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Internacional

América Latina bajo la bota de Trump

América Latina bajo la bota de Trump
Gage Skidmore. flickr.com/photos/gageskidmore/

Cuando Donald Trump fue electo como presidente de los Estados Unidos hace dos años, la mayoría de gobiernos de la región reaccionó con asombro y estupefacción. Como candidato, Trump se había expresado duramente frente al problema migratorio, con desembozadas declaraciones racistas sobre los latinoamericanos y, además, había amenazado con retirarse de los tratados de libre comercio, el TLCAN y el TPP. ¿Qué podía esperar América Latina del gobierno de Donald Trump?

Irrelevancia estratégica pero imprescindible retaguardia

Es un lugar común en los análisis sobre las relaciones entre los EEUU y Latinoamérica, afirmar que nuestra región carece de relevancia estratégica para su política exterior. Esto, que es indiscutible, muchas veces se malinterpreta como un desinterés de los EEUU sobre lo que ocurre en América Latina. Me parece un grave error. Efectivamente, en su último documento sobre Seguridad Estratégica Nacional se afirma que los EEUU “han entrado en un período de competición con grandes potencias”. Que “China y Rusia se han convertido en serios competidores que están construyendo las bases materiales e ideológicas para contestar la primacía y el liderazgo de los EEUU en el siglo XXI”. Y que por tanto “el principal interés para la seguridad nacional de los EEUU es impedir la dominación de la masa continental Euroasiática por potencias hostiles”.

Esto es un propósito descomunal. EEUU, que no es un país europeo ni asiático, quiere, ni más ni menos, manejar los destinos de esta inmensa masa continental de países y mantenerla bajo su dominación. Esta política exterior “unipolar” y de “dominación global” no empieza con Trump, esta fue una política formulada por Brzezinski hace más de 25 años, luego del colapso de la URSS. Desgraciadamente, en las élites americanas ha cristalizado una suerte de “hubris” imperial bajo la sensación de sentirse los triunfadores de la Guerra Fría: el ganador se lo lleva todo, impone las reglas y se hace lo que él quiere en el sistema mundial. Como hemos podido apreciar en varias ocasiones en los foros multilaterales, cada vez que no consigue imponer su posición, patea el tablero. Defender a capa y espada un orden mundial unipolar en donde “América dirige”, es el norte de la política exterior americana, sean Demócratas o Republicanos los que estén en el gobierno.

Pero volvamos a nuestros asuntos latinoamericanos. El hecho de no estar en las primeras filas de este combate de gigantes, no significa que no seamos importantes. El aparente menosprecio de los EEUU hacia nuestra región esconde que en los presupuestos de su estrategia mundial está claramente el objetivo de mantener un control firme y subordinado de América Latina a sus intereses globales. De tal manera que, en la medida que tensa su confrontación estratégica con Rusia y China, más busca afirmar su dominio sobre nuestra región, como retaguardia imprescindible a sus aspiraciones globales. Eso debemos tenerlo absolutamente claro. Veamos ahora que ha significado para América Latina la llegada de Donald Trump.

El regreso al garrote y la zanahoria

La administración Obama había hecho gestos diplomáticos para endulzar las relaciones con América Latina, ante el auge del regionalismo soberano que buscaba limitar la injerencia estadounidense en los asuntos latinoamericanos (CELAC, UNASUR). Junto con la tímida apertura hacia Cuba, sorprendió el discurso de John Kerry al afirmar que para los EEUU “la era de la doctrina Monroe ha terminado”. Pues bien, la tinta no estaba aún seca cuando la llegada de Donald Trump al grito de caballería “América primero” resucitó esta vetusta doctrina imperialista del garrote y la zanahoria. Por la voz de su Secretario de Estado y magnate petrolero, Rex Tillerson se nos anunció que la Doctrina Monroe es “tan relevante hoy como lo fue el día de su escritura”.

Esta desfachatada resurrección de la Doctrina Monroe por parte de la administración Trump se propone, en primer lugar, reforzar la posición comercial de sus multinacionales con una política de acuerdos bilaterales, ya no multilaterales; luego, se plantea disminuir la “influencia maligna” de Rusia y China en la región, reforzar la “seguridad hemisférica” con un mayor despliegue de su presencia militar, así como derrotar a los “anacrónicos y autoritarios gobierno de izquierda” que perduran en América Latina.

Reforzar la dependencia económica

El desprecio por las instancias internacionales y los acuerdos firmados ha sido la marca de fábrica de la administración Trump desde que asumió sus funciones. En el plano comercial, junto con el retiro del TTP, uno de sus objetivos era desconocer TCLAN, acuerdo de libre comercio entre Canadá, México y los EEUU. Aprovechando su posición de fuerza logró imponer la renegociación de un TCLAN2, que puede servir de pauta para vaticinar las futuras iniciativas comerciales en la región. Según Ugarteche y Negrete (Alainet 16.10.2018), hay tres capítulos que generarán “profundas transformaciones económicas y políticas en América del Norte, y entre la región y el mundo. Una se refiere a la continuidad en la guerra comercial económica de EEUU contra China y Cuba tomando como aliados a Canadá y México; otro se refiere al deseo de sostener al dólar como moneda de reserva internacional; y el último se refiere a la regulación de los derechos de autor y la propiedad intelectual”. Todos los retoques acordados se realizan en exclusivo beneficio del socio mayor. La negociación del TCLAN2, ha sido solo una maniobra de Trump para reforzar la subordinación de las economías de México y de Canadá a los intereses de los EEUU.

Luego de su triunfo obtenido con el TCLAN2, su próximo objetivo es el MERCOSUR, en particular Brasil. Recientemente, en una conferencia de prensa, Trump se refirió al “injusto” déficit comercial que los EEUU tienen con Brasil. En el 2017 Brasil tuvo un superávit de US$ 2,060 millones en su intercambio comercial con los EEUU. Esta iniciativa le será facilitada con el inminente triunfo del denominado “Trump tropical”, el ex militar fascista Jair Bolsonaro, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil. Con Mauricio Macri sometido al FMI en la Argentina y, Bolsonaro y su Chicago boy Paulo Guedes en Brasil, Trump podrá desarmar fácilmente el frágil modelo proteccionista del MERCOSUR y subordinar completamente las economías de estos países al dominio económico americano. Luego del triunfo del NO al ALCA, está sí que será una revancha del imperio muy amarga de tragar para la región.

De más está decir que, la administración Trump buscará además entorpecer el aprovisionamiento de materias primas destinadas a China, que se ha convertido en el principal socio comercial y destino de las exportaciones de Brasil y Argentina.

Despliegue continental y militarización de la ayuda

En materias de defensa y seguridad, como ha recordado recientemente Juan Gabriel Tokatlian (El Clarín, 4.09.2018) EEUU utiliza el pretexto del “peligroso avance militar” de China, Rusia e Irán, para reforzar su despliegue militar en el subcontinente americano. Cuenta con el Comando Sur con sede en Miami, la reactivación el 2008 de la IV Flota, bases militares en Aruba, Colombia, Cuba y Honduras, así como bases operacionales secretas en otros países de la región incluido el Perú. Ha restablecido sus relaciones militares con el Ecuador, con la presencia nuevamente de militares americanos en el país, cosa que está prohibida por la constitución.

En su reciente visita a Brasil, el secretario de Defensa James Mattis discutió los planes para una intervención militar contra Venezuela, negoció la utilización de la base militar espacial de Alcántara y concretó diferentes contratos con la industria militar brasileña que comprometen seriamente el proyecto de un complejo industrial militar brasileño soberano. Es decir, desde la frontera con México hasta la Patagonia, los EEUU tienen una presencia militar incontestable por alguna potencia extra continental. Por otro lado, en lo que se refiere a la ayuda de los EEUU a la región, en los presupuestos 2017 y 2018, constatamos nítidamente su creciente militarización al estar destinadas más del 60% de las partidas a ser manejadas directamente por el Pentágono. Esto significa que en las embajadas americanas, serán los oficiales de inteligencia, los agregados militares, los agentes de la DEA, los encargados de administrar el reparto de las zanahorias.

La nueva política del gran garrote

Como era de esperarse para un bravucón y sulfuroso presidente como Trump, que profiere amenazas de destrucción, sanciones y represalias a diestra y siniestra, lo que no se pudo conseguir con los dólares se conseguirá por la fuerza. En el terreno político, la administración Trump decide apoyar la elección fraudulenta, contestada incluso por la misión de observación de la OEA, de Juan Orlando Hernández en Honduras. Es bueno recordar que es precisamente la política neoliberal y represiva de su lacayo en Tegucigalpa la que está a la base de la ola migratoria de hondureños que en estos momentos ocupan los titulares de los medios. Abandona el tímido acercamiento con Cuba con el pretexto de una “agresión acústica” contra sus funcionarios por parte de las autoridades cubanas, y refuerza el bloqueo económico y las campañas de desestabilización en contra del gobierno castrista.

En Nicaragua ha desplegado acciones abiertas y encubiertas para conseguir un cambio de régimen, y amenaza de aplicar al gobierno de Ortega draconianas sanciones económicas en la denominada Nica-Act, inspirada en la Magnitsky Act que instauró sanciones económicas en contra de Rusia. Endurece y amplía las sanciones y la guerra económica iniciadas por Obama en contra de Venezuela, amenazando incluso a Caracas de una intervención militar para “salvar al pueblo de la tiranía de Maduro y restablecer la democracia en Venezuela”.

En la VIII Cumbre de las Américas se consagra el retorno a su liderazgo hegemónico sobre la región restableciendo a la OEA como el ente articulador de su Doctrina Monroe, desmantelando los organismos regionales soberanos (UNASUR). Con la complicidad de los países agrupados en el “Grupo de Lima” impone arbitrariamente la marginación del gobierno legítimo del Presidente Maduro y su reemplazo por figuras de la oposición venezolana en el exterior. Burlándose de la voluntad popular, son los EEUU el que decide quien debe gobernar en nuestros países.

Toda esta política de injerencia, desestabilización y guerra económica se trasviste ante la opinión pública como una defensa de los DDHH y lo valores liberales que supuestamente inspira la política exterior de los EEUU. Pero en más de una ocasión, los EEUU han dado muestras claras que no creen en la universalidad de los DDHH. Recientemente el asesor de seguridad, John Bolton, ha declarado amenazadoramente que para los EEUU el Tribunal Penal Internacional “está muerto”, ante el intento del TPI de iniciar una investigación de posibles crímenes de guerra cometidos por las tropas americanas en Afganistán. Los EEUU no son signatarios del tratado internacional sobre los DDHH, como tampoco de la Convención Americana de DDHH conocida como el Pacto de San José. Actualmente con su manejo cínico e hipócrita del cruel y salvaje asesinato del periodista disidente saudí Khashoggi, los EEUU y sus aliados de la OTAN, nos muestran el derrumbe moral en el que se basa su llamado “orden liberal internacional”. Por ello, no se puede ser demócrata, progresista y muchos menos de izquierda, si se apoya las políticas ilegales, desestabilizadoras y belicistas de los EEUU en nuestra región.

Para concluir debemos reconocer que se vienen tiempos difíciles y sombríos para América Latina, en tanto se mantenga la tenaz voluntad de la política exterior estadounidense: dominar y subordinar nuestra región a su hegemonía.

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