12
In memoriam

¡Hasta siempre Lucho Lumbreras!

¡Hasta siempre Lucho Lumbreras!
Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega

El 9 de noviembre pasado partió Luis Guillermo Lumbreras, arqueólogo, intelectual, amauta, doctor, maestro, amigo, esposo, hermano, padre, abuelo, bisabuelo. Es difícil definir a una persona que fue un referente para tantos y que tuvo una vida intensa desde muy joven. Lucho, mi padre, es conocido por muchos como el principal arqueólogo peruano junto con Julio C. Tello, o como un investigador de culturas entre ellas Wari y Chavín, o como el creador de la teoría hologenista o como uno de los intelectuales más importantes en el campo de las ciencias sociales. Y sin embargo fue mucho más que eso. Su vida estuvo plagada de historias.

De niño conoció a Tello en una conferencia que dio en Ayacucho a la que lo llevó su padre, el abogado y parlamentario Elías Lumbreras. Aún no sabía que su vida se volcaría años más tarde hacía la arqueología, pero lo cierto es que la investigación ya le atraía. Tenía un hermano doce años mayor que él, Hugo, un estudiante de medicina muy dedicado al que veía hasta altas horas de la noche estudiar en un laboratorio casero que había montado. Más adelante su hermano llegaría a ser un referente mundial en la investigación de enfermedades tropicales. Siempre habló de Hugo con cariño y admiración y sin duda gran parte de la dedicación y la exhaustividad que tenía en su trabajo la aprendió de él.

Esa exhaustividad le permitió comenzar a trabajar desde adolescente como periodista. Un día llegó a sus manos un anuncio de un diario que ofrecía una pasantía a quien mandara la mejor composición sobre un tema específico, algo sobre el aniversario de la ciudad me parece. Preparó un texto que envió por correo firmado como Lugulusa o algún seudónimo similar. Ganó. Y cuando fue al diario para recibir su premio la sorpresa de los directores no pudo ser mayor: un chico de 15 años había ganado el concurso que estaba dirigido a estudiantes de periodismo ya adultos. Terminó trabajando un tiempo ahí recibiendo una propina ya que por ser menor de edad no podían pagarle un sueldo. Su dimensión como periodista siguió hasta el último año de secundaria en el colegio Antonio Raimondi donde se hizo cargo del periódico escolar. Ingresó a la universidad de San Marcos para ser abogado como su padre, pero al primer año se cambió de carrera si avisar a nadie. Cuando se graduó de la universidad sus padres fueron a la ceremonia esperando verlo convertido en el reputado abogado Luis Guillermo Lumbreras. La arqueología a mediados del siglo XX no era una profesión muy reconocida, ni siquiera era una carrera en sí, sino una especialidad de la antropología. Imaginarán la sorpresa que se llevaron. Al terminar la ceremonia su padre se le acercó, lo abrazó y le dijo: que bonito eso de la arqueología hijo, pero dime, ¿de qué vas a vivir?

Siendo estudiante participó como un alumno destacado de Raúl Portas Barrenechea, apoyándolo en la organización de fuentes bibliográficas en su biblioteca personal y en los seminarios que se desarrollaban en su casa, con otros estudiantes e investigadores. Fue asistente de cátedra de Luis E. Valcárcel, gracias a quien conoció a José María Arguedas que llegó a ser un amigo muy cercano y fue quien lo animó a regresar a Ayacucho a enseñar en la Universidad de Huamanga, su lugar de nacimiento. Con Arguedas, años después, ya graduado y siendo un intelectual reconocido, pasó una noche de copas en Paris con la premisa de ambos conversar exclusivamente en quechua. Cuando los oyentes, curiosos de oír esa lengua tan extraña les preguntaban de que país venían, ellos respondían: de un país llamado Tawantinsuyu. Más de un parisino sacó un mapa para que le mostrasen donde quedaba tan interesante lugar.

En sus muchos viajes dando conferencias y cátedras por el mundo conoció a infinidad de personas, pero nunca fue su prioridad la vida social. Su dedicación a la investigación podía más. Contaba en una de sus anécdotas que en un viaje a Estados Unidos para dar una conferencia un amigo le tocó la puerta de noche en el hotel para bajar al bar a tomar algo, pero él ya estaba cansado y en pijama, sin embargo, ante la insistencia se puso una bata encima y bajo. Se pusieron en la barra a conversar sobre antropología y una mujer muy guapa que estaba cerca a ellos se mostró interesada en lo que hablaban. Su amigo la invitó a conversar con ellos y ella aceptó ya que estaba haciendo tiempo para esperar a alguien. Se mostraba muy interesada en todo lo que hablaban y entonces la reconocieron mejor, era Jacqueline Kennedy, la recientemente viuda del presidente. Entonces llegó un amigo a buscarla y ella lo invitó a ser parte del grupo, pero él no tenía ganas de estar con más personas y se fueron. El amigo no era otro que Marlon Brando. Y como esas varias historias. En uno de esos viajes a Estados Unidos estaba paseando por la calle y se encontró con una manifestación en contra del gobierno. Alguien se enteró que estaba ahí invitado por la ONU y lo invitaron a hablar en el podio central. Y entonces dijo lo que pensaba del gobierno de Estados Unidos. La siguiente vez que fue a ese país se enteró al llegar al aeropuerto que estaba en una lista negra de personas enemigas del gobierno norteamericano. Todo un honor.

Lo cierto es que desde muy joven tuvo alma de revolucionario. Siempre se mostró en contra del abuso y la desigualdad. Su infancia la vivió entre un Ayacucho semi feudal y una Lima que ya desde entonces se creía superior al resto del país. Vio injusticias, pero a diferencia de otros se enfrentó a ellas y tuvo una participación política muy activa que en alguna ocasión lo llevó a estar preso por una corta temporada que aprovechó para leer la Historia de la República del Perú de Jorge Basadre. Sus reuniones políticas podían comenzar un viernes y terminar el domingo en la tarde. Hasta el último año de vida pudo dejar constancia de sus opiniones sobre la realidad del país.

En la década de los noventa tuvo que migrar como muchos intelectuales contrarios al régimen fujimorista. Vivió en España cuatro años, ganó el premio Humboldt y vivió por ello en Alemania un año, luego estuvo cerca de cinco años dirigiendo una facultad nueva de Ciencias del Hombre en Río de Janeiro. Fueron poco más de 10 años los que vivió fuera, nunca desligado del Perú, pero con la idea que ya no era una figura importante en el país. Pese a ello decidió volver. No puedo ser un arqueólogo peruano si no estoy en el Perú, decía. Y su vida comenzó un nuevo rumbo, igual de intenso y sin descanso.

En medio de una vida llena de historias inacabables fue decano en la Universidad San Cristóbal de Huamanga a los 25 años, escribió decenas de libros, cambió la visión de la arqueología para que pueda ser entendida como una ciencia social, publicó cientos de artículos, dio clases en distintas universidades de varios países, conferencias y charlas por todo el mundo, dirigió museos, ganó premios, fue director del Instituto Nacional de Cultura, asesor de la Unesco, profesor emérito en San Marcos, Huamanga y varias universidades más, se casó dos veces, tuvo seis hijos, once nietos, cinco bisnietos, y contados amigos de esos de toda la vida.

Cuando cumplió 80 años nos dijo que nosotros, sus hijos, habíamos sido la mejor de sus obras. Si bien tuvo seis hijos, cuatro con Isabel y dos con Marcela, lo cierto es que infinidad de personas lo querían como un padre, ya sea un padre intelectual o una figura paterna. La casa estaba siempre llena de alumnos suyos haciendo prácticas, discutiendo sus tesis, mostrando sus excavaciones, y siempre había un plato de comida o un café para ellos. Claro que eso era gracias a mi madre, su pareja los últimos 50 años, porque mi padre en las cosas cotidianas simples, como hacer un café, no era muy conocedor. También fue ella quien lo ayudaba a ordenar muchas de las ideas que se le venían a la mente.

Tenía un don de encantamiento cada vez que hablaba de algún tema. Las personas lo miraban hipnotizadas ya fuera que hablara de Wari, de marxismo, de actualidad política o de una famosa historia que tenía de su casa embrujada de Ayacucho.

Se fue a los 87 años, en casa, acompañado de gente que lo quería. Dejó antes de irse un libro terminado sobre Wari que pronto será editado e infinidad de cuadernos y notas de campo que nos tocará hacer públicos a las nuevas generaciones para futuras investigaciones. Fue un lujo acompañar a este hombre, al menos en la mitad de su vida que me tocó estar. Me enseñó más cosas de las que él pensaba y me generó más inquietudes y temas por desarrollar de las que yo era consciente. Se le extrañará siempre, aunque en el fondo es de esas personas que pasan por el mundo y sus ideas los vuelven inmortales.