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Cultura

Dos textos de Roberto Miró Quesada

Dos textos de Roberto Miró Quesada

Roberto Miró Quesada Cáceres (Lima, 1942-1990) fue un destacado crítico cultural y un intelectual clave para el desarrollo de un proyecto socialista en el Perú de los años 80. Tras estudiar sociología en la UNMSM, y un posgrado en Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago, se introdujo en el entorno de los medios impresos de Lima como un crítico atento a las diversas vertientes de la producción cultural. Así lo evidencian sus muchísimas columnas dedicadas a la música, el teatro y la plástica a lo largo de aquella década, pero también despuntó como un comentarista incisivo ante una coyuntura política marcada por múltiples crisis. En paralelo, Roberto formó parte del núcleo fundador del Movimiento Homosexual de Lima (MHOL) en 1982, del que se desligó hacia mediados de la década, al mismo tiempo que empezaba a participar como independiente en el diseño de políticas culturales en el frente Izquierda Unida, de cara a la campaña electoral de 1985.

Tras su fallecimiento en 1990, la vasta producción intelectual de Roberto se ha mantenido circunscrita a espacios de circulación muy delimitados, como la historia del arte —su excelente ensayo sobre el cuadro Los Funerales de Atahualpa de Luis Montero, por ejemplo—, o al debate sobre políticas culturales en el que se cita su ensayo “Innovaciones en políticas culturales y transformaciones en el campo cultural. El caso de Perú”, editado por CLACSO en un volumen colectivo de 1989. La única excepción a ese relativo olvido ha sido el libro Lo andino no es lo peruano. Ensayos sobre la cultura peruana (2011), editado por el profesor Ricardo Soto Sulca como material académico en la Universidad Nacional del Centro del Perú (Huancayo), donde reunió cerca de 30 ensayos de Roberto. La próxima aparición del volumen Lo popular viene del futuro. Escritos escogidos de Roberto Miró Quesada (1981-1990), por parte de La Siniestra Ensayos —cuyo trabajo de selección e introducción fue realizado por quien escribe— apunta a recuperar la trayectoria intelectual y política de Roberto.

Aquí presentamos dos textos que no entraron en el libro mencionado. El primero, publicado en La Razón en 1986, toma la aparición de una nueva publicación cultural como pretexto para exponer las ideas que Roberto fue desarrollando como crítico de arte durante los años 80, e interviene en el debate sobre la noción de lo popular, entonces central en las ciencias sociales y en la política socialista. El segundo texto apareció en La República días antes del inicio del I Congreso Nacional de Izquierda Unida (IU), y en él Roberto expone sus ideas sobre la identidad nacional y el modo en que, a su juicio, IU debía encararla como un problema político.

Tras la conocida ruptura de IU durante ese mismo congreso, Roberto pasó a formar parte del Movimiento de Afirmación Socialista (MAS) y continuó aportando al diseño de políticas culturales de cara a las elecciones generales de 1990. Ambos textos son tan solo una muestra del modo en que Roberto entendió su papel como crítico cultural e intelectual socialista, y también dan cuenta de una reflexión que resulta fundamental para reconstruir los debates de la izquierda peruana a fines del siglo pasado. Pero sobre todo para recuperar la mirada de un crítico socialista que atendía a la producción cultural y a las políticas culturales, muchas veces desestimadas entre la intelectualidad de izquierda, como dimensiones clave para la construcción de una alternativa socialista en el Perú.


Delineando los caminos de la cultura en el Perú

Publicado en la sección cultural del diario La Razón, Lima, jueves 16 de octubre de 1986, p. IV.

El Lima Kurier, a instancias de José B. Adolph, promete publicar en los siguientes números trabajos de reflexión sobre la creación artística en el Perú, sobre nuestra identidad cultural; todo esto con el fin de recopilar un conjunto de trabajos que puedan aclarar más este tortuoso camino que es lo cultural en el Perú. Encomiable iniciativa, para la cual Adolph ha sentado algunos parámetros: no abordar la cultura en su sentido antropológico, sino más bien restringiéndola a la creación artística. Además, se hace Adolph algunas preguntas pertinentes: qué es el arte, qué es el Perú. Lo dice claramente: serán respuestas siempre cambiantes, porque nada es definitivo y todo depende del sitio desde el cual se juzga.

No es accidental que una pregunta por la identidad nacional adquiera en estos momentos un relieve particular, y que se identifique identidad nacional con identidad cultural. Desde Mariátegui y los gloriosos veintes estos temas no habían vuelto a preocuparnos (o al menos a preocuparnos de manera explícita).

Hay una serie de mitos dándonos vueltas, y uno de ellos es el de considerar al arte como una instancia excepcional digna de toda clase de reverencias. ¿Por qué existe el arte? Se dice que el ser humano necesita del arte; en realidad de lo que necesita es de un nivel de simbolización que le permita compatibilizar las necesidades del consciente y del inconsciente. La ideología, la suma de múltiples instancias de lo simbólico. El arte no es otra cosa que una de las muchas instancias a través de la cual el individuo simboliza; es decir, categoriza. Porque hay incompatibilidad entre naturaleza y cultura es que tenemos que situarnos frente a esa dicotomía por medio del símbolo.

Es probable que el arte sea una instancia privilegiada dentro del sistema de símbolos, como el Estado es una instancia privilegiada de lo político. Pero algo es cierto: hay una sobredeterminación del arte a partir del siglo XIX, y desde luego la simbología que se privilegia es aquella que proviene de la clase dominante —la burguesía— en plena conquista de su hegemonía y de lucha por legitimizar esa hegemonía. La cultura y el arte, entonces, no son más situaciones históricamente determinadas, sino ideales ad infinitum et ad perpetuum. El resto, lo es que es exterior a la ideología dominante, no alcanza la prestigiosa categoría de arte: es artesanía y folklore. Esto explica que en el siglo XIX se institucionalicen los museos y la crítica (y también la clínica psiquiátrica).

Cuando hablamos de arte, entonces, estamos hablando de la manera en que simboliza una determinada clase social, en este caso los burgueses. Cuando hablamos de arte en el Perú tenemos que tener esta perspectiva en mente, porque aun cuando valorizamos como arte las manifestaciones culturales de la población andina, lo estamos haciendo desde una óptica burguesa. Permitimos a algunas expresiones simbólicas andinas ingresar al olimpo del arte burgués: el premio nacional a Joaquín López Antay es una muestra de esta postura (no importa cuan justa desde consideraciones políticas coyunturales).

La definición de la cultura y el arte en el Perú pasa necesariamente, entonces, por una opción política que no puede escamotearse. La pregunta primigenia es: ¿qué tipo de sociedad queremos construir? Una respuesta a semejante interrogante sólo puede ser política. Lo interesante de este planteamiento es que esa pregunta está en la base de cualquier acción que se quiera emprender, y no solamente en lo concerniente a lo cultural y lo artístico. Todo esto no debe significar subordinaciones dogmáticas, pero sí un ordenamiento de los planteamientos. En el Perú de hoy —y de siempre— la tarea fundamental es irnos democratizando, no importa cuan lentamente, pero sí de manera segura e irreversible. Democratizarnos es reconocer los clichés más obvios y olvidados: nuestra pluriculturalidad y nuestra multietnicidad. A partir de ahí podemos hablar de lo popular.

No creo que lo popular sea aquello que más consume o practica la gente, pues sería desconocer el poder de alienación de la ideología dominante, que es, como sabemos, extranjera y clasista. Que en el Perú existan varias culturas —o tradiciones culturales— no impide que haya una matriz cultural dominante que marca el paso por donde camina todo el país, aunque ello no signifique desconocer que las otras culturas obligan a esa matriz a negociaciones constantes. Una estructura social no democrática como la nuestra mal podría construir una matriz cultural democrática ni culturas autóctonas igualmente demócratas. Elementos democratizadores hay en toda cultura, pero las relaciones que se establecen al interior de esas culturas y de las culturas entre sí no pueden no serlo. Es decir, lo popular en el Perú sólo será entendible a partir de una real democracia, lo que significa admitir que lo popular, aquí, está por construirse. Obviamente, el logro de lo popular, entonces, pasará por una desautoctonización de las culturas aquí establecidas en aras de una cultura autóctona nacional que no tiene que significar la pérdida de especificidades.

Lo que está en juego es la creación de una nueva ética social y humana, y no únicamente una redistribución de recursos más equitativa. Ello significa replantear los parámetros establecidos en lo cuales se interrelacionan los individuos, desde el Estado a las relaciones de pareja (esta última entendida no únicamente como la polarización hombre-mujer). Un tal replanteamiento irá forjando también un replanteamiento de lo que será la opción popular en el Perú y el arte y la cultura que le sean afines.


Sobre la identidad nacional (I Congreso Nacional de Izquierda Unida)

Publicado en La República, 17 de enero 1989, p. 20.

La situación del Perú de ser dependiente del capitalismo monopólico internacional ha determinado su estructura fragmentaria, no solamente en el aspecto económico sino también y principalmente social. Es decir, la construcción de una nacionalidad integradora no ha sido posible porque los intereses del capital monopólico —aliados a los intereses de las clases dominantes internas— se hubieran visto entorpecidos por una propuesta nacionalista que pensara la nación en otros términos. Desde la perspectiva capitalista internacional, no solamente se refuerza la división de la sociedad en clases y grupos antagónicos, sino que la pluriculturalidad y la plurietnicidad de nuestra realidad han sido negativamente acentuadas con vistas a impedir la construcción de una identidad nacional. El proceso de la historia nacional —económico, político y social— tiene como uno de sus ejes fundamentales la dominación étnica, que cruza toda nuestra vida nacional. Por lo tanto, el tema de la identidad nacional está al comienzo y al final de nuestra experiencia histórica como nación, debiendo ser tratada de manera específica y no sólo como una derivación de otras instancias.

El rediseño de la nación peruana que deberá discutir el I Congreso Nacional de IU [Izquierda Unida] no puede limitarse, entonces, a los aspectos económicos y administrativos, sino que tiene que decidir prioritariamente acerca de las características idiosincráticas que nos definirán ante nosotros mismos y ante el mundo. IU tendrá que diseñar un modelo de nación donde se respete la especificidad de cada una de las culturas y etnias que aquí cohabitan, garantizándoles el derecho a expresarse y realizarse en sus propios términos. Sin embargo, el Perú es una unidad territorial, administrativa e histórica, donde la construcción de una identidad nacional sea posible no a pesar de la pluriculturalidad, sino precisamente a partir de la diversidad étnica. Nuestra diversidad debe ser mantenida para forjar lazos comunes que se asienten en valores compartidos. Reconocer, por lo tanto, que todas las culturas y etnias son iguales, con los mismos derechos y obligaciones, y que es responsabilidad de todos el diseño de una identidad de veras nacional.

A pesar de las diferencias culturales y de las relaciones asimétricas entre las mismas, es posible hablar de una matriz cultural peruana donde las culturas que cohabitan en nuestro territorio han participado de alguna forma en la vida colectiva de la nación. Es decir, existen espacios de encuentro donde la dominación cultural —y también su rechazo a esa dominación— ha dialogado permanentemente. El sistema educativo, los medios de comunicación masiva y las expresiones artísticas son algunos de esos espacios privilegiados. IU es consciente de la importancia de esos espacios como los puntos iniciales de todo proyecto integrador. La construcción del socialismo presupone solidaridades amplias, y éstas sólo serán posibles si somos capaces de detectar con claridad valores comunes que abarquen a los sectores más amplios de la sociedad peruana.

Es necesario, entonces, replantear el manejo de los medios de comunicación y del sistema educativo, incidiendo en los contenidos tendientes a redefinir los valores sobre los que queremos construir la nueva nación peruana. La regionalización del país, por ejemplo, no es solamente una cuestión de demarcación territorial para mejor administrar y reorganizar el sistema productivo, sino principalmente la revaloración de las idiosincrasias regionales que van a servir para una nueva propuesta de identidad cultural. El centralismo económico y político ha determinado una visión cultural igualmente centralista. IU propone remirarnos de manera distinta, desde la diversidad que nos caracteriza. Es necesario, por tanto, elaborar una red de visiones culturales que permita compatibilizar lo regional con lo nacional. Para ello hay que partir de las redes ya existentes a través de las cuales se comunica el pueblo organizado: desde instancias barriales específicas (comedores populares, etc.) hasta el sistema educativo nacional, pasando por las agrupaciones artísticas, las prácticas religiosas de diverso tipo, las organizaciones gremiales, etc. Más que crear nuevas instancias se trata de fortalecer e impulsar esas organizaciones que han surgido de manera natural de prácticas populares. Respetar las organizaciones del pueblo es el primer paso para definir una identidad nacional de veras democrática.

En realidad, todas las organizaciones sociales constituyen la red cultural de una nación, y es desde ellas que se define la idiosincrasia de un pueblo. Pero redefinir y proponer una nueva identidad nacional no puede plantearse desde lo sectorial, sino que debe ser el trabajo conjunto de toda esa red cultural. Todos los problemas del país nos competen, y es nuestro derecho y nuestra obligación opinar sobre ellos. Por lo tanto, debe establecerse una red de comunicación que permita el intercambio de información a todo lo largo y ancho del país, vertical y horizontalmente. Construir una identidad nacional aglutinadora que garantice la pluriculturalidad: he ahí la propuesta cultural que IU debe trabajar.

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