La Hija del General
Sobre mi padre, el General Oscar Vargas Prieto
Durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado, el General Oscar Vargas Prieto fue Contralor de la República (de 1971 a 1972). A inicios de 1975 fue nombrado presidente del Comando Conjunto de la Fuerza Armada y por un breve período continuó en ese cargo ya en el gobierno de Morales Bermúdez. Pasó al retiro en 1976. Su hija Virginia trae a la memoria aquella época, apuntando a las contradicciones entre el autoritarismo militar reformista y los proyectos de cambio truncos en la América Latina de esos años.
Como hija de militar, crecí rodeada de hijos, hijas, esposas de militares, además de los oficiales amigos de mi padre. Sí conocí a Velasco, estudié primaria con su hija Pocha. Sabía que mi padre se había opuesto al golpe de la Junta Militar de 1962 y, por ello, fue cambiado a Iquitos. Allí reconocí su sentido de justicia y su acercamiento a Mariátegui, moqueguano como él. Este fue el inicio de largas conversaciones sobre el país y sus tremendos desbalances.
A mediados de 1968 me casé y fui a vivir a Chile. Mi matrimonio, solo por civil, estuvo rodeado de los amigos de mi padre: Richter, Fernández Maldonado, Velasco y otros que a la distancia se me olvidan. Por mi lado, estaban el padre Gustavo Gutiérrez y todxs mis amigxs de la universidad. Combinación rara avis.
Yo estaba en Santiago cuando el golpe en Perú. No me alegró, yo ya era una mujer de izquierda. Mi padre me explicaba que no era una dictadura, sino una acción reformista que pretendía terminar con los privilegios de pocos contra la mayoría. Como sabiamente dijo Bourricaud, era una “dictablanda” con reforma agraria incluida, iniciada con una frase histórica: Campesino, ¡el patrón no comerá más de tu pobreza!
El golpe de Estado en Chile fue en 1973. Una noche, con amigxs en casa, rodearon la casa 60 militares armados. Días antes habían llegado fotos de Velasco Alvarado tomándole juramento a mi padre como Contralor de la República. Casi en broma, las habíamos puesto a la vista, “por si acaso vengan los milicos”. Después de gritar, revisar, romper, apuntar con sus bayonetas, el Mayor a cargo miró las fotos y mi amiga dijo: es el papá de la señora, un militar muy importante y está con el General Velasco Alvarado, presidente del Perú… No se fueron inmediatamente, ¡pero bajaron el tono! ¡Habían reconocido quién era ese general!
Pasada esta terrorífica experiencia, escribí una larga carta a mi padre contándole lo que había pasado en nuestra casa, lo que estaba pasando en Chile, con la represión, asesinatos, cuerpos flotando por el río Mapocho, toque de queda... y un embajador peruano absolutamente insolidario. Mi padre leyó mi carta en el Consejo de Ministros y, junto con las gestiones del General Tejada, de la aviación, cuyo hijo David también estaba en Chile, se decidió enviar dos aviones a Santiago, a recoger a los 400 asilados en la embajada… y a “la hija del general”. Pinochet lo recibió, le puso un carro con chofer, le regaló unas espuelas (que aun las tiene mi hija, Alejandra, pero ya hace rato que le hicimos una limpia milenaria). Mi padre conoció a mis amigxs militantes, que estaban buscando formas de enfrentar la dictadura. Y con ellos fue muy generoso, en consejos y formas de evitar sospechas y ser más efectivos en las tareas de “resistencia civil”.
Mi regreso a Lima significó un cambio total en mi vida. Inicialmente desadaptada, después de la experiencia chilena, ¡no me atraían los golpes militares! En el momento del golpe de Morales Bermúdez mi padre era Comandante General del Ejército e, institucionalmente, le correspondió ser Primer Ministro. Solo estuvo seis meses, pero en ese tiempo estableció un “consejo” de la sociedad civil y me pidió nombres de gente democrática. Le di una lista y él los invitó (entre ellos, Enrique Bernales). Este golpe fue inicialmente considerado “ambidextro”, por la presencia “progresista” de mi padre y de Fernández Maldonado, quien lo reemplazó en el Premierato, también por pocos meses. Luego, se consumó la derechización.