El gobierno de Velasco y la autonomía reproductiva de las mujeres
La llegada de Velasco al poder se produjo en un contexto de proceso migratorio que no se ha repetido en la historia y que solo fue superado una década después a causa del conflicto armado interno. Dicho proceso llevó no solo a un crecimiento acelerado de algunas ciudades del país, sino también al empobrecimiento rural, que parece mantenerse en el tiempo.
Los datos que se disponían en los sesenta ya no hacían referencia al despoblamiento de los cincuenta. Surgieron las primeras instituciones privadas de planificación familiar, apoyadas por agencias internacionales y por la Agencia de Cooperación Internacional del Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, USAID, bajo un enfoque sanitario (evitar la extensión de enfermedades) y de seguridad (reducir la presión migratoria como escape de países pobres a países ricos). 1
Simultáneamente, se dio otro proceso: aparecieron las primeras demandas feministas que incluían políticas del cuerpo, enfocadas en la autonomía reproductiva que, inspiradas en el movimiento feminista global y regional, proponían legalizar el aborto y erradicar la violencia, ejes que fueron el preámbulo de las Conferencias de la Mujer de Naciones Unidas y de la Convención por la Eliminación de todas Formas de Discriminación en Contra de la Mujer (CEDAW).
Aunque el Estado Peruano fue parte de este proceso, las políticas nacionales no incluyeron esta dimensión, aun cuando las reformas apuntaban a transformaciones hacia la igualdad de las mujeres en el campo educativo, sindical y de participación social, pues tal como señala Cueto, Velasco “abrazó sin mayores elaboraciones una ideología pro natalista”, 2 prohibió todas las actividades referidas a la planificación familiar, inclusive la educación sexual, y expulsó del país a organizaciones que trabajaban en planificación familiar.
Velasco rubricó el primer informe de población del país,3 en el que se recogieron evidencias de los desafíos del crecimiento poblacional (por encima del promedio latinoamericano) y en el que se daba cuenta de la altísima tasa de fecundidad (6.8 hijos por mujer). No obstante, la respuesta al problema fue opuesta al sentido común: se exhortó a las mujeres a que tuvieran más “soldados para el pueblo”, se alineó al sector de la iglesia y con una mano se deshizo lo que la otra mano proponía. Se postergaron avances que, de haberse concretado, hoy habrían producido una historia distinta tanto para las mujeres como para el Estado Laico y la modernidad peruanas.
Hoy, a 50 años de la revolución velasquista, el avance en políticas del cuerpo continúa siendo limitado. Si bien la tasa de fecundidad continúa en descenso, la posibilidad de que todas las mujeres ejerzan su autonomía reproductiva de forma libre y segura es un pendiente, sobre todo cuando hablamos de mujeres jóvenes, indígenas, afrodescendientes o pobres.
Si bien los avances en derechos humanos y en tecnología son una realidad para muchas mujeres, especialmente para las que son adultas, se encuentran informadas y forman parte de la clase media peruana, aún hay miles de mujeres que no disponen de métodos anticonceptivos y mucho menos tienen acceso a un aborto legal y seguro. Y lo que es peor: su reproducción es definida por razones ajenas a ellas, aun cuando esto se reconozca como una clara vulneración de sus derechos.