Pesapalabra: acciones ordinarias de consecuencias extraordinarias
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En toda buena revista, más que en un libro, se impone ante el primer contacto la afirmación de Marshall McLuhan: el medio es el mensaje. La afirmación es de validez general, pero en los casos extremos se hace explícita. Pesapalabra es una publicación que reúne una sencillez exquisita: papel periódico, blanco y negro, formato de suplemento cultural, de esos que hace tiempo no existen entre nosotros. En la forma está una parte central de la propuesta, a mi entender. Se parece al país en el que me gustaría vivir: una sencillez de recursos donde no es necesario fingir ninguna opulencia, ni material ni intelectual, la belleza que podemos permitirnos; todo eso me parece que es la mejor compañía de un sentido de la justicia.
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Puede parecer paradójico que empiece por hacer una referencia a una dimensión que por su materialidad parece ajena a la palabra. Pero es justamente parte de la propuesta de Pesapalabra: la palabra es precedida por su condición tangible, el material a partir del cual se forman la escritura, la poesía y la elaboración de argumentos. Para que tengamos esta revista a nuestro alcance se requiere de un encuentro de múltiples trayectorias. Por eso la página central de cada número nos recuerda todos los procesos materiales que preceden al momento de la lectura. Es preciso además que esté en la página central.
Por supuesto que hay razones, digamos teóricas, que llaman a poner en igualdad de registros a los elementos humanos y no-humanos presentes. Pero hay un elemento adicional en la cultura que organiza los sentidos de lo que hacemos como parte de un país: la tajante separación entre trabajo manual e intelectual. En esta disociación está el origen del amplio espectro de discriminaciones que debemos enfrentar en la vida diaria. Sobre esta discriminación poco se habla, lo cual es un indicio de su implacable vigencia y ayuda a entender también por qué el acceso a una educación universal de calidad homogénea es todavía una tímida promesa.
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La revista es un momento de encuentro de la poesía y el ensayo. Son los géneros que más aprecio. Desde hace un buen tiempo pienso que en el siglo XX peruano la mejor filosofía pasó por la poesía. Desde un idealismo radical como el de Martín Adán y un materialismo no menos intenso en la obra de Blanca Varela y José Watanabe, por ejemplo. La filosofía propiamente dicha -con la probable excepción de Mariano Iberico en ‘La Aparición’(1950)- no dejó mayores huellas de originalidad y de capacidad inspiradora para otros saberes, una tarea en la que convergen poesía y filosofía.
Foto: animalisa.pe</em>
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Esa capacidad inspiradora es la que tuvo en su momento la revista Amauta (1926-1930). Luego han habido valiosísimas revistas de poesía, pero ahora me interesa detenerme en un aspecto en particular en relación a Pesapalabra.
Me parece que esta revista no es propiamente una publicación de vanguardia, en el sentido usual que tuvo el término a lo largo del siglo XX. Arnold Toynbee, un autor que gozó de una abrumadora fama a mediados del siglo pasado y que hoy es ‘materia olvidada’, como dice la canción, sostenía que en los momentos de crisis hay ‘minorías creativas’ (podría haber mencionado al Lenin del ¿Qué hacer? pero los fans de Badiou se enojarían) y además se entiende que minorías en algún sentido escogidas, cultivadas. Creo que Pesapalabra corresponde a otro momento, donde el presupuesto está compuesto por lo que llamaría ‘mayorías creativas’: Desde el recuerdo permanente del proceso de montaje de lo publicado se pone en evidencia que los artistas son parte de una realidad más amplia, conectada y ramificada. Lo importante es que se trata de algo que es mostrado antes que enunciado. Si fuera esto último sería una publicación de vanguardia más.
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Vivimos en un mundo donde los ‘epistócratas’ (Facebook, Amazon, Google, Apple) tienen la base cierta del conocimiento: los algoritmos. La idea muy tradicional de creer que la primera pregunta del conocimiento es "¿cuál es el camino que nos lleva a la certeza?" hizo de la teoría del conocimiento el punto de partida natural. Eso ayuda a entender por qué todavía en las facultades de ciencias sociales, por ejemplo, se cree que la teoría debe empezar por la epistemología, o sea sobre cómo conocemos. Eso naturalmente marca la frontera infranqueable entre ‘la ciencia’ y ‘el sentido común’. Este horizonte ‘demarcacionista’, entre otras cosas, permitió también la diferenciación de las vanguardias respecto del ‘resto del mundo’ o de la realidad.
Foto: animalisa.pe</em>
Pienso que la primera pregunta no es cómo sino qué necesitamos conocer. Lo que se necesita conocer rara vez ocurre por una deducción lógica. A veces ocurre que en el momento apropiado un gesto espontáneo, para usar una frase cara a Winnicott, puede tener un potencial transformador que no estaba previsto.
Cuando una tarde de febrero de 1956 en una ciudad de Alabama, EEUU, Rosa Parks se niega a dar el asiento a un pasajero blanco en el ómnibus que viajaba, no hace un gesto de vanguardia, ni tampoco planificó el movimiento por los derechos civiles. Podría mencionar que en New York, en 1969, cuando los asistentes del bar Stonewall se hartaron de las redadas abusivas de la policía no tenían en mente el actual movimiento LGTB o la bandera arcoiris. Todavía, de manera muy reciente, a fines de 2019, en Valparaíso durante las protestas de hartazgo contra el orden neoliberal en Chile, un grupo de activistas elaboran la performance ‘Un violador en tu camino’ en respuesta a los abusos policiales contra las detenidas que en esos momentos estaban teniendo lugar. Rápidamente se convirtió en una especie de himno feminista a escala global.
Las vanguardias en cierta forma creían tener como interlocutor a la historia universal, nada menos, porque naturalmente creían tener la razón. Podría decirse, admito que con una pizca de injusticia, que pensaban en grande y actuaban en pequeño. Los episodios que hemos mencionado en el párrafo anterior fueron respuestas inmediatas, locales. Sus protagonistas en ningún momento imaginaron la magnitud de las consecuencias de sus actos.
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A eso antes se le llamaba ‘espontaneísmo’. La diferencia es que ahora hay un entorno comunicativo de una creciente complejidad, que amplía las repercusiones de un hecho que puede parecer nimio en sí mismo. Pero es que ya no hay cosas en sí mismas. Eso es lo que ha cambiado, ya no hay ‘hechos aislados’ sino procesos. Vivimos en un mundo donde las transformaciones más importantes han surgido de ‘hechos aislados’. Desde el Mayo 68 francés, el sindicato ‘Solidaridad’ o los movimientos urbanos masivos presentes cada vez más. ‘Espontaneísmo’ es el nombre que se le da al momento colectivo en que la vida diaria, esa que está llena de acciones ordinarias, ya no puede ser desconocido.
Foto: animalisa.pe</em>
Antes se trataba de hacer primero las estridencias porque eran las causas o los anuncios de los futuros cambios por venir. Luego, a fines del siglo pasado se instaló una especie de amargura acomodaticia. Se creyó que como el gesto vanguardista tenía menos lugar cada vez, ya nada se podía hacer. Se trataba de una mala interpretación del presente. Una dificultad para reconocer que ahora el lugar de las estridencias estaba en las consecuencias. Si algo vamos aprendiendo de estos años es que un gesto condensador, de esos que son seguidos por consecuencias desmesuradas, puede ocurrir en cualquier momento. Vivir la historia sin certezas no tiene por qué asociarse con la desorientación. No está demás recordar que el tiempo de las convicciones firmes y las ‘lógicas profundas’ de la historia eran de una inocencia conmovedora frente a las diferencias de género, al medio ambiente y toda la realidad extrahumana en general. El horizonte de los significados se ha ampliado considerablemente desde el periodo de las vanguardias.
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En este horizonte de múltiples niveles de significado es que se instala Pesapalabra. Es tan poco estridente que recién me enteré de su existencia en el cuarto número. Una discreción cargada de energía sin embargo, un gusto por explorar conjunciones. No necesitan anunciarse pluralistas, tolerantes o alguna otra virtud. Lo muestran en la amplitud de espacios en su diagramación y con una sencillez de recursos que tampoco menciona la austeridad como virtud. Quienes nos acercamos a sus páginas nos damos cuenta que estamos ante un trabajo muy libre y que a la vez va muy en serio y que produce inspiración. Probablemente con más consecuencias de las que ahora podemos imaginar.
PESAPALABRA, boletín de poesía y crítica #05. 27 x 32 cm. 52 páginas. 500 ejemplares. Octubre 2019