Europa: Incertidumbres y diferencias en el corazón de la Derecha
El ascenso de las derechas radicales se ha convertido en uno de los temas más angustiosos y polémicos de la época actual. Más de una explicación ha surgido en el intento de aclarar un fenómeno a todas luces multifactorial, y aunque el triunfo electoral de los laboristas en Gran Bretaña (que ya no forma parte de la Unión Europea) y del Nuevo Frente Popular (NFP) tras la disolución de la Asamblea en Francia, suscita algunas esperanzas, una observación más detenida de la evolución de la ultraderecha, en su falsa diversidad, nos devuelve a las angustias de los últimos lustros.
Una de las explicaciones es aquella que da Iannis Varoufakis, exministro de economía griego en el gobierno de Syriza. En una reciente entrevista,1 sostiene que lo que ocurre en diversos países del Viejo Continente —Países Bajos, Francia, Alemania, Italia, Portugal, etcétera— debe entenderse como resultado de la crisis del post capitalismo iniciada en 2008. Varoufakis establece una analogía entre ésta última y aquella del 29: “El mundo cambió en ese año, el ascenso del fascismo, el aumento de la desigualdad, la xenofobia, los populismos, el aislamiento”. En esta línea se inscribe también el reciente análisis de Benoit Bréville y Serge Halimi sobre el gran crecimiento electoral del Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen en Francia.2 Ellos parten del diagnóstico de que la crisis del 2008, las fuerzas del capitalismo neoliberal y la globalización, han generado un sentimiento de agravio, de humillación y marginación entre amplias capas sociales, que se expresó por ejemplo en un fenómeno insurreccional transversal como el de los Chalecos Amarillos en Francia, y que explica el voto popular por el RN en los recientes comicios europeos.
El Parlamento Europeo eligió a Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea el 18 de julio de 2024. Será su segundo mandato.| European Parliament en Flickr
Es innegable que las elecciones europeas del pasado 9 de junio mostraron un preocupante auge de los partidos extremistas, acompañado de un debilitamiento de los socialistas, los liberales y los verdes (grupo llamado por sus siglas SyD). Estos últimos aceptaron una coalición europeísta con el Partido Popular Europeo (PPE) a la hora de ratificar a la conservadora Ursula von der Leyen en la presidencia de la Comisión Europea, preservando así el status quo. En número de votos y escaños, la extrema derecha ha marcado un récord en dichos comicios. Si sumamos todas las formaciones ultraderechistas de los 27 países miembros de la UE llegamos a cerca del 25 por ciento de los votos y a algo más de 200 diputados de un total de 720. Se trata de un crecimiento exponencial: en 1984 no llegaban al 4%. Además, la extrema derecha ha sido la primera fuerza en seis países (Francia, Italia, Hungría, Austria, Bélgica y Eslovenia) y segunda en otros seis (Alemania, Polonia, Países Bajos, Rumanía, República Checa y Eslovaquia).3 Si la extrema derecha europea estuviera unificada sería hoy la primera fuerza política de la Eurocámara, por encima del Partido Popular Europeo (PPE), que tiene 188 diputados.
Intentaremos abordar las razones (posibles y debatibles) de este crecimiento y los desafíos que tiene la Comisión Europea en el período que se inicia.
El cómo y el por qué
Vale la pena detenerse en el descontento que lleva a grandes sectores de la población a votar por la extrema derecha. Más allá de la normalización del relato de estas corrientes ultras por parte de la derecha histórica —algo que ya analicé en anteriores artículos en Quehacer— parece evidente que estos nuevos votantes de la derecha extrema han sufrido la globalización en su día a día a través del impacto de las importaciones asiáticas en sus puestos de trabajo, han sido infelices testigos de procesos de desindustrialización y deslocalización y han experimentado en carne propia el deterioro de la protección social y de servicios públicos como la salud y la educación.
Por otra parte, el aumento de conflictos bélicos y hambrunas en Medio Oriente y África ha alimentado la inmigración y el consiguiente repliegue identitario. A esto, se agrega la creciente incertidumbre en relación al futuro próximo, vinculada al cambio climático y al impacto potencial de la inteligencia artificial en sus ya precarios empleos. Las políticas belicistas, tras la invasión de Rusia a Ucrania, con el incremento del gasto militar —inversamente proporcional a la disminución en sectores claves para el bienestar social—, no hacen sino agravar la incertidumbre. Para estos electores, el futuro es una fuente de amenazas, no de promesas.
Detalle de una escalera en el edificio del Parlamento Europeo en Estrasburgo.| European Parliament en Flickr
Todo esto va acompañado del descrédito de los políticos tradicionales que ignoran —o no les interesan— sus problemas. El ejemplo emblemático es el de Emmanuel Macron, quien no ha podido ocultar nunca el orgullo que siente de pertenecer a la élite política francesa y ha demostrado su arrogancia irreprimible cada vez que sus funciones lo han obligado a acercarse al pueblo o a esa “ruralidad” de la Francia profunda, a la que Marine Le Pen sí sabe dirigirse: “Estoy aquí para hablarles en nombre de una Francia que se siente humillada, de aquellos a quienes se ha dicho ustedes no son nada, no sirven para nada. Ya basta: la clase política se ha ocupado de todas las minorías imaginables en nuestro país desde hace años y se ha olvidado de nosotros. Nosotros somos la mayoría y merecemos respeto y consideración”4.
Llegados a este punto del diagnóstico, surge una paradoja: si una parte importante de las sociedades desarrolladas está muy descontenta con las injusticias del capitalismo, con la globalización y el deterioro de los servicios públicos, ¿por qué piensan que la solución está en la derecha radical y no en los partidos de izquierda? La lista de agravios que antes enumeramos sucintamente, coincide con los elementos más básicos de los programas políticos de izquierda. Con diferencias y matices, desde la socialdemocracia hasta los partidos más a su izquierda, llevan años llamando la atención sobre la desigualdad de oportunidades y de riqueza, sobre la necesidad de reforzar los Estados de bienestar, de abordar el calentamiento global y regular de forma más estricta el capitalismo a nivel planetario. ¿Por qué entonces, si las preocupaciones de estos votantes encajan en los programas de la izquierda, a la hora de votar lo hacen por partidos cada vez más ultra conservadores? En América Latina los ejemplos de Bolsonaro y Milei resultan emblemáticos. Pero Europa se vio sorprendida también en las últimas elecciones europeas por dos candidatos “outsiders” de parecido perfil.
Uno de ellos fue el español Luis Alvise Pérez, líder de una formación sin programa llamada Se acabó la fiesta. A través de las redes sociales (en particular Telegram y X, donde cuenta con más de medio millón de seguidores), Alvise obtuvo tres diputados en el parlamento europeo. Consiguió las 15 mil firmas necesarias para validar su candidatura en los comicios y 800 mil votos. Se acabó la fiesta se centra en la lucha contra la corrupción, haciendo correr todo tipo de bulos contra los partidos oficiales. De hecho, ha logrado desviar a su favor a buena parte de los votantes de Vox con quien comparte mucho de su ideología racista, ultranacionalista y muy conservadora en lo que a economía y política se refiere. No siente vergüenza alguna en afirmar que no sabe qué es el Parlamento Europeo, ni sabe cómo funciona, pero que decidió participar como candidato en los comicios para evitar los juicios por difamación que lo persiguen.
Hay, sin duda, un gran número de factores que explican esta extraña deriva electoral. Desde las redes sociales que sustentan todo tipo de fake news hasta la xenofobia, la islamofobia, la normalización del relato de la extrema derecha por parte de los grandes medios de comunicación y los partidos de la derecha tradicional, así como el rechazo del ejercicio político tradicional. También se intenta dar cuenta del ascenso de la derecha radical volviendo a la idea marxista clásica de la “falsa conciencia”: Los electores alienados estarían en la incapacidad de entender lo que ocurre y de apoyar lo que les conviene.
Tal vez merezca la pena cuestionar —sin negar la obvia problemática de la desigualdad, los cambios tecnológicos y culturales y las asimetrías sociales— la manera en que se ejerce la política desde los partidos. El politólogo español Ignacio Sánchez Cuenca no duda en afirmar que los proyectos emancipadores o de progreso sólo son viables cuando la gente confía en la política como instrumento de cambio. Hay que creer primero en la política, para apostar luego por líderes y organizaciones que prometen reformas profundas de la economía y de la sociedad.
En esta línea posible, es útil remitirse a autores ya clásicos como Norbert Lechner,5 quien aborda el tema desde la subjetividad, pensando la política como un desmontaje de lo que a simple vista parece natural. Así, el votante extremista puede estar de acuerdo con muchas ideas de la izquierda, pero no actúa en consecuencia porque considera que la política está averiada. Como ya no hay espacio para “hacer la revolución”, el único mecanismo de cambio es el institucional o reformista. Tras décadas de frustración no resulta fácil para este elector confiar en las instituciones que deberían llevar adelante el cambio. La crisis de la representación democrática perjudica sobre todo a la izquierda.
Las derechas rupturistas, en cambio, propugnan un camino alternativo que pasa por la crítica a la representación clásica como puede ser la parlamentaria, delegando en líderes fuertes (i.e. Bolsonaro, Milei, Abascal, Marine Le Pen, Giorgia Meloni) que se burlan de los resortes institucionales. Proponen una suerte de hiper liderazgo, liberado de amarras y restricciones institucionales. Las derechas radicales capitalizan el descontento con la representación y prometen una política distinta, intransigente, sin complejos, dura. Ofrecen superar la parálisis institucional. Frente a ellas, la izquierda se encuentra en una posición incómoda y débil: no consigue transformar el descontento económico en una palanca política porque no saben cómo resolver, antes, la crisis de la representación. Mientras no haya mejores niveles de confianza política los programas de izquierdas tendrán grandes dificultades para ganar apoyos.
Los desafíos de la UE
En este contexto incierto, con riesgos de un conflicto regional en el Medio Oriente, la prosecución de la guerra Rusia-Ucrania y un Parlamento Europeo muy fragmentado, el futuro de la Cámara es inquietante. La alianza posible del mayoritario PPE con alguno de los bloques de la extrema derecha para obtener la mayoría, puede incidir en la aprobación de medidas cada vez más duras en lo relativo a inmigración, crecimiento del presupuesto militar, reforzamiento de la OTAN, políticas fiscales neoliberales, transición ecológica, entre otras.
La artista Piedade Jardine pinta una acuarela del hemiciclo de Estrasburgo.| European Parliament en Flickr
En este contexto atomizado puede parecer una ventaja que la extrema derecha aparezca fraccionada. Por un lado, están partidos como el Rassemblement National de Le Pen o aquel de Viktor Orban (Fidesz), actual presidente pro tempore y amigo de Rusia, reunidos en Patriotas por Europa (PfE), grupo de reciente creación que ha logrado aglutinar a partidos ultras como la Alianza para la Unión de Rumanía, Chega de Portugal, la Lega italiana , el PPV neerlandés, y desde hace poco VOX que dejó el CRE por esta nueva formación. Por el otro, está el grupo Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), la familia política de Giorgia Meloni, con quien Ursula von der Leyen coqueteó hasta antes de su reelección a la cabeza de la Comisión Europea de Bruselas. A estos dos grupos de extrema derecha se añade uno nuevo, Europa de las Naciones Soberanas, impulsado por los alemanes de Alternativa para Alemania (AfD) y donde se encuentra también Reconquista, del francés Eric Zemmour.
Por el momento, y como muchos gobiernos del mundo, estos grupos están a la espera de los resultados de las elecciones en Estados Unidos. Pero no nos engañemos: más allá de lo que ocurra en noviembre en la Casa Blanca, la ultraderecha seguirá en apariencia diferenciada y en la práctica votando junta cuando se trate de temas como los valores cristianos, la inmigración o la transición verde.
En previsión del futuro próximo, la pelota está en el campo de los partidos progresistas. Es urgente una revisión programática y pragmática que reconstruya la confianza en las instituciones democráticas, antes de que sea demasiado tarde.
Footnotes
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“El capitalismo ha matado al capitalismo”, entrevista a Iannis Varoufakis en la revista Ethic. Publicada el 10 de junio de 2024. ↩
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“Nous y sommes”. En Le Monde Diplomatique, edición julio 2024. ↩
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Sobre la reorganización de los grupos de la extrema derecha dentro del Parlamento Europeo, ver: Forti, S.: “La extrema derecha europea en su propio laberinto”. Revista Nueva Sociedad, edición Julio 2024. ↩
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Entrevista en Europa 1. 29 de noviembre de 2018. ↩
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¿Qué significa hacer política? Lechner, Norbert . Obras II. FCE. México 2016 ↩