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Qué república

Mujeres y saberes médicos en la república

Mujeres y saberes médicos en la república
Ivo Urrunaga | @ivoteou

En los últimos años hemos visto un creciente interés por la historia de la salud en el Perú. Este interés se ha incrementado en la actual coyuntura sanitaria que vivimos. Y no es para menos. La fragilidad a la cual nos hemos visto expuestos nos anima a mirar el pasado para entender, reflexionar y comprender cómo hemos enfrentado las epidemias, cómo se han ido diseñando las políticas sanitarias, cuál ha sido el papel del personal de salud o cómo el Estado ha ido construyendo el actual sistema de salud pública. En esa línea, creo que es necesario hablar también de la salud en el Perú desde una perspectiva de género.

El cuidado y la asistencia han sido labores asociadas tradicionalmente a lo femenino, como parte de la división sexual del trabajo en la cual las mujeres fueron las encargadas de las tareas reproductivas. Las actividades asociadas a las mujeres se desprendieron de su capacidad de maternar: el cuidado, la atención, el servicio y la domesticidad se convirtieron en atribuciones naturalizadas a su género. No obstante, muchas mujeres optaron por transgredir esta norma. En nuestra historia republicana tenemos varios ejemplos de mujeres que salieron del espacio privado al espacio público a través de la política, la escritura, la lucha social, disputando su derecho por ocupar un lugar y un nombre.

En la historia de la salud la presencia femenina no ha estado ausente. Las parteras, llamadas también comadronas, son un ejemplo de ello. Sus saberes y aprendizajes empíricos fueron juzgados y criticados duramente hacia la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el reformismo borbónico y las ideas ilustradas, buscaron la institucionalización de la salud pública en el virreinato peruano. El discurso médico culpaba a las parteras de la mortalidad de las parturientas y de los infantes. Con la república, esta visión sobre las parteras empíricas no fue distinta; sin embargo, el ejercicio de esta actividad no pudo ser erradicada. Es más, es una práctica que continúa siendo ejercida hoy en nuestro país, especialmente en las zonas rurales y amazónicas, ahí donde no llega el Estado.

Un intento por regular la partería empírica llegaría con la fundación de la Maternidad de Lima y la Escuela de Partos por la partera profesional Benita Cadeau Fessel en 1826, permitiendo la formación de las primeras parteras profesionales del Perú y de América Latina, lo que luego permitiría a estas mujeres cierta independencia económica, así como un estatus reconocido socialmente. Posteriormente, las mujeres pudieron estudiar y ejercer otras profesiones relacionadas al ámbito de la salud, como Farmacia y Odontología hacia finales del siglo XIX. La higiene, maternidad e infancia se convirtieron en uno de los principales intereses de la medicina social de las primeras décadas del siglo XX. En ese sentido, la profesionalización del cuidado y de la salud significó, entre otras cosas, la formación de enfermeras que estuvieran especializadas en atender estas necesidades.

Si bien este camino recorrido por las mujeres en el ámbito de la salud no fue sencillo, estas ocupaciones fueron entendidas como “femeninas”, ya que las habilidades que se requerían para ejercerlas se desprendían de una concepción naturalizada de la mujer y la maternidad. Además eran consideradas de menor rango al del ejercicio de la medicina, por lo que podían ser practicados por ellas también. Aún con esto, no faltaron mujeres que, de manera decidida, se animaran a transgredir estos espacios masculinos de la profesión médica. Para reflexionar en torno a los problemas que estas mujeres tuvieron que enfrentar, presentaremos a continuación dos casos, el de Dorotea Salguero, cuya práctica de la medicina era conocida en la época como “charlatanería”, así como el de Laura Rodríguez Dulanto, la primera médico profesional.

Dorotea Salguero “La Doctora”

Nació en el norte peruano hacia 1770. Para principios del siglo XIX ya radicaba en Lima, lugar donde ganó considerable fama por sus conocimientos en medicina tradicional. Dorotea había atendido con éxito las dolencias de quienes acudían a ella, algunos pertenecientes a los círculos sociales más importantes de la época. Gracias a esto Dorotea fue conocida como “La Doctora”. Su fama fue tal que incomodó a los médicos limeños, por lo que fue denunciada en junio de 1827 por el Protomedicato, institución que regulaba la práctica médica. En la acusación la sindicaban de tener un hospital y hacer de médico, cirujano y boticario. En su defensa, Dorotea arguyó que solo asistía a los pacientes desahuciados por los médicos, quienes padecían de males menores, y que su método consistía en el uso exclusivo de hierbas. Pese a ello, fue declarada culpable por ejercer la medicina “sin poseer conocimientos”, por lo que recibió cárcel.

Dorotea Salguero fue liberada en junio de 1828 bajo la condición de no volver a ejercer la medicina; sin embargo, continuó atendiendo a los pacientes que la buscaban. En una ciudad aún pequeña como Lima, no fue fácil que las noticias sobre las prácticas curativas de Dorotea se ocultaran por mucho tiempo, por lo que en agosto de 1830 el Protomedicato de Lima volvió a enjuiciarla. Pero esta vez “La Doctora” contaba con el soporte de 18 testigos a su favor, personas “respetables y fidedignas”, cuya posición le otorgaba a la acusada la credibilidad necesaria para enfrentar el nuevo proceso. Los testigos aseguraban haber sido beneficiados con los tratamientos brindados por Dorotea. Asimismo, a inicios de su juicio, empezaron a difundirse publicaciones anónimas en favor de “La Doctora”, las cuales señalaban que el verdadero temor del Protomedicato no recaía en regular la praxis de la charlatanería, sino en la comprobada capacidad de Dorotea para curar de una manera efectiva a los pacientes a través del uso de hierbas.

Tal parece ser que, pese a que se reconoció el buen obrar de Dorotea, se determinó que la sentencia debía ser consultada con el Congreso. Para esto “La Doctora” asistió al hemiciclo en junio de 1831 para denunciar el hostigamiento que sufría por parte del Protomedicato. Asimismo, señaló que lo único que hacía era compadecerse de los pacientes, a quienes, con el uso de hierbas de montaña y de campo, procedía a tratar de sus dolencias. Como era costumbre en la época, su exposición junto al alegato de su caso, fue publicada. Pese a esto, el Congreso no se involucró. Varios años después, en 1837, se falló en favor de Dorotea. Sin embargo, fallecería un año después, sin que sus conocimientos y prácticas sean reconocidos por el Protomedicato.

El caso de Dorotea Salguero evidencia las tensiones entre la medicina occidental y la medicina tradicional, históricamente practicada por la población indígena. El intento de censura y persecución contra Dorotea es la muestra de una lucha contra los practicantes de la medicina catalogada como “informal”, como curanderos, chamanes, parteras y charlatanes, la cual venía realizándose desde finales del periodo colonial con la institucionalización de la salud pública. Podemos comprender el desafío que debió suponer para Dorotea desacatar la sentencia de no volver a utilizar sus saberes médicos. Por otro lado, imaginamos que la figura de una mujer alcanzando fama y reconocimiento dentro de un espacio tradicionalmente masculino debió incomodar a una institución como el Protomedicato, cuyos integrantes eran todos hombres.

Laura Rodríguez Dulanto, la primera médico peruana

María Laura Ester Rodríguez Dulanto, natural de Supe, nació el 18 de octubre de 1872. Creció en una familia con un historial profesional marcado por la medicina; su abuelo y tío maternos habían pasado por las aulas de la facultad de San Fernando. Obtuvo el diploma de preceptora en tercer grado al culminar sus estudios en el colegio Badani, en Lima. Para la época, los estudios secundarios nos estaban aún contemplados en la currícula destinada hacia las mujeres. Por esa razón, Laura tuvo que continuar sus estudios desde casa, con las lecciones que su hermano menor, Abraham, aprendía en el colegio Guadalupe.

En 1892 ingresó a la Universidad de San Marcos, matriculándose a la facultad de Ciencias. Un año después, en 1893, obtuvo el grado de bachiller con la tesis “El fenómeno químico-biológico de las fermentaciones”, y en 1898, el grado de doctora en ciencias con la tesis “Estudios Geológicos en la Provincia de Chancay”. Este hecho marcó un hito en la historia de la educación universitaria peruana, ya que Laura Rodríguez Dulanto se convirtió en la primera mujer en obtener este grado académico.

Además de Ciencias, Laura decidió estudiar medicina, matriculándose para tal fin en 1894. Su paso por la facultad de San Fernando no fue sencilla. El ser mujer en un espacio enteramente masculino, le ocasionó ciertas dificultades y limitaciones. Las clases de anatomía debía llevarlas detrás de un biombo, es decir, no podía realizar las prácticas que sus compañeros sí podían. Sin embargo, pudo obtener un permiso especial del decano para tomar las clases de anatomía en un ambiente separado, al cual debía acudir en compañía de su hermano, también estudiante de medicina. Su entereza y esfuerzo fue reconocido por el Congreso, el que le otorgó una mensualidad de 40 soles para que culmine sus estudios en medicina. En 1899 sustentó con éxito sus tesis “Empleo del Ictiol en las inflamaciones pelvianas”, recibiendo su título de médica cirujana en 1900, marcando otro hito en la historia de la medicina, convirtiéndose en la primera mujer médica en el Perú.

La labor de Laura Rodríguez Dulanto no se limitó a convertirse en la primera mujer en obtener el grado académico de doctora y en obtener por primera vez en el Perú el título de médica. También se involucró en la investigación, publicando en revistas especializadas y participando en congresos médicos, donde expuso parte de sus estudios. Asimismo, fue una ciudadana comprometida con su país, ya que organizó la Unión Patriótica de Señoras durante el contexto del conflicto con Ecuador en 1910, nombre con el cual se conoció a la escuela de enfermeras donde enseñó anatomía, fisiología e higiene.

Todos estos méritos logrados por Laura no fueron suficientes para que se pueda desenvolver plenamente como médica. Su condición femenina la relegó a desempeñarse profesionalmente en la Escuela Normal de Mujeres, en el Liceo Fanning y en los Conventos de La Concepción, Jesús María y Nazarenas. Falleció a los 46 años, el 8 de julio de 1919.

Ser mujer, antes que una ventaja para tratar los casos de pacientes de su género, fue una limitante. Aun así, abrió el camino para otras mujeres. Si bien muchas de ellas no llegaron a culminar la carrera, como Eudocia Pauta, en 1928 María Mercedes Cisneros Mejía se convirtió en la segunda mujer en alcanzar el título de médica.

La construcción de los saberes médicos de Dorotea Salguero y Laura Rodríguez Dulanto siguieron procesos distintos. Dorotea Salguero aprendió de la medicina tradicional con el uso de hierbas, no formó parte de una élite ilustrada o privilegiada, y aunque no fue reconocida por la élite médica, sí tuvo un reconocimiento de la sociedad limeña, a tal punto de ser llamada “Doctora”. Laura Rodríguez Dulanto, por el contrario, provenía de una familia educada en el ámbito médico, tuvo una educación formal y asistió a la universidad, en una época en la cual todavía no se reconocía a las mujeres la posibilidad de ingresar a estos recintos. Pese a su esfuerzo y reconocido intelecto, el ser mujer no sólo la obligó a ser tutelada para acceder a ciertos conocimientos, sino que no pudo desempeñarse en los hospitales de la ciudad, o al menos, en el hospital de Santa Ana para mujeres.

Si bien la figura de Laura ha sido estudiada por muchos historiadores/as, no ha sucedido lo mismo con Dorotea Salguero. Sin duda uno de los problemas ante los cuales nos enfrentamos, cuando se trata de investigar la historia de las mujeres, es la ausencia o escasez de fuentes y registros que nos permitan conocer sus trayectorias. Así como ellas, queda por reconstruir la historia de Justa Retamoso, quien a mediados del siglo XIX publicó un folleto titulado “Método curativo de la alienación mental”, o el de Licenia Ihuaraqui Canayo, la primera indígena amazónica peruana en obtener el título de médica en 1981. Queda, todavía, un largo camino para seguir conociendo el papel de las mujeres en la historia de la salud.

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