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Libros

Sobre "Víscera Beltrán", de Ana Carolina Zegarra

Sobre "Víscera Beltrán", de Ana Carolina Zegarra
Taller Editorial La Balanza

El atack

27 poemas alberga este libro. 27. Y ya que está de moda, podríamos adentrarnos en discusiones esotéricas sobre este número y quizá no estaríamos tan desencaminados con un texto así: que habla en lenguas, saca el carácter a través del fuaaa y te agarra.

Sí, este libro me agarró un día en la librería Inestable. Y digo me agarró, así mismo, porque son cosas imprevistas que suceden, impensadas, de libros que husmeas de curiosa por el nombre, por el título, porque a esta poeta la conozco, porque esta chica es de Arequipa, porque los arequipeños nos detestan y ,por eso, más terca, me siento y lo abro. Este lo encontré familiar y esquivo, pero me cogieron esos versos como hemistiquios cortados y distantes. Ese corte que en la poesía ya han impuesto poetas como Emily Dickinson con sus guiones imposibles. Usar el silencio, romper el verso, hacer pausas obligadas, impuestas. Este poemario me hablaba de cuyes, chanfainita y patita con maní, pero también de amor, de cuerpos, de vísceras, de vientres, de hospitales y de glóbulos blancos. La primera lectura es el click: el ritmo, una lengua nueva. Te saca de tu lenguaje confortable, más encima te lleva de viaje a Arequipa. Te des-terri-toria-li-za. Te deja ah.

Los poemas de Víscera Beltrán se enuncian a través de diversas voces, sujetos plurales o quizá versiones de un solo yo lírico herido por el atack panik (sic) o los males psíquicos consecuencia del capitalismo neoliberal en la región: estiro los principios del atack, siento un inmenso borderline, calato, estoy perca, mi pieza teatral empieza me introduzco a mí misma ACZ-1990 son señal de su performance textual. Al mismo tiempo, el cuerpo del texto como el cuerpo del sujeto son un cuerpo pastiche: el lenguaje va recogiendo restos de vida, de libros, de música, de películas, va creando su propia lógica, ajena a quien lea, ofrece su propio idiolecto, su diccionario personal. La opacidad del lenguaje es intencional —o quizás no—, pero hay grietas que parecen querer dar luz, hilos conductores al texto, así, pueden convivir en un mismo poema una alusión al lenguaje, un caldo chuma y un omóplato como en “Junta Vecinal en Amsterdam”, el poema que abre el libro.

Estar perca

Víscera Beltrán no es que hable desde un lenguaje “visceral” o expresionista; lo que pretende es hablar desde las vísceras: desde el corazón (el amor), el aparato digestivo (la comida, lo que se come, incluso “comerse el vientre”). Hablar desde una lengua propia, hablar perca, sin gritos, pero fracturada, quebrada incluso gráficamente. Pausada por esos espacios entre sintagmas y/o palabras. Cortes, respiros, imposibles. Fisuras de nuestra vida contemporánea. Fisuras en los cuerpos y, por tanto, también hablar desde lo que se expulsa, el lenguaje resto, lo que queda, lo que se inserta en medio de, lo que viene a la mente, lo que se asocia, estar aquí o allá, no hay fronteras.

Cualquier lectora querrá encontrar la madeja del laberinto, abrir la caja de pandora porque hay palabras que te son familiares, infinitamente familiares, pero es imposible. Las voces del poema son un vericueto, un ir y venir de la oralidad a la textualidad. El texto también habla de su materia, el lenguaje:

“hay que ir a masticar el párrafo”

“unos loros seleccionan entretenidas palabras”

“las palabras se unen”

“el lenguaje me abandona”

Esa lengua desencajada, descentrada, te toma el pelo. Tiene el hocico flojo.

La lingüista y psicoanalista Julia Kristeva dirá que esa lengua viene de madre. Kristeva, en La Revolución del lenguaje poético, afirma que el acto de nominar, de hacer al lenguaje sólo un instrumento de comunicación, instaura una exclusión. La exclusión que impone la ley del padre a través de la función simbólica. Lo que se excluye es el lenguaje de la madre, es decir, ese lenguaje intuitivo, pulsional, aquello que subvierte la organización del lenguaje, incluso el sentido mismo. A ello, Kristeva lo denomina función poética o semiótica, ese sinsentido que es censurado por el lenguaje del Padre, por su organización racional y comunicacional. La función poética, en cambio, se conecta con lo materno, con aquello pre-edípico que supone el juego, el ritmo, los neologismos, etc. La función poética transgrede la ley del padre y su institución. Podríamos decir que todo discurso poético cumple —a veces más, a veces menos— con esta evidencia. Víscera Beltrán es una muestra de ello. Quebrar el sentido y solazarse con las palabras, transgredir, entrar en el sinsentido y abrazarse de lo materno, lo visceral, el vientre, ser una ella, feminizar el lenguaje.

Tener “ternura en la panza”

Nombrar el pescuezo, el hocico flojo, las vértebras, la tibia, la panza, el pie de gárgola, la tripa, el seno, el cráneo, los músculos, el corazón, la hinchazón estomacal. Un cuerpo desmembrado que se disemina a lo largo del poemario. Hay hinchazón estomacal, pero también hay “ternura en la panza”, porque si algo tiene este lenguaje, este código secreto —que alberga historias de amor, de amistad, de sexo, de desamor, de viajes, de sueños— es ternura. No es un lenguaje confrontacional o visceral como ya se ha dicho. Son órganos que vagan entre textos, que gozan con el alimento, adictos a la fritanga. La comida como cuidado, como gesto que nos pone en situación geográfica, como gesto familiar, íntimo. Dar de comer, alimentar al cuerpo, dar amor. Al lado también aparece el gesto hiperbólico, imposible: “madres quisiera comer de apretadas mordeduras mi vientre” (Colmena). Devorarse a sí misma, devorar la matriz y con ello engullir a la propia madre, llevarla consigo, dentro de sí. Engullir su lenguaje.

No sé si Ana Carolina tiene un cuarto propio o un salario suficiente para poder escribir. A veces repetimos a Virginia Woolf casi como un cliché porque en América Latina se escribe donde se puede y se le saca el tiempo a rabiar porque la pulsión y el deseo son más fuertes, pero —para parafrasearla porque igual la quiero a la Woolf— sé que ACZ tiene un lenguaje propio y que con él ha construido una habitación. Y eso es mucho decir porque no es fácil persistir en la poesía y arriesgarse con una voz personalísima.

Quisiera terminar con una cita de la feminista chicana Gloria Anzaldúa para renovar el fua: “Escribe en la cocina, enciérrate en el baño. Escribe en el autobús o mientras haces fila en el Departamento de Beneficio Social o en el trabajo durante la comida, entre dormir y estar despierta. Yo escribo hasta sentada en el excusado… Escribe cuando no puedas hacer nada más que escribir”.

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