cual.

En estricto, con Lima Escrita. Arquitectura poética de la ciudad 1970-2020 (Intermezzo Tropical, 2021) no estamos ante una antología en el sentido usual de la palabra. Más bien es una propuesta para orientarse en el mundo urbano limeño a partir de un material poético elaborado en los últimos cincuenta años. Pero esta aclaración no alcanzará a disipar la imagen inicial de estar ante una antología y donde, al modo de Wittgenstein cuando le advirtió a un amigo que su Tractatus tenía dos partes, una escrita y otra no escrita y que ésta era la más importante.

Pero si se logra ir más allá de ese velo ritual del ‘no’ se alcanza un real espacio de creación. Prefiero entender el no de la carencia como la primera sílaba de la novedad, como una posibilidad de la abundancia. Y la selección hecha por Carlos Villacorta nos abre un nuevo panorama de lo que somos como habitantes de Lima. Aquí sí resulta instructivo notar las ausencias: nada de nostalgias, o broncas por la sede virreinal o la sátira auto irónica de la aldea republicana. Nada de arrojar globos de pintura contra carteles de la Ciudad Jardín para decir lo horrible que está, ya sea como protesta surrealista primero o como diagnóstico sociológico después.

¿Adónde nos lleva la música de esta multitud de voces de Lima Escrita? La selección que da lugar a este comentario pone en primer plano el hecho básico de la condición urbana en general: somos simultáneamente hechura y artífices. Es en la ciudad, especialmente en la gran ciudad, donde tiene lugar ese mestizaje de costumbre y novedad.

Estas coordenadas básicas, la de ser tanto moldeados por Lima como sus creadores cotidianos por una parte, y de movernos en un terreno donde se encuentran diariamente la costumbre y la novedad por otra, son las que permiten orientarnos en el conjunto de voces que forman el volumen. Nadie se presenta como “el cantor (o cantora) de Lima”’. Es más bien la ciudad capital que todos llevamos como una suerte de insignia emocional y que algunos además la ponen por escrito. De hecho, son pocos los poemas que hablan de Lima como un sujeto autónomo y de monstruosidad aplastante. Aquí estamos ante Lima como experiencia compartida antes que como un tema. Éste ciertamente es uno de los principales aciertos de Carlos Villacorta, el autor de la propuesta.

¿Qué ciudad es la que aparece en Lima Escrita? Lo que cabe indicar en primer lugar es que se trata de la cosecha de la migración. El marco cronológico es una referencia valiosa: 1970 al 2020. Hay un acuerdo generalizado en señalar que el ciclo migratorio a la ciudad capital es una de las mayores transformaciones culturales que ha tenido la imagen que tenemos de nosotros mismos como parte del Perú. Esos textos antiguos intercalados en el libro que se refieren a Lima como una ciudad indiferente a lo que pasa en el país, como dándole la espalda, ya son parte del pasado. En gran medida esas partes desconocidas de la escena oficial empiezan a venir a la capital a fines de los años cuarenta y, en un ciclo que es común a varias capitales latinoamericanas, alcanza su pico hacia 1970 y luego empieza un lento declive. El periodo de cincuenta años que nos presenta es entonces el de la formación de un nuevo escenario. Va mucho más allá del mero “asustar al oligarca”. No es una poética de la tachadura, iconoclasta, la que se aprecia en Lima Escrita. Lo que predomina es la creación de un espacio para la experiencia individual. Antes que una imagen de estar en una especie de jaula urbana, lo que aparece en primera fila es la construcción o creación de un espacio para el reconocimiento de individualidades. Ahí donde simultáneamente se muestran las marcas que la experiencia limeña deja a cada quien como la incisión que cada poema aspira a dejar en la corteza urbana.

De ‘el otro’ a ‘los demás’

Por experiencia urbana no debe entenderse únicamente el momento introspectivo, cómo el yo poético se ve a sí mismo. Por sobre todo, el interés principal está en cómo somos vistos los demás. El yo sin los demás ya no es posible. Este es un cambio importante que merece ser destacado: los demás ya no están de más. Generalmente se ha abordado esta cuestión bajo el término “otro”. En la tradición intelectual europea se ha insistido mucho en la cuestión del ”otro”, como una especie de reverso del cartesiano, introspectivo, yo que piensa. Quizá entre nosotros nos entenderíamos mejor si en vez del otro, con o sin mayúscula, usáramos ‘los demás’: el significado inestable de la expresión que se refiere tanto a los otros que están como a los que no deberían estar.

Lima Escrita nos presenta la voz de los demás que han dejado de estar de más. Como sabemos muy bien, aunque no siempre lo reconozcamos, estamos acostumbrados a medir el yo ante la historia, ante algún tipo de pasado que oprime mediante su incansable repetición. Un pasado compartido que curiosamente en vez de acercarnos, muchas veces ha funcionado como un recurso para aislarnos ante lo que está pasando. A los demás, a los contemporáneos, no podíamos reconocerlos en su propia sustancia, por decirlo de alguna manera. Realmente los demás estaban, estábamos, de más. La mayor parte de las formas de rechazo, subordinación y humillación que suceden en la vida diaria pasan por hacer sentir a alguien que efectivamente está de más, que no está “donde le toca”.

Vivimos en una realidad donde las únicas leyes que se cumplen son las “no escritas”, mientras las que son escritas carecen de consistencia de una forma cada vez más ostensible, un proceso que de manera abreviada suele ser llamado “corrupción”. Esta suerte de paradoja moral que nos constituye es atacada frontalmente en el material poético de la selección, de ahí que el adjetivo escrita resulte especialmente afortunado. Sea lo que entendamos por Lima, es en primer lugar un espacio no escrito y donde las ‘escrituras’ más importantes no son las bíblicas sino los títulos de propiedad, como resulta obvio en los ofrecimientos de cada campaña electoral. Más que otros géneros literarios, la poesía tiene la facilidad, casi podría decirse el oficio de poner por escrito, en el recurso de la palabra, lo que muchas veces parece inefable. Las ‘leyes no escritas’ que aparecen en estos poemas son de otro carácter. No buscan la perpetuación de la sordidez. Por el contrario, en no pocos casos al poner nombre a lo más sórdido disipan el hechizo que lo presenta como una parte inevitable de la realidad.

9-242-1 Foto: Víctor Mendívil | La Plebe

El ritmo que surge de esta variedad de voces representa el paso de una manera épica a un modo trágico de entender las cosas. En el tono épico las grandes aventuras o desventuras marcan el preciso momento en que algo dejó de ser una cosa para transformarse en otra. Se trata de buscar ese instante decisivo, en el pasado sobre todo; variaciones con mayor o menor ingenio de la trama del pecado original. Creo que ahí reside esa delegación de la función de administradores culturales concedida a los historiadores en el Perú. A veces, las menos en verdad, ese instante decisivo puede estar en el futuro, en la promesa revolucionaria. De hecho, un serio obstáculo en nuestra cultura, según mi peculiar entender, fue reclamar de la novela un registro épico, una genealogía de los instantes decisivos, o al menos de una representatividad alegórica en cierto sentido.

El filósofo Whitehead observó que pensamos en generalidades pero vivimos en el detalle. En el registro épico no hay espacio para la pregunta ingenua como ¿hasta dónde llega mi distrito? o para dedicar palabras al boleto del micro arropado en la mano de alguien mientras viaja. En la épica no hay sitio para las ingenuidades ni los detalles: o grandes victorias o grandes derrotas. Así es la historia que se nos enseña en los colegios; importa más cuántos de esos desenlaces heroicos llevamos a cuestas que comprender cómo es que hemos llegado a ser lo que somos.

La modernidad se caracterizó por las grandes promesas y tuvo como consecuencia empequeñecer los actos cotidianos, les sustrajo cualquier sentido de la destreza, dejaron de ser parte de ‘una jornada bien hecha’. ¿Qué podía haber de mito fundacional en el quehacer diario?

En el modo trágico nada es enteramente glorioso o irremediablemente impuro. Los ideales y deseos suelen darse de bruces con la realidad y el reto es justamente mantener esa tensión entre ideales y realidades sin ceder definitivamente a uno de los polos. Cuando un verso afirma de los niños a orillas del Rímac que están con ‘más tos que dios’ se está mentando esa condición trágica que de paso recuerda que Lima debe ser la ciudad capital con más población con TBC a nivel mundial.

La dimensión trágica no conoce la simetría; la disparidad entre intenciones y consecuencias es su ambiente natural por decirlo así, esa es la manera de entendernos en la que nos movemos diariamente. Incluso lo que aparece como lo más rutinario y permanente llega a su fin, a veces de una manera muy trivial, nada heroica. Ahí está el poema sobre un vehículo que da vueltas interminables a un óvalo… hasta quedarse sin combustible. Así de simple como inevitable.

¿Qué nos deja esta recolección de poemas? La ciudad que nos hace y la que hacemos tiene un lado a primera vista aplastante, enorme. Distancias que se hacen aún más inmanejables por un sistema de transporte colectivo hecho de vericuetos. Esa demanda contradictoria de una ciudad que nos pide que hagamos todo rápido y a la vez nos marea en rutas de transporte que tienen un ritmo de ritual. Pero es también una ciudad maleable, que ya no está obligada a parecerse a ningún molde. Claro, hay edificios muy altos con fachadas de vidrio como en cualquier ciudad populosa del mundo en este siglo XXI, hay espacios de consumo, los malls, como también en cualquier otra ciudad marcada por la avidez neoliberal. Pero también es una ciudad que, de a pocos, se hace a la medida de lo que somos, de los gustos y de la forma de entender el espacio que tenemos.

Este libro es una guía para orientarse entre las almas de Lima. No sé qué tan afectos a la poesía son quienes se dedican al urbanismo, pero en esta publicación están condensadas las posibilidades de lo que Lima puede llegar a ser . Cómo construir lo deseable y poder nombrar lo indeseable para que cada vez haga menos daño , que cada vez se repita menos.

Las calles, ese mundo que ahí está cuando salimos de nuestras casas, están para ser escuchadas y también intervenidas con nuestras voces. Para acercarnos a esas reglas de tránsito emocional, tan sutiles como nítidas, que nos orientan. Señales que, a diferencia de las otras reglas de tránsito, están más hechas para los encuentros que los desencuentros. No es la ciudad de las antiguas guías de calles, ni tampoco de las imágenes de Google maps. Son las calles que nos hablan, que nos descubren al lenguaje como parte de la realidad, antes que un añadido de artificio.

En esta ciudad, Lima, la capital que hizo de la exclusión de la escritura, la forma más característica de dominación, aparecen voces escritas. Esa es acaso la contribución más valiosa de la selección hecha por Carlos Villacorta Gonzáles.

Villacorta, Carlos. Lima escrita. Arquitectura poética de la ciudad, 1970-2020. Editorial Intermezzo tropical, 2021.

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