Militarismos, civilismos y gutierrismos
Sobre 'Una historia breve, extraña y brutal. Lima, julio de 1872' de Dante Trujillo
¿Cómo las distintas esferas de la sociedad peruana han podido enfrentar la imposición de un gobierno autoritario? Muchas veces, resistiendo la violencia ejercida por el poder; otras veces, confrontándola desde la brutalidad más descarnada. Entonces, ¿cómo justificar tal acto de descontrol contra aquellos que ejercen cierto grado de poder despótico? Más aún, ¿cómo enfrentarse, desde la escritura, a esa barbarie desatada? A veces, la ficción no es la salida más adecuada para abordar estos temas, menos en un ambiente tan convulsionado como el de ahora. En esos momentos, valerse de otros géneros o estrategias parece la manera más efectiva de hacerlo. Estas son las preguntas que intenta desarrollar Dante Trujillo en su libro Una historia breve, extraña y brutal (Alfaguara, 2022).
A propósito de una reciente masacre en Lima, donde un emprendedor desenfrenado por la ira y la frustración asesinó a cinco personas e hirió a otras diez, Trujillo emprendió una búsqueda de actos similares para la escritura de su columna periodística habitual. Es en un proceso de indagación rutinario que encuentra un motivo más interesante para escarbar: la imagen de un salvaje asesinato y ensañamiento con el cuerpo de un dictador y el de su hermano en la Lima del siglo XIX. A pesar de lo impactante de la imagen, esta no es la única motivación para interesarse por despejar lo enmarañado de tal situación, sino principalmente la de indagar sobre el silencio de la historia: ¿por qué no hay un registro claro sobre las motivaciones, los actores o los sucesos que llevaron a colgar los cadáveres de dos hombres de las torres de la Catedral de Lima? Pero más importante: ¿por qué no hubo repercusiones inmediatas ante tan grande descontrol? Frente a esto, el libro plasma más dudas que certezas. Con una intención periodística, Trujillo se propone elaborar una crónica de esa semana tan violenta pero silenciosa.
La historia oficial ha plasmado un vacío estruendoso entre los actos que surgieron en el cambio del militarismo al civilismo. Las elecciones presidenciales y la posterior toma de mando de Manuel Pardo a manos de José Balta no fue un hecho como el que estamos (aunque cada vez menos) acostumbrados a observar. Por un lado, el poder militar consideraba peligroso ceder el poder del país que habían defendido por años a un grupo inexperto en los manejos técnicos y políticos. Por el otro, el sector civilista recibía cada vez más apoyo (social y económico) para asumir el reto para el que lo habían escogido. Salvados los escollos que se pusieron a lo largo del proceso electoral, Manuel Pardo es el candidato que recibió la confianza de los colegios electorales para gobernar. Su ascenso al poder, por tanto, se hacía cada vez más esperado, sea para acelerarlo o para evitarlo. Es en este espacio en el que se desarrolla la investigación de Dante Trujillo.
El libro se centra en un periodo breve: cinco días de julio de 1872 que marcaron el rumbo de la familia Gutiérrez, un grupo de hermanos militares, cada uno de carácter diferente, pero cuyo sentir de deber histórico y patriota los llevó a un destino fatídico. El sector militar, a pesar de estar desprestigiado socialmente, no estaba dispuesto a ceder el control; en el sector civil, la figura de Pardo se hacía más llamativa, puesto que desde su limitado poder municipal apostaba por una estratégica aplicación de la economía para sacar adelante al país. En otras palabras, comenzó “una manera de hacer política que podríamos llamar de derecha liberal, ágil, capitalista, democrática y plural que se opusiera a los rezagos de medio siglo de conservadurismo y gobierno militar” (p. 174). Ante la pasividad de José Balta (de quien todos esperaban que instalase una dictadura antes que ceder el control al civilismo), los hermanos Gutiérrez lideraron una “revolución”, publicitada por ellos mismos como popular, urgente y necesaria ante un abismo de incertidumbre. En consecuencia, secuestraron y asesinaron a Balta, lo que constituye el primer (o uno de los primeros) magnicidio de nuestra historia republicana.
Las características de estos coroneles del Ejército peruano han sido en gran medida desdibujadas y exageradas, proponiéndolas como monstruos que el país necesitaba liquidar. Dichas semblanzas hechas por los cronistas, civilistas en gran medida, parecen ser hechas como justificación para una Lima que había descargado su ira acumulada históricamente, o peor aún, como un acto necesario para impulsar el cambio de un grupo de poder a otro. El líder de la “revolución de julio”, Tomás Gutiérrez, era caracterizado como alguien impulsivo antes que estratégico, “brusco, impetuoso, altivo, ignorante y resuelto” (Jorge Basadre), “era el terror, era la muerte” (Héctor Varela). El hermano Silvestre, “valeroso y de instintos perversos” (Manuel Seoane), pero “magnífico soldado, de valor incomparable” (Faustino Silva). Marcelino y Marceliano, de quienes los cronistas confunden sus datos, son tanto valeroso el primero como apacible y raro el segundo.
El libro, además, presenta una historia extraña: ante la muerte de Balta, Tomás Gutiérrez, quien no estaba preparado para gobernar, ni lo había pensado antes, asume la presidencia con ayuda de los militares liderados por sus hermanos. Por otro lado, el Congreso emitía comunicados a la población en el que declaraba a los Gutiérrez “fuera de la ley”, con lo que se daba carta libre para actuar contra ellos. Todo acto que destrone a los Gutiérrez estaba permitido. Es extraño, además, por quién encabezaba el Congreso: el militar conservador José Rufino Echenique. Más extraño aún es entender cómo un intelectual liberal, revolucionario, como Fernando Casós aceptó ser secretario de Gobierno. O recordar también que Tomás Gutiérrez era ministro del gobierno de Balta. Y en este ambiente enrarecido, la corrupción a nivel mediático (prensa comprada, redactores calumniadores y engañadores) y a nivel político (la red de poder que había construido el empresario Henry Meiggs era de temer) hacía más difícil comprender el momento que se vivía.
Por último, el libro presenta una historia brutal. Ante el descontento generalizado, el abandono de gran parte de sus tropas, ante el aislamiento económico, social e intelectual que vivían los Gutiérrez, la respuesta del “pueblo” no se hizo esperar. Esta ofensiva, además, puede haber tenido como causa que las mismas personas temieran la extensión del militarismo, mientras que ponían sus esperanzas en el estadista Pardo. Las fuentes históricas señalan como el autor de la violencia al “pueblo”, un ente que se desliga de los civilistas para ser solo una masa anónima y movida por la brutalidad, pero también por el patriotismo; claro que desde su óptica es más importante la última que la primera. Silvestre Gutiérrez reaccionó ante los ataques de esta masa y fue asesinado primero; luego, llegó el turno de Tomás. No contentos con haber liberado al Perú de la dictadura a través de la muerte y con sus propias manos, el “pueblo” recordó que estos cadáveres estaban fuera de la ley para continuar con la vejación: el retrato que ha inmortalizado estos cinco días muestra los cuerpos de los hermanos desnudos, muertos y colgados de una torre de la Catedral de Lima, mientras los limeños contemplan la escena con pasividad y normalidad.
Para contar esta historia, Dante Trujillo prefirió evitar la ficcionalización, luego de notar que las distintas estrategias novelescas que intentó no cubrían el impacto que este hecho generaba. Ante ello, optó por presentar a las mismas fuentes a modo de crónica, dejando que ellas muestren la historia, pero guiadas por su voz narrativa. Quizá esto es lo que más le juega en contra al libro, pues nos enfrentamos a distintas voces que en varias partes opacan y hasta silencian la voz narrativa. Sin embargo, cuando esta aparece, es para dar cuenta de un problema mayor que tal vez no tenga una solución óptima. Esto es, que las pocas fuentes que hay son totalmente contradictorias, no solo a nivel textual, sino también visual: las imágenes que existen, incluida la que exacerbó los temores del autor, eran trucadas. Como lo dice el mismo Trujillo: “Me dejo conducir por cronistas que no los conocieron personalmente, periodistas que les temieron, políticos que los repudiaron, historiadores para los cuales su paso por la trama nacional no es más que una anécdota oscura” (p. 69).
Con todo esto en contra, el misterio que envuelve al suceso hace más interesante al libro, sobre todo por el final que le da: la posibilidad —remota, si se quiere, pero posibilidad al fin— de entender al “gutierrismo” como parte del futuro político del país. Las preguntas que se lanzaron al inicio de este escrito es probable que no puedan responderse, pero Trujillo lanza una hipótesis sugerente: quizá el motivo de este silenciamiento histórico es la vergüenza tanto de la facción política vencedora, como de la Lima airada, por su participación y autoría en la masacre de la “revolución de julio”. Sean cuales sean los motivos, Dante Trujillo ha ampliado la pequeña ventana que nos acercaba a este suceso. Es necesario, desde luego, que ahora se estudie desde una perspectiva académica e histórica, sobre todo si este es un episodio que parece un antecedente inmediato de nuestra actual situación política y social.