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Internacional

Europa: Las derechas duras y la antipolítica

Europa: Las derechas duras y la antipolítica
Foto: Alessandro Valli

Parafraseando a Marx podría decirse que un fantasma recorre Europa. Pero esta vez no se trata del comunismo, sino de lo que en su reciente libro “Las nuevas caras de la derecha” (Siglo XXI Editores, 2018) el historiador Enzo Traverso llama post fascismo, es decir, la nueva expresión de la derecha emancipada de la matriz histórica que la vio nacer. En efecto, a diferencia de los fascismos del siglo XX, impregnados de un contenido ideológico fluctuante, los partidos post fascistas apuestan por la “normalidad” para intentar transformar el sistema desde dentro y de alguna manera “naturalizar” una forma de pensamiento que destruye los principios básicos de la democracia.

La crisis de los partidos políticos tradicionales ha sido precedida por otras manifestaciones que le dan origen: el incremento de las asimetrías sociales, el desempleo y subempleo que afecta a los más vulnerables, las promesas incumplidas de la Unión Europea, incapaz de oponerse a la concentración de la renta y la riqueza. Este cóctel explosivo alimenta fenómenos sociales concomitantes como el rechazo a la inmigración y el anti islamismo primario que caracterizan al post fascismo.

Más allá de las diferencias de origen y de naturaleza que estas nuevas derechas extremas poseen, resultan evidentes sus rasgos comunes y sus efectos en el paisaje político europeo. Tanto Alternativa para Alemania como el Frente Nacional francés, la Lega Nord en Italia, Vox en España (que cuenta con las abiertas simpatías del Partido Popular), Alba Dorada en Grecia, Jobbik, el partido de Viktor Orban en Hungría o Ley y Justicia del fallecido Lech Kaczynski en Polonia y las derechas de Europa Central (Austria, República Checa, Eslovaquia) para no mencionar a aquellas de Bélgica y los Países Bajos y hasta el remanso socialdemócrata escandinavo, todas han experimentado un crecimiento exponencial en los últimos tiempos. Y este peso político no sólo se ha reflejado en las urnas. Ha determinado también una derechización del espacio público, obligando a los partidos de centro-derecha a endurecer sus propuestas para no perder a su electorado tradicional que de otro modo prefiere los discursos más radicales.

Todos estos movimientos (y este sería uno de los rasgos comunes) despliegan una xenofobia que se ha renovado en el plano retórico. Ya no se define con los viejos clichés del racismo clásico antisemita. Ahora apunta en especial a los inmigrantes o a las poblaciones “provenientes de la inmigración”, es decir, de origen colonial incluidos los nacidos en suelo europeo. El eje estructural de ese nuevo nacionalismo no es el antisemitismo sino la islamofobia. Y todos comparten otras afinidades como el nacionalismo proteccionista contra la globalización y el repliegue contra la Unión Europea aprovechando los problemas que aquejan a este organismo regional. Todo esto coronado por el autoritarismo y la apología de las políticas securitarias.

La crisis de los partidos tradicionales

¿A qué se debe la desafección creciente del electorado frente a los partidos “históricos”? Algunos especialistas como Régis Meyran 1 se refieren al fenómeno como una forma de antipolítica. Por su parte, el historiador francés Pierre Rosanvallon, gran defensor de la autogestión y ex consejero del Presidente François Mitterrand, habla de una patología política, una enfermedad que aqueja a las sociedades europeas. El filósofo italiano Roberto Espósito, miembro fundador del Centro de Investigación sobre el Léxico Político Europeo y profesor de la Universidad de Nápoles, prefiere hablar de impolítica, un término que explica una actuación contraria a la definición original del “hacer política”. 2

Todas estas expresiones (y la lista no es exhaustiva) presentan a la democracia representativa como paralizada y vampirizada por la contrademocracia. Espósito evoca un enfoque desencantado de la política que la reduce a su facticidad, a su pura materialidad, sin proyectos ni ideología. Por ello, presentarse como un empresario que gestiona bien resulta especialmente eficaz.

En el pasado, las fuerzas políticas encarnaban valores. La representación política tenía una connotación sacralizada y el pluralismo político era la expresión del conflicto de ideas y de compromisos intelectuales fuertes. En la actualidad todos los hombres de Estado (desde Emmanuel Macron, que trabajó para la Banca Rothschild, hasta el empresario mediático Berlusconi) se pretenden “buenos administradores” pragmáticos y, sobre todo, post ideológicos. La política, según Traverso, ha dejado de encarnar valores para tornarse un lugar de pura gobernabilidad y distribución del poder, de administración de los recursos públicos. En el campo político tradicional, aquel de los partidos históricos europeos, ya no se combate por ideas: se construye carreras. Esta “anti política” surge de la decadencia de la política convertida en un cascarón vacío. El electorado constata que en los últimos 30 años la alternancia de gobiernos de centro derecha o de centro izquierda no ha generado modificaciones fundamentales en su calidad de vida. Ha sido un simple cambio de personajes en la administración de los recursos públicos. Y la crítica y el debate están ausentes de la mayoría de los medios monopólicos. En este contexto, los movimientos post fascistas llenan fácilmente el espacio desocupado por los “clásicos”.

Esta situación de desideologización de los partidos ocurre además dentro de una situación regional muy favorable, aquella del desencanto de las promesas europeístas que se han convertido en objeto de críticas, tanto de la izquierda radical que acusa a la Unión Europea de defender los intereses del gran capital, como de los post fascismos que propugnan la recuperación de la soberanía nacional, el fin de la libre circulación y el proteccionismo económico.

El rapto de Europa

La mitología griega cuenta que la ninfa Europa fue secuestrada por Zeus, convertido en seductor toro blanco de brillantes cuernos. El toro se acercó a ella con cariño y mansedumbre. Cuando Europa se decidió a montar sobre su lomo, el toro se incorporó, corrió a toda velocidad y raptó a la asustada ninfa. El mito podría utilizarse como metáfora reemplazando al toro blanco por la Unión Europea. En efecto, la crisis del modelo se hace visible con la quiebra de Lehman Brothers hace unos diez años. Las políticas de austeridad y reforma estructural -propugnadas entonces por el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea, la "troika" a la que se refería el el ex ministro de economía griego Yanis Varoufakis- afectó a los países más frágiles: Irlanda, Portugal, Grecia y Chipre. Y dentro de ellos, a los más pobres. La fractura social se convirtió en el epicentro de la crisis.

Desde entonces la concentración de la riqueza no ha dejado de aumentar. Según datos del Global Wealth Data Group, en 2017 el 31 por ciento de la riqueza total europea pertenecía al 1% de la población adulta. Paralelamente, las instituciones y las políticas redistributivas han sido objeto de una sistemática operación de acoso y derribo quedando muy mermada su capacidad financiera y su legitimidad.

Para nadie es un secreto que el poder económico se traduce en poder político. Las grandes corporaciones y los grupos de presión que los representan no dudan en hacer efectivo ese poder poniendo a su servicio a las instituciones. El resultado de esto es que la Unión Europea representa cada vez más los intereses de las élites económicas y políticas. Esto ha generado una desafección creciente del modelo de gobernanza neoliberal que se expresa en un voto de protesta centrado en opciones autoritarias de extrema derecha. Ante el argumento “No hay suficiente para todos” que subyace a las políticas de ajuste draconianas, la extrema derecha propugna lo que en “Ay Europa!” (Trotta. Madrid, 2009) Jürgen Habermas llama “el chovinismo del bienestar” expresado en la tensión latente entre el estatuto de ciudadanía y la identidad nacional. Así, el malestar social y la polarización política se canalizan hacia el chivo expiatorio: el inmigrante, el extranjero, el “otro”.

Los orígenes del post fascismo

Los medios de comunicación informaron en 2006 sobre la pugna entre derecha tradicional y movimientos post fascistas como el PVV en los Países Bajos. En las elecciones europeas de 2009 el llamado Partido de la Libertad de Geert Wilders obtuvo 4 eurodiputados. Este triunfo electoral trajo como consecuencia una radicalización del centro-derechista Partido Popular de Países Bajos (VVD) que, ya para 2010, proponía en su programa excluir del Estado de Bienestar a los inmigrantes: sí a la redistribución de la riqueza, pero sólo para los ciudadanos nacionales. De allí en adelante, la derecha ha ido ganado terreno en Holanda y algo semejante ha ocurrido también en Bélgica, que además suma a su paisaje político el viejo conflicto irresuelto entre flamencos y valones.

Este fenómeno de radicalización de las derechas históricas se ha visto también en Austria, donde la llegada de una coalición derecha-extrema derecha fue recibida con normalidad por la Unión Europea, ya que Viena cumplía con los objetivos económicos establecidos. Algo parecido ha ocurrido en Suiza, Dinamarca y, desde hace poco, en Suecia donde su modélica socialdemocracia no dudó en endurecer sus políticas sobre inmigración y acogida de refugiados frente al avance de la derecha.

Otro caso emblemático es el de España. Tras la moción de censura por corrupción que quitó a Mariano Rajoy (del centro derechista Partido Popular) de la presidencia del Gobierno, fue reemplazado en el cargo por Pedro Sánchez, de la corriente de izquierda del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Desde entonces y frente al reto de un gobierno en minoría, los socialistas se esfuerzan por encontrar consenso con los nacionalistas catalanes y vascos y con el partido Podemos, que no ha dudado en apoyarlo. El PP por su parte eligió como nuevo presidente al muy conservador Pablo Casado, delfín de José María Aznar. Y el centro derechista Ciudadanos continúa su alianza táctica con el PP para acosar al gobierno socialista. Por otra parte, el hasta hace poco inexistente partido Vox, paradigma del post fascismo español creado en 2013, reunió hace poco a más de 10 mil seguidores en Madrid. Ante una animada sala, el exaltado secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, no dudó en proponer el fin de las autonomías, ilegalizar los partidos independentistas y de izquierda, expulsar a los inmigrantes clandestinos, prohibir el aborto y el matrimonio gay, derogar la Ley de Memoria Histórica y terminar con el Estado de Bienestar. Bajo el lema “España viva”, Ortega Smith exigió mano dura frente a los independentistas catalanes. Copiando a Donald Trump, repitió muchas veces “España es lo primero” (America First). Vox no tiene aún presencia parlamentaria en España pero su crecimiento ha sido grande desde su creación y nadie duda que ingrese al Parlamento Europeo en las próximas elecciones.

Otro ejemplo del aggiornamento de la ultraderecha es el cambio del discurso del Frente Nacional en Francia. Durante mucho tiempo y desde su creación en los años setenta, el FN de Jean Marie Le Pen había expresado un antisemitismo abierto que lo había llevado a un revisionismo histórico escandaloso: “los campos de concentración son detalles de la historia”, llegó a decir. Su hija Marine ha roto con el padre y ha establecido con él una distancia que pretende “normalizar” el partido, evitar confrontaciones con el sistema, integrándose en los espacios políticos de la V República. Empieza a preocuparle su respetabilidad y practica una forma de “entrismo”. Marine Le Pen dice ahora que los enemigos de la patria ya no son los judíos, sino los musulmanes que ponen en peligro la seguridad nacional y la homogeneidad cultural europea. Su relativo éxito electoral -fue sin duda el partido más votado en las últimas elecciones- se acompaña del hartazgo de las clases populares.

Felizmente todo parece indicar que por el momento las fuerzas que dominan la economía global no apuestan por las opciones tipo Frente Nacional. No apoyaron en Francia a Marine Le Pen así como en EEUU, Wall Street sostuvo a Hillary Clinton y no a Donald Trump. Pero en una Europa fragilizada y polarizada, nada garantiza la evolución que esto pueda tener.

Footnotes

  1. Meyran, Régis. Le Mythe de l’identité nationale. Ed. Berg. Paris 2015

  2. Esposito, Roberto. Catégories de l’impolitique. Ed. Le Seuil. Paris 2

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