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Libros

La mano que hurga en el lenguaje que falta

Sobre “El pensamiento del poema. Variaciones sobre un tema de Badiou”, de Mario Montalbetti

La mano que hurga en el lenguaje que falta

Hay, quizás, pensamientos más pensantes que ese pensamiento que se llama filosofía

Jacques Derrida. Points de suspension, 1992.

“Siempre me peleé con el lenguaje, nunca me sentí cómodo”, confiesa Mario Montalbetti a Daniel Gigena en una entrevista en la que el periodista y crítico argentino crea un sorpresivo monstruo lexical para nombrarlo. Gigena lo llama “el poeta lingüista”,1 como si por medio de este híbrido o quimera nos alertarse de que tiene frente a sí al único ejemplar de una especie que no puede clasificarse en ninguna taxonomía.

Puede entreverse en este ensamble el lugar dislocado donde se emplaza el combate con el lenguaje al que se refiere Montalbetti. Todas las señales indican que estamos en las antípodas de una figura regular. Montalbetti porta, por su doble filiación de analista y “poeta del lenguaje”, la marca de una criatura anómala, inclasificable. Esta vida volcada al lenguaje parece tensada por dos inclinaciones que no pueden suturarse: el lingüista espera conocer, dilucidar el funcionamiento de los signos, pero el poeta sabe que “la poesía no genera conocimientos: “la poesía –dice él- no descubre nada”.2 En este espacio singular de pensamiento y de palabra en el que nos instala su escritura, en el vaivén entre saber y no-saber que la recorre, se percibe el resuello de un ser habitado por dos cuerpos, o lo que es casi lo mismo, la impronta de un deseo que está siempre plegado en dos, aunque alimentado por la misma “materia prima”. Así lo entenderá prontamente quienquiera que se aproxime a la lectura de El pensamiento del poema (Marginalia, 2019). “La lingüística no puede tener al poema como objeto de estudio”, señala Montalbetti en el apartado 1, recordando la extraordinaria fórmula de Vallejo: “La gramática, como norma colectiva en poesía, carece de razón de ser (…) no existe, no puede existir una gramática que genere poemas…” (p.25). No hay gramática para el poema, nada podrá predecir el acontecimiento de su creación. Tampoco puede haberla para su lectura, acto de leer que Montalbetti entiende como el reverso a-teológico de su salvación: “…no existe una gramática que indique cómo se lee (descifra, interpreta, indaga,…) un poema y cómo no” (p. 26). El lingüística de este libro ensaya fórmulas y representaciones topológicas por las que pueda asomar la fisura y el desborde de la clausura semántica que la experiencia del poema reclama de suyo. Fórmulas y esquemas que va precisando y afinando en su ensayo, un poco como lo hizo Freud cuando, en los principios del psicoanálisis, fue esbozando en sus escritos algunos esquemas gráficos del aparato psíquico cuyo funcionamiento, de acuerdo a sus hallazgos, hacía estallar desde el dinamismo inconsciente los propios límites de la representación.

El enigma será siempre cómo dibujar estos límites, cómo coger con el trazo una línea que nunca es una, que está siempre atravesada por la dehiscencia de su borde. Dehiscencia es esa hermosa palabra proveniente de la botánica que Jacques Derrida recoge como un brote de la poética mallarmeana: dehiscere, entreabrirse, en la imposibilidad de cerrarse sobre sí.3 Montalbetti, por su parte, en clave ornitológica, le seguirá los pasos al vuelo entrecortado de un pájaro que se avista en los poemas de Vallejo. “Andan las palabras a saltitos” (p.103), como esas aves de movimiento hifalto que no logran despegar, cuyo vuelo interrumpido, sin embargo, no dejará de reanudarse una y otra vez. Montalbetti refiere el acierto de Miguel Casado, que reconoce en este movimiento la condición de Trilce: en este libro de Vallejo, dice Casado, “se fragmenta la lengua generando microzonas con sus leyes propias, se acolchan unos versos y se abre la respiración en otros, se tensan repeticiones, suenan sentencias…” (p. 103). El enigma será siempre cómo seguir, en la prosa del ensayo, el carácter propio de este movimiento, cómo coger el poema-pájaro en el vuelo entrecortado que constituye su forma propia de volar. Montalbetti asume el riesgo. Lo hace acompañado de un lema y una meta. El lema de esta pesquisa queda grabado en la página 63: “El poema piensa porque fuerza lo innombrable”. La meta hace señas al lector en la página 87: “nuestra meta sigue siendo la de forzar el encuentro con lo innombrable, con aquel nombre que no se puede nombrar, evitando en lo posible, al intentarlo, la destrucción completa del lenguaje”.

El poema, ese extraño hecho de lenguaje amasado por las manos de un ser imperfecto y contingente hasta volverlo necesario, precisa ser salvado, esto es, recobrado en la contingencia del cada vez de su lectura.4 Pero el “instrumental lingüístico” (p. 25) se revela insuficiente para acercarse a lo que en el poema, para afirmar su frágil sobrevivencia, no puede conformarse a la ley general de la gramática. “La frase Juan pinto una silla es un objeto propio de la lingüística, pero no lo es Vusco volvvver de golpe el golpe”, dice Montalbetti (p. 25), recordando la insumisión de ese verso de Vallejo que él repite cuatro veces en su libro, tantas como las uves incrustadas en su volver, advirtiéndonos así que en el poema nada se torna dócil, que en lo que él nos tiende hay algo que resiste a entregarse a nuestra completa disposición: “El poema establece una relación con lo inapropiable del lenguaje”, desliza hacia el final del noveno apartado (p. 120), reafirmando en este texto lo que su autor ya apuntaba, cinco años atrás, en Cualquier hombre es una isla: lo que define al poema es “la resistencia a hacer signo”.5 A la luz de esta suspensión del valor de signo de la que pende la experiencia poética, se torna evidente que nos extraviamos intentando comprender lo que el poema dice. Hay algo que el poema hace en los límites del lenguaje y que va a contramano de esa “calle de sentido único” que llamamos significación: “El poema, al menos el poema que hace borde, insiste aquí Montalbetti, no significa nada” (p. 21). Haciéndonos sentir el golpe de un automóvil que nos embiste “ingresa[ndo] en contra del tráfico autorizado” (p. 11), este texto arriesga la idea de que este hacer del poema -extraño hacer de la tangencia y la contingencia- es una forma del pensamiento. El poema resiste y piensa, produce pensamiento, haciendo tambalear el reparto entre quién o qué es capaz de pensar. Desde el poema mismo brota inesperadamente una voz que, poniendo a temblar el tabique tras el que se la había cercado, murmura: “¿no ves acaso que pienso?”, “¿no reconoces la verdad que en mí aparece?”.

Ese “borde” y esta “condición pensativa” del poema son claves que Montalbetti retoma de Alain Badiou, y que, como sugiere en el subtítulo de su libro, ensaya al modo de variaciones: no para incrustar sus reflexiones en el sistema filosófico de este autor, sino para operar, en las fisuras de los sólidos muros de su aparato teórico, extracciones de una “pequeña diferencia”. Se trata de “variaciones libres”, señala él, fieles al tema central, pero plásticas en su modulación (p. 12). Sin duda, hay afinidades electivas entre Montalbetti y Badiou, autor con el que no solo comparte una excepcional capacidad de ser tocado, alcanzado, seducido incluso, por la cuestión acuciante del lenguaje. “Lo que hay es una mezcla de cuerpos y lenguajes”, dice el filósofo francés6, explorando las verdades inmanentes que producen las diversas condiciones de su encuentro: ciencias, arte, política o amor se definen para Badiou como vectores donde la filosofía se vincula con el mundo, interpelada por el modo heterogéneo en que, en cada una de estas dimensiones, las palabras y los cuerpos convergen. De cierta forma Badiou espejea en Montalbetti la condición oscilante entre matema y poema, que también es la suya, aunque en el transcurso de su ensayo una diferencia irremontable respecto de esta oposición se abrirá camino entre el filósofo y el poeta.

Archivo Quehacer

Foto: Ahrif Castillo</em>

Badiou, hijo de un profesor de matemáticas y una profesora de lenguaje, declara en estos términos su doble filiación: “la lengua de la filosofía ocupa siempre, o construye siempre, un espacio limpio entre el matema y el poema, entre la madre y el padre, en resumidas cuentas”.7 Este libro-retoño de Montalbetti podría replicar por su parte: “la forma del ensayo inventa un espacio móvil y atópico para que esa otra forma del pensamiento que es el poema pueda hacerse oír en la escritura de ese poeta lingüista que tengo por madre y por padre”. O bien, siguiendo la figura aristotélica en la que el propio Montalbetti repara en su libro, mi padre es un hombre-planta, si es verdad que solo este engendro es capaz de esbozar una palabra que no signifique, o bien, en la que el pensamiento balbucee su propio temblor. Si de Platón heredamos la oposición o la contienda entre matema y poema, a Aristóteles –afirma Montalbetti- le debemos dos cosas: “El principio de no contradicción –lo que [Bárbara] Cassin llama la escena primitiva del lenguaje”. Y ese “segundo gran logro”, el de “haber creado una nueva especie de ser humano”, aquel que, transgrediendo este principio, se vuelve “semejante a una planta” que no dice nada. “El hombre-planta, el que habla por hablar, el que no dice nada. No hay mejor caracterización para el poeta”, afirma Montalbetti (p. 97). Solo esta nueva especie, nos dice aquí, comprende que “pensar y significar no [se llevan] del todo bien” (p. 27), que hay pensamientos que, al desbordar la significación, ya no dicen ni nombran con pretensión de “sentido único”. El pensamiento del que habla Montalbetti es, quizás, ese temblor del nombre que el paso del poema, necesario y contingente, deja cimbrando.

El poema piensa temblando, habla desde su no-poder. Recogiendo una hebra tendida por Agamben, Montalbetti señala: “La pobreza no sería entonces solamente una forma de vida sino una forma del lenguaje, aquella que el poema demanda para sí para poder ser, a su vez, una forma de pensamiento” (p. 117). No se trata entonces de lo que el poema dice o hace soberanamente a la lengua; el poema no es el medio que un sujeto poético, asegurado de sus dones y de sus poderes, despliega al interior del imperativo de la significación. Celan ya lo afirmaba en El meridiano: no es el dominio de la lengua, de sus tropos y sus figuras lo que el poeta tiende hacia el otro. Si algo vale la pena en la palabra poética –“la pena de escribirse, de decirse”, como afirma Montalbetti en ese poema sobre el poema titulado Sentido y ceguera del poema-, esto no tendrá al poeta como protagonista, y por tanto, no tendrá el carácter de medio para un fin. No hay valor instrumental ni cortada para esta escritura que se explora en los límites del lenguaje, desbordando lo que confina a las palabras a su puro valor de signo. Con Montalbetti habrá que recordar una intuición que también fue la de Blanchot: “[en la literatura] las palabras se transforman”, “[en su espacio] el lenguaje se vuelve fuera de uso, inusitado”.8 O como él afirma al final de este ensayo: “El poema, entonces, no solo hace borde respecto del no-lenguaje, sino que hace hueco al interior del lenguaje mismo” (p. 124). En El nombre en la punta de la lengua, Pascal Quignard desliza estas líneas en las cercanías de este umbral inapropiable: “La mano que escribe es más bien una mano que hurga en el lenguaje que falta, que avanza a tientas hacia el lenguaje que sobrevive, que se crispa, se exaspera, que lo mendiga de la punta de los dedos”.9

El pensamiento del poema. Variaciones sobre un tema de Badiou de Mario Montalbetti. Marginalia, 2019.


Footnotes

  1. “Mario Montalbetti, el poeta lingüista”. Entrevista de Daniel Gigena publicada en La Nación el 12 de octubre de 2017. Disponible en https://www.lanacion.com.ar/cultura/mario-montalbetti-el-poeta-linguista-nid2071002

  2. “Mario Montalbetti: La poesía no genera conocimientos”. Conversación con Juan Calderón Baiocchi publicada en Perú21 el 10 de octubre de 2018. Disponible en https://peru21.pe/cultura/mario-montalbetti-poesia-genera-conocimientos-433432-noticia/

  3. Derrida, Jacques (1975). La diseminación. Madrid: Fundamentos, p.325.

  4. Así lo expresa Montalbetti en “Salvemos el poema”, conversación publicada en Carcaj el 12 de diciembre de 2018: “Yo creo que lo que hay que hacer es devolverle al poema, a esta necesidad del poema, contingencia. O sea, regresarlo al mundo. Una de las formas de hacer esto es a través del lector. Es decir, exponerlo a una lectura totalmente contingente, de cualquier tipo, sobre la cual no tienes ningún control”. Disponible en http://carcaj.cl/salvemos-el-poema-una-conversacion-con-mario-montalbetti/

  5. Montalbetti, Mario (2015). Cualquier hombre es una isla. Lima: FCE, p.55.

  6. “Admitimos por lo tanto que ‘lo que hay’ –lo que compone la estructura de los mundos– es bien y verdaderamente una mezcla de cuerpos y lenguajes. Pero no es lo único que hay. Y las ‘verdades’ son el nombre (filosófico) para lo que viene así a interpolarse dentro de la continuidad del ‘hay’”. Badiou, A. Badiou. Cuerpos, lenguajes, verdades. Disponible en https://www.lacan.com/badbodiesspa.htm

  7. Badiou, Alain. “La confesión del filósofo”. En Reflexiones marginales, Nº5. Disponible en http://reflexionesmarginales.com/3.0/19-la-confesion-del-filosofo/

  8. Blanchot, Maurice (1949). La Part du feu. Paris: Gallimard, p. 319; (1969). El libro que vendrá. Caracas: Monte Ávila Editores, p. 233.

  9. Quignard, Pascal (2006). El nombre en la punta de la lengua. Madrid: Arena, p. 9.

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