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Incertidumbre

Continuidad de la crisis

Continuidad de la crisis
Fotografía: Tomada del reporte “En Huánuco y todo el país marchan en rechazo a Manuel Merino como presidente”, en el portal tudiariohuanuco.pe

Decían que “crisis” es una palabra que en chino se escribe con dos ideogramas, uno de los cuales significa oportunidad. Esto al parecer no es una información cierta, sino una mala interpretación del mencionado idioma. Así nos quedamos solo con la dimensión de problema, dificultad y riesgo para aplicarla al momento que atravesamos. Teóricamente, el proceso electoral debía darnos la posibilidad de cerrar un capítulo marcado por la crisis política, social y económica o por lo menos encontrar un camino para iniciar este proceso. Sin embargo, una segunda vuelta entre la candidata de Fuerza Popular y el de Perú Libre está lejos de proporcionarnos la confianza en una salida a la inestabilidad que ha marcado la vida del país desde hace varios años.

Aún si el resultado de la primera vuelta hubiera sido otro, la crisis terminaría estallando, porque no hemos hecho nada concreto para afrontar los problemas estructurales del país. Hemos preferido creer que estábamos en el camino de la institucionalidad, de la alternancia ordenada en el poder, del aumento en el bienestar de todos los peruanos, cuando la verdad es otra.

¿Es suficiente retroceder a las elecciones del 2016 para encontrar el inicio de la actual crisis? ¿Lo que hoy vivimos comenzó con la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski? ¿O todo es consecuencia del cierre del Congreso anterior o la vacancia de Martín Vizcarra? Indudablemente todos estos momentos guardan relación con la situación que hoy enfrentamos. Sin embargo, queda la sensación que abren un periodo que en realidad se inscribe en un marco mayor. Como en la película “El día de la marmota”, la sensación es de estar en un bucle en el tiempo del que no podemos salir. Estamos ante una precariedad crónica, cuya gravedad no termina de ser reconocida por el conjunto de actores políticos.

Por ello propongo hacer un recuento de lo que han sido estos últimos 31 años en el Perú, para entender que hemos transitado entre procesos inconclusos, de una crisis a otra, y que ello nos ha impedido fortalecer nuestras instituciones, crear un marco político adecuado para una sociedad inclusiva, aunque en lo económico hubiera periodos de crecimiento. En la práctica, la bonanza que fue compartida por toda América Latina en Perú sólo sirvió para postergar la necesidad de hacer cambios y ajustes a todo nivel. Este balance es necesario para los que creen que el Perú escogió o transitó un camino correcto todo este tiempo, que es lo que parece ser el argumento central de quienes enarbolan el voto por el fujimorismo.

Los noventa

El Perú comienza la década del noventa en medio de hiperinflación, terrorismo, crisis de los partidos políticos y debilidad de las organizaciones populares, que estaban entre los militares y los senderistas. En ese caos surge Alberto Fujimori, alguien que sólo esperaba llegar a senador de la República y que se encuentra con la presidencia gracias a la incapacidad de la derecha organizada en el Frente Democrático (Fredemo) para entender el país. ¿Quién diría que años después esa misma derecha se convertiría en su más ferviente defensora? ¿Quién diría que olvidarían las lágrimas y el vestido de viudas para luego denostar de quien creían era el libertador que el país necesitaba?

El “chino”, que empezó gobernando con sectores de la izquierda, pronto daría un viraje hacia una alianza cívico militar, hacia una dictadura (dictablanda, dirían algunos). El logro de la captura de Abimael Guzmán fue importante para el país, pero no explica la adhesión del sector empresarial al personaje. Lo sustantivo fue la aplicación de un programa económico que la ciudadanía había rechazado en las urnas al negarle el voto a Mario Vargas Llosa.

El sector empresarial no dudó en someterse a la nueva forma de hacer negocios en el país y en convertirse en defensor de los afanes reeleccionistas de Alberto Fujimori, bajo los mismos argumentos que hoy se usan para justificar la necesidad de votar por su sucesora Keiko Fujimori. En ese momento, a los poderes económicos poco les importaba lo que dijera la Constitución por la que ahora se desgañitan. No debe resultar difícil encontrar los recortes de diarios de ese momento, con declaraciones sobre el fin del país si caía el régimen fujimorista.

Además de la derrota del terrorismo, ¿qué más nos dejó el fujimorismo? Un país sin líderes políticos. Todos habían pasado por los sables de la prensa comprada y la llamada prensa chicha. Un país sin instituciones, con un Poder Judicial intervenido y con una administración tributaria dedicada a la persecución o al ocultamiento (como ocurrió con el “RUC sensible” para proteger las cuentas de Montesinos y allegados). Culturalmente surgió el alpinchismo o la cultura combi como nuevos mecanismos de comportamiento social que se materializaron, entre otras cosas, en el feroz tráfico limeño que hasta hoy no se puede ordenar.

El gobierno de Fujimori termina sosteniéndose en la clase alta, en el poder económico del país, con una fuerte legitimidad en los sectores más pobres gracias al clientelismo, vínculo que se dio con más fuerza en Lima y en el norte del país. Esta alianza con los grandes empresarios se ha mantenido a través de los años, sin otro partido de derecha fuerte que merezca su decidido apoyo. A lo largo de varios procesos electorales, Keiko Fujimori se mantiene como la candidata para representarlos (léase: la que ha recibido más financiamiento).

La transición frustrada

Debemos recordar que los gobiernos de Alejandro Toledo y (más) el segundo gobierno de Alan García fueron de ensoñación para los empresarios, para los negocios. En la época del cholo sano y sagrado se comenzó a hablar del chorreo como el mecanismo por el cual el beneficio de la política económica llegaría a las mayorías. Después vendrían las promesas del emprendimiento como mecanismo de ascenso social (aunque ha sido bastante más de supervivencia) y el surgimiento de una “nueva clase media” ubicada en los otrora cinturones de pobreza de las grandes ciudades.

Lo concreto es que en el 2019 el 27,7% de los peruanos pertenecían al nivel socioeconómico E (marginal) y el 32,0% a la clase D (baja inferior) siguiendo la clasificación y datos de la Asociación Peruana de Empresas de Investigación de Mercados (APEIM). Si usamos las cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática, en ese momento el 34% de la población era no pobre pero vulnerable y 20,2% era pobre. Ese 54,2% deja claro que la mayoría de peruanos y peruanas no se ha acercado al sueño de la clase media. Y si bajaron los porcentajes de pobreza monetaria extrema, fue gracias a la entrega de dinero en efectivo en las zonas de mayor pobreza.

Los gobiernos de este periodo han sido incapaces de generar respuestas eficientes para dotar de agua potable y desagüe a la mayoría de la población, para atender procesos de reconstrucción como los requeridos luego del terremoto de Ica-Chincha-Pisco o en la costa norte tras el FEN 2017, menos aún para enfrentar adecuadamente la pandemia. Se habla actualmente del fracaso del proceso de descentralización sin señalar que este no avanzó siquiera como señalaba la constitución fujimorista, porque Toledo no logró que las regiones fueran algo más que los anteriores departamentos, con el fracaso del referéndum para formar macro regiones en 2015. Sin duda la corrupción tiene un papel importante, pero también lo tiene el “andamiaje” que nadie quiere que se mueva.

Bajo la lógica del “perro del hortelano” no se atendió ninguna de las demandas ciudadanas y en todos los lugares donde se dio canon, la tendencia fue que las autoridades locales tendieron a no ser reelegidas. Cada conflicto se abordó de forma individual sin abrir la posibilidad de un cambio en la relación entre las empresas extractivas, las poblaciones y el Estado. El caricaturizar a los ciudadanos de las localidades mineras o gasíferas como reacios a la modernidad y no como personas que demandan inclusión ha llevado a que se paralicen inversiones o se hagan inviables (¿cambiará eso por la entrega de dinero del canon a cada habitante, como propone hoy la candidata de la derecha en el país?)

La llegada de Ollanta Humala al gobierno significó apenas la realización de programas sociales bajo la lógica de los técnicos preocupados por las filtraciones antes que por dimensionar adecuadamente qué tipo de programa y qué tipo de ayuda se requería, con lo que la pobreza urbana quedó de lado. Con él, el Ministerio de Economía y Finanzas siguió siendo el verdadero eje del poder, tal cual fue en los años anteriores. De este modo, el que fuera el periodo de mayor bonanza para América Latina de los últimos tiempos terminó sin que el Perú lograse cambios sustantivos. Los grandes proyectos que debían transformar el Perú, como Camisea, se desvanecieron.

El keikismo

La lideresa de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, ha sufrido varios cambios de imagen en los últimos años. Pasó de la reivindicación del gobierno de su padre frente a Ollanta Humala a intentar una visión algo más crítica de su gestión en la elección en la que compitió con PPK. Derrotada en ese proceso, y a la cabeza de una mayoría parlamentaria, conocimos la más descabellada de sus versiones.

Si desde un inicio obtuvo todo lo que pidió (jefatura de la SUNAT, presencia en el directorio del Banco Central de Reserva), ¿por qué quería el fujimorismo sacar a PPK de la presidencia? Aunque no sabemos las intenciones, el resultado es que el país se ha entrampado en una confrontación que ha significado un período de gobierno sin cambios importantes. Otra vez. En 2016 los empresarios soñaban con un gobierno de Keiko Fujimori que pudiera garantizarles “mano dura” para aplicar las medidas o decisiones a favor de las inversiones. Para ello fue una vez más elegida como la principal destinataria de sus aportes económicos. Al creer que no les afectarían las reyertas políticas entre Fuerza Popular y los otros sectores de la derecha y la tecnocracia que acompañaron a PPK primero y Vizcarra después, se equivocaron. Otra vez.

El futuro inmediato

Si me pidieran personificar al Perú de hoy, elegiría a Sísifo, condenado a subir una y otra vez una piedra hasta la cima de una montaña, solo para ver cómo esta cae nuevamente, obligando a empezar de nuevo el camino. Esta imagen no la propongo en relación a la búsqueda del desarrollo económico (que nunca ha estado cercano), sino apenas para ejemplificar cómo las propuestas de emergencia social, de búsqueda de inclusión, de tratar que mayores sectores de la población se beneficien, terminan fracasando, volviendo a cero, aunque en las urnas tengan un amplio respaldo.

La misma figura puede aplicarse a nuestra búsqueda de instituciones fuertes. Andamos y andamos para terminar en el mismo sitio. Siempre volviendo a la sensación de que es necesario empezar todo de nuevo, como ha pasado con el Poder Judicial, cuyo destino, si ganara “la Señora K” es más que incierto.

Todo hace pensar que la crisis se agudizará gane quien gane, por lo que quisiéramos que la clase dirigente del país se esté preparando en serio para lo que viene y no pensando que si se salen con la suya todo será miel sobre hojuelas.

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