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Semblanzas

Gracias por la esfera de la vida

Sobre Gonzalo Portocarrero (1949-2019)

Gracias por la esfera de la vida
Archivo Quehacer

Gonzalo Portocarrero siempre pronunciaba una frase, creo inspirada en Habermas que, a mi parecer, alumbró con su simple contundencia su trayectoria: “la esfera de la vida”. Se la escuché por primera vez en el año 1997 cuando tuve la suerte de ser su alumna en un curso del diploma de género de la Pontificia Universidad Católica. Por supuesto que mucho antes había leído sus libros y artículos, sobre todo los que publicaba en la Revista Márgenes: precisamente mi trabajo final de su curso lo publicó en el N.8 de la revista. Era un análisis sobre las tensiones entre la modernidad y lo criollo en la poesía de Blanca Varela. Esa publicación fue la primera de una serie de generosidades que tendría conmigo y con mi trabajo intelectual.

No me equivoco si priorizo esa generosidad con la producción de jóvenes y no tan jóvenes discípulos y no discípulos de Gonzalo Portocarrero para caracterizar uno de sus rasgos fundamentales. No es nada fácil encontrar a un académico generoso, que deje de lado sus propios discursos para escuchar al otro, para interesarse por las investigaciones y temas que nos interesaban a los demás, por abrirnos las puertas de su casa a la conversación y a las discusiones académicas, para gestionar la publicación de los artículos y libros de sus estudiantes, para conversar con paciencia sobre nuestros temores, nuestros miedos, nuestras ansias por un Perú en crisis o por la falta de espacios para ejercer la labor intelectual.

No olvidaré nunca la cantidad de veces que nos reunimos en el Café21 de la avenida Pardo con Santiago López Maguiña y con Vïctor Vich cuando preparábamos el seminario, y posteriormente, el libro "Estudios culturales: discursos, poderes, pulsiones" (2000), ni tampoco aquella noche que los invité a él y a Patricia Ruiz Bravo, su esposa y compañera, a mi departamentito de San Miguel a cenar unos frugales spaghettis. La verdad que me sentí un poco incómoda de tener a “Gonzalo Portocarrero” en mi casita, llena de libros y casi sin asientos, pero su calidez y la siempre simpatía y alegría de Patricia, nos permitieron hacer buenas migas y una amistad que valoro muchísimo. En esos años, con tantas dificultades económicas, los espacios que Gonzalo Portocarrero abría para conversar sobre el racismo, sobre el género, sobre las masculinidades o sobre José María Arguedas, hicieron la diferencia.

En ese curso de Literatura y sociedad que llevé, él nos ayudó y enseñó a explorar el mundo criollo, lo que implicaban las tensiones múltiples que se dan dentro de sus sensibilidades, y precisamente unos años después Gonzalo publicó uno de sus libros mayores: "Rostros criollos del mal". Entender lo que había sucedido con la altísima corrupción realizada por Vladimiro Montesinos y poder hacer un análisis a largo plazo de la sensibilidad criolla, de lo que implican sus profundos quiebres, sus intersticios. Creo que las reflexiones de Gonzalo, que eran omnívoras, y él las acometía desde distintos fueros del saber —por ejemplo, le encantaba la literatura— de tal manera que nos incentivaba a la “in-disciplina disciplinada” para poder lanzarnos un paso más allá de nuestras propias disciplinas-zonas-de-confort. Tuve la suerte de que Gonzalo me apoyara en la publicación de mi tesis de doctorado —un híbrido entre el análisis del discurso y la sociología—, que estuviera como comentarista en la presentación, y que en ese mismo espacio, polemizara con mis propuestas, permitiéndome aclarar muchas de sus esquinas invisibles.

El Premio Nacional de Cultura al que lo propusieron sus alumnos Tilsa Ponce y Felix Lossio fue un justo reconocimiento al trabajo y creatividad que Gonzalo Portocarrero ponía a todos los temas de ciencias sociales. Pero también un reconocimiento al esfuerzo por la interdisciplinariedad de sus propuestas y por la búsqueda de aunar esfuerzos con otros intelectuales. Por eso mismo, sus diversos y heterogéneos diálogos con Tito Flores Galindo, Nelson Manrique, Guillermo Rochabrún, Santiago López Maguiña, Fanni Muñoz, Jorge Bracamonte y con otros más jóvenes como Victor Vich —con quien abrió la Maestría de Estudios Culturales— o Juan Carlos Ubilluz. Gonzalo Portocarrero mantenía demás un seminario permanente con lecturas profundas de textos imprescindibles como la "Nueva Coronica y buen gobierno" de Guamán Poma o "Dioses y hombre de Huarochirí". Ese seminario permanente asumió el nombre de Los zorros precisamente después de los innumerables debates sobre las novelas y textos de Arguedas.

En los últimos tiempos discutimos un poco sobre nuestras posiciones en torno a la izquierda: siempre con respeto y cariño, pero con firmeza, yo le comenté que en uno de sus artículos de El Comercio él estaba repitiendo todos los clichés de las izquierdas, desde Stalin hasta Cuba, y que en las reuniones y acuerpamientos de las izquierdas durante los últimos años encontraba más participación de jóvenes de distintos ámbitos, de mujeres indígenas, de activistas derechohumanistas. Gonzalo me contestó lo siguiente: “Yo me considero una persona de izquierda, pero me parece que la batalla es por la hegemonía. Por producir una nueva cultura y subjetividad. Temas como la ecología, el rechazo al consumismo, la crítica a una vida centrada en el trabajo, la promoción de la solidaridad, la crítica a la cultura del espectáculo, son básicos en la nueva agenda de la izquierda. Junto, desde luego, con los antiguos temas, que conservan enteramente, su vigencia: la defensa del débil, el logro de conquistas sociales, etc. Pero ya no con la idea de hostilizar la inversión como principio de política”.

Hasta quemar el último cartucho, Gonzalo Portocarrero debatió y defendió sus ideas con pasión y serenidad: una combinación extraña que, precisamente, lo convierten en un personaje importante de la cultura peruana del siglo XXI. Sin ninguna duda Gonzalo Portocarrero fue un pensador sensible a las tensiones diversas de nuestro país y siempre apostó por aceptarnos y luchar por la equidad, la justicia y la libertad.

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