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Cultura

Rimbaud en Polvos Azules

Nuevas representaciones sociales en la poesía del setenta

Rimbaud en Polvos Azules
Polvo somos. Serie de apuntes de Renso Gonzáles aparecido en "Lecturas Urbanas - Polvos Azules 1" | rensogonzales.blogspot.com

“Atención, éste es el júbilo, éste es el júbilo / huyendo del silencio, viene, viene, se queda, / limpia, éste es el júbilo, el silencio le huye”. Así comienza Un par de vueltas por la realidad (1971), el primer poemario de Juan Ramírez Ruiz, poeta chiclayano que migró a Lima como tantos jóvenes en busca de educación y de trabajo. En su emblemático primer libro, Ramírez Ruiz capta la efervescencia política y social del momento: las vivencias cotidianas, las relaciones amorosas, los desastres naturales, los abusos y las injusticias, situaciones que con las que todo peruano debe lidiar día a día, y que la poesía peruana no había retratado con la urgencia necesaria. “Se nos ha entregado una catástrofe para poetizarla” escribiría Ramírez Ruiz junto con el poeta Jorge Pimentel en 1970 en Palabras Urgentes, texto fundador del movimiento Hora Zero. Así inicia la década del setenta, con la esperanza de un cambio que la poesía buscó reflejar.

Fundado en 1970, el proyecto poético neovanguardista Hora Zero tuvo como objetivo romper con el status quo social y literario peruano y refundarlo proponiendo una poesía nacional y latinoamericana: “Hemos nacido en el Perú, país latinoamericano y sudamericano”. Contando entre sus filas con poetas como Enrique Verástegui, Mario Luna, Jorge Nájar, Julio Polar y José Carlos Rodríguez, entre otros, Hora Zero recogió aquellas voces ignoradas, censuradas u olvidadas por la literatura, es decir la voz de los sujetos populares, aquellas vivas que sonaban en la calle sin representación en la institución literaria peruana.

Esta renovación se valió del “Poema Integral”, propuesta poética que buscaba insertar la compleja y vasta experiencia de la realidad, sus entramados tanto sociales, políticos como subjetivos, en el poema, a través de un lenguaje diferente: “ [un] lenguaje sencillo, popular, directo, duro y sano [con] la capacidad de expresar toda la energía de una experiencia latinoamericana en un lenguaje latinoamericano”. Estas ideas de cambiar la vida (siguiendo al poeta Arthur Rimbaud) y cambiar al mundo (siguiendo al pensador Karl Marx) no eran nuevas: ya los cambios se anunciaban internacionalmente con el triunfo de la Revolución Cubana así como con las protestas de mayo del 68; y en el plano local, con los cambios poéticos inaugurados por la generación del sesenta (Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Javier Heraud), así como con la instauración del gobierno militar con Juan Velasco Alvarado a la cabeza. La aparición de una poesía conversacional en los años sesenta, una enfocada en una dicción coloquial, es clave para entender la tarea de representar las nuevas voces urbanas. Hora Zero radicaliza este uso convirtiéndolo en arma poética para la representación de nuevas voces.

Ramírez Ruiz

Ramírez Ruiz</em>

¿Pero quién era exactamente el nuevo sujeto peruano? Este es un asunto clave para el gobierno de turno. Las distintas reformas del velascato desestabilizan en buena medida al sujeto peruano con el fin de crear uno nuevo así como de ampliar el concepto de peruanidad. Velasco reemplaza al Día del Indio por el Día del Campesino, reconoce el quechua también como idioma oficial del Perú, y lleva a cabo la tan postergada Reforma Agraria, con lo que busca incorporar al sujeto andino como pieza importante del programa económico nacional. De esta manera, el grupo oligárquico, ya en decadencia, sufre un último golpe con el que se quiebra su hegemonía. Al mismo tiempo, la búsqueda de la movilización social implicaba hacer más partícipe a otro grupo social: los trabajadores en la urbe. Este sujeto ya no se puede definir únicamente como un mestizo en cuanto sujeto hijo de dos razas diferentes (la español y la indígena), sino también como ‘cholo’. Dice Julio Cotler: “El cholo se caracteriza por su situación incongruente: por su origen social está cerca del indígena, pero por sus ingresos y la independencia que tiene frente al mestizo, se aleja de aquél. Sus referencias culturales son igualmente ambiguos, al mantener rasgos indígenas y adoptar características de naturaleza mestiza, pero otorgándoles un nuevo contenido urbano”.

El radical cambio aplicado por Velasco, entonces, no crea de la noche a la mañana a un “nuevo hombre” sino que intenta insertar una nueva identidad en una nueva sociedad. Al desmantelar las obsoletas bases de la sociedad peruana, Velasco pone en jaque la identidad nacional. La creación de Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS) en 1971 como una “manera de estimular la intervención del pueblo peruano” debe entenderse también como la instauración de un aparato regulador y mediador de la multiplicidad de voces que aparecen en el escenario político, un nuevo grupo que necesita ser escuchado y cuyas demandas debían ser atendidas. Sin embargo, queda la pregunta ¿hasta qué punto se estableció un diálogo horizontal entre ellos y la verticalidad del poder militar? En este contexto político, los poetas de Hora Zero intentarán, dentro de sus propias contradicciones, lograr ambos cometidos: invitar a la participación poética, representar a los nuevos sujetos, y comenzar un nuevo diálogo.

Por supuesto, en esta primera mitad de la década de los setenta no hay que olvidar al grupo Estación Reunida, que reunía a los poetas Elqui Burgos, Tulio Mora, Óscar Málaga, José Watanabe. Junto con Hora Zero definieron un estilo que tendría como resultado poemarios emblemáticos como el ya mencionado Un par de vueltas por la realidad (1971), En los extramuros del mundo (1971) de Enrique Verástegui, Kenacort y Valium 10 (1971) y Ave Soul (1973) de Jorge Pimentel, Álbum de Familia de José Watanabe (1971), entre otros.

En estos libros aparecen personajes cuyas historias se han vuelto representativas de la nueva poesía peruana: la joven enfermera Irma Gutiérrez; la destrucción de la casa del poeta Mario Luna por el terremoto de 1970; la joven Juana Cabrera, desalojada de su casa; la terrible historia de Pedro Sifuentes Calderón mejor conocido como el sargento de las Aguas Verdes quien a sus 64 años rememora su vida en algún bar de la ciudad: “Fui mozo de restaurante en La Victoria / cargador de bultos en La Parada / rencauchador de llantas en un grifo perdido”. Además, en el 41 peleó en la guerra con el Ecuador, donde recibió el grado de sargento: “en Aguas Verdes agarré un fusil por primera vez / pero más que matar cantábamos y escribíamos cartas / y componíamos valses dentro de una trinchera / que nos salvaguardaba de una bala perdida / de una granada de la metralla que retumbaba / a diestra y siniestra”. Así mismo, se recrean las calles de Lima, por donde deambulan y caminan los nuevos ciudadanos, entre ellos el poeta francés Arthur Rimbaud: “Rimbaud apareció en Lima un 18 de julio de mil novecientos setenta y dos. / Venía calle abajo con un sobretodo negro y un par de botines marrones. / Se le vio por la Colmena repartiendo volantes de apoyo a la huelga de los maestros”.

No hay que olvidar las voces de poetas como Sonia Luz Carrillo, Enriqueta Beleván y especialmente María Emilia Cornejo cuyos primeros poemas escritos en las aulas de San Marcos demuestran no solo otra sensibilidad a tomar en cuenta sino el valor de la poesía escrita por las mujeres. Versos como estos: “Soy / la muchacha mala de la historia/ la que fornicó con tres hombres / y le sacó cuernos a su marido”, implicarían un nuevo camino en la poesía peruana que, pocos años después, será debidamente ampliado con la publicación de Noches de Adrenalina de Carmen Ollé en 1981.

En cuanto a su participación política, los poetas de Hora Zero afirmaron en su manifiesto que ellos estaban “atentos a lo que se está haciendo en el país”. Efectivamente, los poetas de Hora Zero y Estación Reunida no solo estaban atentos sino que varios participaron directamente en el proceso de transformaciones estructurales. Poetas como Tulio Mora, Manuel Morales, José Watanabe trabajaron en el SINAMOS; Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, Enrique Verástegui, Vladimir Herrera en el diario ‘La Crónica’; Jorge Nájar, en el Ministerio de Agricultura; José Rosas Ribeyro, Elqui Burgos, Sonia Luz Carrillo, Oscar Málaga y Ricardo Falla en el Ministerio de Educación; Antonio Cillóniz, en el Instituto Nacional de Cultura. Si bien había suspicacia de los poetas hacia el gobierno, existió un espíritu colaborador al menos a nivel personal entre ellos y el Estado. La confiscación de los medios de comunicación en el año de 1974 fue el punto de quiebre entre la sociedad peruana y el gobierno militar. Desde ese momento una continua represión social significó el divorcio entre la poesía y el gobierno de turno.

Verástegui

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A partir de 1975 y con el nuevo gobierno militar de Francisco Morales Bermúdez, la actitud de los poetas es claramente de mostrar el fracaso y la represión del momento. En ese punto aparece la segunda etapa de Hora Zero, esta vez sin Ramírez Ruiz; también se crea el grupo La Sagrada Familia (1977-1979) con los poetas Edgar O’Hara, Luis Alberto Castillo, Enrique Sánchez Hernani, Roger Santiváñez y el narrador Guillermo Niño de Guzmán. La poesía representará, en mayor o menor medida, un espacio de represión y muerte, donde la esperanza de un cambio social ha desaparecido dando lugar a uno de resistencia contra el orden autoritario.

Entre estos libros podemos mencionar Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga) (1978) de Cesáreo Martínez quien evalúa que los problemas sociales que el gobierno militar pensaba solucionar aún persisten: “En esta comarca, señores del poder, hace siglos que la vida es imposible”; el poemario Mitología (1977) de Tulio Mora, que presenta el recorrido y muerte de cuatro personajes mítico-marginales andinos por la ciudad capital; Tiro de Gracia (1979) de Feliciano Mejía, que también reconstruye las muertes de ciudadanos en diversas marchas, huelgas y protestas durante el gobierno militar de Velasco y Francisco Morales Bermúdez; Cruzando el Infierno (1978) de Jesús Cabel, que enfatiza la pérdida de la inocencia en una ciudad desamparada: y De la vida y la muerte en el matadero (1978) de Rubén Urbizagástegui, donde Lima aparece como el espacio de la indiferencia: “Me pides que te cuente de Lima / y no quieres creer / que Lima es solo 200 balcones donde 200 militares / quisieran tomar el sol / que existe un río hablador que es mudo / y otro chillón que es sordo / que vivo y revivo en sus calles de ceniza / pero que mi corazón se emborracha / y nace y muere y habita en Virunhuara”. Finalmente, frente a tanta represión, Enrique Verástegui hace un llamado a la revolución en Praxis asalto y destrucción del infierno (1980): “luchar es de hecho el triunfo más hermoso”. Atrás ha quedado el inicial júbilo del cambio y la esperanza de una sociedad más igualitaria.

Los años setenta, entonces, son primero la consagración de una diversidad de discursos que, al mismo tiempo, buscan construir la ciudad utópica: la nueva Lima, promesa del cambio social. Al mismo tiempo, es el momento en el que confluyen distintas voces y aproximaciones, algunas muy disímiles entre sí, pero todas bajo la sensibilidad (poética y social) de un tiempo de revolución. A pesar de las contradicciones mismas de tan complejos y ambiciosos proyectos, tanto Hora Zero como Estación Reunida o La Sagrada Familia son ejemplos de una renovación poética que es, sin duda, uno de los proyectos estéticos de democratización más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Si muchos de los poetas de la década de los años sesenta no pudieron reconocerse ni en la nueva urbe ni en los sujetos que la habitaban, los poetas de los setenta buscarán crear, a partir de la diversidad social, los lazos necesarios para la construcción de la nueva nación peruana.

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