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In memoriam

Rosalba Oxandabarat en El Caballo rojo y en el Perú

Rosalba Oxandabarat en El Caballo rojo y en el Perú
Rosalba Oxandabarat. Foto: Diario Brecha, Uruguay.

Imposible hablar de Rosalba y no recordar los días locos y felices de El Caballo Rojo de El Diario de Marka dirigido por Toño Cisneros y editado por Lucho Valera. Formidable experiencia de un grupo de talentosos amigos que produjo el mejor suplemento cultural del periodismo peruano, en el que Rosalba escribió cientos de artículos sobre cine, teatro y televisión. Todos escritos con tal naturalidad, gracia, humor y conocimiento, que cautivaba a sus lectores.

En “La Torre de los Alucinados”, como alguien llamó a la pequeña sala de redacción de El Caballo Rojo, nos encontrábamos de lunes a viernes, a más tardar a las once de la mañana, Toño, Lucho, Rosalba, Marco Martos, qué además de escribir sobre todo lo humano, tenía una columna de ajedrez y la temida sección Ventana siniestra, Paco Bendezú que en lúdica prosa escribía sobre jazz, grandes poetas y bellas actrices de cine. Por supuesto, también estaban Cecilia Seminario, la primera secretaria del equino suplemento, y el infatigable corrector de estilo Mito Tumi, que no contento con cazar gazapos y dislates inauguró la sección de humor titulada El bostezo del lagarto donde se burlaba de los malos escritores. Infaltables eran nuestra fotógrafa estrella Mariel Vidal, y nuestro experto en asuntos internacionales, natural de Logroño, Félix Álvarez.

En este grupo desaforado, Rosalba era la que más gozaba y hacía gozar con sus rápidos y divertidísimos comentarios. Una vez Paco Bendezú mostró una excelente foto de una belleza árabe que estaba desnuda y sólo cubierta con dos velos, uno en el rostro y otro en las partes pudendas. Félix Álvarez reaccionó tajante y erudito: “Mujer que el coño non muestra, recata cosa siniestra”; desaprensivamente intervine preguntando “¿y mujer que muestra el coño?”, “seguro que es de Logroño”, contestó Rosalba con la velocidad del rayo y con su carita de yo no fui. Ante la risotada general, como le tenía mucho respeto a Rosalba, el explosivo Félix se quiso desfogar con Juan Acevedo que estaba de visita y era un experto en lidiar con toros bravos.

Por razones estrictamente personales, Cecilia tuvo que dejarnos y Charito Cisneros la reemplazó “con germánica eficiencia”. Desde un primer momento percibió que en El Caballo Rojo había demasiado relajo y divertimento y quiso imponer seriedad y estrictez entre los equinos que empezaron a desaparecer uno a uno para reencontrarse en el Baruch o en El Pájaro Loco. Doy fe que Rosalba solo se escapaba al Baruch y para tomar café por ser madre ejemplar de sus dos pequeños hijos, Julián y Soledad.

Un buen día Rosalba me contó que en el colegio a Julián lo llamaban “el hereje” porque no estaba bautizado y era el único que no podía hacer la primera comunión. Esa situación lo perturbaba tanto, que decidieron bautizarlo y hablar con Toño Cisneros y su esposa Nora, la popular “Negrita”, para que sean sus padrinos, que por supuesto aceptaron muy contentos.

No habían pasado dos días cuando Rosalba me contó que Soledad, al enterarse de que su hermano mayor iba a ser bautizado, con las manos en la cintura reclamó: “si Julián se bautiza, me bautizo yo también”. “Pero cómo te vamos a bautizar si tú no tienes padrinos” le contestó Rosalba. Soledad lejos de amilanarse retrucó: “Yo sí tengo padrinos y son Lorenzo y Mariela”. Y desde ese momento nos hicimos compadres para toda la vida, felices de tener una ahijada tan linda y tan adorable como Soledad, que desde niñita era una verdadera bala.

Los que tuvimos la suerte y felicidad de ser amigos de Rosalba pudimos gozar de su calidez humana, inteligencia y enorme sensibilidad, que le permitía captar la esencia de las cosas, de las personas y de las obras de arte en todas sus variadas manifestaciones. No fuimos los únicos beneficiados. Sus lectores, tanto los que pudieron alternar con ella como los que no la conocieron personalmente, también la sentían como una amiga cercana. Gracia, inteligencia, sensibilidad, cultura y una pluma fina, crítica y profunda, son algunos comentarios que en estos días he oído de gente que la admiraba.
Muy pocos saben que Rosalba era arquitecta y que, sin darse cuenta, se dejó ganar por el periodismo cultural como quien sigue un camino sin retorno posible. Muchos años después de conocerla le pedí que escribiera sobre arquitectura para la revista Puente y escribió un excelente artículo muy bien documentado sobre la obra inmensa del gran Niemeyer.

Acabada la maravillosa existencia de El Caballo Rojo, Rosalba continuó escribiendo en 30 Días y en el semanario El Búho que también eran dirigidos por Toño y editados por Lucho. Pero luego vino el tiempo del retorno a Montevideo. Era 1985. Allá, muy pronto entró a trabajar en el semanario Brecha como editora de cultura, y años después por su reconocido talento asumió la dirección. Rosalba nunca nos comentó, pero nos enteramos de que obtuvo importantes premios, como el de la Legión del Libro, otorgado por la Cámara Uruguaya del Libro, así como el Premio Morosoli.

Cuando viajamos a Montevideo pasamos unos días felices con Rosalba y Soledad. Generosamente nos hospedó en su casa, donde conocimos a su mamá, a la maravillosa doña Catalina, amante de la buena conversación y las novelas policiales, que nos sorprendía con deliciosos platos.

Otras veces era Rosalba quien venía a Lima para los festivales de cine, y entonces no había día en que no nos viéramos en nuestra casa o en la de su adorado Julián. Para que tengan una idea del cariño que Rosalba tenía por el Perú, quisiera terminar esta apretada evocación con un conmovedor texto que escribió en tiempos de pandemia sobre nuestro país, que también era el suyo:

Mi otro país. Mi otro querido país. El de Arguedas, el de mi hermano Toño Cisneros, el de mis queridos compadres Lorenzo y Mariela, el de tantos y queridos amigos. El país —para mi infortunio— de mi hijo Julián y mis nietos Roman y Germán. Mi sangre, misteriosamente, quedó ahí. Fui una privilegiada estando cerca de lo mejor del Perú —sus poetas, sus pensadores más lúcidos— y siendo tratada allí como una reina.

También, porque es libreto de la vida, conocí ese otro Perú, el de los pobres, el de los "otros". Dónde estás, Angelito, negro gigantesco chofer y guardaespaldas del director del primer diario en que trabajé, con tu fidelidad a prueba de balas (y algunas cosas más). Dónde estás, zapatero de la calle Fanning, al que mis hijos llamaban abuelito. Dónde estás, María, nuestra María, que nos acompañó durante ocho años, con su sobria dignidad cajamarquina, estudiando hasta cualquier hora de la noche porque quería ser enfermera, y lo fue. Dónde estás, negro Guillermo, que si hubieras nacido en Hollywood, o nomás en Brasil, hubieras sido un capo del stand up: ¡todo un show para comprar un poco de carne! Inolvidable cuando hacía sus cuentas en el aire con el cuchillo. Y también cuando sus ojos saltones se empañaban de alegría porque mi Sole, entonces bebé, le estiraba los brazos y se prendía a su cuello. (En la bolsa de carne que me llevaba entonces nunca faltaba un buen corte, que no figuraba en la cuenta a pagar. Y cuando volvía y le preguntaba por eso, él contestaba: es para la princesa. Y para la princesa, no se cobra). Dónde está, la "abuelita del Motita", una vieja señora que vivía de cocinar para otros, en una modesta quinta de las que aún quedaban en Miraflores, y que tenía un perrito llamado Motita y a la que mis desabuelados hijos llamaban abuela. Más de una vez apareció en domingo con deliciosos tamales para el desayuno, y viviendo de eso, no quiso cobrarlos, ofendida ante la sugerencia del pago. Cosas de abuelos.

Todo lo de Perú me duele. En esas caravanas de gente que huye a pie hasta sus pueblos está nuestra María, en todos esos enfermos que no encuentran asistencia están Angelito, el abuelito zapatero, Guillermo, o sus hijos, la abuelita del Motita. Para mí el dolor tiene rostro.