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Libros

La fábrica del poema

La fábrica del poema
Foto: Taller Editorial La Balanza

altos volúmenes de cielo (La Balanza / Escandalar, 2021) marca una ruta poco explorada en la poesía de Sologuren. Y es a la vez un delicado homenaje no sólo a su obra escrita, sino sobre todo a su trabajo de editor e impresor tipográfico. Cosa inusual porque no celebra el fruto, sino la fábrica del poema. Los altos volúmenes de cielo se fraguan subterráneamente, entre tintas, bloques de plomo, papeles y palancas invisibles al lector. La altura se conquista entonces terreno abajo.

La materia prima sobre la cual se trabaja en esta fábrica es múltiple. Y la primera pregunta es ¿dónde? ¿dónde está la letra? ¿hendida en el plomo? ¿virtualizada en la página? ¿inhallable en el poeta que la nombra?

¿En ningún lugar?

¿Y el vacío que la acoge? Ese espacio en blanco que posibilita su contraste ¿es también materia prima del poema? Lo blanco tiene esta doble tesitura: remite a un concreto y deleznable papel vacío como a una nada inasible y perpetua de la que emerge el poema y hacia la cual sigue dirigiéndose, “hasta alcanzar su negra orilla” (23) diría Sologuren.

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Taller Editorial La Balanza | Ana Lia Orézzoli</em>

Pero no vayamos tan lejos pronto. Y pensemos en una secuencia posterior: el ensamblaje entre vacíos y volúmenes, el diseño y la edición de un artefacto verbal. Siguiendo la estela de Sologuren, el trabajo que ha realizado Luis Alberto Castillo para iluminar ese mecanismo es de un cuidado notable. La secuencia inicial del libro lo delinea bien:

“La tinta en el papel /el pensamiento / deja su noche” (7)

A diferencia de la naturaleza en la que el paso de la noche al día sucede en la lógica de un continuum irrevocable, en el poema escrito ello sucede a través de una serie de mediaciones técnicas muy concretas: desde la conversión de madera virgen de los árboles en papel (“el papel, la madera, / aunque es de noche, / suaves destellan”. p.12) hasta las formas de reproducción social de dicha materialidad. En otras palabras, entre la noche del pensamiento y su acaecer luminoso en el lenguaje, media una máquina. Pero, así como la noche insiste y deja sombra durante el día, también la máquina que genera materialmente el poema lo atraviesa y no deja de latir en él. “El signo y el latido”, escribe Sologuren en Clepsidra (9). Ese latido sea quizá la noche que arrastra consigo el poema.

En un primer nivel, el latido aparece bajo la forma de huellas. Las huellas están por todas partes en el libro y se mueven en varias direcciones. Su variante más constante es la artesanal. Esta refiere al oficio de impresor de Sologuren, sólo una de las tantas mediaciones de las que se hiciera cargo el poeta, a través de la Rama Florida, la extraordinaria editorial con la que, durante poco más de una década, se moverían las palancas de la escena poética (no solo) local. En una entrevista con Hueso Húmero en 1989, Sologuren declaraba sobre la pequeña prensa manual Minerva que utilizaba para imprimir sus libros: frente a la fría perfección del offset, “esa posibilidad de hacer que en el texto impreso se perciba la huella artesanal fue un gran atractivo que, me parece, añadía a la expresión poética, una vibración más” (Nº. 25, p.74-75). La marca de la mediación toma forma sobre la página en la medida en que la máquina declara, no su imperfección, digamos, en el sentido técnico occidental, sino su ductilidad. Pienso aquí en el kintsugi japonés, el arte de reparar una cerámica conservando las cicatrices de sus roturas previas. No puedo demostrarlo ahora, pero es probable que algo de ello haya resonado en Sologuren, prolífico estudioso de la cultura oriental, para ponderar el sentido de la vibración en sus libros.

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Taller Editorial La Balanza</em>

La cicatriz –bajo la forma de relieve– que deja la máquina tipográfica, nos remite al momento en que el lenguaje deviene “una raya encendida / un surco de letras apenas visible" (30) o a la acción de un “martilleo de letras” (32) sobre un papel que “se revela maltratado / con rápidas enmiendas” (33) y en el que la corrección es la grieta por donde se cuela el cuerpo, “como quien deja entreabierta la puerta” (33).

En este primer nivel la huella o cicatriz remite al contacto físico entre la tinta, la máquina que acciona las letras y el soporte material que recibe su impresión. Pero hay otros en donde el contacto ocurre a través de mediaciones lumínicas que provienen de fuera del espacio escritural y que, incluso, evocan el modo en que la idea de índice opera en la fotografía análoga, más particularmente en el fotograma cuyo principio remite al acto de imprimir mediante sombras (véase los rayogramas de Man Ray). La página capta así el reflejo de lo que sobre ella aparece, con lo cual el poema se transforma en un escenario móvil, cambiante y abierto a las contingencias del entorno. La muestra más sugerente de esta interpretación es el poema que dice “nada dejé en la página / salvo / la sombra /de mi inclinada cabeza” (20). Puesto al lado, la diagonal que traza el verso “los pájaros emigran / los pájaros emigran / los pájaros emigran” (19) pareciera ser algo más que un caligrama. Ahora es también la sombra dibujada por el vuelo de una bandada de pájaros surcando el ancho de una página.

Estamos aquí en un nivel cercano a los experimentos que su compañero de generación e íntimo amigo, J.E. Eielson, realizó con mayor énfasis en los sesenta. La dimensión autorreflexiva del poema sobre sus instancias materiales (el papel, la tinta) y el agudo entendimiento de lo que la letra nos dice más allá de sus valores semánticos, son rasgos compartidos en ambos y cuyas mutuas absorciones aún no se han explorado lo suficiente. En obras como Papel (1960) de Eielson, las huellas y manipulaciones inciden en la materialidad del soporte hasta el punto de quemarlo, agujerearlo, etc. En 4 estaciones del mismo año, la acción se desplaza hacia un lector potencial invocado a accionar el papel de una manera distinta, según cada estación del año. La misma referencia a las estaciones y la afectación física del poema aparece en Sologuren en versos como “duro verano: con mi frente rocío / el papel blanco” (13). O, a propósito de laceraciones, este otro, de tono zen e instructivo: "si quieres ver surgir / aquí / la llama / enciende este papel // (Satori)" (14). Pero quizá el poema que mejor sintetiza las intersecciones entre ambos poetas sea ‘Origami’. Luego de que Castillo haya seguido la veta artesanal de Sologuren al actualizar la forma latente de ese pájaro sumergido entre "aguas de plenilunio" en un sutil origami, la conexión con Eielson se hace aún más evidente, tanto en su dimensión icónica (‘Poesía en forma de pájaro’ – Tema y variaciones) como conceptual (‘Este pájaro amarillo es invisible sobre el papel amarillo’ – Canto visible).

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Taller Editorial La Balanza | Ana Lia Orézzoli</em>

La idea de la huella en sus múltiples variantes evoca al contacto que la máquina, el entorno natural, el cuerpo físico del autor o del lector eventual produce sobre la página. Hay, sin embargo, un límite que permanece intocado en el poema: "No toco el centro / solo lo limito / el centro / es un corazón / en blanco que / sin embargo / está latiendo" (21). El margen marca el límite del contacto, es el lugar en donde ninguna huella es posible y en el que "todo color vuelve / al blanco de su origen" (26).

Cuando Sologuren empieza un poema con un verso como "FRASES OLAS BLANCAS" y termina con otro que dice “OH LAS BLANCAS frases" (22) pareciera reconducir la frase inicial a su borradura original en la medida en que las frases blancas desaparecen sobre el papel en blanco, aun cuando sigan vibrando, como olas de un mar inexistente. En el origami sin armar, los márgenes delinean los espacios intocados, pero es precisamente en torno a esos márgenes que el papel se dobla para formar las articulaciones de un pájaro de tres dimensiones. Este gesto artesanal puede funcionar como un índice efectivo del tipo de operaciones que este libro realiza. Con el origami hecho es imposible volver al plano original sin dejar de observar allí un pájaro enjaulado en una cárcel plana. Lo mismo sucede con este libro: Castillo abre surcos allí donde había solo suturas, persigue las señas de sus vibraciones y construye una versión de Sologuren después de la cual es imposible no volver a él con ojos nuevos. Los altos volúmenes de cielo son faros que iluminan una senda en la que el pensamiento deja su noche, pero reclama otra.

altos volúmenes de cielo (Taller Editorial La Balanza / Escandalar, 2021)

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