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Libros

Una Lima para “señoritas”

Sobre "Compórtense como señoritas", de Karen Luy de Aliaga

Una Lima para “señoritas”

Se dice que la literatura, así como el arte en general, es reflejo de la sociedad de su época. Sin embargo, muchas veces el espejo se ha ubicado solo desde cierta posición y, por ello, no ha reflejado varios matices y claroscuros que solo pueden verse desde perspectivas ajenas a la “dominante”. En relación a cómo se presenta Lima en la narrativa peruana, Luis Fernando Vidal afirma, a mediados de los 80’, que en ella hallamos “las señales de una ciudad que es, al mismo tiempo, riesgo y esperanza para quienes la habitan desde siempre y, en especial, para los miles de migrantes provincianos”. Equipara, también, a la capital con “esa amenaza que, en Los gallinazos sin plumas de Ribeyro, semeja una gran mandíbula, cruel e insaciable.1

Si bien el riesgo y la esperanza, así como la amenaza persisten, en nuestros tiempos podríamos ampliar estas concepciones a lo que representa Lima para las mujeres y, de manera aún más drástica, para la comunidad LBGTQI. No hay muchos libros que permitan dar cuenta de este reflejo antes pasado por alto o invisibilizado, pero Compórtense como señoritas, de Karen Luy de Aliaga, es uno de ellos.

Compórtense como señoritas es una novela en la que bien podría considerarse cada capítulo como un cuento, sin embargo, cada uno de ellos representa también un episodio de la vida de la protagonista, enfocándose de manera especial en el descubrimiento, aceptación y vivencia de su orientación sexual, todo ello enmarcado en la Lima-amenaza, Lima-rechazo, Lima-incomprensión.

En el primer capítulo se nos relata un episodio de agresión física hacia la protagonista, el día que celebraba su cumpleaños en una discoteca gay, un espacio que hasta entonces sentía seguro. La agresión proviene de un hombre treinta y dos centímetros más alto, quien le revienta una jarra de cerveza en la cabeza sin razón aparente. Acto seguido, el desconcierto, los gritos, el hospital, dieciocho puntos y una grapa en la sien. Posteriormente un juicio de agresión que dura cerca de diez años, proceso del cual la agredida prefiere desentenderse, hasta un par de días antes de la sentencia, a la que finalmente decide asistir. Este episodio da inicio a la novela y vuelve a aparecer en el capítulo final, dando la sensación de una historia que se repite, de una agresión que no deja de ocurrir, a distintos niveles de gravedad.

Luego acompañamos un par de episodios de la niñez, varios de la adolescencia y otros más de la juventud de la protagonista, desde el recuerdo más remoto de su gusto por las chicas durante su primera comunión a los ocho años, pasando por tomar conciencia de la diferencia entre un torso desnudo masculino y uno femenino, el cual resulta inaceptable, pasando por la primera atracción adolescente, la percepción de los otros sobre lo “raro”, lo “medio así”, lo distinto. En este punto, la protagonista empieza a tomar conciencia de sí misma, pero también de lo que representa siendo una misma para el entorno, para la sociedad, para el mundo: “Analizo las posibles reacciones de mi familia, de mis amigos y de todas las personas que me rodean y siento que esto no va a funcionar” (p. 57). Siente miedo de encontrar en su entorno gestos que se traduzcan en rechazo, aún más miedo al investigar sobre los crímenes de odio y pensar en la posibilidad de ser una de sus víctimas: “Matthew Sheppard agonizó seis días. Muere antes de cumplir veintiún años. Tengo casi dieciocho. ¿Me va a pasar a mí también?” (p.58).

Archivo La Plebe

Archivo La Plebe</em>

La conciencia de su encierro dentro del clóset coincide con días de encierro por estar enferma. Fiebre, alucinaciones y sueños lúcidos conviven con la necesidad de aceptar quién es: “No es fácil reconocer algo que todo el mundo parece catalogar como una enfermedad” (p. 69). Luego de hacerlo se siente ligera, libre, sin embargo, no todo es felicidad, vendrán trabas, prejuicios, conflictos y distanciamientos familiares: “yo creo que mis ojeras y mis ojos rojos le señalan que acabo de salir del clóset, de uno privilegiado, claro, pero también jodido” (p. 74).

Su primera relación de pareja es narrada de manera intermitente, en ella empieza a percibirse la lucha por ser libres y poder vivir su relación, en medio de miradas o comentarios despectivos, llegando a un punto culminante cuando un guachimán, vara en mano, intenta separarlas al darse un beso, con la frase que da título al libro: “Mi primer beso en público coincidió con la primera vez que un extraño me discriminaba, un tipo que se creía con autoridad sobre el afecto” (p. 84).

Se intercalan los episodios con diversas reflexiones en torno al género y la orientación sexual, como la siguiente: "El único plan que he sentido a lo largo de mi vida es la heterosexualización. Antes de nacer ya me esperaba un ajuar con ropones y biberones rosados. Durante mi niñez, para cumpleaños y navidades, solo debería recibir muñecas, cocinitas, faldas, medias cubanas. La televisión y los diarios me mostrarían cómo debía comportarse una niña o una señorita ejemplar en las series familiares o los programas del mediodía. La escuela y los manuales de etiqueta social indicarían cómo cruzar las piernas, cómo pararme o sentarme, qué labores hacer en casa, qué deportes practicar, qué instrumentos musicales aprender a tocar, qué juegos en los recreos, qué tipo de uniforme usar, qué corte de pelo tener, qué música es la que debe escuchar una mujer. Si las opciones no me gustaban, algo fallaba en mí y no en aquel proceso impuesto de heterosexualización" (pp. 91-92).

La amistad con una lesbiana primeriza, cuando la protagonista ya es adulta es uno de los hitos que le permiten reparar en los cambios que se han dado en la ciudad desde la época en que ella salía del clóset hasta la actualidad. También deja ver que algunas consideran grados de “apariencia gay” y que a quienes “no se les nota tanto”, a veces viven una vida paralela, sin dar a conocer su orientación sexual a su familia y entorno cercano.

Más adelante, y de manera fragmentada, se nos introduce en la mecánica de las relaciones de pareja lésbicas, en las que todo parece ir más rápido en relación a la decisión de mudarse juntas, basándose en el deseo de aprovechar el tiempo, tal vez en contraparte al tiempo perdido dentro del clóset. Además, en sus particularidades, en sus elecciones, en la convivencia de sus miedos y en sus rupturas. En estos capítulos, podemos apreciar también que el amor es el mismo, tanto como sus ciclos y sus altibajos, más allá de la orientación sexual de quienes integran una pareja. Como reza una frase bandera de las marchas del orgullo en esta y otras latitudes: Amor es Amor. Sin embargo, a pesar de ser el mismo amor, no tiene las mismas condiciones y posibilidades para desenvolverse legítimamente en cualquier espacio. Lima, además de muchas otras ciudades, no otorga legitimidad a todos los amores ni las mismas posibilidades a todas las personas, sin importar su orientación o identidad sexual, y estas formas de discriminación pueden ser vistas también como actos de violencia. Violencia como uso de la fuerza para establecer y perpetuar límites e imposibilidades que solo ocasionan dolor, contradicciones y desigualdad.

Archivo La Plebe

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También se muestran, de manera cruda y desgarradora, distintos episodios de violencia proveniente de personas del entorno familiar, amical, o supuestamente amical, e incluso de desconocidos que también creen tener el derecho de imponer, ya sea por miradas, gestos o palabras, la forma en que la protagonista debiera comportarse. En el entorno familiar y supuestamente amical, estos actos de violencia son considerados como pequeñas y grandes traiciones que quiebran relaciones o al menos las resquebrajan, mientras que en otros casos, incluso desaparecen todo vestigio de humanidad en el otro. Demuestran también que tras las apariencias de una persona tranquila, ejemplar, que no le hace daño a nadie, pueden habitar diversos niveles de incomprensión, deslealtad, discriminación y alevosía, o, en palabras de la protagonista: hijoputez.

Compórtense como señoritas nos adentra en el reconocimiento de esa violencia continua y ese odio que sigue allí esperando para mostrarse ante quien se viste de manera distinta a la que “le corresponde”, se peina de manera distinta a la que “le corresponde”, actúa de manera distinta a la que “le corresponde”, ama a alguien distinto a quien “le corresponde”.

La agresión que se retrata al inicio y al final del libro, podría entenderse también como la agresión continua de una ciudad hecha para señoritas, así como de sus diversos actores, un círculo vicioso de odio y violencia hacia quienes no encajen en ese molde preestablecido e impuesto, que si bien se ha ido transformando durante las últimas décadas gracias a la lucha de las mujeres y disidencias, sigue siendo un molde inflexible y ajeno a nuestra realidad, a lo que somos, a lo que sentimos, a lo que queremos. “Es sabido que Lima siempre te morderá los talones” (p.142).

Son necesarios libros honestos y duros como este, que permiten retratar Lima desde los zapatos, o las botas, de quien vive el día a día con altas probabilidades de sufrir agresiones de diversa índole, con la incertidumbre de qué le esperará en la ciudad al salir por sus calles y, sin embargo, resiste y nos invita a resistir y persistir en la lucha por una ciudad, un país, un mundo con más justicia y libertad para todxs.

Compórtense como señoritas (Narrar, 2019), de Karen Luy de Aliaga.

Footnotes

  1. Vidal, Luis Fernando. La ciudad en la narrativa peruana. En: Presencia de Lima en la literatura. Lima, DESCO, 1986.

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