Mariátegui de noche
Sobre "Desprendimiento de la noche. Nocturnidades y decandencias", de José Carlos Mariátegui.
En Chile, la editorial Atmosféricas ha publicado Desprendimiento de la noche: nocturnidades y decadencias, una novedosa antología de textos de José Carlos Mariátegui. De los 22 artículos que forman esta reunión, la mitad corresponde al período previo a la partida y estadía de Mariátegui en Europa, concentrando sus publicaciones periodísticas en la prensa local (Mundial, Variedades, El Tiempo, La Prensa). Esto nos que remite a un Mariátegui de lo cotidiano, de lo inmediato, un cronista del momento, que además de los muchos valores ya estudiados de esa injustamente relegada “edad de piedra”, en cuanto a su calidad de período formativo intelectual, nos permite apreciar su labor en la producción de textos, recuperando como acepción de labor, no sólo su trabajo, sino el proceso de elaboración de su escritura, o podríamos decir su propia elaboración como escritor.
La guía de la edición no es entonces sólo la de la aproximación a la nocturnidad o a la decadencia —como anuncia el título—, sino de éstas como el ambiente en que se va a construir, por un lado, la voz pública de un primer Mariátegui, agazapado en Juan Croniqueur, y por otro lado, los mecanismos de su naciente escritura, que como se deja entrever en alguna de las crónicas, se soporta lo mismo en las teclas de la Underwood, calificada de máquina prosaica y yanqui, que en el común lapicero, calificado de vulgar, aunque útil para hacer aparecer una poesía de complicado y romántico lirismo.
Y en esta contraposición entre lo prosaico y vulgar, y lo complicado y lírico, con sus materialidades y elaboraciones de símbolo, yace una de las claves de lectura de este tomo. Dicho de otro modo, a lo que atienden estos textos es al encuentro, a veces choque, de sensibilidades. Para este Mariátegui, el personaje es la noche y el eje es el choque de sensibilidades.
Pueblan la ciudad de este Mariátegui una serie de individuos, que se manifiestan en tanto cuerpos y volúmenes, es decir por su relación con la luz; una serie de individuos que están en busca de una suerte de membresía en la noche, que completan el sentido de términos como “nocherniego”, hoy en desuso quizá porque ya no cabe sorpresa alguna en el desenvolvimiento de una vida nocturna.
En esta ciudad, las cosas, los seres, incluso las calles, están naciendo a la vida nocturna alumbrada por la electricidad, que apenas llegaba a una década de funcionamiento en Lima, antes sólo iluminada por alrededor de unas dos mil lámparas a gas y el recuerdo de los incendios que siguieron a los saqueos tras la derrota en la guerra del Pacífico y la invasión de Lima.
En esa Lima de 1915, 1916, la geometría del trazado urbano y la novedad de la circulación motorizada participan junto a los cuerpos en una nueva situación de la que el cronista toma sus motivos noticiosos y sensoriales. Y se le impone al cronista una vida nerviosa, exaltada por escenas en la que los recorridos a pie son alterados por el tránsito simultáneo de coches tirados por caballos, vehículos a combustión y ruidosas motocicletas, y la diferencia entre unos y otros viandantes, no es mucho más que una elección a pie: quienes cruzan por el centro de ese torbellino, los modernos nocherniegos, o quienes prefieren la vereda, una vía obviamente burguesa.
La luz es entonces lo que determina el perfil nocturno. De nuevo el contraste. En la Europa de los primeros años veinte que recorre Mariátegui, son las luces las que le dan a la ciudad su autonomía, su carácter propio. Y luego, las luces mismas desarrollan una personalidad que se va afirmando, también, por los dictados de la nueva vida nerviosa. En la noche de Mariátegui hay, por ejemplo, luces alegres y luces suicidas que se arrojan al río para realizarse, o velas que con la sola oscilación de su mecha sugieren su latente y magnífico poder de incendio, dispuesto al contacto de la noche que le realice.
La inteligencia interna de la antología —mérito del editor de Atmosféricas, Felipe Aburto — es dejarnos ver en la secuencia de textos no sólo un desarrollo cronológico, sino cómo desde la toma del pulso a la vida urbana y a uno de sus desprendimientos, la nueva poesía, Mariátegui llegará en el curso de una década a su bella formulación del alma matinal.
Luego del examen de la noche y de las energías sociales que la pueblan, el editor nos lleva a una identificación de ciertos espíritus, los de los y las poetas que están en el umbral de algo. En sus lecturas, un Mariátegui en maduración, va a verificar el traslado de las encarnaciones y sujetos poéticos. Aquí, un Mariátegui ya curtido para la opinión y el bosquejo de ensayo, asimila nociones tomadas del comportamiento del Mercado para hablar de las variaciones en el campo de la literatura, hablando por ejemplo de la depreciación y los cambios en la cotización de los temas literarios. Por ejemplo, la pérdida de prestigio de los animales. Esa clase de sensibilidad guiaba a JCM: atender al búho o al gato como seres literarios, una vez llegado el fascinante reinado de las máquinas. Vemos cómo en la identificación de la depreciación de la noche como tema literario, a propósito de comentar Levante de Blanca Luz Brum,1 Mariátegui llega a señalar el surgimiento de una convicción matutina, a la formulación acerca de la matinalidad del alma.
La secuencia, que sensitivamente se sugiere también en la colección de motivos visuales que se intercalan con los textos, sería así: primero la noche y la vida nerviosa, el ambiente dado a la sensibilidad en una época de cambios marcados por la difusión de la luz, la velocidad de circulación y el entretenimiento, en el encuentro con un espíritu aún decimonónico pero dispuesto a la conmoción; luego, la atención al espíritu, en un elenco de obras y personalidades literarias que forman el segundo momento del volumen, y de pronto, el desplazamiento de temas literarios es el índice del movimiento entre dos tiempos, dos épocas.
Y aquí conviene detenerse en la noción de época. La velocidad, el ritmo que la imprenta marca para la dispersión de las ideas y el contacto significativo entre personas distantes, la elaboración psíquica a raíz del mundo de imágenes que propone el cine, el pulso nervioso de las ciudades, el vínculo entre el vitalismo y la violencia, todas estas sensaciones las alinea Mariátegui con una inquietud epocal. Pues la época es todo un sólido en la obra de Mariátegui, o a decir de Martín Bergel, el “prisma epocal” que marca “el predominio de categorías relativas al tiempo” para entender la sensibilidad humana y los productos del espíritu. Si hay una fuerza motriz, una motivación en Mariátegui, ésta es la de reconocer y caracterizar la época y sus liminalidades, en especial aquellas que se manifiestan en la esfera de la cultura y de manera más raigal, en la aptitud vital, en esa vieja noción de espíritu, hoy también en desuso, arrinconada a un lenguaje demode.
Esta preeminencia de la temporalidad como forma categorial es evidente en las oposiciones en las que Mariátegui organiza las realizaciones culturales como índices del espíritu que decae y el que surge, entre las que la gran guerra funciona como una fractura. Son las famosas dos concepciones de la vida, que se apoyan además en la fuerza metafórica del alba y el crepúsculo, el orto y el ocaso, el día y la noche, en las que una primera capa es la metáfora y otra es “una inversión de valores y de símbolos”2, una dialéctica que Guillermo Nugent identifica como un mecanismo del pensamiento de Mariátegui. La noche, que fue una vez liberación y esplendor, se equivale con la decadencia, en tanto que el alba no es una cuestión resuelta, pues esa matinalidad del nuevo humano (“el hombre nuevo”), por entonces la disputaban para sí el fascismo como los bolcheviques. En ese mandato por captar su época, Mariátegui es implacable en su busca de entender el pathos fascista y de gran claridad para identificar el carácter de clase en los pliegues de la prédica vitalista.
Si hay una apropiación de Mariátegui para la invitación a la vida heróica, esta antología muestra que es posible la apropiación de un Mariátegui que invita, simplemente, a un momento emocionante.
Footnotes
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La columna sobre Levante fue publicada en enero de 1927 en Mundial. Un mes después, en el número 6 de Amauta, Mariátegui publica dos poemas de Blanca Luz Brum: Nocturno (“Cuatro ciegos / guían la noche. / La sombra está cosiendo / la senda”) y Mañana (“Senos de las colinas / cuyas cimas blanquean / con leche de las albas”). ↩
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Nugent, J. (1988). Tipos humanos, mito e identidad individual en el alma matinal de Jose Carlos Mariátegui. Debates en Sociología, (12-14), 147-184 ↩