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Qué república

El racismo y la discriminación pasiva

El racismo y la discriminación pasiva
Ivo Urrunaga | @ivoteou

Las principales discriminaciones en nuestra realidad recurren al modo de la omisión, apuntan a algo que falta. Cuando en alguna circunstancia este modo no es suficiente, generalmente ante un conflicto por derechos, se recurre a una modalidad explícita, pero las más de las veces son los hábitos de la vida cotidiana los que se encargan de normalizar las diversas formas de desigualdad en las que nos movemos. Esta es la idea que me interesa presentar en este texto.

Ciertamente el racismo es hoy una preocupación y una urgencia a escala global. Al momento de escribir estas palabras es inevitable tener presentes las masivas manifestaciones contra el racismo que han tenido lugar durante este fatal año 2020 en Estados Unidos y en las principales ciudades europeas vinculadas de alguna manera al colonialismo. De un lado, violencia policial reiterada, despiadada, contra ciudadanos por su condición racial. De otro, el hecho que estas escenas, al ser grabadas en el momento de su ocurrencia, pueden ser vistas por millones de personas generando indignación en medio de una sociedad políticamente muy polarizada, como ha sido el caso durante el gobierno de Trump. Enormes manifestaciones en ciudades norteamericanas, así como en las exmetrópolis coloniales europeas, han estado en el centro de la atención pública global, incluso en estos tiempos de pandemia. Igualmente se dan a conocer con regularidad en las redes sociales escenas registradas en espacios públicos donde aparecen agresiones contra migrantes.

De las tres variantes históricas de regímenes de exclusión racial que más resonancia tuvieron en el siglo XX, las del régimen nazi contra la población judía, 1 el apartheid de Sudáfrica y el racismo norteamericano, es éste último el que más presencia ha mantenido en los debates políticos y en cierto modo se ha convertido en un modelo para la comprensión del racismo. Se trata de procesos políticos donde el gobierno y la figura misma del gobernante suelen encarnar la contradicción política de la interpelación racial.

Discriminación: la via activa y la via pasiva

La manera de encarar la cuestión del racismo en nuestra sociedad peruana presenta algunas similitudes y también algunas diferencias con las situaciones anteriormente referidas. El obvio elemento de continuidad es la discriminación, ya sea por la vía activa del insulto, la humillación y demás formas de agresión, ya sea por la vía pasiva de la simple invisibilización de quienes se considera que no son interlocutores válidos: simplemente no se les escucha ni se les dirige la palabra. Generalmente nos llama la atención la discriminación por la vía activa, y somos bastante menos atentos a la discriminación por la vía pasiva. Para quien la padece, sin embargo, esta última forma es más hiriente pues no resulta tan manejable como defenderse de una agresión explícita.

Aparte del antisemitismo, que es de una presencia más bien marginal en nuestra cultura,2 el racismo ha estado históricamente vinculado con la población de origen africano y con una práctica específica de la modernidad: el tráfico de esclavos. Se confunde el primitivismo moral de la esclavitud con su antigüedad. De hecho, no es una institución antigua, se trata de una institución inherente al surgimiento del capitalismo. En la Antigüedad, la esclavitud era una consecuencia de las guerras y por lo tanto había una proximidad geográfica, es decir, una gran similitud de tipos físicos. La esclavitud como un comercio lucrativo y para fines de la producción capitalista, -en especial la dirigida a plantaciones en el Caribe, Brasil o el sur de Estados Unidos y con poblaciones de otro continentes, separadas por un océano-, es un fenómeno propio de la modernidad.

Sería un error en varios sentidos restringir el racismo a la población de origen afro. Se trata probablemente de la variable más cruda y extrema, pero en modo alguno se trata de un orden binario blanco/negro+ otras minorías. Este es un punto clave que otorga una aparente dificultad para la comprensión del racismo. Más que un orden binario -que está presente aunque de manera subordinada- existen apelaciones explícitas a una inferioridad humana, es decir, un racismo definido por la situación. En la mayor parte de casos, pero no en todos, el racismo lo determina la situación antes que una clasificación binaria genérica. Es la situación la que determina la apelación racial.

Racismo definido y racismo por definir

Las situaciones en la vida cotidiana son múltiples ¿Cómo reconocer aquellas propicias para la irrupción racista? Empecemos por distinguir las situaciones donde hay un racismo definido, de antemano, de aquellas en las que hay un racismo instrumental o por definir, a posteriori. El primero ocurre en establecimientos donde hay algo parecido a una definición previa, la modalidad ‘whites only’, clásicamente se trata de la entrada a discotecas en balnearios de veraneo o en playas donde se presume un modo de vida homogéneo y donde la exclusión es, por otra parte, un elemento de seducción para quienes son admitidos.

El racismo a posteriori, de manera característica, es el que está al servicio de resolver un conflicto en el que se está en una posición inicialmente desfavorable. Cada vez son más frecuentes los casos de desacato a una autoridad pública que son mediados por alguna apelación racista: el policía agredido que pone una multa por una infracción de tráfico a una señora en una camioneta o que ha propiciado un accidente; el profesional agresivo a quien un policía le llama la atención por circular fuera de los horarios permitidos durante la cuarentena por el COVID-19; en estos caso no hay una apelación racial sino a la educación que, como veremos luego, es de crucial importancia. Son todavía más frecuentes los desacatos, mediados por una interpelación racista, contra funcionarios municipales con funciones de vigilancia, serenos. Las situaciones pueden ser aún más violentas si se trata de un conflicto entre particulares en una tienda o en un accidente de tránsito. En todos estos casos la invocación racista está al servicio del intento de definir favorablemente una situación en principio adversa. Esta es una figura donde lo que llama la atención es el deterioro de la legitimidad de una autoridad pública. En todos los casos se trata de afirmar la inferioridad de la otra parte.

He mencionado unas pocas variantes del racismo definido y el racismo a posteriori y sin duda se podrían agregar muchas otras situaciones. Caso aparte es el del acoso en la infancia o pubertad en los establecimientos escolares, donde se producen heridas en el yo que muy probablemente seguirán presentes durante la vida adulta.

Una variante reciente pero significativa son las posteriores retractaciones cuando el incidente es hecho público y es objeto de una amplia reprobación. En no pocos casos se niega la condición racista de quien ha hecho las intervenciones agresivas. Sin duda aquí hay un desfase entre las suposiciones del agresor racista, que creyó estar actuando respaldado por un sentido común unánime al momento de la agresión, y los cambios en curso en las corrientes de opinión de la sociedad. Son reacciones que son muy nítidas en la interacción pero que son menos distinguibles en la esfera pública en general: es el racismo por la vía pasiva. Dicho de otro modo, su eficacia radica en lo que no dice, en el silenciamiento de los derechos.

Aquí ya no estamos en el terreno de la suma de anécdotas. Es un trasfondo que se despliega a partir del silenciamiento de los derechos. Su punto de partida es la naturalización de las desigualdades. Tampoco se trata de una naturalización explícita como podría ser en un orden aristocrático donde habría espacio para las regulaciones legales, como es el caso de las actuales monarquías constitucionales que existen en diversos lugares. Se trata de algo muy distintivo de la mayoría de sociedades latinoamericanas.

El deseo aristocrático y la angustia ante la democracia

Luego de las guerras de independencia hubo una legalidad republicana que convivió, y convive, con un deseo aristocrático que con la excepción del periodo de Maximiliano en México, no se materializó en una forma política correspondiente. La contraparte de estas elites fue la angustia ante la democracia, la ciudadanía como la presencia del populacho intimidante. La transacción entre un deseo aristocrático políticamente inviable y una ciudadanía definida como amenazante fue la vía de la discriminación pasiva. Con muy pocas excepciones, se trató del establecimiento de hábitos antes que de leyes para el manejo de los asuntos públicos.

Estamos hablando de un extendido régimen de servidumbre, de relaciones de subordinación, antes que de una explícita separación legal, como fue el caso de las experiencias de segregación racial más representativas del siglo pasado que mencioné al inicio de este ensayo. Con una excepción, que en la práctica no llegó a materializarse,3 las leyes no fueron explícitas en cuanto al recorte de derechos. Simplemente no se los mencionó. Lo que puede verse como una indefinición en los términos legales tuvo como contraparte un conjunto de costumbres que aseguraban la continuidad de las relaciones de subordinación. A partir de esta condición de subordinación se fue creando todo un mundo social, o mejor sería decir un conjunto de mundos sociales, en un país hasta ahora deficientemente comunicado, donde las expresiones sobre ‘las zonas alejadas del país’ continúan en plena vigencia.

Un recurso fundamental para la discriminación pasiva fue la exclusión del mundo de la escritura. La escuela pública no tuvo una presencia memorable en el primer siglo de existencia republicana. En efecto, cómo asegurar una común referencia a las leyes, que son por definición materiales escritos, si la difusión de la capacidad de leer y escribir era muy limitada. Es algo más que una consideración fáctica sobre la cantidad de personas que estarían al margen de la escritura. Los propios grupos dominantes no se tomaban en serio la palabra escrita, al punto de no crear una cultura política de acatamiento de la palabra escrita, por ejemplo, una élite que hiciera del legalismo una convicción arraigada.

La evangelización y la lógica de la subordinación transitoria

En los regímenes racistas clásicos, el ideal social consiste en la separación. La categoría de raza se mostró muy apta para imaginar la separación. Quiero decir, que primero fue la necesidad de la separación y en función de esa necesidad práctica se elabora el concepto. Las explicaciones usuales de la raza como ‘construcción social’, sin sustento ‘biológico’, eluden la cuestión básica práctica: entender el orden como separación, expulsión o, como en el siglo XX, el exterminio. Es la práctica la que da su razón de ser al concepto y no al revés, como sostiene un idealismo actual muy en boga.

La lógica del régimen colonial español y por extensión el de la era republicana, no se basó tanto en la separación como en formas de integración subordinadas en las que la evangelización se convirtió en una matriz cultural profunda. La idea era cómo pasar de la religión pagana a la religión verdadera. Eso implicó la persecución y destrucción de lugares de culto para establecer en su reemplazo los cultos católicos. La evangelización supone una lógica de tránsito, pasar de una condición a otra. Un momento crucial es que esa transición nunca iba a ser completa. De haberlo sido se habría perdido su razón de ser. Si los indios -tal era el nombre dado a los pueblos originarios de nuestras tierras- hubieran sido plenamente evangelizados, es decir católicos de pleno derecho, la dominación colonial habría perdido su razón de ser. La huella de eso persiste hasta nuestros días: en el Perú hasta ahora no hay un santo indio.

Lo que se estableció en un primer momento entonces fue una lógica o una cultura pública de la subordinación transitoria. Los tipos humanos no eran, como sugiere el concepto de razas, sustancias mutuamente repelentes; se trataba más bien de diferencias de grados, como corresponde a un orden de gradaciones jerárquicas. Una muestra de esa cultura de la subordinación transitoria son las clasificaciones españolas coloniales de tipos humanos que caracterizan cada mezcla posible hasta la exageración. Es importante reconocer sin embargo que por lo menos hasta el siglo XVIII se mantuvo una aristocracia de linaje inca, que ciertamente era la más interesada en la culminación del proceso de evangelización para acabar con la legitimidad del régimen colonial.

La República y la ‘fusión de sangres y la separación de manos’

En la república, la evangelización desaparece como discurso legitimador de un orden y se instaura lo que podríamos llamar su versión secular: la servidumbre pura y dura. El despojo de tierras de comunidades durante el siglo XIX está abundantemente documentado, así como la expansión de haciendas. Ésta, la hacienda, se convierte gradualmente en un símbolo político, aparte de su condición de unidad económica. La forma de la autoridad pasó de la burocracia colonial a la figura del hacendado. Lo distintivo de esta condición era la propiedad y el régimen de servidumbre, antes que una separación racial. De hecho hay razones para pensar que un modelo de ciudadanía basada en el principio de igualdad ante la ley y en alfabetización extendida no estuvo entre las prioridades públicas.

La servidumbre se convirtió en el modelo social ideal durante el primer siglo de existencia republicana. Esto implicó un modelo que ya antes he referido como el de ‘fusión de sangres y separación de manos’.4 El punto crucial, antes que una separación de razas fue una tajante distinción entre el trabajo manual y el disfrute de la renta o trabajo intelectual. El trabajo manual, por su misma naturaleza, inferiorizaba a quien lo realizara. La principal seña social no era en primer lugar la raza sino la ocupación. Esta tendencia con el paso del tiempo no ha hecho más que radicalizarse. Algunas huellas de eso pueden apreciarse en la cultura de masas en la actualidad: en las telenovelas o comedias es raro ver a un protagonista que haga algún tipo de trabajo doméstico, salvo que ese sea su cargo, mayordomo o mucama. Rara vez se ve a los protagonistas realizando alguna actividad vinculada al trabajo manual, lo cual genera una particular artificiosidad que no es el caso explorar en esta ocasión.

Naturalmente las diferencias en la piel, en el tipo físico siempre estuvieron presentes, pero de un modo subordinado a las formas de trabajo. Esta afirmación puede merecer en la actualidad un comprensible escepticismo. Lo que propongo es un asunto de orden: el factor que definía la condición inferior era en primer lugar el tipo de trabajo, a partir del cual se establecía la categoría racial. Había, y hay, trabajos superiores y trabajos inferiores y éstos definen la situación en cada caso. Esto le dio una excepcional importancia a la dimensión espacial de la segregación. Ciertas zonas de las ciudades, o ciertas regiones fueron asociadas con determinado tipo de trabajo. Una de las razones de la discriminación a ‘la sierra’ en ciudades de la costa, no es a la geografía como tal sino al tipo de actividad: de alguna manera ‘la sierra’ se concibe como espacio de peones de hacienda, por lo tanto de gente no escolarizada, no instruida. De manera correspondiente, en las ciudades andinas el estigma hacia la gente del campo por ‘supersticiosa’ es moneda corriente hasta nuestros días. Ésta es una de las tantas razones por las que en el Perú actual la discriminación espacial se convierte prácticamente en un equivalente de la discriminación racial.

La educación pública contra el racismo

El peor adversario que tuvo el régimen de la hacienda fue la escuela. No se ha hecho suficiente énfasis en la amenaza que representaba la escolarización de la mano de obra para el régimen de servidumbre. La escritura, antes que un régimen de disciplinamiento fue una posibilidad de democracia. Este vínculo entre cultura escolar y democracia lo vio con mucha claridad José Antonio Encinas, un demócrata radical del siglo XX, para quien aún está pendiente un reconocimiento a la altura de sus contribuciones. Su texto ‘Un Ensayo de Escuela Nueva en el Perú’ (1932) en el que cuenta su experiencia como director de la escuela primaria 881 en la ciudad de Puno a inicios del siglo XX, es probablemente el mejor alegato en favor de la democracia escrito en ese siglo.

De lo anterior se sigue una enseñanza especialmente importante: el lugar central de la educación pública para la formación de una cultura igualitaria y democrática. Esta observación es importante para la comprensión de los actuales conflictos en nuestra vida pública.

Es ampliamente reconocido que uno de los hechos por los que es más recordado el gobierno militar del general Velasco (1968-1975) es por la ley de Reforma Agraria de 1969. No sin razón éste es un punto de encuentro entre detractores y defensores de ese periodo. Esa medida implicó la destrucción del símbolo de la autoridad pública: la hacienda y el poder omnímodo del hacendado. La naturalidad que gozaban las relaciones de servidumbre desapareció. Fue ciertamente un momento de grandes posibilidades para establecer formas más igualitarias de trato en la ciudadanía... pero no fue el caso.

El punto de vista que sostengo es que la mejor barrera contra las diversas formas de discriminación, incluyendo el racismo, es un sólido sistema de educación pública, desde la escuela primaria hasta los más altos grados universitarios. ¿Qué sucedió luego de la salida del gobierno militar y el periodo de gobiernos civiles desde 1980 hasta la actualidad? Entendámonos: luego de la Reforma Agraria, la propiedad de la tierra dejó de ser el símbolo supremo de prestigio y autoridad. Mi punto de vista es que ese lugar diferenciador y de acceso al poder se trasladó al terreno educativo. El camino elegido fue una creciente e indetenible privatización de la educación. No solamente fue la satanización de la reforma educativa puesta en práctica durante el gobierno militar. En la educación superior empezó a haber un trato muy diferenciado entre universidades privadas y públicas, donde las primeras tienen una participación cada vez más creciente en la gestión del Estado.

La educación se convirtió entonces en el principal factor discriminatorio, de una manera sutil y gradual hasta haberse normalizado en la actualidad. A tal grado que simplemente ha desaparecido de la agenda pública. Estamos en medio de un proceso de extinción de la educación pública en nombre de la privatización, y todos estamos muy tranquilos. El carácter subordinado de la educación pública a la privada hoy en día no tiene el menor cuestionamiento. En una clara muestra de discriminación pasiva, la Constitución de 1993 simplemente no menciona el derecho a la educación en su articulado. Es la única de Sudamérica que ha alcanzado ese extremo, ni siquiera la Constitución chilena pinochetista de 1980 llegó tan lejos.

¿Qué cultura igualitaria es posible defender si nos encontramos en medio de un proceso de extinción de la educación pública? La escuela pública, la universidad pública se han convertido en el lugar asignado para los pobres, los choleados, los racializados y de eso mejor no hablar.5 Hemos llegado al punto en que ni siquiera importa la calidad de la educación recibida, con tal que sea ‘privada’. El gran negocio de las universidades se ha convertido en trampolín político para sus propietarios, con instituciones por lo demás irrelevantes en sus contribuciones académicas. Este modelo en curso, activa y sibilinamente promovido por el Estado, es la reproducción de la desigualdad, de la ciudadanía recortada. Si antes las razas se desprendían del modelo de servidumbre de la hacienda, ahora el terreno del conflicto se ha trasladado a la educación.

La conclusión que puede extraerse es sombría: lo más probable es que en la medida que se radicalice el proceso de extinción de la educación pública el racismo continuará su agresiva tendencia a reproducirse y expandirse. Si bien hay una creciente cultura contra toda forma de discriminación, lo cierto es que la educación privatizada tiene también una fuerza creciente como parte de una política de Estado.

Sin una educación pública universal es inútil pretender superar una cultura de la desigualdad de manera radical.

Footnotes

  1. El antisemitismo es una vertiente cultural que se puede rastrear desde por lo menos la Edad Media. Al respecto, una referencia bibliográfica entre muchas, es la de Norman Cohn: Los demonios familiares de  Europa que además trae abundante material sobre la caza de brujas en Europa Central. Trad cast. Madrid Alianza Editorial.

  2. Marginal en los aspectos raciales pero no en los religiosos. Aparte de las acciones de la Inquisición durante el período colonial y su obsesión con los ‘cristianos nuevos’, en la República durante el siglo XIX la libertad de cultos era inexistente en la práctica.

  3. En 1979 el Jurado Nacional de Elecciones creó el Registro de Inscripción de Analfabetos (RIA) que produjo un documento, una libreta de color rosado, con derechos ciudadanos recortados: solamente serviría para participar en las elecciones municipales, no para las generales. La medida quedó sin efecto porque la Constitución de ese año aprobó, no sin debates, el voto universal. Véase: ‘La nación casi aparte. El debate sobre el derecho al sufragio en la Asamblea Constituyente de 1979’. En: Nugent, Guillermo: Errados y errantes. Modos de comunicación en la cultura peruana. Lima, Ed La Siniestra, 2016. pp.141-178.

  4. Véase ‘El poder delgado. Fusiones, lejanías y cercanías en el diseño cultural peruano' en: Nugent, Guillermo: Errados y errantes. Modos de comunicación en la cultura peruana. Lima, Ed La Siniestra, 2016. pp. 47-83

  5. Pero en la calle sí se habla. En uno de los incidentes mencionados al principio de este texto para ilustrar el racismo como definición de la situación, un poblador de San Isidro le dice a la autoridad : ‘No tienes plata para estudiar en la universidad, por eso eres policía’.

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