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Cultura

Despedir el siglo XX: Una conversación con Rafael Dumett

Despedir el siglo XX: Una conversación con Rafael Dumett
Tapa de "El espía de inca", publicada en 2018 por Lluvia Editores. Foto: LaPlebe.pe

Luc Boltanski ha escrito que el género de la novela de espías, como el de la novela de detectives, cobra sentido específico contra el telón de fondo de la primera modernidad europea, la del capitalismo industrial surgido en el siglo XIX. Se trata, dice, de géneros derivados de la novela social predominante en esa época y lugar, y son, como aquella, eminentemente sociológicos. Su existencia requiere de una categoría que solo se hizo autoevidente y pasó a formar parte de los sentidos comunes alrededor de 1850: la categoría de sociedad, en relación a la cual se estructuran los argumentos característicos de este tipo de narrativas y de la cual deriva su forma (la construcción de misterios, dobleces, secretos y ocultamientos, y su resolución mediante el raciocinio). Por eso, añade Boltanski, trasladar la novela de detectives o la de espías a locaciones “exóticas” o a diferentes períodos históricos es un ejercicio anatópico y anacrónico (sus términos), en la medida en que proyecta hacia esos lugares y eras una manera de imaginar la experiencia humana cuyas determinaciones históricas y geográficas son claramente distintas.

A esta astuta observación se le puede añadir, sin embargo, una atingencia. Vistas las cosas desde uno de esos lugares quizás “exóticos” para la mirada del sociólogo francés, donde las periodizaciones de la historia no se corresponden necesariamente con la suya (por ejemplo, desde el Perú), lo que le da una valencia especial a ese tipo de narrativas, o podría dársela, es precisamente el carácter dislocado de su trasvase. En virtud de tal dislocación se hace posible atisbar, si no el trasfondo sociológico mencionado antes, sí un trasfondo histórico: la convivencia de distintas temporalidades, distintas imaginaciones y distintos modos de la razón en un territorio imaginado, o novelizado, como totalidad.

Su convivencia o, en un sentido incluso literal, sus puntos de choque y malhadado encuentro: este último es el caso de El espía del Inca, la novela de Rafael Dumett puesta en circulación originalmente como libro electrónico en 2012 por LaMula Publicaciones, y como libro impreso por Lluvia Editores en 2018. En esta monumental entrega —entre varias otras cosas, un thriller de espionaje de primer orden— Dumett construye un relato de los eventos de julio de 1533 en Cajamarca que es a la vez una vasta panorámica política y social de su momento y lugar, y un afinado retrato psicológico de sus personajes centrales, especialmente el espía del título y su gobernante, el cautivo Atahualpa.

Escrita a lo largo de una década, sostenida en un proyecto riguroso de investigación documental, El espía del Inca es, en mi opinión, un ejercicio de imaginación y empatía narrativa poco común en la literatura peruana contemporánea. Es una apuesta decidida por la ficción como modo de conocimiento de las historias y las personas. Para conversar sobre estos y otros temas relacionados con su trabajo literario y sus nuevos proyectos me reuní con Rafael Dumett a principios de abril, vía videochat, él desde su casa en San Francisco, California, Estados Unidos y yo desde Lima. La que sigue es una transcripción editada de nuestra charla.

Empecemos la conversación aproximándonos al texto específicamente como texto literario, más allá de sus implicancias historiográficas o sus conexiones con los debates nacionales. Estoy seguro que llegaremos a eso, pero, para comenzar, ¿cómo lo ves tú? ¿Cómo asumiste el trabajo de hacer esta novela en tanto que novela?

Mira, lo que te puedo contar es algo que recuerdo de un curso de teoría literaria que llevé en la universidad con Susana Reisz, hace ya muchos años… Una de las cosas que Susana mencionó, y no sé si la estoy reproduciendo correctamente, es la noción de materia. Hay materias literarias que uno reconoce de manera inmediata. Por ejemplo, te digo el nombre “Merlín” y tú inmediatamente generas en tu cabeza un universo de castillos, un universo medieval, el Rey Ricardo, todo ese mundo. Te digo “Sherezada” y tú inmediatamente generas un universo de personas de Las Mil y una Noches, Sinbad el marino, el Pachá, etcétera. Es todo un universo visual, imaginario… Pero nosotros no tenemos realmente una materia incaica en ese sentido, y pensé que hacía falta, que había que generar una materia así, una que permaneciera, penetrara y creara un imaginario de lo incaico, porque realmente no lo tenemos, no de esa forma.

Me llama la atención que hables de nosotros al decir eso, que haya una persona plural ahí…

Sí, bueno, por una parte es una tarea de la literatura, pero también, como yo lo veo, es una contribución a la identidad, y esto lo digo desde un lugar muy personal. Mira, yo toda mi vida yo he visto a mi padre tratando de reconocerse… Mi padre es de Ayacucho, llegó a Lima a los 17 años y ha mantenido siempre una relación muy cercana con su tierra. Yo lo veía y lo veo constantemente tratando de reconocerse en lo que ve, y siempre fracasando… Entonces, digamos que fue algo muy consciente esto de intentar crear una materia incaica no solamente en términos de hacer literatura, sino que además fuera una contribución al Perú, en esos términos. La verdad es que no sé cómo decirlo de otra forma. Todos esos universos de los que te hablaba, todos esos imaginarios, Las mil y una noches y demás, son imaginarios ajenos. Realmente no tenemos un imaginario nuestro a ese nivel, y esto, en términos de literatura, es bien concreto. No es tanto hacer una contribución a la literatura, sino descubrir que la literatura puede ser tuya. Pero al mismo tiempo, para crear ese efecto, para llegar lectores de Apurímac o de Andahuaylas y que vean a estos personajes y se reconozcan, no basta con echar mano de un asunto identitario. Hay que escribirlo de cierta manera para que apele directamente a la gente.

Déjame jalar un poco el hilo de la técnica, eso de “escribir de cierta manera”. El espía del Inca es una novela histórica en el sentido general, y también es una novela de espías, lo cual la pone dentro un género muy específico, con parámetros y formas propias, que sin duda utilizas. ¿Por qué pensaste en ese género en particular? ¿Qué te llevó a trabajar tu materia en esos términos?

La verdad es que no lo pensé tanto en términos de género. Lo pensé, sí, en términos de hacer algo plot-oriented, como se dice en inglés. Algo impulsado por el argumento y la trama. Estuve buscando alguien que hubiera hecho algo que me pareciera interesante, un punto de referencia que yo quisiera imitar, y lo encontré en John Le Carré. Es un escritor genial.

¿Por qué Le Carré, específicamente?

En líneas generales hay dos tipos de relatos de espionaje con los que yo me confronté cuando tuve que tomar una decisión sobre lo que quería hacer. Está Ian Fleming, James Bond, donde el protagonista es un glamoroso hombre blanco al que le ocurren toda clase de cosas en escenarios exóticos, y donde básicamente el universo de los buenos y los malos está claramente delimitado. No hay ningún conflicto moral. La tensión está limitada básicamente a cómo se las va a reglar el héroe para salir bien librado, cosa que siempre sucede. Además, no hay ningún cuestionamiento acerca de los intereses del Estado que promueve las acciones del protagonista. Lo que a mí me enseñó John Le Carré, por el contrario, es que la riqueza está en los personajes ambiguos, los que tienen conflictos interiores. Encontré en sus libros esa ambigüedad moral que ocurre también en la realidad. Y también un cuestionamiento del rol del Estado, de cómo el Estado defiende sus propios intereses. Esas cosas son las que justamente John Le Carré trata de abordar, de entender, de dramatizar. En ese sentido, en términos de cómo abordar el asunto del relato de espionaje, esa fue mi referencia.

Es interesante que uses este plot de ambigüedad moral y crítica del Estado en el contexto de un relato sobre el Inca y sus funcionarios… En realidad, eso es algo que la historiografía sabe pero que no hace parte de nuestra imaginación común o cotidiana de las civilizaciones andinas. Sus aspectos políticos, que por ejemplo implican la dominación de personas y pueblos subordinados. Cosas que aparecen con bastante claridad en tu novela.

Nos permitimos idealizar el imperio incaico porque no lo hemos imaginado en funcionamiento. Una vez que lo imaginamos en funcionamiento, ya no solamente estamos hablando de las disputas entre los diversos linajes o cosas así, sino de cómo afecta la vida cotidiana de las personas. Las cosas toman cuerpo cuando las imaginas afectando la vida de seres concretos. El protagonista de la novela es simplemente un runa, un hijo de campesinos chancas que tenía que trabajar con sus padres y con su grupo, hacer su tributo, trabajar en los depósitos del inca, ese era su rol. Llega a los lugares a los cuales llega, se convierte en espía, recibe esa educación en Cusco porque tiene una habilidad especial, pero tú puedes ver ahí las estructuras de desigualdad. No he querido dorar esa píldora. He querido mostrar las cosas con toda su miseria y con toda su gloria. Por supuesto, todo es una creación de la imaginación.

Archivo Quehacer

Pero también es el resultado de un largo trabajo de investigación y muchas lecturas. Y la idea misma del personaje y la situación sale de un pasaje de Betanzos…

La idea como te decía es construir un imaginario de esas características que capture la imaginación del espectador, pero por supuesto con una base historiográfica que permita apoyarlo. Yo creo mucho en el uso de fuentes y he tratado de investigar todas las historias… Creo que contar con una base historiográfica sólida es lo que me ha permitido volar mentalmente.

Esto trae a colación el otro aspecto del que hablábamos, el hecho de que El espía del Inca es una novela histórica, y eso también tiene un significado específico, impone unos parámetros. En un país como el nuestro, donde la historia es siempre un campo de batalla, a mí me llama la atención que la novela histórica no sea una forma canónica, central a nuestro sistema literario. Hay novelas históricas, claro, pero no es lo que viene a la mente cuando uno piensa en un clásico literario peruano. ¿Qué te motivó a hacer novela histórica?

Yo tenía una idea muy concreta de lo que quería hacer. Por ejemplo, me doy cuenta de que soy muy deudor de la noción de catarsis del teatro griego. Yo pienso que la literatura y el teatro tienen que tener un efecto catártico... La noción de Catarsis, y esto también es algo que aprendí con Susana Reisz, proviene de la medicina. Quiere decir literalmente una purga, un enema. En la Grecia clásica, las mujeres embarazadas y los niños estaban prohibidos de ir al teatro, porque el poder de lo que tú recibías ahí podía tener efectos devastadores. Pero al mismo tiempo, ese poder era curativo. Yo quería hacer una literatura que funcionara como una especie de homeopatía, es decir, como una dosis concentrada de algo que te purga, que te limpia. En el caso concreto de El espía del Inca, no se me olvidó en ningún momento que estaba lidiando con el conflicto originario de la historia del Perú, el evento fundacional…

¿Y qué es lo que querías limpiar de esa historia?

Yo quería hacer, literalmente, una liquidación histórica de la figura de Atahualpa. Pero hacerla de manera completamente honesta. Vamos a sopesar, vamos a poner en la balanza esta figura que es tan ambigua, y vamos a ver qué pasa con ella. Vamos a presentar a Atahualpa, vamos a examinarlo en toda su trayectoria, y vamos a limpiarnos para siempre de su efecto ambiguo, extraño, nocivo…

¿Por qué te parece nociva la figura de Atahualpa?

Creo que los peruanos y en general muchas personas del área andina sufrimos una suerte de neurosis con respecto a Atahualpa, algo que no hemos resuelto. En nuestras historias, es a la vez triunfador y perdedor, héroe y villano, victimario y víctima. Su captura y su muerte son un trauma del que en muchos sentidos no hemos conseguido recuperarnos.

En tu antiguo blog escribiste que la muerte de Atahualpa fue, al menos en parte, resultado de sus propios errores de cálculo…

Sí. Creo que es hora de que veamos que en la captura y ejecución de Atahualpa no solo se mancharon de sangre sus verdugos directos, los españoles, sino también los miembros de la panaca de Huáscar y muchos grupos étnicos que se aliaron espontáneamente con los invasores. Y Atahualpa mismo, que quiso utilizar y manipular a los españoles para tomar represalias contra sus enemigos internos, y creyó que no lo matarían si seguía dándoles oro. Cuando se dio cuenta de que no era así, ya fue demasiado tarde. Por otra parte, hay cosas en ese episodio que resultan muy difíciles de comprender, según las cuentan las crónicas. ¿Por qué se presentó Atahualpa a la plaza de Cajamarca con tropas desarmadas? ¿Por qué ordenó a Challco Chima, su general más temido, al mando de decenas de miles de guerreros, que se entregara a Hernando Pizarro? ¿A qué se debió su actitud reticente ante los rumoreados intentos de liberarlo por parte de varios generales que rodeaban la zona? Esos son algunos de los misterios que explora mi novela.

Ahora bien, en esto que dices, esto de la limpia y la catarsis, está implícito un lector, no se trata de un proceso estrictamente personal. Hay un lector colectivo del otro lado, al que le estás hablando. Y por una parte, con respecto a eso, está lo que decíamos sobre la técnica, sobre escribir de cierta manera…

Claro, yo muy rápido me di cuenta de que esta es una historia grande, muy compleja, con muchos personajes, y entonces se me hizo obvio que debía utilizar todos los recursos que tuviera a mi alcance. Estamos hablando, por ejemplo, de drama. Tú sabes que yo estudié actuación y soy escritor de teatro. Una noción dramática es que lo que mantiene el interés del espectador es un conflicto, y un conflicto, ¿qué cosa es? Son dos intereses que chocan. Entonces, tú tienes que utilizar la intriga, el suspenso, los ganchos, escenas que terminan pero te dejan el bichito para que continúes. Esto en mi caso es completamente consciente, planificado.

Pero hay un segundo elemento ahí, que es que para llegar a esos lectores hay que publicar, participar en un mercado, y eso también impone una serie de condiciones. Y entiendo que ese proceso no fue fácil para El espía del Inca

Yo no me tomo esto como algo personal, pero… La historia que cuento en mi novela es realmente una historia increíble. Y yo creo que la conté bastante bien. Uno diría que presentas esto a cualquier editor e inmediatamente la compran. Pero no fue así.

¿A qué crees que se debe eso?

Racismo. Yo me doy cuenta de que el hecho de que la novela no se haya podido publicar como libro impreso en 10 años es por un elemento de racismo.

A ver, explícalo…

Mira, cuando presenté la novela a editoriales españolas, fueron muy directos. Me dijeron, muy interesante, pero la realidad es que a los españoles no les interesan las culturas prehispánicas… Roma, excelente. Grecia, excelente. Cartago, bacán. Aztecas, Incas, no tanto. Y qué le vamos a hacer. Lo entiendo. Pero que las editoriales peruanas no vean esta como una historia que puede llegar a la gente, eso sí no lo entiendo. Lo que pasa es que no creen en un lector peruano, no creen que existan personas en todo el país ávidas de historias y de historia. No ven a esos lectores. Y no los ven porque no los consideran como agentes iguales. Hay un ninguneo constante… Por supuesto, todo es mejorable, todo se puede trabajar más, no es que mi novela sea la última palabra de nada, pero que no se vea a esos lectores para mí es puro complejo de inferioridad y racismo. Ya te digo, no lo tomo de manera personal, mucha gente ha llevado adelante proyectos muy ambiciosos y ha padecido mucho. Moby Dick fue un desastre económico, por ejemplo. Pero creo que esa es la razón fundamental.

Otra cosa que está pasando en el mercado editorial es que hay una deriva en una dirección distinta a la de estas novelas abarcadoras, de espectro amplio, polifónicas. La tendencia más marcada es más bien hacia miradas intimistas, espacios privados, autoficciones. Y eso lo vemos también en el Perú.

Yo me aburro. La vida de los escritores y sus pequeñas trayectorias, cómo llegaron a ser quienes son, me interesan muy poco. Me cuesta pasar de la décima página. Yo reconozco mis limitaciones, y para mí, hablando así a nivel personal, eso no tiene el más mínimo interés.

¿Qué te interesa?

Te puedo contar que hice un sondeo entre una serie de historiadores sobre cuáles eran los libros de memorias políticas más importantes del siglo XX, y fue así como conocí Memorias de un revolucionario de Víctor Serge, que me pareció fascinante. Y sus novelas también han sido una revelación. El camarada Tulayev, por ejemplo, es el tipo de cosa que yo quiero hacer. Y Los años sin perdón, su novela póstuma, que trata de dos espías que están en México después del asesinato de Trotsky, tratando de salir, de defeccionar, pero tienen este conflicto interno porque no quieren servir al capitalismo… Yo tengo simplemente el deseo de seguir mis propios intereses y mis estímulos. Y me está costando muchísimo trabajo, más inclusive que El espía del Inca, pero la novela que estoy escribiendo ahora me tiene completamente atrapado. Transcurre en Chile, Argentina, México, Francia, España, la Unión Soviética, Estados Unidos… A veces creo que es más de lo que puedo dar, y justamente ahí está el reto.

Tu rumoreada novela sobre Eudocio Ravines…

Así es.

¿Por qué Ravines?

Porque a través de él puedes ver todo el panorama del siglo XX, y especialmente puedes ver su historia subterránea. Ravines realmente tuvo acceso al underground histórico de su siglo. Y me refiero no solamente a la historia peruana, no solamente a la historia latinoamericana, también a la historia norteamericana y la europea. Es el subterráneo histórico del mundo entero. Ravines vivió desde dentro las purgas soviéticas y también estuvo profundamente involucrado en la Operación Cóndor; fue un agente soviético y trabajó para dictaduras como la chilena y la boliviana; trabajó directamente con la Allen Dulles, el jefe de la CIA, y su agente de control fue Howard Hunt, de quien se dice estuvo metido en el asesinato de Kennedy; tuvo que ver con el golpe de estado de 1957 en Guatemala; tuvo que ver con el intento de invasión de la Bahía de Cochinos… Eso es lo que yo veo en Eudocio Ravines, la posibilidad de acceder al subterráneo de la historia del siglo XX. Y yo realmente quiero despedir al siglo XX. Quiero hacer un balance y liquidación del siglo XX a partir del prisma que ofrece alguien que pudo verlo desde sus dos polos más importantes, el enfrentamiento entre el capitalismo y el comunismo en el mundo.

Archivo Quehacer

Algo que me parece interesante es que el personaje central de El espía del Inca es un individuo de identidad inestable, fluctuante, que pasa por varios roles a lo largo del relato e incluso cambia de nombre varias veces, que se oculta y se disfraza. Y lo mismo puede decirse de Eudocio Ravines, alguien que se inventa a sí mismo varias veces y en cierta medida se falsifica continuamente en el proceso. Vistos así, son personajes bastante similares.

Digamos que me interesan, por razones que en realidad me son ajenas, personajes que tienen lealtades divididas o conflictuadas. Pero es curioso, yo pensaba que había elegido como protagonistas a Yunpacha primero y a Eudocio Ravines después por razones completamente diferentes. Creía que los había elegido en ambos casos porque pueden sostener una buena historia que me mantuviera interesado por años, sino décadas. Que me siga conmoviendo durante mucho tiempo, incluso si ni yo mismo entiendo por qué. Ahora creo que la afinidad principal es que ponernos en su perspectiva nos permite ver toda una época desde dentro. Brindan una extraordinaria amplitud de miras, incluyendo de miras morales. Pero hay algo más. Es algo que dijo Hilary Mantel, y creo que corresponde. Cito de memoria, pero es algo así como que uno tiene que elegir como protagonista a alguien a quien no entiende. Y estoy de acuerdo. Después de 10 años de trabajo, con la novela ya publicada, aún no termino de entender a Atahualpa. Y después de cinco, no creo que vaya a entender nunca a Ravines. Pero lo intento, y de eso se trata.

**Tu primera novela publicada empieza en el momento en el que nacen el Perú y América Latina en el sentido que esos nombres tienen hoy, un punto de origen histórico más de 500 años atrás. Y ahora estás hablando de despedir, con tu segunda novela, el siglo XX, que es el siglo en el que tú y yo nacimos, en el que nos formamos, y en el que el momento presente tiene todavía hundidas sus raíces. Es todo un arco histórico, muy ambicioso… **

Bueno, sí, pero como escritor lo mejor es pensar en la escena del día de mañana, en la página que voy a escribir a continuación, enfocarme en hacer eso y no parar hasta que lo consiga. Eso me va a permitir concentrarme y no dejarme abrumar. Eso me ayuda mucho. Pensar en lo que tengo que hacer mañana. Si no, no llego.


Rafael Dumett se hizo conocido como dramaturgo en la escena limeña a mediados de los años 80 y principios de los 90. Entre sus obras estrenadas se cuentan AM/FM (1985), Santiago (1987), Números reales (1992) y El juicio final (1997). Su más reciente trabajo teatral es Camasca, una trama de corrupción en los últimos días del imperio Inca con Atahualpa como uno de sus personajes centrales. Camasca ganó el premio del Teatro Británico en 2018 y se estrenó en ese escenario el 5 de junio de 2019.

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