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Incertidumbre

Bicentenario y partidos políticos

Bicentenario y partidos políticos
Fotografía: Tomada del reporte “Perú: una vacancia entre pandemia y elecciones” en dialogopolitico.org

Celebraremos el bicentenario sin partidos políticos. No debería sorprendernos. En perspectiva comparada el Perú nunca ha tenido partidos fuertes. El APRA fue nuestro gran partido del siglo XX en militancia y apoyo, pero no tuvimos otros como él. Acción Popular logró presencia en algunos momentos y ciertamente continuidad. Pero ni siquiera en los años ochenta, cuando los partidos ganaban elecciones a nivel local y lograron estructurar la competencia política en líneas ideológicas, se puede hablar de un sistema de partidos fuerte. Fueron al fin y al cabo apenas dos elecciones presidenciales (1980 y 1985) antes de que se iniciara la debacle. El de los ochenta fue un sistema de partidos más relevante y presente en el territorio, pero no uno fuerte 1. Llegar al bicentenario sin partidos no es noticia.

Lo que sí llama a sorpresa, aunque menos que antes, es la extrema debilidad de nuestros partidos. Y esa es una mala noticia. El Perú es hoy reconocido como un pionero de procesos de debilidad partidaria que se han dado en muchos otros lugares desde la tercera ola de la democratización 2. Cuando nuestros partidos caen a inicios de los noventa el mundo seguía en proceso de democratizarse. Se consideraba que las elecciones, especialmente elecciones bastante más libres que en el pasado, se estructurarían en base a partidos. El fin de los autoritarismos daría por resultado más y mejores partidos capaces de representar a sus sociedades.

Hoy, más bien, se reconoce que la competencia electoral no va necesariamente de la mano de partidos fuertes. Que la precariedad partidaria y las elecciones son compatibles, aunque esta debilidad sin duda sí tenga un impacto en la calidad de esos procesos democráticos. Y el Perú fue un pionero en construir esa constatación. Esa competencia desordenada que conocemos bien, centrada en líderes y no en organizaciones, donde las marcas nacionales importan poco en las elecciones locales, donde puede haber continuidad en el voto en algunos territorios por ciertas opciones políticas (Lima por la derecha; el sur por la izquierda), pero no continuidad partidaria, se ha vuelto más común en el mundo. Si bien todavía encontramos mucha diversidad en los niveles de solidez partidaria en América Latina y el mundo, las sociedades con partidos débiles, algunos creados para cada elección, son frecuentes. Y el Perú ocupa un lugar entre los campeones de dicha debilidad.

En este texto tengo dos propósitos. Primero, discuto los costos de esta debilidad para la democracia y la política en general. Segundo, especulo sobre las posibilidades de que esta debilidad partidaria se mantenga. Si bien todo hace pensar que estamos ante una situación muy difícil de revertir y lo más probable es dicha continuidad, también debería ser claro para quien quiera gobernar que la construcción partidaria es una necesidad. De querer a poder hay un gran trecho, claro. Pero querer ayudaría a evitar errores que echen al trasto esforzados intentos de construcción partidaria. ¿La polarización y los resultados que nos deja la elección constituyen un mejor espacio para construir partidos? Tal vez sí, hay incentivos, pero no es seguro. Veo más probable la precariedad que un resurgir de partidos.

Democracias débiles

La debilidad partidaria es nuestra condición desde inicios de los noventa. A pesar de cierto optimismo con la llegada de la democracia en el año 2000, no resurgieron los viejos ni surgieron nuevos. Escapa a mi objetivo explicar por qué. Para el interesado, la ciencia política tiene toda una agenda que explora las razones por las que estos tiempos no son buenos para construir partidos 3. En parte porque ya no son tan necesarios como antes para ganar y gobernar. La ausencia de medios de comunicación masiva y el conflicto con actores antidemocráticos hacían necesario tener redes y militantes que promovieran al partido; militantes de donde podría salir el personal calificado de llegar al poder. Hoy con campañas en medios masivos y virtuales, y donde la competencia es más abierta, esas necesidades son menores (aunque no irrelevantes como veremos al final). También han perdido la novedad; la militancia en un partido es menos atractiva y necesaria para participar en la política que en el pasado, además de la pérdida de legitimidad de muchos partidos tradicionales que espantan la participación.

Pero también esta dificultad de construir partidos se da porque donde colapsa el sistema de partidos parece más difícil volver a echarlo a andar. Mientras haya uno o dos partidos organizados con cierta militancia y organización local, de alguna manera los rivales también deberán buscar cierta articulación para reducir esas ventajas. Si todos han colapsado, y ninguno de los nuevos se esfuerza por fortalecerse, pues hay menos incentivos para construir organización.

Lo que me interesa resaltar aquí es lo que se pierde por no tener partidos. Sin idealizarlos, obvio, pues hace tiempo sabemos que los partidos pueden también ser antidemocráticos, clientelistas y corruptos. Hay sociedades políticas donde los partidos se vinculan por medio de dádivas con la población, construyen formas de representación basadas en la desigualdad, son autoritarios o forman carteles de corrupción. En extremo, se convierten en representantes solo de sus parciales, atacando y excluyendo a sus opositores, negándoles representación en la comunidad política. No hay que equiparar partidos con procesos positivos. Pueden traer muchos efectos negativos.

Pero en general no tener partidos sí hace más difícil que se den una serie de procesos positivos que lleven a una mejor política. Dificulta representar intereses y debatirlos, canalizando y recogiendo los intereses sociales. Lo sabemos bien en el Perú. Votamos cada cinco años, se forman bancadas en el Congreso en función de lo que dicen los candidatos presidenciales, pero con frecuencia esas bancadas no representan ni remotamente el discurso de esos candidatos.

Además, la debilidad organizativa da como resultado una pobre articulación de agendas territoriales, dificultando que haya correas de transmisión de lo local hacia la política nacional. Carecer de una organización también debilita a los encargados de empujar políticas públicas desde el Congreso o el gobierno. Les cuesta más a los partidos débiles atraer personal técnico o personas dispuestas a jugarse su prestigio en la política. Y sin ese personal técnico no solo es más alta la posibilidad de gobernar mal, sino que se depende de personal nuevo cuya calidad, ideario y honestidad se desconoce. En general, carecer de partidos incrementa la precariedad de los políticos frente a grupos de interés de todo tipo que tendrán mayor llegada e influencia o mayor capacidad de golpearlos si se oponen a ellos. Finalmente, partidos precarios son barreras limitadas frente al riesgo de Presidentes autoritarios que gocen del apoyo de la población y busquen expandir su poder.

El actual Congreso de la República muestra en forma superlativa los límites de esta debilidad partidaria. Es como haber tocado fondo tras creer que habíamos tocado fondo. Intereses fragmentados, políticos amateurs y actores corruptos construyen un combo de representación que lleva a una política disfuncional, atrapada en cámaras de eco, centrada en la búsqueda del aplauso fácil, la irresponsabilidad y también la corrupción. No hay agendas de mediano plazo ni proyectos de reforma. La fiscalización es cosa de vendettas, no de procesos de rendición de cuentas.

El quinquenio ha sido terrible en términos de conflicto entre poderes. Al inicio lo asociamos con la hegemonía de un partido político con pataleta en el Congreso y sus intereses subalternos. Éste último año vemos que el problema es más grande. Porque lo que vemos hoy puede tranquilamente ser el próximo Congreso, el partido hegemónico ya no existe, pero la fragmentación y polarización sí. Ese estado de cosas puede ser nuestro nuevo estado normal. Nada de lo que arroja la elección presidencial hasta ahora hace pensar que tendremos un mejor Congreso este quinquenio. Es más, gane quien gane la elección en segunda vuelta, se avizora que dicho conflicto se mantendrá, ahora con un componente ideológico más fuerte, que puede llevar a que se haga uso de los mecanismos constitucionales para vacar al presidente o para “disciplinar” a la representación con la amenaza de la disolución. El resultado de una disolución podría ser más continuidad fragmentada, ósea continuidad, o quizás una nueva concentración de poder salida de la polarización y el conflicto, lo cual tampoco avizora algo bueno.

Gobernar y sobrevivir

Dan ganas de decir que haber tocado fondo es el inicio de algo nuevo y mejor. Pero lo más probable es que sigamos igual o incluso un peldaño más abajo por un tiempo largo. O peor, como mencionamos antes, que esta situación lleve a conflictos entre el Ejecutivo y el Congreso que den lugar a un endurecimiento autoritario. Hemos entrado en una dinámica en la que es más probable la continuidad de debilidad que la construcción de mejores partidos.

Sin embargo, también en estos años hemos visto que sí es posible poner cimientos de nuevos partidos y que lo que corta esos difíciles procesos son con frecuencia errores de sus liderazgos. Esos partidos que fallaron, aunque no nos gusten los nombres, dejan lecciones de lo que puede lograrse si se trabaja con cuidado y apostando por mantener lo ganado. El fujimorismo será recordado como el mayor dilapidador de capital político en la historia peruana. Si bien distaba de ser un partido fuerte, logró que su marca valiera a nivel local. Su conducta en el Congreso terminó con su relativa fortaleza, como se vio en la elección local del 2018. Acción Popular tras algunos buenos resultados en elecciones locales estaba abriendo un espacio mesocrático, un votante de regiones y clases medias urbanas comenzaban a reconocer la lampa como una opción con cierto discurso programático. Las acciones del actual Congreso han sido nocivas para ese mayor reconocimiento y el espacio que se iba construyendo. La relativa buena performance de Yonhy Lescano en la campaña electoral se da por haberse opuesto a los líderes del partido, no solo por el símbolo. Volver a limpiar la lampa será muy difícil, más allá de que todavía tiene mayor reconocimiento que otros partidos. Finalmente, las peleas internas que dividieron el Frente Amplio el 2017, apenas un año después de su buen desempeño electoral, muestran cómo las capillas ven diferencias donde los que están fuera ven similitudes. Un Frente Amplio unido todo el quinquenio hubiese permitido posicionar el símbolo en elecciones locales, tomar posición en momentos clave de estos años. Ayudados por la expectativa de contar con una candidata fuerte en el 2021 podrían haber capitalizado el malestar y limitado el surgimiento de opciones más duras e improvisadas.

¿Es la polarización de segunda vuelta un contexto más favorable para construir partidos? Podría serlo; la polarización suele incrementar la necesidad de organización para enfrentar a los adversarios. En Perú Libre hay una vocación de construcción partidaria, sin duda la dura oposición que deberá enfrentar incrementa los incentivos de fortalecer una organización que articule y represente a sus votantes. Y por el lado de la derecha, desde las más duras hasta las moderadas, queda claro que su fragmentación y débil articulación fuera de Lima los han dejado en una isla urbana de altos ingresos, lo que les impide ser competitivos en elecciones. Del centro y similares, ni qué hablar: diezmados en términos organizativos y de representación, si no se organizan, difícilmente alcanzarán relevancia. Estas urgencias y vulnerabilidades deberían llevar a mayores articulaciones y esfuerzos para construir partidos. La precariedad actual de estos grupos, sin embargo, hace apresurado concluir sobre la posibilidad de que nazcan partidos fuertes. De hecho, el 2011 se dijo lo mismo sobre la polarización que dejaba la segunda vuelta y, salvo el caso del fujimorismo, no hubo esfuerzos en esa dirección. Sobra decir que muchos de estos esfuerzos podrían no llevar a partidos plurales y con vocación democrática.

Todo esto nos enseña que construir partidos es difícil, pero se puede y los errores se pagan. Sería bueno recordarlo en la situación actual, donde queda muy claro que para gobernar bien e impulsar reformas se requerirán bancadas sólidas, con ideas comunes, que protejan al Ejecutivo. Y cada vez queda más claro que sin vínculos territoriales es muy difícil acercarse a problemáticas locales que le explotan al gobierno sin aviso previo. La gran lección de los últimos años deja claro que gobernar y sobrevivir hacen necesaria más organización que antes. Y para quienes quieran participar en política para hacer reformas para el desarrollo, pues mucho más necesario. Ojalá, como decía antes, que si se da esta ruta sean partidos democráticos y no parcialidades furiosas. Se abre un nuevo quinquenio y haríamos bien en verlo como una oportunidad de construir una mejor representación por más que los antecedentes indiquen que lo más probable sea que vayamos a más años de desarticulación y debilidad, ahora con más polarización ideológica.

Footnotes

  1. Sobre el sistema de los ochenta y su debilidad puede verse: Mainwaring, Scott y Scully, Timothy. «Introduction». En: Scott Mainwaring y Timothy Scully, eds. Building Democratic Institutions: Party Systems in Latin America. Stanford: Stanford University Press, 1995.

  2. Desde inicios de los noventa ya se llamaba la atención sobre el fenómeno: Levitsky, Steven y Cameron, Max. «Democracy without Parties? Political Parties and Regime Change in Fujimori’s Peru». Latin American Politics and Society, vol. 45. Malden: John Wiley & Sons Inc., 2003, pp. 1-33. Diversos trabajos en política comparada han resaltado el colapso sin resurrección del sistema de partidos peruano.

  3. Levitsky, Steven; Loxton, James; y Van Dycke, Brandon (2016). «Introduction». En: S. Levitsky, J. Loxton y B. Van Dycke, eds. Challenges of Party-Building in Latin America. Cambridge, Cambridge University Press.

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