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Enzo Traverso y la revolución: una historia no solo cultural

Enzo Traverso y la revolución: una historia no solo cultural

Los libros de Enzo Traverso debieran ser parte de un debate obligado en las izquierdas de todo el mundo. Seguramente, una porción no menor de las dificultades para esta lectura recae en la sólida organicidad de su obra: como el erizo de Arquíloco, sabe una sola gran cosa y ello obliga a una revisión sistemática de todos sus escritos. Esta “única gran cosa”, que es su leitmotiv, es, precisamente, la izquierda. Más aún, la izquierda comunista, pese a que en sus textos refiera -y muestre simpatía- hacia otras expresiones, como el anarquismo.

Al respecto, uno de los hilos rojos que atraviesa su obra, son las observaciones que hace sobre un supuesto cambio de paradigma que debe procesar la izquierda en el siglo XXI. Según él, se ha pasado del “principio de esperanza” al “principio de responsabilidad”, siguiendo a la pareja conceptual elaborada por Reinhart Koselleck.1

El “principio de esperanza” se refiere a la idea de que podemos aspirar a un futuro mejor y trabajar para lograrlo, que fue relevante, y hasta central diríamos, durante el siglo XX, especialmente en el comunismo, que prometía un futuro utópico que debía llegar de todas maneras. Sin embargo, Traverso sugiere que en el siglo XXI se ha visto un cambio hacia el “principio de responsabilidad”, que implica el reconocimiento de que nuestras acciones tienen consecuencias y que debemos asumir la responsabilidad de ellas. En este contexto, el comunismo ya no se ve como un punto de intersección entre un espacio de experiencia y un horizonte de expectativas.2

En este marco, ¿qué son las revoluciones, para Enzo Traverso? Durante el siglo XX, esta pregunta buscaba ser respondida, en términos generales, mediante la identificación de “causas estructurales”, que supuestamente residían detrás del momento, los hechos que “gatillaban” el acontecimiento, los sujetos y sus intenciones y otras características que debían asociarse a estas situaciones.

Sin poner completamente de lado el impacto de la “estructura”, Traverso apuesta decididamente por la agencia de las personas y los grupos, afirmando con clara referencia a Walter Benjamin, que las revoluciones son momentos “en que los seres humanos hacen su propia historia; el momento en que los oprimidos se convierten en sujetos históricos, derrumban el viejo orden político y social y lo reemplazan por uno nuevo”.

De esta manera, Traverso vuelca la comprensión hacia las voces y las capacidades de las personas y grupos que plasmaron tales acontecimientos, contrariando incluso las versiones oficiales de los partidos comunistas que, unos más que otros, entendieron siempre estas situaciones desde los marcos leninistas del ¿Qué hacer? De otro lado, afirma, la revolución bolchevique fue concebida como un hecho militar y, desde entonces, la revolución comunista tomó esa forma. Pero, aun así, advierte, el paradigma militar de la revolución no debería confundirse con un culto a la violencia.

Sin embargo, como ya lo anticipa en su definición, si bien las revoluciones deben comprenderse desde las relaciones de poder, la táctica y la estrategia, los movimientos y los liderazgos y el arte de la insurrección, también concierne a las aspiraciones, la rabia, el resentimiento, la felicidad, la comunalidad, las utopías y la memoria.

Estamos frente a situaciones, dice, en que “se suspende el curso de la historia, cuando se rompe con violencia la linealidad de un tiempo ‘homogéneo y vacío’ y, así, se abren nuevos horizontes y la sociedad se proyecta en un futuro por inventarse …”. Nuevamente, son clarísimas las reminiscencias benjamianas pero, aún más, porque Traverso afirma que la revolución podría ser llamada la etapa eiseinsteiana del comunismo, “porque Octubre no es una reconstrucción histórica de la Revolución Rusa, sino una obra maestra que captura su impulso emancipatorio”. Luego volveremos a esto último.

En ese encuadre, ¿por qué escribir este libro? Dice Traverso: “En 1989, el derrumbe del comunismo hizo caer el telón de una obra tan épica como trágica, tan emocionante como aterradora, sobre la ‘gigantesca aventura humana para cambiar el mundo’. El tiempo de la descolonización y el Estado de bienestar había terminado, pero el derrumbe del comunismo-como-régimen también arrasó consigo al comunismo-como-revolución.”

Es decir, el final de la Unión Soviética no liberó nuevas fuerzas sino que generó una difundida conciencia sobre la derrota histórica de las revoluciones del siglo XX: paradójicamente, el naufragio del socialismo real sepultó la utopía comunista. Por ello, porque es necesario que no solo subsista sino también se fortalezca, la izquierda del siglo XXI está obligada a reinventarse y distanciarse de los patrones anteriores.

En esa línea, para Traverso la izquierda actual está creando nuevos modelos, nuevas ideas y una nueva imaginación utópica. Pero, esta reconstrucción no es tarea fácil, dado que la caída del comunismo dejó al mundo sin alternativas al capitalismo y suscitó un paisaje mental diferente, donde una nueva generación ha crecido en un mundo neoliberal en el que el capitalismo se transformó en una forma “natural” de vida.

En ese contexto, la izquierda ha ido redescubriendo una serie de tradiciones revolucionarias que habían sido suprimidas o marginadas a los largo de todo un siglo -el anarquismo en primerísimo lugar- y reconoció una pluralidad de sujetos políticos, antes ignorados o relegados, entre ellos, y en primera fila, las mujeres: “Las experiencias de los movimientos de la “alterglobalización”, la Primavera Árabe, Occupy Wall Street, los Indignados españoles, Syriza, Nuit debut y los Gilets jeunes franceses, los movimientos feministas y LGBT y Black Lives Matter son pasos en el proceso de construcción de una nueva imaginación revolucionaria, discontinuos, alimentados por la memoria pero, al mismo tiempo, escindidos de la historia del siglo XX y privados de un legado utilizable.”

Esto último es la clave para comprender la necesidad de un libro como el que estamos refiriendo. Una nueva izquierda global, dice Traverso, no tendrá éxito si no “trabaja sobre” esa experiencia histórica. La extracción del núcleo emancipatorio del comunismo de ese campo de ruinas no es una operación abstracta y meramente intelectual: exigirá nuevas batallas, nuevas constelaciones, en las que, de improviso, el pasado resurja y la “memoria destelle”. Las revoluciones no pueden programarse: “siempre vienen cuando menos se las espera”.

Y con ello volvemos a un punto que habíamos suspendido líneas arriba. Lo central de las revoluciones sería su carácter performativo, de la manera como lo define Butler, sobre todo en el prefacio a la colección de ensayos de Hayden White, publicados póstumamente. 3 ¿Qué deberíamos hacer, con nuestras aspiraciones, frustraciones, odios y sentimientos a cuestas? Esta pregunta, que centra el problema ético, sólo puede plantearse y ser respondida, según Butler, “dentro de una configuración específicamente histórica del espacio y el tiempo que asume dimensiones narrativas y textuales específicas en los documentos históricos y las ficciones literarias que consideró”.

En otras palabras, y en sintonía con las posiciones de Traverso, una revolución como la bolchevique, de 1917, no es mero pasado en tanto debe generar una simbolización, imágenes y comprensiones desde las expectativas de una izquierda actual. Es decir, no es buscar los hechos “tal como sucedieron” sino interpretar, desde nuestra propia situación, en la medida en que no sólo nos preguntamos qué hacer, sino que lo hacemos en un contexto en el que nuestro sentido de lo que nos rodea experimenta un cambio radical y devastador, respecto al pasado inmediato y, frente al cual, debemos tomar posiciones.

Ciertamente, no surgirá una respuesta única a lo que debemos hacer, pero tampoco podemos quedarnos simplemente impotentes ante la pregunta. De esta manera, indica Butler, la pregunta de White podría reformularse: “¿De qué recursos históricos sacamos sustento y orientación, o es que esas líneas de transmisión del pasado se han roto tan completamente que sólo tenemos fragmentos a mano para pensar en el presente?.”

También podríamos referirnos a otra noción de Traverso, como es “el pasado singular”,4 y buscar conexiones entre este gran ensayo con el relato que construye desde y para la izquierda, como un explícito historiador de izquierda. En esa línea, desde la experiencia de las personas, no podría hablarse de “la revolución” sino de las revoluciones. Y esto que pareciera un juego de palabras, no lo es. Tampoco podríamos, en este caso, ceder a la tentación de afirmar que la visión plural obedece a la ventaja que posee el historiador, enfocado precisamente en los hechos y poco propenso a trabajar en el plano de las generalidades. No lo podemos hacer, porque desde la Historia se propusieron líneas de compresión que buscaron insistentemente esta suerte de “leyes generales”, queriendo dar infructuosamente la calidad de ciencia a su oficio, que podrían haber estado dando forma a los hechos tipificados como revolución y, en ese sentido, no están solamente los clásicos estudios como los de Barrington Moore 5o su discípula Theda Skocpol, 6 sino, seguramente, una parte considerable de la actual bibliografía sobre el tema.

Asimismo, Traverso propone otras cuestiones muy importantes para el debate, entre ellas lo que estaríamos denominando actualmente como fuente histórica. A semejanza de Benedict Anderson, Perry Anderson o Tony Judt, lo que tenemos entre manos con Traverso, es un ejercicio intenso (y hasta agotador para el lector desarmado), de lo que los historiadores del siglo XIX llamaban “hermenéutica” y, de otro lado, el uso de repositorios de información algo heterodoxos, que serían más que desconcertante para alguien formado en las rigideces académicas del quehacer historiográfico, como las expresiones artísticas.

Referir a las maneras como Traverso clasifica y ordena la información no es algo adjetivo, porque está en directa relación con la intención de superar la dicotomía con la que habitualmente se entendieron hechos como las revoluciones y, de otro lado, darle sentido para la izquierda actual a la historización de la experiencia comunista: “En consecuencia, historizar la experiencia comunista implica superar esa dicotomía entre dos relatos -uno idílico, otro horroroso- que también son fundamentalmente parecidos.”

Por eso, indica que varios decenios después de su agotamiento, no hace falta defender, idealizar o demonizar la experiencia comunista. Por el contrario, lo que vale la pena es entenderla críticamente como un todo, una totalidad modelada por tensiones y contradicciones internas, “que presenta múltiples dimensiones en un amplio espectro de sombras, de impulsos redentores a violencia totalitaria, de una democracia participativa y una deliberación colectiva a la opresión ciega y el exterminio de masas, de la imaginación más utópica a la dominación más burocrática, extremos entre los que a veces oscila en un breve lapso.”

Otra arista derivada del intenso uso de la bibliografía, en este caso no tanto la temática, sino la conceptual, son las aplicaciones sorprendentes como la que hace con Carl Schmitt7 que, como debe ser, obliga a referir a Juan Donoso Cortés, para proponer y ahondar en el esquema amigo-enemigo y, a partir de ello, la idea de “guerra perpetua” entre agentes del bien y del mal, como una manera de haber entendido las revoluciones tanto sus simpatizantes como sus detractores. También el de Ernst H. Kantorowicz 8 para, desde su denso esquema, elaborar una idea sobre “los dos cuerpos del pueblo”.

Se trata entonces de un texto imprescindible para comprender de manera más compleja el presente, como debe ser un buen libro de Historia, porque da cuenta de las diferentes dimensiones de un hecho, reconstruyendo una dinámica a través del tiempo de cómo imaginamos, representamos, comprendemos y recordamos las revoluciones: “recíprocamente atraídos y relacionados entre sí, conceptos, experiencias, símbolos y memoria constituyen los múltiples polos de un único campo magnético revolucionario”.

Footnotes

  1. Reinhart Koselleck (2012): Historia de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social. Editorial Trotta.

  2. Enzo Traverso (2007): El pasado, instrucciones de uso: historia, memoria, política. Marcial Pons, Editiones jurídicas y sociales.

  3. “Hayden White, Modernism, Practical Knowledge”. En, Hayden White (2022): The Ethics of Narrative. Volume 1. Essays on History, Literature and Theory, 1998-2007. Cornell University Press.

  4. Enzo Traverso (2022): Pasados singulares. Alianza Ensayos.

  5. Barrington Moore Jr. (1973): Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia. Ediciones Península S.A.

  6. Theda Scokpol (1979): Los estados y las revoluciones sociales. FCE.

  7. Carl Schmitt (1966): Teoría del partisano. Acotación al concepto de lo político. Instituto de Estudios Políticos.

  8. Ernst H. Kantorovicz (1985): Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval. Alianza Editorial

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