Un asesinato político, una imagen inolvidable y la amenaza de otra presidencia de Donald Trump
El condenable intento de asesinato del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, el 13 de julio inyectó un nuevo tipo de violencia política en lo que ya era una campaña presidencial de alto riesgo. Aunque impactante, sería ingenuo suponer que no podría suceder en Estados Unidos. El presidente Biden condenó la violencia y dijo que “no tiene lugar en Estados Unidos”. Ese sentimiento loable llegó un poco tarde. Cuando Donald Trump se negó a aceptar su derrota electoral en 2020 y afirmó que las elecciones le fueron “robadas”, se involucró abiertamente en la violencia verbal. Trump traicionó su juramento y violó la ley. Al cuestionar la legitimidad de la administración del presidente entrante y persuadir a una mayoría de republicanos a abrazar su negacionismo electoral infundado, preparó el camino para el uso de la violencia en la política. En su esfuerzo por descarrilar la transferencia pacífica del gobierno, Trump intentó sin éxito un autogolpe 1 y alentó el asalto al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021. Su afirmación de que los alborotadores de enero son víctimas de persecución política y su promesa de perdonarlos si es elegido, también son actos de violencia verbal que ha sido seguida por cientos de actos de violencia política física. 2
Aunque la motivación del atacante sigue siendo un misterio, los republicanos se apresuraron a culpar a los demócratas. JD Vance, a quien Trump eligió posteriormente como su candidato a vicepresidente, tuiteó el día del intento: “Hoy no es sólo un incidente aislado. La premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario al que hay que detener a toda costa. Esa retórica condujo directamente al intento de asesinato del presidente Trump”. Es cierto que Biden no debió decir que era “hora de poner a Trump en el blanco”.3 Sus recurrentes errores fueron un gran lastre para los demócratas; llamar a Trump un autócrata que no es apto para el cargo, aumenta los riesgos políticos de las elecciones. Pero eso está muy lejos de respaldar el asesinato político.
Facebook de Donald Trump.
La negativa de Trump a aceptar el resultado de las elecciones de 2020 convierte a 2024 en el año más polarizado y potencialmente explosivo de los últimos tiempos. Si las elecciones realmente estuvieron “amañadas”, como afirmó Trump, entonces hay que admitir que la insurrección estaba justificada. Todo el experimento republicano se basa en la idea, consagrada en la Declaración de Independencia, de que los poderes del gobierno descansan en el consentimiento de los gobernados y que el pueblo tiene derecho a abolir cualquier forma de gobierno que viole sus derechos y libertades fundamentales, definidos tanto por la constitución como por el proceso democrático. Una elección amañada sería inconstitucional y antidemocrática, y cualquier gobierno que careciera de legitimidad democrática y constitucional sería, con razón, objeto de insurrección. Pero las elecciones no fueron amañadas, fueron unas elecciones normales. Las acusaciones de fraude nunca fueron respaldadas por pruebas. Todos y cada uno de los recursos judiciales fracasaron. Por lo tanto, es apropiado que quienes participaron en actos de violencia o los incitaron sean llevados ante la justicia, incluidos Trump y su entorno.
El hecho de que el candidato republicano haya sido llevado ante la justicia por sus esfuerzos por usurpar el poder, expone la precariedad del orden constitucional actual, especialmente en el contexto de un gobierno dividido y una Corte Suprema desequilibrada. Una tarea central del orden constitucional —tal vez la tarea principal— es garantizar que cuestiones como quién ganó o perdió una elección se aclaren y resuelvan de acuerdo con el debido proceso legal y a satisfacción del público. Se puede esperar que los ciudadanos no estén de acuerdo en cuestiones de política y legislación, pero si un grupo de ciudadanos no consigue ponerse de acuerdo sobre algo tan fundamental como el resultado de una elección, entonces la violencia política es casi inevitable. Para respaldar la gran mentira de que las elecciones de 2020 fueron robadas, Trump ha tenido que inventar todo tipo de pequeñas mentiras. Afirma que todos los esfuerzos por responsabilizarlo a él y a otros por sus acciones ilegales, son ejemplos de persecución política por parte del “Estado profundo”, de fiscales de distrito marxistas y otros enemigos conspirativos. En este sentido, ejerce una influencia corrosiva, continua, aparentemente interminable, sobre la legitimidad de las instituciones democráticas.
Jóvenes simpatizantes de Trump durante un mitin en Wisconsin. Facebook de Donald Trump.
La reciente decisión de la Corte Suprema agrava la crisis de legitimación del Estado. Según el Tribunal, los presidentes, en el ejercicio de sus funciones oficiales, están por encima de la ley. Esto no es sólo una desviación de una larga historia republicana de respeto al Estado de derecho, es una violación del principio mismo de separación de poderes invocado para justificarlo. Hace exactamente lo que Montesquieu y otros pensadores constitucionales intentaron evitar: crear un individuo único y poderoso que sea juez de su propia causa. Un tribunal de este tipo ofrecerá poca resistencia al objetivo declarado de Trump —esbozado en Trump47 o en Proyecto 2025—4 de centralizar masivamente el poder, politizar las instituciones públicas y perseguir venganzas contra adversarios políticos. Al debilitar las restricciones legales al Ejecutivo, la Corte Suprema ha contribuido al desorden del derecho en la política estadounidense. Es obvio que esto conducirá a la violencia política.
La amenaza de Trump ha producido tardíamente una respuesta más vigorosa de los demócratas a lo que, con razón, ven como una amenaza existencial a la democracia. En el debate del 27 de junio, Biden no pudo responder al torrente de mentiras de Trump. El 22 de julio, después de semanas de presión, finalmente decidió no presentarse a la reelección y apoyar a su vicepresidenta, Kamala Harris quien inyectó un nuevo optimismo entre los líderes del Partido Demócrata, incluidos los delegados a la Convención del 19 al 22 de agosto que estaban comprometidos con Biden, la mayoría de los cuales rápidamente le dio su apoyo.
La crisis de la democracia en Estados Unidos tiene una estructura profunda 5 y está por verse si Harris tiene la visión para abordarla. Los demócratas persisten en pensar que un enfoque tecnocrático y gerencial de la política es suficiente para superar la crisis de legitimación del sistema político. Son expertos en enumerar los éxitos políticos como si ese encantamiento pudiera disipar la sensación generalizada de malestar, generado en importante medida por las políticas neoliberales que los demócratas han adoptado desde la era Clinton. A quienes luchan por pagar sus cuentas, los demócratas les ofrecen cuadros y gráficos de crecimiento del empleo y un mercado de valores en auge. Han contribuido a la polarización al no defender a su base tradicional de clase trabajadora por complacer a una oligarquía de multimillonarios de Wall Street y Silicon Valley. No han prestado la necesaria atención a los temas y narrativas que motivan a la base social de Trump, como la “crisis fronteriza” y la percepción de que el sueño americano se está desvaneciendo.
Mientras el Partido Demócrata ha luchado por mantenerse en el cargo dentro de un sistema que ya no parece capaz de realizar funciones básicas de gobierno —como establecer firmemente en la mente pública quién ganó las últimas elecciones— Trump ha organizado un movimiento antisistema. Se ha apoderado del Partido Republicano, que se ha convertido en un espacio de culto a su personalidad. Su control es más absoluto tras el intento de asesinato. Este evento produjo un fascinante momento de televisión en vivo y una imagen inolvidable de un líder, ensangrentado pero erguido, agitando desafiante el puño, con la bandera estadounidense ondeando de fondo.
trump47.com
La Convención Republicana, celebrada del 15 al 18 de julio, debería llevar a reflexionar a quienes ven al Partido Republicano como el vehículo de un deplorable nacionalismo blanco, de intransigentes rednecks y fundamentalistas evangélicos, que buscan retroceder medio siglo en el reloj del progreso, contra los derechos civiles, la igualdad y el multiculturalismo. No es que estos elementos no existan, pero ahora se combinan cada vez más con las imágenes, temas, mensajes y retórica del nacionalismo populista. Unidos detrás de un líder indiscutible, los republicanos claramente apuntan a desplazar a los demócratas entre los votantes jóvenes, los votantes hispanos, los miembros de sindicatos, los electores judíos e incluso los votantes negros. Los demócratas desdeñan el populismo trumpista a su cuenta y riesgo. Su propia negativa a participar en políticas redistributivas significativas, cambios sociales transformadores, reformas institucionales profundas y su excesiva dependencia de las soluciones de mercado a los problemas de las políticas públicas, se está volviendo en su contra.
Frente a un movimiento de derecha vigoroso y peligrosamente insurreccional, las fuerzas prodemocráticas en Estados Unidos necesitan tomar alternativas audaces: impuestos más altos a la riqueza extrema, una reducción del dinero corporativo en la política, la disolución de monopolios como el de las plataformas tecnológicas, la abolición del Colegio Electoral y otras instituciones antidemocráticas, la creación de una autoridad electoral independiente, un reequilibrio de la Corte Suprema mediante la ampliación del número de magistrados, el fin del obstruccionismo y un aumento de los derechos sociales, inversiones en línea con el Green New Deal, etc. A nivel de la sociedad civil, lo que más notoriamente hace falta en Estados Unidos es, por supuesto, un partido socialdemócrata. Una de las grandes ironías de la historia es que el anticomunismo extremo todavía movilice a la derecha política en un país que lucha por crear un Estado de bienestar mínimamente efectivo o un partido socialdemócrata.
Footnotes
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“The U.S. Capitol raid was a failed self-coup previously seen in dying regimes”. Publicado en The Conversation el 10 de enero de 2021. ↩
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“Political violence in polarized U.S. at its worst since 1970s”. Publicado en Reuters el 9 de agosto de 2023. ↩
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“President Joe Biden says it was a ‘mistake’ to say he wanted to put a ‘bull’s-eye’ on Donald Trump”. Publicado en AP News el 15 de julio de 2024. ↩
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Ver el sitio web de Project 2025 ↩
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“The Deep Structure of Democratic Crisis”. Publicado en Boston Review el 6 de enero de 2022. ↩