Portátiles musicales
El profesor de la Universidad Nacional de Música (ex Conservatorio) José Ignacio López Ramírez-Gastón impulsa un Ensamble de Laptops, iniciativa atípica en nuestra escena artística
¿Arte o ciencia? Durante sus inicios, a finales de los años cuarenta, la música electrónica académica —que estalló junto al Concretismo y sus diseños sonoros en base a piezas registradas con grabadoras—, buscaba el control total del sonido. La facultad de encontrar la nota pura a través de osciladores y frecuencias, de la música electrónica posterior, sería el camino hacia la anhelada perfección. Este panorama no fue la excepción en Perú. No obstante, aquella escena tuvo particularidades que la hacían distinta a Europa y otros puntos culturales hegemónicos de la experimentación occidental. Así lo narra el autor de “La nueva guardia. Visiones sobre la música electrónica en el Perú”, José Ignacio López Ramírez-Gastón, músico y docente quien nos relata la crónica de su investigación y de un proyecto nunca antes experimentado en el país que lo tiene sujeto en cuerpo y espíritu: El ELUNM - Ensamble de Laptops de la Universidad Nacional de Música (UNM, ex Conservatorio). Esta iniciativa nació como parte de las investigaciones del Laboratorio de Música Electroacústica y Arte Sonoro que él coordina en esta casa de estudios.
No deja de llamar la atención que una entidad estatal como la UNM, arriesgue al cobijar la intrépida y a todas luces novedosa propuesta —para estas conservadoras tierras— de José Ignacio. “Somos el primer ensamble de laptops del país, y el primero dedicado a la ejecución de música electroacústica”, señala orgulloso. Sin duda, ésta constituye una de las pequeñas iniciativas desde la institucionalidad educativa y cultural que impulsan la investigación artística innovadora, a distancia y a contrapelo de los grandes bloques del burocrático organigrama estatal. “Experiencias de este tipo existen en la Universidad de Standford en Estados Unidos, y en América Latina en países como Argentina, Brasil y Chile”, comenta.
Fue en 1992 cuando López Ramírez-Gastón tomó contacto cercano con el mundo de las máquinas en Ohio, Estados Unidos, viviendo en soledad, sin un alma refractaria con la que armar una banda de metal, el género que más escuchaba y ejecutaba en Perú. “Me compré un ‘sampleador’ y una caja de ritmos, varios aparatos”, cuenta. El romance se hizo completo. “Me inicié haciendo electrónica popular, dance, cosas para bailar. Pero siempre quise hacer música más intelectual. Me interesaba la electrónica como potencial poético-creativo”. El artista cayó en la cuenta que no había empatía con la fiesta. “Hice mucho de intervenciones en espacios públicos, electrónica y poesía”.
Cómo inició el renacimiento
El Festival Contacto organizado por el Centro Cultural de España en Lima y Juan Carlos Barandiarán, en 2004, “convocó a distintos intérpretes y compositores de la Electrónica Latinoamericana, unificó un montón de mundos”, hace memoria José Ignacio. “Incluso estuvieron maestros como Edgar Valcárcel y Flo Menezes, músico paulista, alumno de Stockhausen”. Fue entonces, según López, que se dio una nueva valoración a la música electrónica académica, que para entonces había desaparecido un poco del mapa.
Archivo de José Ignacio López Ramírez-Gastón</em>
“Mucha gente venía de la electrónica popular y no pertenecían a una tradición. No había un linaje de músicos electrónicos. Lo que caracterizó mucho al quehacer musical del género fue el trabajo de figuras como César Bolaños, Valcárcel y posteriormente, Arturo Ruiz del Pozo y José Sosaya Wekselman, que experimentaban con la electrónica pero no tuvieron continuidad ni eco en sus áreas de trabajo”, refiere José Ignacio. Se trataba de artistas individuales que intentaron hacer cosas o que encontraban en el camino estas posibilidades de experimentación al confrontar otros mundos musicales: Bolaños en Nueva York, Ruiz del Pozo en Inglaterra y Sosaya en Francia.
Quizás es por ello que José Ignacio intenta dar forma a una cultura electrónica académica en el Perú, “puesto que casi no existen espacios. El único que abrió sus puertas a este tipo de experimentación sonora a nivel académico fue el Conservatorio”. El único laboratorio de Electroacústica que poseemos, cuenta José Ignacio, se encuentra en la actual Universidad Nacional de Música. Sus autoridades, Carmen Escobedo Revoredo, presidenta de la Comisión Organizadora de la Escuela y la maestra Lydia Hung Wong, vicepresidenta de Investigación, apuestan del todo por propuestas que expanden el campo artístico y científico. “Los estudiantes comprenden que la música electrónica es parte de su historia musical, en comparación a universidades y escuelas que forman en música popular pero ven lo electrónico solo como elemento mediador o aporte logístico”, refiere López.
Frecuencia sonora
Detrás de su instrumento, una computadora portátil Mac de Apple —protagonista en una suerte de mesada futurista conectada a un panel con todo tipo de controles y cables—, José Ignacio manipula con técnica y virtuosismo un software llamado Pure data (Pd) creado por el matemático y músico norteamericano Miller Puckette, y aprendido por él en la Universidad de California. Parece prepararse para un viaje interestelar. En breve, Pd es un lenguaje de programación visual para diseñar y “componer” piezas musicales y obras multimedia. Desde allí inventa universos, interviene zonas de espectro sonoro y dirige. “Una ventaja actual es el acceso al instrumento y el software libre. Una laptop respetablemente operativa —que no se cuelgue— y algún otro requerimiento técnico mínimo, es suficiente”, señala.
El joven abogado Álvaro Ocampo Grey cursa actualmente el sexto ciclo de la carrera de Composición Musical en la Universidad Nacional de Música y forma parte del Ensamble. Todos los que forman parte del grupo son futuros compositores. Álvaro nos cuenta que al operar una laptop, la diferencia con tocar un instrumento convencional —como una guitarra, bajo o piano— se encuentra principalmente en los timbres. “Puedes jugar con cualquier elemento pregrabado, editarlo, manipularlo, añadirle efectos en tiempo real, así como manipular la onda misma a través de osciladores y sintetizadores”, relata. Además, “mediante objetos de programación que regulan los intervalos de tiempo, puedes automatizar ciertos procesos en caso lo consideres necesario. El tener tanta posibilidad de control sobre tantos parámetros y sobre el sonido mismo, trae como consecuencia en la práctica, que no pueda controlarse todo en una performance en vivo. Esto genera piezas con un control de estructura, pero con ciertos elementos librados a la improvisación”, añade. “En la práctica puede parecer que no se está haciendo mucho cuando ves a alguien apretar botones y teclas frente a su laptop, pero el proceso mental es una aproximación compleja, similar al de la interpretación de un instrumento acústico, en un contexto diferente”, cuenta Ocampo.
Una de las últimas presentaciones en vivo del Ensamble tuvo lugar en su sede, en la UNM. “Contó con un banco de sonidos pregrabados para manipular en vivo con procesos de efecto y filtraje digital, conforme a una estructura que estaba predefinida”, detalla Álvaro. “Existía una pieza, pero además mucho proceso de improvisación”. Ocampo también cuenta que “puede automatizarse por completo la reproducción de una pieza y dejarla lista tal cual, incluso para que suene distinto cada vez que se reproduzca, depende de lo que se desee”, cuenta. En este concierto se presentaron dos versiones del ELUNM, pues ya se cuenta con suficientes alumnos interesados y participando.
La opción de realizar anotaciones alternativas para escribir lo que se va componiendo es usual, aunque claro, no se trata de una partitura tradicional ya que es más complicada de producir y de leer, lo cual también le da una liberación estética y expresiva, no obstante, existen piezas que solo podrían ser generadas y reproducidas mediante una computadora. Por su parte, José Ignacio ve el porvenir como una mezcla amable de sonidos. Considera que los espacios para la electrónica aún están en etapa de implementación y su historia está escribiéndose con tesón y mucha creatividad. El reto está en liberarse de la tecnofobia, de pensar que aquello que musicalmente hablando no es convencional, pasa a ser parte de lo desechable. La tecnología tiene infinitas posibilidades de expresión, basta que haya técnica, creación y necesidad de comunicar. El futuro está escrito. Este lenguaje, de alguna manera, es posible justamente por los procesos del nuevo pensamiento que implica, modula y genera la informática.
Posdata
“Ante la llegada de la pandemia del COVID-19 la sociedad ha puesto su atención en las comunicaciones y conciertos virtuales, y la tecnología se ha vuelto un ingrediente indispensable para las actividades musicales, ya sea de creación o de difusión. En este contexto la respuesta natural del ensamble fue experimentar con las opciones de transmisión no presencial empezando la organización de un proyecto que les permita usar el software para transmitir información desde múltiples locaciones a una computadora central que convierta estas instrucciones en sonido”, retoma López Ramírez-Gastón. Para diciembre de 2020, el ELUNM tiene programado su primer concierto remoto, en el que cinco miembros del ensamble estarán tocando en total sincronía desde diferentes lugares de la ciudad”, cuenta. José Ignacio - “Nacho” para los amigos- piensa que se trata de un evento histórico en el Perú en cuanto al desarrollo de la ejecución musical computarizada. “La idea de atraer lo lejano o vencer a la distancia presente en nuestra vida cotidiana a través del ingreso triunfal en nuestra historia de máquinas como la televisión o el teléfono, es ahora acompañada por una visión en la que la distancia de ser un obstáculo pasa a convertirse en un espacio para compartir destrezas y estilos de ejecución musical. Esto quiere decir que nos movemos rápidamente rumbo a la telemúsica”, finaliza.