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Doscientos años después

Una responsabilidad incómoda

Una responsabilidad incómoda
Presidencia Perú en Flickr | flickr.com/photos/presidenciaperu/51511740868/

La fiereza de la campaña electoral en su segunda vuelta remeció al Perú en el bicentenario. El fujimorismo intentó borrar el voto de doscientos mil peruanos creando una historia de fraude y complots de alto nivel. Sin ninguna base empírica, tuvieron que pedir pruebas públicamente. No las consiguieron. Personas sencillas vieron sus nombres hacerse públicos, acusadas de suplantar identidades o falsificar sus firmas. Desmintieron. Las entidades estatales negaron las acusaciones y se mostraron transparentes en sus procesos. Asimismo, expusieron la otra cara de la moneda, los incumplimientos, irregularidades y hasta problemas formales que el fujimorismo tuvo en sus denuncias. Paralelamente, un sector centrista del antifujimorismo se fue plegando a la retórica del fraude y acompañó a su representante, Mario Vargas Llosa, contra los valores liberales que defendió décadas atrás. Álvaro, el hijo, apoyó y difundió información tergiversada de manera irresponsable y abrazó a Keiko Fujimori en señal de borrón y cuenta, tal como se limpian las dictaduras invocando a dejar el pasado atrás y a abrazar el futuro. Era la ficción del comunismo en escena y la reacción desesperada por la toma del poder de los representantes de un Perú, como dijo el escritor, desinformado e iletrado.

Se suele decir que los hechos de la esfera social deben pensarse con marcos explicativos de la teoría política o la sociología, que el uso de la psicología o el psicoanálisis individualiza lo que debe ser comprendido como colectivo. Sin embargo, en la comprensión de los hechos suelen usarse conceptos psicológicos que parecen pertinentes para afinar el análisis social. Así, se habla de fobia cuando se nota un rechazo tajante a las condiciones de la existencia del otro (su extranjeridad, su sexualidad, su discapacidad, etc.). Se emplea la noción de odio al reconocer un ataque feroz, ya sea en acto o palabra, contra personas que representan a grupos minoritarios o excluidos (tenemos el feminicidio o los discursos neoconservadores que acometen o justifican en última instancia el exterminio de ciertos grupos). O el uso del miedo para entender situaciones o fenómenos donde observamos dominación, repliegue y sometimiento.

El cruzamiento entre los acontecimientos de lo social y la vida psíquica nos sitúa en un terreno fronterizo donde la interdisciplinariedad se justifica. La realidad nos toca de manera compleja, palabra que no es un contorno para enmascarar posiciones políticas sino el reconocimiento cualitativo de dos procesos fundamentales de la humanización, a saber, que los procesos de constitución psíquica y la socialización ocurren a través de un movimiento de interacción simultánea, social y psíquica, dentro de marcos específicos de tiempo y espacio. Es decir, que las características y presiones del medio social actúan sobre las familias y estas, con sus particulares modos de recibirlas e interpretarla, las transmiten y descargan sobre los individuos, que algo de trabajo psíquico producirán con ellas. Los efectos son, al mismo tiempo, constituyentes de la subjetividad y potencialmente desestructurantes de esta.

Pensando en lo concreto, por ejemplo, pensar que aquellas experiencias en la realidad social, la vivencia de la desigualdad y la inequidad, la fragilidad institucional, la precariedad laboral, los problemas educativos, el colapso sanitario o la dificultad para cristalizar organizaciones sociales, entre otros, implican presiones y fallas simultáneas que las personas experimentamos en nuestro entorno inmediato, lo que influye en nuestras formas de ser y estar, con efectos que –cuando falla la representación social o política—pueden llevarnos a la desorganización emocional. Lidiar con todo o buena parte, al mismo tiempo, es imperativo a varios niveles. Garantizar la subsistencia, mantener vínculos con instituciones o grupos de referencia (que respondan por uno, a buena cuenta), y mantener con relativa tranquilidad la vida cotidiana para que las ocupaciones diarias ocurran es necesario para que quede tiempo y se pueda pensar sobre lo que nos suscita la muerte, la soledad, el amor, la vejez, el sexo, la guerra o la pobreza. En breve, para imaginar el futuro. Ocuparse del hoy es proyectar un horizonte de posibilidades, decía Ricoeur.

Un engaño más o menos bien montado

A las personas nos ilusiona imaginar que los escenarios ideales pueden ser posibles. Por eso, “en teoría” las elecciones presidenciales, y particularmente las segundas vueltas, deben ser disputas políticas por diferentes proyectos de país. Sin embargo, toda ilusión es vana y las elecciones del 2021 fueron, más bien, la pesadilla de la que fue difícil despertar. Cada día aparecían nuevas acusaciones e insinuaciones difíciles de procesar desde el sentido común. En la actividad clínica, las sesiones de psicoterapia y análisis se ocupaban por entero a hablar sobre indignaciones, preocupaciones, temores y ansiedades generados por la vida política. En las universidades y centros laborales las demoras y plazos extras aumentaron, todos estaban pendientes de las noticias y las más diversas reacciones. ¿Había o no había fraude?

Archivo La Plebe

Jefe de Estado, Pedro Castillo. Sesión Solemne por 199. ° aniversario del Congreso de la República. Flickr Presidencia Perú</em>

El montaje construido en la denuncia de fraude constituyó una grave intentona por implantar una realidad alterna. La renuencia de los grupos de poder a aceptar la pérdida del poder político los forjó en una poderosa alianza con los medios de comunicación más importantes del país. Una estructura comunicacional perversa fue llevada a cabo, en el sentido de haber optado por transmitir información falsa o distorsionada con la intencionalidad de cambiar, en la ciudadanía, la percepción de lo fáctico. No es poca cosa. A nivel psicológico es bastante grave.

Así, hubo un esfuerzo por levantar emociones relacionadas a un futuro presentado como caótico y peligroso (complot, fraude, comunismo, hiperinflación, expropiación) a sabiendas de las consecuencias de esas palabras en la vida de la gente y precisamente por ellas. La tergiversación de la realidad fue contradicha por la prensa extranjera y los observadores internacionales, incluso, por la propia OEA que rechazó la denuncia de fraude que les llevaron. Aun así, insistieron. Un despliegue de manipulación sin vergüenza, nunca antes visto: periodistas sonrientes que leían noticias distorsionadas o falsas o que omitían información relevante a la comprensión de los hechos; o personajes pasados que aparecían en la escena presentados como líderes de opinión, que nos hablaban en tonos afables y didácticos sobre firmas falsas y suplantación de identidades. Gilberto Hume, director del programa político más respetado y sintonizado por el público, sabía lo que estaba haciendo cuando presentó a un analista con datos largamente equivocados. “Es divertido” dijo justificándose ante el periodista Diego Salazar para una nota del Washington Post. 1 E insistió: “no hay problema en presentar a un loco en televisión diciendo locuras”. Lo perverso es porque la presentación no incluía revelar, en algún momento, que se tratara de una broma o de entretenimiento. El personaje había sido recomendado por Carlos Raffo, asesor de Fujimori. Desde el inicio se quiso presentar como verdadero. Una farsa que nunca fue desmentida en el programa.

Y aunque no se pudo probar fraude, el daño quedó hecho. Lograron instalar una duda perniciosa sobre el proceso de discernimiento de los sentidos, amparados en la confianza que, como premisa, los espectadores entregamos a los medios de comunicación. En lo social pasamos a otra cosa pero en cada persona quedó la angustia, la ansiedad, la confusión sobre lo vivido, el sentimiento de vulnerabilidad por notar que se manipulan los hechos sin que nadie haga nada. Era vivir en un permanente estado de amenaza, como lo llamaría Janine Puget, lo que implica que la fragilidad e inestabilidad social nos hace sospechar de nuestra capacidad de reconocimiento de los peligros del mundo. En “teoría” sabemos hacerlo, sin ellos no se podría pensar, organizarnos mentalmente y diferenciar lo irreal de lo real, lo que produce vida y lo que se constituye como políticas de muerte. Sin embargo, la información falsa cuando es sostenida permanentemente puede modificar las configuraciones psíquicas y teñir con un efecto de letalidad lo que no debería tenerlo: la certeza de que sabemos leer nuestros contextos.

Los discursos falsos y generalizantes construyen realidades alternas para modificar el curso y la interpretación de los hechos a favor de los intereses de quien falsea lo fáctico. Son recursos útiles a la manipulación y tremendamente comunes a los estilos autoritarios, desde la vida en pareja o familia hasta la organización social y de gobierno. Instalar la duda sobre la percepción y el reemplazo del sentido común es un proceso de violencia sutil o poco explícito que produce inseguridad y sometimiento en quien lo recibe. El daño producido a la subjetividad, a la experiencia de valía y a la identidad es significativo. En el acto del engaño se produce una ofensa, que cuando no se desmiente y resarce queda incrustada, intacta, levantando sentimientos de humillación e impotencia.

En la esfera pública, sin voces representativas de la ciudadanía ofendida y humillada por el gran montaje fujimorista, y sin capacidad de encontrar eco multiplicador de su preocupación e indignación, solo queda la denuncia por redes sociales de los carteles gigantes y luminosos, de la publicidad política engañosa, de las entrevistas manipuladas y los reportes noticiosos alterados. Sin parámetros compartidos para delimitar la vida y entenderla, el temor se acentúa. Más si el discurso dominante apela a imágenes que producen miedo explícito (terrorismo, migración, hambre, aumento de la pobreza).

El miedo permite la manipulación porque nos remite a la sobrevivencia de la especie, a los primeros mecanismos de ligación con otros. Con la angustia es difícil vivir, esta se siente como indeterminada, paraliza. El miedo implica necesariamente la identificación de su fuente porque permite prevenirnos. Si la vida cotidiana necesita tranquilidad para ocurrir, el miedo debe ser aplacado concentrándolo en imágenes sencillas de manejar: lo que asusta puede ser señalado, identificado y atacado o rechazado.

Los signos que lleva el temor

Saber que el comunismo mal subsiste en el mundo y que Sendero Luminoso se extinguió con la captura de Abimael Guzmán, permitía prever que Pedro Castillo no instauraría el comunismo o el terrorismo en el Perú. Más plausible era notar las dificultades para instalarse y el poco margen de movimiento que tendría (cosa que se está viendo). Por eso mismo es remarcable la manipulación de las figuras del comunista y el terrorista, que traslucían temores más primarios que preocupaciones plausibles. Detrás de los cucos aparecía el miedo real, la imagen del indio resentido que llegaba con sangre en el ojo a vengarse y destruirlo todo. Era un temor racista y clasista sobre un sujeto indeseable que representaba a los sectores también indeseables de la sociedad. Qué atrevimiento salirse del personaje y pretender el gobierno.

El politólogo Gonzalo Banda tuvo razón cuando, en una nota para El País,2 observó que en el Perú el miedo al diferente había resultado más fuerte que el miedo al radical. En juego estaba la inminente pérdida de estatus que vendría con la ampliación de la democracia. Ese estado del ser dotado de posiciones y privilegios materiales que es, por eso mismo, un signo identitario para quien lo posee. La gente quiere estatus para ser reconocida, o para ser reconocida como más y mejor que otras. La pérdida de ese reconocimiento se vive como una afrenta a la propia vida, de allí que el intruso que lo cuestione despierte ataques y mucha furia. “Lima te repudia”, “Regrésate a tu pueblo” o “Sácate el sombrero” son ejemplos ligeros de lo que se oyó y leyó en las pancartas de las concentraciones convocadas por la derecha. Uno de los dibujos exhibidos fue el de un hombre ostensiblemente campesino que recibía el puntapié de un zapato de uso urbano y lo lanzaba, hipotéticamente, fuera de los márgenes de la cartulina. Es curiosa la elección porque, de hecho, ya hay una imagen emblemática en el país que expresó en su momento el mismo mensaje: la protagonizada por el fallecido ex presidente García durante una marcha, que con mucha puntería y el rostro endurecido pateó por la espalda a un ciudadano que tuvo la peregrina idea de adelantar el paso y taparlo a él. Justo a él.

Presidencia Perú

El Presidente Pedro Castillo durante el ritual "Misa por la Nación" en la Iglesia Las Nazarenas. 17 de octubre de 2021. Flickr Presidencia Perú</em>

Dijimos que la angustia somete al sujeto y lo hace replegarse sobre sí. El miedo, más bien, tiene que ver con la acción, con la sobrevivencia y el vínculo con los otros. Ante el miedo se debe atacar o huir, no hay más. Demorarse en identificar lo temido implica tolerar algo incómodo y desconocido, una operación psíquica compleja, no siempre disponible. De tal manera que objetivar el miedo en algo o alguien específico permite desembarazarse de sentimientos incómodos y tomar decisiones rápidas. Todo temor mueve emociones negativas que van a acumularse si no se sabe bien hacia qué y cómo dirigirlas. Cuando se identifica un blanco, lo negativo puede dirigirse allí y efectuar una acción de rechazo. Mientras más rápido se percibe más efectivo. Volvemos a sentir que estamos bajo control. Aquí no pasó nada.

Será con el grado de introspección, la profundidad con la que se piensa sobre lo que nos atemoriza, que podemos distanciarnos (o no) de la urgencia que sentimos y de los actos desesperados que vayamos a hacer. Por eso el rechazo a lo temido tiene efectos que duran lo que demore en volver a aparecer el fantasma. Es una solución temporal, una fórmula que se puede tornar viciosa: alivio relativo mientras el objeto temido está lejos, gran aumento de alerta si el objeto se aproxima. Con lo dicho se puede comprender por qué del miedo al odio hay pasos cortos. Si la existencia del otro fragiliza la mía, claramente no es la mía la prescindible. Así, lo bueno y confiable estará “de mi lado”, y lo malo y peligroso del lado de quien temo (u odio). Se trata de lógicas psíquicas que, cuando animadas por discursos sociales que las refrendan y refuerzan, se legitiman y actúan con autorización social en el campo intersubjetivo. El temor al comunista, al negro, al pobre, al homosexual, al indio, a la mujer, al niño incluso, se justifica socialmente y se actúan en las relaciones cara a cara.

Se puede pensar, al mismo tiempo, que la precariedad de la representación política, las voces ahogadas en un país de derechos también precarios, sin oportunidades y vastos sectores relegados a una permanente insuficiencia de la respuesta del Estado, acumula resentimientos. La palabra genera anticuerpos porque suele usarse de forma peyorativa aunque el sentimiento como tal existe, y puede ser sentido, descrito, testimoniado. Cabe preguntarnos de maneras más serias y exhaustivas por el resentimiento en el Perú, sobre todo si reconocemos la fragilidad de la experiencia ciudadana en todas las clases sociales, y una institucionalidad que no suele respondernos bien y a tiempo. En nuestro país hay cuentas pendientes por todos lados.

Tzvetan Todorov, filósofo búlgaro-francés, comenta en “El Hombre desplazado” el resentimiento como experiencia generalizada entre las clases empobrecidas por la crisis económica en la Alemania de los años 30. Los sentimientos de vergüenza estaban muy vivos por la pérdida del estatus. El judío pudo ser el chivo expiatorio porque fue lo suficientemente lejano como para no considerarse “parte de los nuestros”, y lo suficientemente cercano y parte de la convivencia como para ser el responsable de la humillación social. Así, la vergüenza y el temor “de caer más bajo” condensan al culpable en su figura, que ya se le puede señalar y castigar sin culpa. Para sostener el exterminio, en Alemania tuvo que crearse un sistema que alzó con suma eficacia realidades paralelas. Había gente dispuesta a sostenerlo y hacerlo, y otra tanta a creerlo y defenderlo.

Nuevo gobierno y una responsabilidad incómoda

Como dijimos líneas arriba, el estatus tiene una ligazón muy fuerte con lo identitario. En el Perú hay un sector que todavía se siente vulnerable y su violencia no va a ceder. Las clases acomodadas no están perdiendo ni medio centímetro de privilegio, pero la sola idea les resulta aterradora. La preocupación por el manejo técnico de la economía o el juego democrático se expresa en estos sectores como secundario.

Está en manos del nuevo gobierno hacer una acción transformadora que cambie en muchos sentidos la forma de hacer las cosas en este país. En principio, debe pasar por un compromiso con la realidad y el reconocimiento de lo fáctico. Si se suma al juego de manipular las percepciones y produce interpretaciones antojadizas o desmiente lo fáctico no está haciendo nada sustantivamente distinto a las experiencias anteriores. Con sus discursos y sus actos, el nuevo gobierno nos irá respondiendo sobre el valor que las personas tenemos, cuestión de alto calibre en un país donde la experiencia ciudadana vale muy poco y ha sido tratada públicamente con desprecio. Construir ciudadanía implica que los temores se procesen en espacios de conocimiento y reconocimiento de las diferencias, no en el mundo de las ideas sino en la vida concreta, material, donde las cosas toman forma y existen.

Las confrontaciones explícitas (ustedes-nosotros) que a veces representantes del gobierno o sus personajes cercanos emplean para comunicar intenciones o decisiones de gobierno, no con rivales políticos sino con ciudadanos poco halagüeños solo agravan la beligerancia. ¿Cabe en este momento mover esas aguas? El racismo y el clasismo no se combaten con lecturas reduccionistas y dicotómicas de la sociedad y la historia (blancos/indios, mujeres/hombres, pobres/ricos, etc.) sino con justicia social y mayor experiencia de encuentro entre la gente. Y especialmente, con un gobierno que comprenda y enseña a comprender que la justicia social debe ser un valor necesario a todos, no a unos cuantos.

La convivencia difícil no tiene por qué justificar una comprensión chica, limitada, sobre el estigma y rechazo del otro. No es invirtiendo roles, de oprimido a opresor, que el oprimido se libera, diría Paulo Freire. Es humanizando al que lo deshumanizó primero, por eso se necesita una nueva acción. Una experiencia diferente de vivir la ciudadanía, que pueda decir lo suyo sin insinuaciones, amenazas o saldando cuentas como medidas primarias y ansiosas contra ciertos sectores sociales. Si bien urge mejorar el disfrute de derechos y construir más y mejores oportunidades, también urge hacerse responsable por conducir de manera diferente la impotencia y las frustraciones vividas que ha producido las experiencias de injusticia en la esfera social. Los gobiernos comprometidos con esto devuelven la potencia a la gente invitándola a salir de la queja y la bravata para pasar a la acción colectiva.

El gobierno de Castillo, que se reclama de izquierda, debe hacer las cosas –en balance– bien. Se juega la oportunidad histórica de decir, al final, que sí era posible salir del neoliberalismo sin destruir lo que colectivamente hemos ganado. Los efectos de la desubjetivación y el empobrecimiento de los vínculos, producto de los vicios dejados por gobiernos anteriores, son una tarea necesaria de remontar, no de emular. No debería ser una opción conducir el país alentando el enfrentamiento entre ciudadanos como otros gobiernos promovieron explícita e implícitamente. No debería ser esta una justificación: “se le pide a este gobierno lo que no se le pidió a ningún otro”, excusa que si bien se apoya en algo real debe ser asumida de forma más autocrítica, sin ver dobles intenciones o “tibiezas”. Exigirle a este gobierno que se comprometa a hacer las cosas bien, sin pausa pero sin prisa, es pedirle explícitamente que no sea como los gobiernos anteriores que vendieron al país, se olvidaron de la gente y maltrataron la vida institucional y la democracia. Es pedirle el esfuerzo de asumir las responsabilidades que nunca antes se quisieron asumir en el Perú, enmarcadas en el reconocimiento mutuo y una ética de cuidado.

Footnotes

  1. Salazar, Diego (14 de julio de 2021). Opinión: El show no debe continuar: la prensa peruana tras la campaña electoral. Washingtonpost.com

  2. Banda, Gonzalo (21 de junio de 2021) Incendiar la pradera: Pedro Castillo y el miedo de las élites peruanas. Elpais.com

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