Otra vez lejos del arco del triunfo
El maléfico milagro existe: la selección peruana de fútbol ha retrocedido hasta el año previo a la llegada del Tigre Gareca. Ha retornado al pantano donde se encontraba atascada y del cual salió a trompicones para llegar a un mundial después de 36 años de ausencia. Todo indica, lamentablemente, que resulta difícil salir de esas apestosas aguas. El espíritu autodestructivo, sacar del camino lo mejor de nosotros, hundir aquello que iba relativamente bien, ha resurgido como un cuchillo envenenado en el afán de hacer prevalecer intereses de grupo e ignorar un fin más noble y vasto como es pensar en lo nacional. El manejo de la selección se parece otra vez a la esfera política y al transporte masivo urbano. Tiene ese aire enrarecido a negocio particular en un ámbito público.
El mundial que organiza la FIFA en México, Estados Unidos y Canadá para el año 2026 tiene el aroma de ser un gran negocio. Ya ni sé cuántos países van a ir, pero lo que todos saben es que el Perú no va a estar: es muy difícil que llegue, y de hacerlo, que esté en buena forma. Iría solo por ir. Nuestra selección se encuentra por mérito propio en el último lugar de la tabla de posiciones. Ha retornado con total naturalidad a ser el último: últimos en la clasificatorias, últimos en el grupo de la Copa América, la U quedó último en su grupo de la Libertadores, y Alianza, por cierto, también quedó último. En nuestros mejores momentos solemos ubicarnos a mitad de tabla. En los peores descendemos a los últimos casilleros. Ese es nuestro lugar. Chispazos, suerte, la aparición de un buen grupo, de algún entrenador como Jorge Orth, Didí, Lajos Barotti, Tim o Ricardo Gareca. Bajo esas circunstancias nos ubicamos en el quinto lugar, vamos al repechaje, disputamos cada encuentro, incluso maravillando con algunas jugadas de lujo que la televisión se encarga de repetir con desesperado sentido del honor. Pero casi siempre ganamos solo en los amistosos, como aquel contra Francia, en el Parque de los Príncipes, pero perdemos los partidos claves, como sucedió contra Argentina y Polonia en 1978 y 1982 o contra Australia en 2022.
Para ir a un mundial hay que merecerlo. En un momento de caos administrativo, como el de ahora, de falta de autoridad moral para gobernar de manera honesta y planificada una rama deportiva, es muy difícil participar en una cita mundialista. No resulta válido ni justo ir sin haber hecho los méritos mínimos necesarios. Nuestra expectativa tropieza con la realidad: el actual es un equipo que no sabe a lo que juega, que no mete gol, que no sabe dónde está el arco rival, que no tiene alma, ni espíritu, ni ganas. Un dato importante: tampoco tiene referentes y aquellos que pretenden serlo están mayores, desmotivados, cansados, hartos, que no barajan el retiro de la práctica deportiva y, lo peor de todo, los convocan, sea por convicción, necesidad o por simples acuerdos entre las diferentes partes.
La Liga 1 es un verdadero cementerio de elefantes, pero la selección no lo puede ser. Paolo Guerrero puede ir al Alianza si así lo cree, pero no a la selección. La clasificatoria tiene selecciones con grandes centrales que lo van a superar de todas maneras. André Carrillo hace años que le dijo adiós a la competencia exigente. Cristián Cueva, sin estado físico y roce de competencia, no puede hacer sus grandes jugadas de antaño. Sin una correcta preparación no se puede llegar a un mundial. Hay que estar a la altura, y no lo estamos. Pero el fútbol es un negocio y en medio de la Copa América, la Eurocopa y los Juegos Olímpicos, hay miles de programas televisivos dedicados al fútbol, el deporte rey, el de las masas, el de los hinchas en las buenas y en las malas, de esos hinchas masoquistas e ilusos porque el fútbol fue durante un periodo de siete u ocho años, bien llevado, desde la Federación, pero como si fuese una burbuja, evitando que se contaminara con lo pútrido del medio ambiente del país. Ese fue el mérito de Ricardo Gareca y de Juan Carlos Oblitas I, porque el Juan Carlos Oblitas II no muestra la cara. Pero ese plan no tuvo continuidad, fue tomado por asalto, por intereses nunca explicados con claridad y, otra vez, a llorar al monte o sobre la leche derramada. Debe ser tan bueno el negocio del fútbol que hasta los líos se trasladan a la trasmisión de los partidos del torneo local. Las noticias más importantes resultan ser lo que ganan los jugadores, su precio en el mercado y la búsqueda descarada de extranjeros con algún pasado peruano en sus venas, vía el ADN. Lamentablemente, ninguno de ellos juega en las ligas importantes.
La selección y sus alrededores
En este ambiente nuestra selección nacional, llamada también la blanquirroja o el equipo de todos, es solo un fantasma que todavía convoca a un hincha desconcertado que no sabe si apoyar a una administración absolutamente deslegitimada o a un símbolo patrio que agoniza en uno de los inviernos más tristes, desangelados y fríos. ¿Por qué debe ser capitán Paolo Guerrero y no Pedro Gallese? La respuesta de Jorge Fossatti es supuestamente técnica, pero no responde a una lógica seria. Pedro Gallese representa la vigencia actual, Paolo Guerrero es tan solo la cara desesperada de un pasado que intenta perpetuarse, un gran pasado personal, y grupal, por cierto, pero las selecciones que participan en un mundial acostumbran hacerlo en tiempo presente y con jugadores que se encuentran también en un tiempo presente. Nuestra selección es ahora un ente burocrático. Se juega porque no hay más remedio. Se convoca a lo que fue. Predominan los nombres y no la dedicación seria a su deporte.
Instituto Peruano del Deporte en Facebook.
El éxito español en la Eurocopa radica en la plenitud de un equipo (sobre todo en su volante) y en su apuesta al futuro: Nico Williams de 23 años y Lamine Yamal, un fenómeno formado en el Barcelona, de tan solo 17 años. A ninguno de los dos hay que “apapacharlos” hasta los 25 o 27 años, como se dice respecto a Piero Quispe; hay que formarlos, más bien, como se hizo con Lamine Yamal, desde las divisiones inferiores: alimentarlo correctamente, enseñarle los fundamentos, compartir los buenos modales, y hacer de él un verdadero futbolista del competitivo siglo XXI. Y eso no se hace en el Perú porque a los clubes no les resulta rentable invertir en la formación de un futbolista; hacerlo es caro y toma tiempo, y por eso es preferible contratar a extranjeros viejos o lesionados, que abundan, y no formar potrillos, que desde ya suena bastante peyorativo. De seguir esa lógica no tendremos futbolistas adultos y de calidad si a los prospectos los llamamos potrillos o les ponemos apodos de animales o los llamamos la joya. La joyita. Los clubes deben sincerarse. Debemos saber qué lleva a la dirigencia a querer tanto participar en un torneo de tan baja calidad como es la Liga 1, en qué consiste la ganancia, la lógica empresarial que subyace detrás de su accionar. Indagar, por ejemplo, ¿cuál ha sido la ganancia de la familia Acuña al contratar a Paolo Guerrero? Me refiero a lo estrictamente deportivo. ¿Qué gana Alianza Lima contratando a Paolo Guerrero cuando ha llegado a superar la barrera de los cuarenta años? ¿De qué manera se inscribe un contrato con él en su planificación al futuro?1
El modelo de negocio lo han impuesto los grandes clubes de los países más desarrollados del continente: Brasil, Argentina, Uruguay, Colombia y Ecuador tienen instituciones que forman y exportan jugadores, antes de cumplir los 23 años. Somos la materia prima, como los minerales. La meta es alimentar a los clubes europeos, de ser posible. Pero, al menos, se trata de un sistema claro y transparente. El mismo Norberto Solano lo dice de forma tajante: a mí me vendieron (suena fuerte, pero él fue el producto) por la misma cantidad que hoy vale un jugador peruano. Y concluye: no hemos avanzado un ápice. El dinero es el fondo del asunto. Recibimos a diario datos monetarios: cuánto vale un jugador, a cuánto su transferencia, cuánto gana, pero no se conoce, en la misma medida, cuál es la lógica económica de los clubes peruanos y qué hace la Federación al respecto. No hay selección sin el aporte de los clubes. Nadie entiende por qué los clubes prefirieron que los futbolistas debajo de los 23 años no participen en un torneo internacional que podría favorecerlos y, en cambio, los retienen para que jueguen en el torneo local, de excesivo color local, diría yo, que vale mucho menos. La meta hoy de los jugadores peruanos está puesta en Argentina, México o Estados Unidos cuando los jugadores de esos tres países tienen su objetivo puesto en Europa. Norberto Solano viajó primero a Buenos Aires (donde aumentó su valor) y de allí fue a Londres. El jugador peruano, sin embargo, sueña en jugar en cualquier lugar, menos en la Liga 1.
Considero que mientras haya torneos de veteranos transmitidos casi todos los días en la televisión, de 7 contra 7, todavía no considerada una disciplina olímpica, será muy difícil asistir a un mundial. También creo que mientras el fútbol actual se reduzca a la vida privada y a los deseos personales de un jugador como Paolo Guerrero no habrá futuro en un deporte en el cual juegan 11 y es por su naturaleza democrático, horizontal y colectivo. La comidilla que genera Paolo Guerrero en la prensa se ha convertido en un obstáculo al eventual proceso de crecimiento de nuestro fútbol. No queda de otra: solo contentarnos con el color local de las grescas dentro y fuera de los estadios. Quedarnos en la previa, y no en los partidos (Lima, 3 de agosto de 2024).
Footnotes
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El 1 de setiembre de 2024 el club Alianza Lima presentó a Paolo Guerrero como parte de su plantel. ↩