Músicos y sonoridad en medio de la pandemia
Ya hace un año que las calles de muchos vecindarios de Lima sirven de circuitos para desfiles no anunciados. Se trata de agrupaciones musicales que realizan auténticos espectáculos de vigorosas interpretaciones. En esta ciudad como en otras del mundo, los trabajadores de la música y de otras artes escénicas, como sucede con muchas otras ocupaciones, han tenido que trasladarse a la vía pública para actuar y ganar el sustento. Este fenómeno tipo Mahoma/montaña, como se sabe, se debe al cierre de ambientes y locales apropiados para eventos musicales, como parte de las medidas del gobierno por la pandemia del virus COVID-19.
Una buena parte de estas bandas suele circular acompañada de danzarines encargados de batir palmas y de realizar ocurrentes giros a la vez de percutir rotundos zapateos. Desde el inicio de las cuarentenas, muchas familias se han mostrado bastante sorprendidas porque sus calles nunca antes habían servido de pasarela. Los vecinos habían visto antes algunos desfiles espontáneos en varios distritos, pero en mucho menor escala, también con menor frecuencia, y apenas a lo largo de pasadizos de mercados. Al ver y oír ahora estos pasacalles en todo vecindario, los transeúntes y vecinos muestran naturales sonrisas y se animan a colocar monedas y billetes en las canastas y sombreros que uno de los maestros les acerca.
A mí esto me lleva a pensar en tantos niños y adolescentes que oyen por primera vez ritmos folklóricos, música popular y también académica desde sus propias ventanas y balcones. También me lleva a una reflexión, hoy en día, oír algo del natural es tan infrecuente, que cada vez se usa más la denominación “presencial”, pues para nuestra sociedad, percibir música y otros sonidos transmitidos de forma más bien artificial es normal, frecuente y permanente.
Años antes de este importante e inesperado cambio social, por aquí sólo resonaban los sonidos orgánicos y tradicionales de la corneta del heladero y el silbato del afilador de cuchillos. Es verdad que ciertas interpretaciones musicales se daban antes de la pandemia, pero sólo dentro de los grandes buses urbanos, y a cargo de solitarios músicos ambulantes, a veces a dúo. No menciono marchas religiosas porque éstas no se improvisan, y porque se limitan a las fechas y recorridos de sus festividades.
Al principio uno no sabe de qué lado de la cuadra viene el sonido, ni a qué distancia exactamente se encuentra, pero sin duda cuando aquella sonoridad es musical y natural, el oyente distingue de inmediato su orgánica y dinámica presencia en el aire. No importa cuántos integrantes conforman cada comparsa, tampoco a qué región o país representan.
Lo interesante, lo que deseo resaltar aquí, es que cuando dicha sonoridad pertenece a algún folklore o a un repertorio de música de cámara, suena viva, activa. Resuena y vibra como arte auténtico que de inmediato invita a salir, que anima a acercarse o a marcar el ritmo. Y aquellos músicos la descargan con un nivel alto en intensidad y entrega, sea cual sea la hora del día, cosa que por ejemplo, un heladero, alcanza sólo a eso de las cuatro de la tarde, y bueno, está también el afilador, que sopla igual de tranquilo a cualquier hora.
Un caso distinto de sonoridad es el de la llamada “música de fondo”, aquella que cubre el silencio de un ambiente sin llamar la atención, sin hacer perder el hilo de una conversación, sin perturbar pensamientos, sin tampoco poner en riesgo cualquier otra actividad que requiera de concentración. Entonces la interpretación de una música así de pasiva en la vía pública, aunque cuente a menudo con un acompañamiento orquestal o hasta sinfónico, pero grabado, resulta doblemente sombría y triste.
Viendo las distintas especialidades del noble quehacer musical, y en el lado diametralmente opuesto al del músico exclusivamente escénico, encontramos al músico exclusivamente compositor. A este tipo de músico, la pandemia le afecta en medida que baje y se vaya recuperando la demanda de producciones de las que él depende. Si trabaja por encargo, ya estará acostumbrado a usar la Internet para gestiones y entregas.
Entre estos dos casos extremos mencionados, conforman o completan un abanico de especialidades musicales: el arreglista, el director, el productor, el docente y el investigador. La gran mayoría de músicos se dedica simultáneamente a dos o más de estas especialidades y aplica combinaciones de ellas. Algunos se dedican a fabricar, a reparar instrumentos, a alquilarlos, o a comprar y venderlos. Los jóvenes optan por ocupaciones no lejanas a su área, como ayudantes de escenario, choferes, técnicos de grabación, etc.
En lo que va de la emergencia sanitaria, muchos músicos, al igual que sus análogos en otras materias, se valen de la Internet para evitar detener sus labores y sus ingresos. Algunos ya lo hacían antes de la pandemia con clases, grabaciones o arreglos, entre otras actividades. De esta manera se ha ido comprobando en muchos casos lo absurdo y caro que resulta trasladarse a oficinas, aulas, bancos, para trabajar o realizar gestiones, esos asuntos pueden realizarse muy bien desde casa. Lo más seguro es que cuando baje bastante el peligro de contagio, muchas labores continuarán llevándose a cabo a través de la Internet.
Así como un guionista adapta una obra literaria a guión para teatro o para cine, el arreglista adapta una composición como versión para un uso distinto al de su versión original. Puede tornar una composición para auditorio en pieza para sala de baile, puede también adaptarla como obra musical, o como *Jingle *para ofrecer mercancías por medios audiovisuales, puede tornarla también en Ringtone para teléfono móvil, etc. Un arreglista podría incluso hacer una versión de determinada frase musical para sintetizarla al mínimo, digamos, para una corneta de heladero, o para el silbato tipo antara (también de plástico) de afilador. En el primer caso, si el trabajador heladero practica con esmero algunos recursos técnicos para modificar el único tono que emite su bocina, puede llegar a interpretar una buena línea melódica que exprese el espíritu y la personalidad de alguna obra muy popular. De hecho, cuando yo vivía en la calle Cajamarca de Barranco, transitaba por allí un heladero que ejecutaba muy bien la primera frase del tema de la película “Lo bueno, lo malo y lo feo”, de Ennio Morricone. Ese joven se convirtió realmente en un virtuoso de tanto tocar esa pegajosa frase, pero lo malo y lo feo fue que nunca tocó ni practicó ninguna otra tonada. Aun así, me parece interesante que aquel ejercicio de musicalidad haya quedado en la memoria vecinal de ese barrio.
Cuando un intérprete toca solo, solo también se las arregla, pero si tiene una agrupación, necesitará dirigirla, o ser dirigido. No siempre uno de los integrantes dirige a los demás, a veces, sobre todo en grupos populares, lo hacen dos o más. Hay pocos casos donde todos dirigen, y muchos donde nadie lo hace. Si en una agrupación existe libertad para dirigir, lo ideal es que cada tema sea dirigido por el integrante que mejor conoce la obra a ensayar o a interpretar, no necesariamente debe haber un solo director. La necesidad de contar con director para una agrupación musical, depende de la cantidad de integrantes en ella. Por ejemplo, un director es imprescindible para una agrupación musical numerosa, por ejemplo, una Big Band (20 maestros), una orquesta sinfónica (entre 80 y 100), o un coro sinfónico (más de 20).
En 1966 la banda de los Beatles en pleno auge y demanda de conciertos y giras fue perdiendo el interés por la sonoridad de los conciertos en vivo (al contrario de los Rolling Stones). Los espacios para estos eventos no progresaban a la velocidad que crecía la afluencia de espectadores, que iban formando verdaderas masas. Sus compositores principales, Lennon y McCartney, decidieron excluirse del mundo de los conciertos y giras, y se dedicaron en total entrega a la composición y a las grabaciones. Ellos establecieron así su propia especie de cuarentena, con el resultado que conocemos: la producción de maravillosas piezas musicales, muchas de ellas casi imposibles de interpretar en los escenarios de entonces.
Cuatro años después, por razones extra musicales, la banda se disolvió, y sólo después de muchos años, Paul McCartney pudo interpretar o cantar en vivo por vez primera aquellas canciones acompañado de una banda de formato simple de escenario, y pudo hacerlo gracias a los modernos procesadores y sintetizadores que reproducen cualquier sonido orquestal en vivo. Mientras tanto, el mundo supuestamente imparable de los conciertos continuó y se perfeccionó gracias a las soluciones que imponían los eternos Rolling Stones. Mick Jagger, su compositor y cantante, junto al guitarrista y también compositor Keith Richards, idearon muchas formas de librarse de quienes monopolizaban y encarecían las presentaciones en vivo elevando costos de sistemas de sonido y de escenarios apropiados para giras.
Y todo bien, hasta que la pandemia de COVID-19 acabó con la realización y la sonoridad de los megaconciertos. Sobre todo, increíblemente ésta pudo detener la constancia y siempre juvenil energía de los Stones, los líderes del rock & roll que pusieron siempre en primer lugar a la música, al público y la sonoridad del megaescenario.
En fin, de regreso por nuestro asunto local, notamos que desde las primeras semanas del largo confinamiento que estamos viviendo, muchos artistas escénicos exitosos aquí optaron por convocar vía Internet a su público cautivo para ofrecer funciones “en vivo y en directo”. Muchos intérpretes y bandas llegaron a realizar conciertos desde algunos de sus escenarios de siempre, con transmisiones por cobrar y disponibles en modo privado mediante el uso de códigos digitales. Pero económicamente esa modalidad no dio buenos resultados, los alquileres de escenarios con todo lo requerido para un show eran demasiado elevados, así esas experiencias permitieron ver lo poco rentable de esa modalidad. Resulta que desde mucho antes, estos mismos artistas y sus productores habían ido acostumbrando al público a disfrutar a modo de promoción, de casi todos sus shows grabados, transmitidos por las mismas redes sin costo alguno. El público entonces sintió bastante extraño el hecho de pagar ahora por un producto que no se diferenciaba casi en nada del que ya disfrutaba de balde hacía tiempo.
Se dice por allí que si los músicos y las bandas peruanas sobreviven, será tal vez porque Dios es músico. Pero la verdad es que aquí, con o sin pandemia, los artistas escénicos en muchos casos se ven obligados a complementar sus ingresos con actividades extra musicales en un sinfín de ocupaciones. Tal vez con todas las que existen.