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Pantallazos

COVID-19: la mayoría quedará obsesiva, desconfiada y exhausta

COVID-19: la mayoría quedará obsesiva, desconfiada y exhausta
Ivo Urrunaga | @ivoteou

De acuerdo a una investigación multipaís publicada por OMS en 2004,1 las mujeres que sufrían mayor violencia física en el mundo eran las del Cusco, seguidas por Butajira (Etiopía), mientras Lima Metropolitana aparecía tercera. Más allá de cuestionar la metodología y preguntar cómo es que no se había investigado la tasa de violencia contra los hombres, la respuesta local fue nula o casi nula. De entonces a esta parte, el INEI ha corroborado que a las mujeres peruanas se les maltrata mucho, la ley se ha modificado varias veces, mientras el asunto de la violencia contra niños, niñas, adolescentes y mujeres ocupa un lugar preferente, no exento de morbo, en los medios de comunicación.

La violencia de pareja afecta al 57% de las mujeres (Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales, 2019) y daña la salud mental de las víctimas, despojándolas de su autonomía y su capacidad de enfrentarse al estrés cotidiano. Este daño se transmite intergeneracionalmente por mecanismos epigenéticos (cambios en la expresión de los genes). Consecuentemente, solo por causa de la violencia contra las mujeres, muchos peruanos y peruanas no gozan de buena salud mental, es decir no disfrutan del nivel de bienestar que les permite realizar su potencial, afrontar el estrés de la vida diaria, trabajar productiva y fructíferamente y hacer una contribución a su sociedad.

Atestiguar las golpizas contra la madre es una forma de adversidad temprana, entendiendo por temprana el lapso desde la vida intrauterina hasta los veinte años, pasando por los cruciales primeros dos años de vida. La adversidad temprana altera la capacidad de las personas de adaptarse a los cambios; este tipo de vivencia exacerba la tendencia a la ansiedad, depresión o la agresión, disminuye la habilidad para regular los afectos y los impulsos y lesiona la capacidad de recordar eventos recientes (lo que es necesario para aprovechar la propia experiencia). Adversidad temprana es, además el abuso sexual, el hambre, el abandono o muerte de uno o ambos progenitores, y las experiencias vinculadas a la exclusión, el conflicto armado y los desastres.

La experiencia traumática temprana se relaciona con una predisposición a las enfermedades crónicas no transmisibles, y, por ende, con la muerte prematura. El daño a las estructuras cerebrales que nos permiten enfrentar a los estresores externos e internos, deja huellas indelebles que impiden lograr el bienestar físico y mental en condiciones normales.

El tiempo que vivimos no es normal. Las medidas sociales tomadas son inéditas: el confinamiento general, la paralización de los viajes, las cuarentenas estrictas de poblaciones íntegras, la muerte de seres queridos sin posibilidad de despedirnos. No se puede esperar que no haya una disrupción gigantesca del funcionamiento mental (del pensamiento, las emociones y la conducta). El Comité Permanente Inter-Agencial de Naciones Unidas (IASC por sus siglas en inglés) propone una “Pirámide sobre Salud Mental y Apoyo Psicosocial en Emergencias Humanitarias” cuya base está constituida por la provisión de servicios básicos, el fortalecimiento de los derechos humanos, la no discriminación y la información sobre el virus y las medidas adoptadas. De hecho, sentencian, “el acceso a información fiable acerca del virus, los servicios y los derechos es fundamental.”

En el Perú, país multicultural, de geografía difícil y notable por las muchas categorías de discriminación imperantes, no hemos tenido atención universal a estas necesidades, como lo demuestran la carencia de agua potable y las cifras de anemia, desnutrición infantil y mortalidad materna. Que solamente 67% de personas en el Perú (INEI, 2017) reciban agua de la red pública dentro de la vivienda, es un indicador inaceptable, como lo es que por cada 100 mil nacidos vivos en 2017 murieron 88 mujeres (promedio de América Latina: 74, según estimaciones CEPAL).

Iniciada la pandemia, el Estado fue incapaz de brindar información certera e inteligible, con pertinencia cultural, creando un vacío que favoreció la desinformación y un estilo noticioso que consiste en mostrar insistentemente a ciudadanos incumpliendo las normas, a fin de culparlos.

Las medidas sociales han sido, por un lado, imposibles de cumplir para muchos desde el punto de vista práctico; por otro, dolorosas porque nos obligan a prescindir del contacto con otros. Los seres humanos necesitamos conectarnos para sobrevivir y sobre todo, para realizarnos. Aunque algunos postulan que la necesidad de conexión no es indispensable para sobrevivir, neurocientistas como Matthew Lieberman, autor de Social: why our brains are wired to connect, argumentan que la ausencia de relaciones y cercanía con otros seres humanos se experimenta como un dolor, similar al dolor físico, cuya función es impulsarnos a conectarnos pues pensar socialmente es nuestra ventaja evolutiva.

La interacción entre los efectos de Covid 19, las medidas sociales y la salud mental depende parcialmente de los estilos de respuesta del cerebro. Es decir, el impacto de la pandemia y las medidas sociales sobre la salud mental varía entre personas, por su biografía y sus condiciones de vida, y de manera circular o quizás helicoidal, la capacidad de afrontar el estrés (que depende de la integridad del sistema nervioso central) influye también sobre la capacidad que tenemos, individual y colectivamente, para adaptarnos y pensar en el bien común, o por el contrario, dejarnos llevar por los impulsos y el miedo irracional. En ese contexto, ocurre falta de colaboración con las medidas sanitarias, la proyección paranoide de culpa y el incremento de la dependencia, la impulsividad, la obsesividad y el egoísmo. Y así sucesivamente. Algunas personas llegarán a los cuadros clínicos de ansiedad y depresión; la mayoría quedará obsesiva, desconfiada y exhausta.

La resiliencia siempre es una posibilidad: aferrarnos a una relación significativa (aunque sea a distancia), aprender a regular las emociones, ejercitarnos en diferir la gratificación y encontrar motivación en las pequeñas acciones altruistas (lo que hacemos por otra criatura, sin esperar nada a cambio) que siempre están al alcance de la mano.

No sorprende que en el país con las mayores tasas de violencia contra las mujeres haya una de las cifras de muertos más alta de la pandemia. La causa raíz es la misma: una estructura social basada en la inequidad y la diferencial de poderes donde la discriminación y la violencia son toleradas y normalizadas. Tenemos que cambiar. Empecemos por tratarnos con respeto y dignidad, hombres y mujeres. La salud mental (y física) de las siguientes generaciones depende de ello.

Footnotes

  1. García-Moreno C, Jansen HA, Ellsberg M, Heise L, Watts CH. WHO multi-country study on Women’s Health and Domestic Violence against Women Study Team. Prevalence of intimate partner violence: findings from the WHO multi-country study on women’s health and domestic violence. Lancet 2006; 368: 1260-9

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