Por una interpretación crítica del pensamiento conservador
El pensamiento conservador es usualmente asociado a una serie de elementos culturales y sociales negativos para la libertad, igualdad y justicia de los individuos. Si bien las razones para considerarlo así no son escasas, podemos observar en este pensamiento cierto aspecto que busca rescatar una tradición para la regulación de cierto orden social necesario. Mediante una revisión crítica, es posible reformular los principios de esta postura que valora la perduración en aras de un beneficio social homogéneo e inclusivo. Para derivar los principios de esta estructura discursiva social, podemos atender a la incipiente historia republicana de nuestro continente.
Situémonos en los eventos desarrollados a fines del siglo XIX en Latinoamérica para plantear un contraste entre el pensamiento conservador y el liberal. Dado el antecedente antimonárquico de la revolución francesa, e invadida España por un rey ajeno, las colonias empezaron a agitarse. Hecha la revolución, declarada la independencia y reconocida la soberanía de las naciones americanas, la realidad política se vio envuelta en una transición que suponía avanzar a oscuras, puesto que los modos autóctonos habían quedado muy atrás y la estructura virreinal había calado profundamente en las prácticas sociales, por lo que el proceso de aprender a autogobernarse supuso una incertidumbre inicial respecto a qué elementos preservar y cuáles innovar. Con la independencia se buscaba una libertad para autodeterminarse, pero inevitablemente, algunas formas de orden social, relaciones y paradigmas de poder, habrían de conservarse hasta el punto de la naturalización de algunas instituciones.
Los primeros años de las repúblicas americanas estuvieron marcados por la discusión acerca del desenvolvimiento político de las nuevas sociedades. Aquellos que preferían preservar las formas tradicionales, especialmente las religiosas, son los referidos como conservadores. El término fue usado originalmente por Chateaubriand para referirse a los que se oponían a los principios de la revolución francesa. En las discusiones políticas americanas, el concepto supone un panorama distinto debido a que expone otros conflictos relacionados al colonialismo.
En el campo económico, el pensamiento conservador defiende la protección de los intereses económicos locales por parte del Estado, y, de este modo, contrasta con la postura del libre mercado que pretende un cambio libre y sin imposiciones, así como la facultad para determinar los términos de intercambio de la arquitectura económica. De todos los frentes, acaso sea el económico el que muestre mayor territorio cedido por parte del pensamiento conservador, puesto que el capitalismo de libre mercado se impuso al concepto económico del socialismo y el comunismo (nos referimos exclusivamente al aspecto económico en este caso, debido a que en el rubro social, en los ejemplos históricos, es inviable hablar de liberalismo).
Tradicionalmente, el pensamiento conservador ha fomentado el desarrollo local sin intervención extranjera, prefiriendo, de este modo, un gobierno que practique una protección a sus intereses; es en ese horizonte, que se puede establecer un paralelo entre el aspecto económico conservador y el sentido social de familia y religión. En una matriz social en donde Estado, religión y familia son los ejes de inflexión para la realización, las relaciones que los individuos construyen derivan en un fuerte nacionalismo.
El pensamiento conservador busca preservar aquellos elementos que constituyen la causa de la generación de individuos que se estiman y juzgan en virtud de la normatividad misma de un sistema que regulariza las estructuras políticas establecidas. Existe como un gran círculo en donde se espera que el individuo repita las formulaciones y criterios heredados en los que ha sido formado y reproduzca esquemas de interrelaciones sociales inculcados por una religión que justifica lo dado. En la práctica, sin embargo, es notable la presencia de la discordia, la irrupción, las revoluciones y una lucha constante contra lo establecido por cuanto se reconoce como injusto.
Considerado bajo un lente epistemológico, podríamos decir que el conservadurismo se opone a la esencia de la ilustración, por cuanto ésta última resalta el papel de la luminosa razón autodeterminante, mientras que lo contrario supone aceptar sin críticas lo dado y someterse sin cuestionamientos. Si nos preguntamos por la razón de la falta de un cambio, podemos atender a un aspecto psicológico, y es que, lo estable, determinado, predecible y ordenado, aparece a ojos de todos como preferible a lo inestable, lo incierto, lo impredecible y lo caótico. Acaso de ahí derive el miedo a lo nuevo que representa el pensamiento conservador.
En la línea de lo planteado por Burke, el pensamiento conservador es fundamentalmente una reacción en contra de la revolución y con ello, a los cambios drásticos en las formas sociopolíticas. Por el contrario, busca preservar lo establecido y el orden de las normas sociales, con su respectiva prioridad piramidal de agentes sociales. El conservadurismo favorece al peso de la tradición, es decir al uso habitual de las instituciones coloniales en su despliegue social, religioso y económico. En este sentido, el pensamiento conservador se opone a los cambios radicales, a nuevas estructuras y, en suma, a cambiar lo establecido.
Socialmente, los conservadores defienden los patrones establecidos por la Iglesia Católica, y de ahí que originalmente hayan defendido ideas de la monarquía. En nuestro continente, de modo tradicional, han defendido la esencia de la estructura colonialista, por la naturaleza de la posición social que ostentaban los partidarios conservadores: esclavistas, terratenientes, militares, burócratas y clérigos. Por ello, defienden la autoridad de una ley, que refleja cierto orden y mandato divino.
Actualmente, el pensamiento conservador presenta un perfil que ha evolucionado. Podemos pensar en la política norteamericana para plantear una reducción y poner en paralelo a republicanos y demócratas con las ideas respectivas de conservadurismo y liberalismo. En general, podríamos apuntar que el pensamiento conservador contemporáneo se ha alineado a una extrema derecha y se ha opuesto a un liberalismo radical, tanto como al socialismo.
El devenir histórico como producto del conflicto: una sociedad dinámica
La sociedad colonial ha quedado atrás y hoy vivimos, regularmente, en democracias. Las sociedades son dinámicas y necesitan adaptarse. La religión ha podido mutar para encajar en otra estructura que la monárquica, del mismo modo lo económico en relación al libre mercado ¿Qué sucede con lo social?
El pensamiento conservador siempre busca preservar lo tradicional para evitar la angustia de la incertidumbre del cambio, puesto que se prefiere la estabilidad y predictibilidad. Querer preservar valores que estimamos adecuados puede ser algo positivo; el problema es qué valores son y a quiénes favorecen. En este sentido, es posible reconfigurar nuestro horizonte de prioridades sociales para buscar conservar una práctica política distinta, alejada del colonialismo. Es decir, podríamos estar de acuerdo en conservar lo establecido, siempre y cuando lo orgánico de la sociedad no se base en criterios de exclusión y beneficios parcializados e inequitativos.
Repensar el pensamiento político conservador supone afrentar a la esencia misma de su significado para reemplazar el núcleo de su sentido, puesto que buscamos rescatar el afán de defender orgullosamente cierta conducta moral por encima de otras, pero siempre y cuando ésta admita un máximo de justicia, libertad y posibilidades de desarrollo para la plenitud del individuo.
En este sentido, podemos aislar el elemento de la forma del pensamiento conservador, pero alterando el contenido de lo que se busca defender. Esto es lícito debido a que la naturaleza de la sociedad humana implica el dinamismo y la transformación constante. La dinámica de poder se ha visto históricamente reinterpretada para ajustarse a nuevos balances. Ello no supone ninguna anomalía, sino que constituye la esencia misma del progreso histórico de las sociedades. En el mecanismo de generar una nueva y mejorada realidad, puede plantearse como una necesidad el apuntar siempre al bienestar mayor de la mayor cantidad posible de individuos. Si un sistema tal se establece en la práctica, luego con gusto podremos abocarnos a preservar dicho nuevo orden; pero la tarea actual se encuentra muy atrasada, en cuanto la injusticia reina en el horizonte de una institucionalidad corrupta.
¿Cómo reformular el pensamiento conservador?
Para establecer nuevas perspectivas políticas, lo fundamental es aproximarse con la capacidad crítica que nos refleja como sujetos racionales y libres en contextos de pluridiversidad. Si asumimos que el conflicto es inevitable en las sociedades dinámicas y que lo conservado va a tener que perfeccionarse, ello lleva a una necesaria reformulación del contenido material de lo conservador.
¿Cuáles son los criterios que deberían guiar el desarrollo de las sociedades? Esta discusión puede ser interminable, pero coincidamos con John Rawls, quien plantea que el máximo estándar de una sociedad es el despliegue de una justicia plena y equitativa. Añadamos que las libertades y la igualdad social, articulan el papel de la justicia en las sociedades democráticas con aspiraciones liberales de equidad.
Debemos estar de acuerdo, del mismo modo, en que los totalitarismos absolutistas esquilman la diferencia, exterminando lo negado y lo heterogéneo. Regímenes así no se pueden sostener como preservables, reproducibles ni viables. Por el contrario, los procesos de globalización nos han inclinado hacia la tolerancia en un contexto cultural, religioso, social y político, abundantemente variado y en algunos casos contrastado. En ese sentido, es fundamental el papel del reconocimiento del otro al considerar las bases morales estructurales que deberían primar en las relaciones de los individuos en una sociedad. Sin embargo, la práctica demuestra lo contrario: relaciones de poder y sometimiento, donde no existe igualdad, y específicamente en lo que refiere a la menguada libertad económica, la supresión de oportunidades por la carencia de recursos. Ello se refleja en una justicia comprada, que deja de ser justa. Ello, aunque no sea feliz decirlo, parece haber sido la norma institucional de Latinoamérica.
La falta de reconocimiento del valor real del individuo se ve entrelazado con una perversión de los valores culturales, donde el ideal del éxito se equivale con la acumulación y ostentación de riquezas. En el mismo esquema se presupone la explotación del imperialismo y el capitalismo, en el camino se depredan los recursos naturales y, en suma, lo humano se cosifica instrumentalmente para terminar deshumanizado. La violencia respalda dicha irracionalidad.
Sin reconocer la dignidad de la diferencia, considerando lo humano al margen de sexo, raza, religión o cualquier distinción accidental, se hace imposible luego alcanzar una sociedad que redistribuya el bienestar, defienda la libertad o ampare imparcialmente un ideal de justicia institucional. Al omitir lo humano del individuo, se incurre en una grave falta a su existencia. No reconocer este estado es quitarle la etiqueta de persona.
Repensar el contenido de lo conservador pasa por solventar los abismos sociales que se derivan de la falta de reconocimiento y de la defensa adecuada de valores como los de la justicia y la libertad, que permiten, precisamente, en la tolerancia religiosa y política, un despliegue saludable de lo familiar.