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Pantallazos

La reforma de la prensa de Velasco

La reforma de la prensa de Velasco

Primero, lo evidente: la reforma de la prensa de Velasco terminó siendo mero control gubernamental de los periódicos.

Segundo, lo paradójico: Se había formulado como democratización de las comunicaciones. Con este propósito, promesa o ilusión, participamos en ella una generación de jóvenes de entonces, la mayoría de los cuales somos ahora críticos y autocríticos del experimento.

Tercero, el diagnóstico de base para la reforma: los medios de comunicación son, de hecho, el “cuarto poder” del Estado.

Son de verdad, un poder. Reflejan la realidad y, al mismo tiempo, la producen. No son omnipotentes, pero tampoco impotentes. Fijan en parte la agenda de la política e influyen sobre la educación de las personas tanto o más que la misma escuela. Alguien los llamó la “escuela paralela”. Ahora, las redes sociales han modificado en algo esta situación, pero era tal cual en 1968.

Prueba de su poder es que no hay golpe militar exitoso en la historia republicana que no haya sido auspiciado por los grandes diarios. También el de Velasco Alvarado. La oposición mediática a Velasco no empezó por el golpe sino por las reformas que vinieron después.

Todo esto era y sigue siendo verdad, pero no es toda la verdad. Los medios privados aseguran diversos grados de libertad frente a los gobiernos. Los periodistas han cumplido y cumplen un papel fiscalizador realmente indispensable para la vida democrática.

Cuarto, la reforma misma: En el diseño, los grandes diarios pasaban a manos de sectores organizados de la sociedad: trabajadores urbanos, campesinos, comunidad educativa, cooperativas, intelectuales, artistas, etc. Pero los sectores destinatarios o no existían o eran muy débiles. No había una comunidad educativa. La Confederación Nacional Agraria representaba sólo a una parte del campesinado. Las centrales sindicales realmente existentes quedaron fuera.

Y, sobre todo, este diseño, como otras reformas, entraba en contradicción con el carácter autoritario del régimen militar. Expropiar los diarios era consistente con el autoritarismo y, por lo tanto, tenía consenso militar. Pero transferirlo a las organizaciones sociales era otro cantar. Morales Bermúdez se deshizo de Velasco y, con despidos y persecuciones, acabó con el proyecto.

En el manejo de la televisión, el gobierno se entendió con Genaro Delgado Parker, quien previamente había separado la productora de TV de su canal, para evadir la intervención estatal. El programa político “Quipu”, lanzado en 1972, no fue iniciativa del gobierno y sólo duró nueve meses, con varias cancelaciones en ese lapso. También aquí lo autoritario predominó.

En general, no se puede entender el gobierno de Velasco sin asumir esta contradicción permanente entre el propósito de participación y el carácter autoritario del régimen.

Es notable que, a pesar de ella, se realizaran cambios tan importantes para la historia del Perú, como la recuperación del petróleo, la reforma agraria, el establecimiento de una genuina política exterior de apertura al mundo y la reivindicación de una identidad popular, simbolizada en la figura de Túpac Amaru.

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