La tradición autocrítica: los casos de Héctor Béjar y Alberto Gálvez Olaechea
El historiador alemán Reinhart Koselleck plantea la hipótesis de que la historia construida por los vencidos posee un potencial epistemológico del cual carecen las versiones escritas por los vencedores. Mientras estos últimos construyen un relato histórico de corto plazo, que se enfoca en cómo sus esfuerzos les otorgaron la victoria, y así tienden a interpretar sus logros como necesidades históricas que siguen una línea teleológica, los primeros deben hacerle frente a la cuestión de por qué los hechos no se desarrollaron como ellos los planearon, lo que los obliga a indagar en fenómenos de mediana y larga duración, que pudieron haber influido en el desarrollo de los acontecimientos. Hacerse estas preguntas —sostiene Koselleck— suele provocar explicaciones más convincentes y metodológicamente más innovadoras.
De estos planteamientos no se sostiene, por supuesto, que toda historia formulada por los vencidos tendrá mayor capacidad explicativa per se. Para que este potencial pueda concretarse es indispensable que el vencido atraviese un proceso que, a falta de una mejor terminología, denomino autocrítico, el cual implica ensayar respuestas heterodoxas a antiguos problemas y, por consiguiente, revisar los métodos y principios que debieron haber conducido a los fines deseados. Una tradición autocrítica se construye a partir de tres momentos claves: el primero, marcado por la ortodoxia y el convencimiento de una serie de ideas y métodos; el segundo, caracterizado por la puesta en práctica de estos planteamientos hasta sus últimas consecuencias, lo que provoca una incongruencia entre realidad y teoría; el tercer momento, que supone la revisión de los métodos y la búsqueda de nuevas interpretaciones de la realidad. Lo clave en los ejemplos que aquí expondré —dos casos de la izquierda peruana del siglo XX: el de Héctor Béjar y el de Alberto Gálvez Olaechea— consiste en que el proceso autocrítico se da siempre a posteriori, como consecuencia de la puesta en práctica de las ideas ortodoxas y tras el componente de la derrota.
Antes, sin embargo, cabe hacer unas aclaraciones. El término autocrítica tiene una connotación surgida desde el stalinismo, distinta, en realidad opuesta, a la aquí presentada: se exigía autocrítica como una forma de corregir la desviación del dogma, es decir, para provocar el retorno de la heterodoxia a la ortodoxia. En algunas ocasiones, el pensamiento autocrítico también se homologa con el epíteto de revisionista, estableciendo una equivalencia entre la opción de “revisar” los planteamientos fundamentales de un proyecto político y el abandono de éstos. Aunque el pensamiento autocrítico no implica un rechazo de los fines sino una revisión de medios y principios, a veces ingresa en una zona gris y puede ser instrumentalizado, desde los supuestos guardianes de la ortodoxia, como una forma de traición. La derrota produce, en todo caso, diversas reacciones y la opción autocrítica es solo una alternativa entre otras, como la conversión o el repliegue en el dogmatismo.
Héctor Béjar escribió Perú 1965: Apuntes sobre una experiencia guerrillera (1969) durante su estancia en prisión, tras la fallida experiencia del Ejército de Liberación Nacional en Ayacucho. El libro parte del convencimiento de la necesidad de continuar la lucha guerrillera en América Latina y del propósito de explicarse el motivo del fracaso de los “primeros intentos en suelo peruano”: los del ELN y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), derrotados por el Ejército Peruano en 1965. En esta primera versión coexiste un planteamiento ortodoxo del guevarismo foquista, cuya teoría no se pone en duda, con el gesto esencialmente antidogmático de confrontar las ideas frente a la realidad. En este marco limitado, su autor realiza un examen de los errores de aplicación del método guerrillero y los encuentra en la falta de preparación para iniciar la lucha armada y en los problemas que suscitaba la relación de los guerrilleros con los pobladores de las zonas donde actuaron.
Héctor Béjar
En 1973, luego de ser amnistiado por Juan Velasco y tras haberse integrado al Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (GRFA), Béjar publicaría una segunda edición del libro titulado Las guerrillas de 1965: balance y perspectiva. En esta versión, plantea una polémica con los sectores de izquierda radical opuestos al gobierno velasquista, que él denomina “ultraizquierda”, a quienes discute la caracterización del GRFA.1 Para lo que nos interesa en este ensayo, lo evidente es que en ese momento Béjar ya se ha alejado de la ortodoxia guevarista y su propuesta se decanta como una crítica del método, la guerrilla, para el contexto peruano. Una vez deshechas las “ataduras con ciertos esquematismos característicos de la izquierda tradicional (…) y el temor a la condena de las pequeñas capillas ideológicas de esa izquierda”, el exguerrillero enfila sus críticas a aspectos que antes habían sido pasados por alto: la identidad clasemediera urbana de la guerrilla peruana, insertada “como un cuerpo extraño en el mundo rural”; la deficiente comprensión del ejemplo cubano, que los llevó a creer que la guerrilla era “la forma única y excluyente” de llevar al pueblo al poder; y, por tanto, la sacralización de la guerrilla como fetiche —de modo semejante, afirma, a como otros habían fetichizado el Partido— atribuyéndole “valor intrínseco a lo que es apenas instrumento”.
El aporte de Béjar es una crítica del medio y no una claudicación de los fines que había sostenido durante la década del 60 cuando comandaba el ELN: el socialismo, la captura del poder, la transformación de la sociedad peruana. Al evitar la confusión entre el medio y el fin, enfatizando la prioridad de este último, se pregunta por qué lo que funcionó en Cuba no tuvo éxito en Perú ni en otros países de la región. Sin embargo, su crítica en ningún momento supone rechazar el conjunto de la experiencia guerrillera, sino establecer un examen de un momento histórico del que fue protagonista.
Hasta cierto punto, la obra ensayística de Alberto Gálvez Olaechea es una derivación y desarrollo de los planteamientos del video declaratorio presentado a la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), hecho público en el año 2003.2 Como parte del diálogo que la CVR buscó entablar con los principales actores del periodo de violencia política, Gálvez Olaechea, exdirigente del MRTA, presentó dicho video y un texto titulado Ensayando explicaciones, en el que detalla un balance sobre la participación de su agrupación en la Guerra Interna. Este acercamiento produjo un enriquecedor diálogo con Carlos Iván Degregori, antiguo compañero suyo en el MIR durante la década del 70 y principal figura de la CVR, en lo que podría considerarse el encuentro entre dos intelectuales y militantes socialistas, que respondieron de modo distinto ante una derrota generacional: por un lado, el derrotado que hace autocrítica pero mantiene su postura y, por el otro, aquél que se convierte al nuevo credo de los derechos humanos, o para decirlo en términos de Enzo Traverso, el melancólico de izquierda que se resiste a efectuar el duelo de las ilusiones derrotadas y aquél que realiza dicho duelo exitosamente, encontrando un objeto afectivo sustituto.
Si Béjar es fundamentalmente un crítico de los métodos y medios, el análisis de Gálvez Olaechea sacude los principios que guiaban el socialismo peruano del siglo XX. En el sucinto video expone seis conclusiones que no son otra cosa que una revisión de los fundamentos a partir de los cuales buena parte de la izquierda peruana y latinoamericana actuó durante las décadas de los 60, 70 y 80. Entre las ideas centrales está la constatación de que la victoria revolucionaria no era una necesidad histórica y que las revoluciones no son reglas de la historia sino, más bien, excepciones. La revisión de estos presupuestos —vividos como certezas por gran parte de la nueva izquierda en distintas partes del mundo a raíz de los triunfos revolucionarios en América Latina o la exitosa lucha anticolonialista en África y Asia, que los convencieron de la inevitabilidad de la victoria— tiene un poder explicativo clave para entender por qué ciertos actores tomaron los riesgos que tomaron y llegaron a los extremos a los que llegaron, al mismo tiempo que sienta las bases para pensar cómo podría definirse una praxis socialista en el siglo en curso. Sus indagaciones posteriores —como Desde el país de las sombras (2009) y Con la palabra desarmada (2015)— abordan otros temas diversos como la historización de las luchas populares en el Perú, el análisis de la vida carcelaria, la lectura crítica de la CVR o el balance de su generación, pero solo pueden entenderse cabalmente a la luz de esa revisión teórica previa.
De ahí que acaso el gran aporte del trabajo de Gálvez Olaechea sea la reconstrucción, al mismo tiempo verosímil y autocrítica, del punto de vista del militante socialista radical peruano de fines del siglo XX. La necesidad de que los textos históricos que aborden el periodo de violencia política, independientemente del prisma ideológico desde el cual se escriben, incorporen esta perspectiva —a veces limitada a fórmulas reduccionistas como “fanatismo”, “irracionalidad” o “barbarie”— no debería verse como un acto de justicia o una apología a su actuación, sino simple y llanamente como una expansión de las formas del conocimiento del pasado.
A pesar de las semejanzas en sus trayectorias, las de dos militantes socialistas que devienen intelectuales tras la estancia en prisión, sus diferencias explican el distinto alcance de sus críticas y la recepción de sus aportes. Como él mismo ha narrado, tras su detención, Béjar se salvó de una segura ejecución —destino de casi todos los guerrilleros de los 60—, al ser observado con vida por un periodista. Un movimiento, que contó con la adhesión de intelectuales nacionales e internacionales, fue fundamental para que el gobierno de Velasco lo amnistiara junto con Hugo Blanco, un año después de que su libro ganó el Premio Casa de las Américas. No solo un intelectual o un exguerrillero sino un organizador, durante el GRFA se integraría a SINAMOS, trabajando mano a mano con los sectores más radicalizados de las Fuerzas Armadas.
Alberto Gálvez Olaechea, tercero desde la izquierda.
Por su parte, Gálvez Olaechea fue detenido poco antes del autogolpe fujimorista y el desmantelamiento de los aparatos de Sendero Luminoso y el MRTA. La magnitud de la derrota, sumada a la fuerte estigmatización, ha debido repercutir tanto en la radicalidad de su autocrítica como en la poca circulación de sus escritos, por lo general fuera de los circuitos académicos o revistas especializadas.
No obstante, en los últimos años el ascenso de los discursos terruqueadores ha ido homologando la situación de ambos, como se evidencia con la campaña desatada contra Béjar durante su breve paso por la Cancillería durante el 2021 y el escaso apoyo que suscitó en la clase política. Mientras tanto, Gálvez Olaechea, quien estuvo veinticinco años en prisión y fue liberado en 2015, ha vuelto a la clandestinidad luego de que la Fiscalía solicitó prisión preventiva por el caso Las Gardenias.3
Es conocida la frase de que la historia la escriben los vencedores. Koselleck dice que es cierta tan solo en el corto y mediano plazo, pero advierte que sus relatos raramente pueden mantenerse por un largo plazo. En un contexto de terruqueo y cada vez mayores limitaciones al ejercicio del pensamiento crítico, como el peruano, acaso eso sea algo que no debamos perder de vista.
Footnotes
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Al respecto vale la pena revisar su debate con Aníbal Quijano de 1972 llevado a cabo en las revistas Sociedad y política y Participación. ↩
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Ver: Alberto Gálvez Olaechea, en el canal de Youtube del LUM. ↩
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Gálvez Olaechea lo anunció en un post en Facebook del 27 de octubre de 2023, donde denunciaba la instrumentalización del caso para alargar las condenas de emerretistas presos y volver a encarcelar a quienes ya las habían cumplido. El caso Las Gardenias es una masacre de ocho personas homosexuales y travestis asesinadas en Tarapoto, San Martín, el 31 de mayo de 1989 a cargo de seis miembros del MRTA. Como reconoce y discute Rafael Salgado en su libro de memorias, este tema ha causado desencuentros entre los movimientos por la diversidad sexual y el colectivo H.I.J.X.S. de Perú, que reúne a hijos de miembros encarcelados o desaparecidos del MRTA. Cabe resaltar que Gálvez Olaechea estuvo preso entre 1987 y 1990, y renunció al MRTA en 1992, poco después de su segundo encarcelamiento. ↩