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Sobre “El espía del Inca”, de Rafael Dumett

Sobre “El espía del Inca”, de Rafael Dumett
Fotografía: Gustavo Riofrío

La ficción narrativa ha sido siempre un espacio privilegiado para imaginar la nación, para construir o discutir, por ejemplo, una posible identidad peruana. Si bien en ello destacan con frecuencia textos cercanos en el tiempo, como las novelas de Arguedas o Vargas Llosa, propias del siglo XX, no se trata de un fenómeno reciente.

Desde inicios del siglo XVII, con las denominadas crónicas mestizas o andinas, como los Comentarios Reales de Garcilaso (1609) o la Nueva Corónica de Guaman Poma (culminada probablemente hacia 1615), es posible identificar ciertas obras, sin duda ambiciosas, que no solo presentan la historia o anécdotas de un personaje, sino también proponen una visión amplia del país, ya sea por los puntos de vista que asumen, los tiempos que abarcan, o alguna otra cualidad estética. Esta literatura, más allá de su potencia artística particular, permite reconstruir -o extraer de ella- un modelo de coexistencia nacional.

El espía del inca, novela de Rafael Dumett (Lima, 1963), se filia con naturalidad a esta tradición. Su temática, su vastedad técnica, la profunda labor de investigación que la sostiene, han merecido un interés creciente por parte de los lectores. Entre otros méritos, es acaso una lectura provechosa, fecunda, desde el siglo XXI, de las mencionadas crónicas. A través de la ficcionalización de un evento crucial de la historia peruana, como la captura y muerte de Atahualpa, estimula la reflexión acerca del país que desde entonces -y sobre este hecho- se ha construido. En ese sentido, resulta novedoso el punto de vista que esta obra privilegia: imagina una totalidad no desde el poder central incaico ni desde los grupos señoriales beneficiados, sino desde las regiones o márgenes, desde la sensibilidad de los numerosos grupos étnicos prehispánicos.

La trayectoria de Dumett, hijo de padres ayacuchanos, egresado de Lingüística de la Universidad Católica del Perú, es variada. Hasta antes de esta novela, era conocido sobre todo por su trabajo dramatúrgico -AM/FM (1985) o Números reales (1991). En este ámbito, en 2018, ganó el primer premio del Centro Cultural Británico por Camasca, pieza teatral hermanada sin duda con El espía del inca en tanto presentan como protagonista al mismo Atahualpa en su último año de vida. Por otra parte, en Estados Unidos, donde reside en la actualidad, Dumett trabajó también en el guión del largometraje Both (2005). De hecho, el autor ha mencionado, en diversas entrevistas, que inició la escritura de esta novela tras culminar la producción de la película. Esta variedad de registros frecuentada no es, por cierto, gratuita. Por el contrario, se pone de manifiesto en esta primera novela.

La escritura de El espía del inca, esquiva a cualquier prisa juvenil, tomó diez largos años. Según su autor, nació por un genuino interés personal de ahondar en algunos de los muchos personajes complejos que habitan la historia peruana -como Felipillo- y que no cuentan, hasta ahora, con una versión del mismo calibre en el imaginario literario. Por lo demás, fue también la primera novela peruana publicada íntegramente en digital (LaMula Publicaciones, 2012). Esto se debió a que ninguna casa editora aceptó publicarla, quizá por cuestiones intrínsecas a la novela –su extensión, el ritmo lento de sus primeras páginas- o quizá por razones específicas del mercado –la indiferencia de las editoriales extranjeras hacia su temática, o, como sostiene el autor, cierto racismo por parte de las editoriales peruanas.1 No obstante, esta primera versión en e-book captó a un grupo reducido pero fiel de lectores. Uno de ellos fue Esteban Quiroz, quien la editó en su versión de papel bajo el sello Lluvia Editores. Hasta el momento, la novela cuenta con cuatro ediciones y varias reimpresiones, muy exitosas en librerías.

En líneas generales, El espía del inca se ubica en un momento fundacional de la historia peruana -la captura de Atahualpa y su posterior ajusticiamiento por parte de Pizarro y los soldados españoles-, un tema abordado en innumerables ocasiones desde el discurso histórico. No obstante, la ficción de Dumett se desmarca de este, o de las crónicas que la inspiran, al crear una trama original, hipotética, estrictamente literaria: el desarrollo, paso a paso, de un plan para rescatar y liberar al inca. Para llevar a cabo esta misión, más allá del concurso y liderazgo de los generales fieles, como Cusi Yupanqui o Challco Chima, se convoca a un personaje particular, el espía del título: Oscollo Huaraca, hombre chanca de origen campesino, natural de Apcara, de donde es arrancado en la infancia, para ser formado en Cusco en las artes del espionaje, debido a que posee el don para “contar de un vistazo”. El autor siembra de intrigas y misterios en cada uno de sus pasos.

En cuanto a su estructura, la novela sigue la forma de un quipu gigante, con lo cual cada capítulo corresponde a una “serie de cuerdas” de distinto color. Se trata de dieciséis series que cuentan dos historias en paralelo. Las ochos impares refieren el “Presente” de la trama: la convocatoria del espía para cumplir su última misión, la inserción en Cajamarca, cada empeño por ejecutar el plan y facilitar la fuga, el fracaso final. También en esta parte, se reconstruye el pasado de los personajes de origen español -sus principales viajes, el contacto con las nuevas tierras- y de los hombres y mujeres de distinto origen étnico que, por circunstancias diversas, los rodean o acompañan. Por su parte, las siete pares narran el “Pasado”, es decir, los sucesos fundamentales en la vida de Oscollo que lo llevaron hasta esta situación: la adquisición de su don en plena infancia, el traslado a Cusco, el impacto de lo culturalmente nuevo, su adaptación, sus dudas, su aprendizaje emocional, sexual e incluso sentimental, la primera misión.

La décimosexta serie se ubica treinta años después de los sucesos de Cajamarca y es la única referida al “Futuro”. Su objetivo consiste en presentar, quizá como balance, la vejez y muerte del protagonista. De esta forma, en una estrategia típica de la novela total, a cuya estética sin duda se adhiere, la narración abarca la totalidad de su existencia. No es este recurso el único propio de la narrativa occidental. Dumett incluye, además, a modo de cierre, un texto ficticio bajo la forma de artículo académico (“Un quipu gigante hallado en una chullpa”), escrito por un tal Umberto Miccelli de la Universidad de Bolonia, que da luces sobre el hallazgo, en 2008, del quipu que contiene esta historia. Se trata, por cierto, de un giro equivalente a la técnica del descubrimiento de manuscrito, usado en ficciones como El nombre de la rosa de Umberto Eco, a quien parece rendir homenaje. El volumen se cierra con una sección de Agradecimientos y un exhaustivo glosario de “palabras indígenas” y otro de “palabras en español de inicios del siglo XVI” utilizadas en algunos capítulos.

Para presentar todo este material narrativo, y dotarlo de verosimilitud y atractivo, el autor usa diversos recursos. Por ejemplo, resulta estimulante la reconstrucción detallada, casi maniática, de la vida cotidiana durante el incanato: la vestimenta, la educación, la vida sexual, las costumbres religiosas, etc. Toda aquella información ya conocida sobre el mundo prehispánico se integra de modo funcional a las necesidades de la trama. En ese sentido, los personajes resultan convincentes en su vida interior y en sus acciones, muy humanos en sus virtudes y miserias. Dos destacan con nitidez. Uno de ellos, por supuesto, Atahualpa, un hombre curioso, inteligente, y a la vez un señorito envanecido que no autoriza nunca, sino cuando ya es demasiado tarde, su propio rescate; un sujeto que es valiente y cruel con quien no corresponde, y temeroso o pusilánime con quienes debería mostrar arrojo.

Sin duda el otro personaje importante, por muchas razones, es el espía que cambia de nombre, pieza clave del frustrado rescate. Este hombre, en cuanto sale de su tierra y se inserta al sistema imperial incaico, parece perder su identidad: pasa de llamarse Yumpacha (en Apcara, durante su infancia) a Oscollo Huaraca (en Cusco, durante su formación), luego Salango (en Colonche, en una misión de defensa del imperio) y finalmente Pedro Anco (otra vez en Apcara, ya en la vejez). ¿No es esta indefinición, esta carencia, una constante de la historia peruana, un tópico de su narrativa? ¿No resuena en estas páginas el ejemplo de Roberto López, del célebre cuento “Alienación” de Ribeyro, que termina convertido en Bob López en cuanto cumple su deseo de integrarse a los Estados Unidos? El sujeto sin identidad, que es formado para servir al incanato, nunca se une o identifica realmente con la nueva cultura o la nueva tierra, y esa condición a largo plazo marca sus decisiones.

Esta cercanía con el personaje, la empatía que Oscollo produce en el lector, se debe por cierto a una cuestión técnica, pues la narración adquiere sobre todo su perspectiva, su rechazo final del poder: no cusqueño sino chanca, no señorial o de panaca sino campesino. A este punto de vista “provinciano”, el autor suma otros -como el de Felipillo-, con lo cual la historia parece narrarse desde los desplazados, desde aquellos sujetos que no encuentran nunca su lugar en el imaginario. Por ello, no sorprende que en El espía del inca exista un claro interés por integrar a numerosos grupos culturales prehispánicos, y que sus historias o mitos sean narrados desde puntos de vista locales, a veces en primera persona, a veces en tercera: chancas, tallanes, cañaris, jaujas, cajamarcas, entre otros, presentados desde sus costumbres, con las preocupaciones de su entorno más inmediato y en sus relaciones casi siempre conflictivas con el imperio. Esta inclusión de la multiplicidad prehispánica, en un gran fresco narrativo nacional, es sin duda lo más valioso de la novela.

También a nivel técnico, quizá por la formación en diversos registros de su autor, destacan los giros sorpresivos de la trama, el cierre preciso de cada episodio, el suspenso, el equilibrio de las tensiones o la resolución efectiva de los misterios, que contagian un ritmo en ocasiones trepidante a la narración. Asimismo, otro elemento fundamental en el éxito de esta ficción es el uso del lenguaje: en español del siglo XVI cuando se narra desde la perspectiva de los españoles, en español quechuizado cuando se trata de los personajes indígenas. No obstante, el autor parece manifestar especial predilección por algunos, como Felipillo, o el propio Oscollo, para quienes reserva el uso personalísimo de un español más actual: con este recurso, el lector siente que son mucho más cercanos al presente. En definitiva, todos estos aspectos -temáticos y técnicos- construyen una obra potente.

En ese sentido, consideramos que Rafael Dumett ha trazado con esta novela un nuevo mapa del imaginario nacional dentro de la narrativa peruana, el cual incluye como partes fundamentales, ya no solo a españoles o andinos, sino a esas otras etnias o grupos culturales prehispánicos que se sentían identificados apenas en la superficie con alguno de ellos. Por lo demás, su inclusión no es de comparsa, su representación no es esquemática sino compleja, más horizontal o democrática. Es decir, para el arte, tan importante y profunda es la cultura inca como la chanca, la tallán o la colla. Ahora bien, en varias entrevistas, el autor afirma que sería ideal que sujetos lectores que pertenezcan a estos otros grupos, o se sientan cercanos a ellos, puedan realizar una lectura crítica de la novela, con el objetivo de verificar cuán representado o no se siente en la misma, lo cual es sin duda un ejercicio válido. ¿A un sujeto “provinciano” le es posible ubicarse en el mapa trazado por Dumett? Tomemos por caso el ejemplo de la etnia tallán.

Desde una perspectiva nacional, los tallanes fueron el primer pueblo con el cual entraron en contacto los españoles, a quienes acogen. Se desarrollaron en el territorio del actual departamento de Piura. Conformaban un conglomerado de varios grupos humanos que, como otros, mantenían una relación tensa con el dominio inca, aun cuando poseían cierta autonomía para el culto a sus dioses (principalmente Walac). A nivel local, contaban con una casta de mujeres dirigentes denominadas capullanas. En la novela, los tallanes están representados por dos personajes: Martinillo, un traductor indígena o lengua, que acompaña a Pizarro en el viaje a Cajamarca, que realiza mejor trabajo que Felipillo, aunque desaparece en las primeras páginas; e Inti Palla, la concubina oficial de Atahualpa durante su cautiverio. A través de los relatos nocturnos de esta mujer, una especie de Sherezade, se conocen ciertos mitos de la etnia, como aquel del español que perdió la cabeza por una capullana en cuanto ambos grupos humanos entraron en contacto, relato que se recoge por ejemplo en la crónica de Cieza de León y que Dumett reformula e integra a la novela.

De estos personajes, la que sin duda adquiere mayor relieve es Inti Palla, quien, por ejemplo, motiva que el inca pierda la cabeza y mande matar a Felipillo. Cuando aparece en la historia, casi siempre se activa el campo semántico del “erotismo”. En este caso, cabría preguntarse si las mujeres tallán, además de bellas, no eran también guerreras, dirigentes, sabias, místicas, y si la exclusión de estos otros atributos va en desmedro de su valor y del valor que adquiere su pueblo. ¿No se limita acaso la visión de esta etnia norteña? Sin lugar a dudas la respuesta es positiva. No obstante, habría que preguntarse si ello resta mérito a la novela. En ese caso específico, la respuesta es negativa, pues el autor integra el material de forma adecuada dentro de la narración. ¿Qué sucede entonces? En este punto, creemos que Dumett está planteando un reto que solo es posible responder desde lo local, a través de nuevos productos estéticos, de otras novelas que, con un alto desarrollo técnico, den su versión de la historia.

En síntesis, con todo lo mencionado, se puede afirmar que El espía del inca es una novela de lectura ineludible, no solo dentro del panorama narrativo actual sino también dentro de la tradición peruana, o lo será pronto. Representa un reto, un estímulo, ya no para el autor, que cumple con creces el cometido literario, sino para autores más jóvenes, sobre todo aquellos que busquen superarla. Asimismo, a nivel cultural, muestra un interés muy grande por comprender al otro desde la ficción: esta novela sugiere que, de ser necesario imaginar el país, será imprescindible ampliar el espectro e incluir en el nuevo imaginario nacional a quienes hasta ahora no lo estuvieron. Se trata, en suma, de la obra de un autor ambicioso. En ese sentido, buena parte de la imagen que en el futuro se tenga de aquel hecho fundamental de la historia peruana será fruto de su lectura. Una novela que, poco a poco, se abre paso y gana lectores, con absoluta justicia.


Rafael Dumett. El espía del inca. Lima: Lluvia Editores, 2018, 775 pp.

Footnotes

  1. Despedir el siglo XX: Una conversación con Rafael Dumett, por Jorge Frisancho. Revista Quehacer, Nº3-Segunda Época.

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