Utopía y praxis (o praxis y utopía)
La noción de utopía tenía un carácter negativo al interior del marxismo clásico, pero cambió de signo a lo largo del siglo XX. Comentando la experiencia de la Comuna de París, sostuvo Georg Lukács: Este es el camino que lleva de la utopía al conocimiento de la realidad; el camino que lleva desde las finalidades trascendentes de los primeros grandes pensadores del movimiento obrero hasta la claridad de la Comuna de 1871: que la clase obrera no tiene “ideales que realizar”, sino que tiene simplemente que “poner en libertad los elementos de la nueva sociedad”; es el camino que va de la clase “respecto del capital” a la clase “para sí misma” 1
Contra los ideales abstractos, contra la utopía y su capacidad para anteponerse a la experiencia concreta de lo nuevo, la praxis significa experimentar colectivamente con las relaciones sociales, con las formas que el vínculo social puede permitirse probar una vez que el proceso de la conciencia de clase pasa de ser un objetivo a tornarse una realidad operativa. Esta lectura del legado de la Comuna de París viene de Marx, cuyo ensayo La guerra civil en Francia (1871) Lukács cita entre líneas. En ese texto, Marx planteó: La clase obrera no esperaba de la comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantarla par décret du peuple. Saben que para conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán completamente las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno. Plenamente consciente de su misión histórica y heroicamente resuelta a obrar con arreglo a ella, la clase obrera puede mofarse de las burdas invectivas de los lacayos de la pluma y de la protección pedantesca de los doctrinarios burgueses bien intencionados, que vierten sus ignorantes vulgaridades y sus fantasías sectarias con un tono sibilino de infalibilidad científica2
Monumento a Marx en Chemnitz, Alemania. chemnitz.de</em>
¿Cuál es esa misión histórica que no es una utopía? La “expropiación de los expropiadores”, dice Marx. Aquí se delinea la oposición entre utopía y praxis, y Lenin dio una forma sucinta a este análisis al sostener que “todas las medidas y toda la legislación social de la Comuna presentaban un carácter práctico, y no utópico”. 3 La diferencia entre socialismo utópico y socialismo científico no es exactamente igual a la que aquí distancia utopía y praxis, pero estamos de todos modos en el universo de los clásicos, donde esta última oposición no recibió mayor desarrollo teórico. “Nosotros no somos utopistas” es uno de los varios lemas de Lenin. 4 Y agrega: “No ‘soñamos’ en cómo podrá prescindirse de golpe de todo gobierno, de toda subordinación; estos sueños anarquistas, basados en la incomprensión de las tareas de la dictadura del proletariado, son fundamentalmente ajenos al marxismo y, de hecho, sólo sirven para aplazar la revolución socialista hasta el momento en que los hombres sean distintos.”
En todo caso, hablamos aquí de una primacía de la praxis frente a los ideales que los “lacayos de la pluma” defienden, a la vez que de una primacía de lo político que caracteriza la orientación del marxismo una vez que las masas se sublevan.5 Con Lenin estas primacías tomarán una forma teórica solo esbozada por Marx y Engels, quienes no abundaron en las tareas de la organización. Hasta aquí, la utopía es un ideal que se antepone a la praxis, que ciega la experimentación social que caracteriza a los procesos revolucionarios. Mariátegui pensaba también que la utopía es regresiva y restauradora, e instaba al indigenismo revolucionario a desmarcarse frente a todo programa utópico que reniegue de la modernidad.6 Rosa Luxemburgo denunciaba en 1911 las utopías pacifistas que creían que la guerra imperialista se frenaría con acuerdos entre las clases dominantes y no a través de la transformación revolucionaria del Estado capitalista.7 Antonio Gramsci se burlaba de aquellos que veían en Lenin a un “utopista”, pues no comprendían el socialismo no consiste en la aplicación abstracta de “proyectos mastodónticos”, sino que “el socialismo no se instaura en fecha fija, sino que es un cambio continuo, un desarrollo infinito en régimen de libertad organizada y controlada por la mayoría de los ciudadanos, o sea, por el proletariado”.8 Nuevamente, los planes y programas se oponen al movimiento real de la sociedad, a la praxis que se desarrolla orientada por ciertos principios, pero donde éstos no pueden estancar dicho desarrollo.
Proyecto Temporary Museum of Modern Marx, 2008. chemnitz.de</em>
El compendio anti-utópico podría extenderse mucho más, pero lo dicho basta para notar que, para la siguiente generación de marxistas occidentales, la utopía cambiará de valencia y llegará a presentarse como el antídoto al conformismo al que condujeron las derrotas políticas de los años 20 y 30, hasta aparecer como lo único que puede mantener viva la esperanza de la emancipación -en Herbert Marcuse, por ejemplo-.
Mientras Lukács escribía con la experiencia húngara y el levantamiento espartaquista en Berlín aún frescos en la memoria, y sobre todo con el triunfo de Lenin en Rusia como una demostración concreta de la viabilidad de la revolución, en Benjamin y Adorno lo utópico tomará el papel de una insistencia contra el realismo crudo del capital. Para el primero, sin embargo, desligar cualquier esperanza utópica o mesiánica de la historicidad, de las luchas irredentas del pasado, sería ceder ante las tentaciones de la cópula entre el tiempo vacío y homogéneo del progreso burgués y la temporalidad mítica del fascismo; el segundo, al contrario, y con su dialéctica negativa bajo el brazo, llevará lo utópico hacia un tiempo desanclado de cualquier experiencia práctica, como aquello que resiste el principio identitario y administrativo de la racionalidad instrumental, devenida mundo por el imperio incontenible de la mercancía. Desde ahí, Adorno juzgará las revoluciones en el tercer mundo como traiciones a los -inasibles- ideales utópicos. La imagen de una “utopía sustractiva” fue la inaugurada por Adorno y Horkheimer en los 40, y los clásicos, creo, notarían que la vieja noción de la utopía como ideal tenía más operatividad que la estética de la resistencia frankfurtiana. Entonces, y sin hablar aquí de Mao y de los marxismos del tercer mundo, para los años 40 el rechazo de lo utópico entre los clásicos había cedido ante la necesidad de pensar la utopía como concepto, de darle densidad propia más allá de su contraposición con la praxis. Se ganaron determinaciones conceptuales ante el bloqueo de los experimentos revolucionarios, pero se perdió justamente ese carácter experimental y práctico de la teoría. Sin duda Fredric Jameson es el mayor defensor contemporáneo de la noción de utopía al interior del marxismo, aunque ya toca historizar su propio “giro utópico” como una respuesta a la intensificación del posmodernismo y el neoliberalismo en los años 90.
Desembalaje de la estatua esculpida por el artista Wu Weishan, donada por China a Trier en conmemoración del bicentenario del natalicio de Marx</em>
Ahora bien, si la expropiación de los expropiadores no es una utopía -como sostuvo Marx-, sino que se trata de un objetivo guiado por los intereses materiales del proletariado, bien podemos preguntar cómo éste se inscribe en la conciencia social. Hoy en día, en el marxismo y en el pensamiento socialista en general, la utopía parece marcar conceptualmente ese punto en el que la praxis estancada requiere de una cierta energía que la movilice, como un último recurso ante la acumulación de derrotas. Desde luego, esas ideas siguen enfocadas en un costado del mundo donde, en efecto, esas derrotas pesan más. En todo caso, el valor de la utopía hoy está en su capacidad para esclarecer las posibilidades abiertas del presente, para insistir en la viabilidad de lo que ha sido visto como ideales lejanos, y no para lanzarnos a los “sermones dominicales” de una teoría que repele la praxis para mantenerse en la pureza de lo abstracto.
Así, el problema de la relación entre utopía y praxis aparece hoy como una genuina exigencia de pensar dialécticamente su concepción clásica, donde se trataba de contrarrestar la primera con la segunda, ante el cambio de signo que llevó a que la primera vuelva a prevalecer como refugio del ideal socialista. Ante la posibilidad de la experimentación práctica de nuevas relaciones sociales -es decir, de la revolución-, la utopía ciertamente opera como un ideal normativo que frena la praxis; pero, ante la cancelación de la experimentación social, ante su derrota por las fuerzas regresivas, la utopía parece recordarnos que el proceso experimental mismo depende de la voluntad colectiva, de aquel salto cualitativo que Gramsci se esforzó en teorizar como una conciencia de clase con otro nombre. Tal vez haga falta entender la relación entre ambas categorías (utopía y praxis) desde los procesos históricos que le dieron primacía a una u otra, y el materialismo histórico ganará mucho si logra reconocer la variabilidad histórica de su contraposición, y tomar para el presente aquello que cada cual carga consigo: la energía movilizante de la utopía; la exigencia experimental de la praxis. Da para pensar en qué estamos hoy en el Perú.
Footnotes
-
Lukács, Georg. Historia y consciencia de clase. Estudios de dialéctica marxista. Traducción de Manuel Sacristán, Ciudad de México: Grijalbo, 1969, p. 25. Inmediatamente, agrega: “Con esta perspectiva la separación revisionista entre el movimiento y el objeto final se presenta como recaída en el nivel más primitivo del movimiento obrero. Pues el objetivo final no es un estadio que espere al proletariado al final del movimiento, independientemente de él, independiente del camino que hay que recorrer, en algún lugar no precisado y como ‘estado del futuro’; sería entonces una situación que podría tranquilamente olvidarse durante la lucha cotidiana, y proclamarse a lo sumo en sermones dominicales como momento sublimador de las preocupaciones de cada día. Tampoco es un ‘deber ser’, una ‘idea’ coordinada regulativamente al proceso ‘real’. El objetivo final es más bien la relación al todo (al todo de la sociedad considerada como proceso) por la cual cobra sentido revolucionario cada momento de la lucha.” ↩
-
Marx, Karl. “La guerra civil en Francia”. En: Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas en tres tomos, tomo II. Moscú: Editorial Progreso, 1973, p. 237 ↩
-
Lenin, “La Comuna de París y las tareas de la dictadura democrática” [1905], La Comuna de París. Moscú: Editorial Progreso, 1971, p. 119 ↩
-
Lenin, El Estado y la Revolución. Madrid: Alianza Editorial, 2018 [2006], pp. 100-101 ↩
-
“En septiembre de 1870, Marx calificaba la insurrección de locura. Pero, cuando las masas se sublevan, Marx quiere marchar con ellas, aprender al lado de las masas, en el curso mismo de la lucha, y no dedicarse a darles consejos burocráticos.” Lenin, “Del ‘Prefacio a la traducción rusa de las cartas de C. Marx a L. Kugelmann” [1907], La Comuna de París. Moscú: Editorial Progreso, 1971, p. 18 ↩
-
Mariátegui, José Carlos. Nacionalismo y vanguardismo en la ideología política. En: Mundial, Lima, 27 de noviembre de 1925 ↩
-
Luxemburgo, Rosa. Utopías pacifistas (1911). ↩
-
Antonio Gramsci, “Utopía”. En: Escritos juveniles. Introducción: Jaime Massardo.Ediciones Espartaco, 2015, pp. 37-44. ↩