Muy malas noticias
Los medios de comunicación durante la segunda vuelta 2021
Comienzo estas líneas, sumándome como muchos, a la crítica severa que han recibido por parte de la ciudadanía los medios de comunicación peruanos, de alcance nacional y asentados en Lima, en el marco de su cobertura electoral, sobre todo durante la segunda vuelta.
Medios que confundieron el género periodístico de la opinión con el de la información, de tal manera que este último, que se debe practicar con rigor y equilibrio, se convirtió en una verdadera caricatura. Confusión antojadiza, interesada, torpe, que puso en evidencia el carácter autoritario de los sectores medios y altos de nuestro país que controlan los medios y las áreas de prensa de los mismos, donde la democracia es solo una palabra vacía.
A partir de allí, quiero plantear en estas líneas lo complejo que es sostener un espacio de periodismo independiente en los grandes medios de comunicación. Lo haré solo desde dos miradas, pues dichas complejidades darían para más de una hipótesis. Una de ellas, radica en preguntarnos por qué un periodista se somete, acepta, se apoltrona frente a ciertos dictados editoriales que, en caso asuma o defienda, lo convertirán en un paria entres su pares y en una decepción entre los consumidores de medios.
La segunda mirada buscará explicar por qué un medio, manejado por empresarios, no entiende -o no quiere entender- por qué hay que defender tercamente el rigor informativo en sus espacios periodísticos. Veamos cómo nos va.
El caso de América Televisión fue el más sintomático en esta segunda vuelta. La llegada de un nuevo director periodístico, Gilberto Hume, la renuncia de un cuerpo de periodistas muy sólido que mantuvo al aire -durante varios años- un programa de investigación que supo arrojar varias primicias, el despido luego de dos quinquenios y tres elecciones presidenciales de la directora que había gestionado las noticias -tanto de canal N como de América Televisión-, ponían en evidencia que la palabra democracia, y la ética que la contiene, estaba lejos de los que toman decisiones en América.
En lo personal me dolió el rol de papanatas ejercido por Gilberto Hume, mi director periodístico cuando entré, hace 20 años, a trabajar a Canal N. Allí encontré a un Hume valiente, capaz de poner en pantalla el video Kouri-Montesinos, de mostrar la fábrica de firmas falsas de la organización criminal fujimorista; el Hume que decidió pasar íntegras todas las audiencias de la Comisión de la Verdad y Reconciliación que nos permitió escuchar en boca de las víctimas de la violencia de los 80, el enorme daño que le hizo Sendero Luminoso al país junto a la descontrolada intervención de las fuerzas del orden en el conflicto armado interno, generando la noche más oscura de nuestra vida republicana.
Ese Hume, “Tuchi” para quienes son sus amigos, me es hoy irreconocible. Hombre comprometido con la izquierda de los 70, un miembro más de los yuyas, un periodista en la Centroamérica de las guerras civiles de los 80s, se esfumaba ante mis ojos. He visto sucumbir a colegas de prensa agobiados por las hipotecas, las deudas, los siete hijos que mantener, la angurria, pero se trataba de compañeros jóvenes, sin brillo, que no sentían emoción al ver una noticia o una primicia: siguiendo nuestra jerga, que no le habían ganado a nadie. Pero ¿Hume? ¿Por qué aceptaría un encargo así; qué tanáticas fuerzas lo convertirían en un mercenario del capital luego de ese paso brillante por N?. ¿Qué tipo de tolerancia a la vergüenza pública lo pueden haber convertido en un sirviente de una organización criminal, según el Ministerio Público, como la de la candidata Fujimori, sin que la cara se le ponga roja por semejante exhibición? No lo entiendo, pero sí estoy convencido que no habría estas cesiones al capital, al llamado a la ruptura del orden constitucional o el poner las noticias al servicio de los criminales, si no hubiesen hombres y mujeres de prensa dispuestos a vestirse de amarillo o ser parte de la fiesta de esquiroles como la que fue esta segunda vuelta. Mientras éstos abunden no habrán programas periodísticos independientes debido a nuestra propia responsabilidad.
Pero luego está el otro lado, los empresarios. Un buen programa de investigación no es barato, por el contrario es carísimo. El conductor suele ser un periodista muy bien pagado, sus cinco o seis reporteros claves no lo serán menos y la posibilidad, hoy, de tener retorno de inversión, es baja en la medida que el consumo de medios cambia y que la televisión nacional pierde audiencia cada año. Su colisión con el poder y con el sector del capital, en el desarrollo de su trabajo periodístico, traerá siempre más de un dolor de cabeza para los abogados del medio, por la publicidad que frecuentemente “sostiene” los reclamos de las empresas puestas en evidencia en los programa periodísticos, o por los ricachones que jugarán golf con los gerentes de empresas mencionadas que pedirán que se le baje el tono a ciertas denuncias.
En resumen un programa de investigación, para un medio de comunicación, es un dolor de cabeza. Por eso tumbárselo, hacerlo genuflexo, convertirlo en un marshmallow, es para un empresario al que le vale madre la democracia, una oportunidad y no un problema. Pero, es esa ceguera, la de perder un buen programa periodístico, la que no entiende que son estos programas -y no los que vienen del área de entretenimiento- los que hacen sólido a un medio, lo hacen valiente, inolvidable, comprometido, alineado en el lado correcto de la historia.
En ese sentido cierro con una anécdota. La primera vez que dejé N rumbo a América TV el canal era un páramo; los Crousillat habían barrido con él no solo en lo material; su prestigio -luego de verse como vendió su línea editorial- era nada. La junta de acreedores presidida por dos empresarios, Crosby y Tola, entendió rápidamente, que sólo con un programa prestigioso de prensa, con un rostro percibido por la gente como comprometido y exigente en su trabajo, podría hacer que, en corto tiempo, la imagen del canal cambiase. Por ello decidieron contratar a César Hildebrandt que, pronto, volvió a darle a ese canal el respeto que no debió perder nunca a manos de mercachifles instalados en los medios. La apuesta fue ganadora, César estuvo un tiempo, y el canal levantó muchísimo.
Defender desde adentro a los medios, y sobre todo a los programas periodísticos, nos corresponde a los hombres y mujeres de prensa que creemos que la democracia se práctica aunque duela y que la misa requiere de prensa independiente. Más allá de que en una elección -el que gane nos guste poco o nada-, nuestra misión es la defensa del rigor informativo; la misma tarea le toca a los empresarios de medios por lo antes explicado ¿Apostamos, realmente, por vivir en democracia con medios independientes o no?