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Pandemia

¡Más gráficos por favor!

Una epidemiología social para cuidarnos juntos

¡Más gráficos por favor!
"Mathematiká", collage de Ivo Urrunaga

Está presente en los mensajes del presidente, en las páginas web de instituciones públicas y en los medios de comunicación. Subyace a la política de contención de la epidemia en el país. Y traduce en curvas y números la metáfora de la guerra contra el enemigo invisible. Este gráfico no es poca cosa. Merece nuestra atención.

Tomada de El País

Tomada de El País</em>

El trazo protagonista del gráfico es la curva epidemiológica que registra la expansión y arraigo de un tipo de entidad, y sólo una: los infectados, un híbrido virus-personas-pruebas positivas. El número de casos contabiliza ese híbrido en situaciones sociales concretas: confinados en casa, hospitalizados o en Unidades de Cuidados Intensivos (UCI). También contabiliza el tiempo, un tiempo transitorio, sin horizonte. No hay más mañana que después del corte estadístico a medianoche. El presente es hoy bien puede ser el lema de la política de salud pública en todo el mundo.

Reparemos ahora en la línea que atraviesa el gráfico. Punteada y recta, indica que la longitud de la curva está sujeta a nuestras capacidades instaladas para contener y cuantificar la epidemia. Es un gráfico esencialmente autorreferencial. Sólo dice aquello que hemos logrado hacer.

De hecho, la etimología de la palabra dato indica un «logro»; algo asaz diferente de un simple reflejo de la realidad. Tener más y mejores datos depende de un conjunto de cosas y trabajos muchas veces invisibles: redes comerciales, infraestructuras, materiales de bioseguridad, laboratorios, salarios, pruebas, personal técnico. Sabemos que nuestros problemas para cuantificar la expansión del virus no son de ahora, sino que nos confrontan con el pasado que heredamos. Sabemos, aunque preferimos no decirlo, que el personal sanitario que toma pruebas (sin implementos de bioseguridad y con salarios de hambre) no son precisamente héroes. Son más bien sobrevivientes de los últimos treinta años de desprecio neoliberal a la salud pública.

Por otro lado, la cuantificación de la expansión/arraigo del virus ha sido vinculada a la capacidad de controlar la conducta visible de la gente. Cuando se habla del número oficial de infectados y hospitalizados, se habla del número de detenidos también, pero aparte. Nos repiten que: «la curva no bajará si la gente sigue saliendo». Esa relación de detenidos está contenida también en aquella línea transversal del gráfico. Sin embargo, estos casos no son clasificados de manera discreta (negativos, positivos, hospitalizados, en UCI), sino de manera binaria, entre conductas correctas y conductas desadaptadas.

El problema con este sistema es que no proviene de una indagación rigurosa sobre la conducta cotidiana de las personas. Sus orígenes son otros. Uno es la aplicación de medidas de fuerza, materializadas en normas legales y en el despliegue de militares y policías. Otro son los medios de comunicación, que repiten declaraciones que amonestan y sobrecargan moralmente.

Las que amonestan se parecen a «cómo puede ser que usted salga cuando no le corresponde, y sin mascarilla», «la gente no entiende si no es con mano dura», «es que vivimos en un país informal». Esta forma de comunicación indica que en esta crisis hay errados y errantes, como diría Guillermo Nugent.1 A quienes salen se les recuerda su estigma previo (pobre, ignorante, informal…), como explicación de su conducta. Las que sobrecargan moralmente son declaraciones del tipo «la gente tiene que cambiar de hábitos», «depende de ti que la enfermedad no se extienda», «hay que ser solidarios». El supuesto aquí es que el cambio social sucede ex abrupto, de 0 a 1. Pero la realidad es que la innovación social va lenta, requiere ser explorada y fermentar.

Ahora bien, señalar el carácter auto-referencial del gráfico no busca criticarlo como si fuera una mera construcción que no dice nada de la realidad. Al contrario, dice y mucho. No obstante, ahora lo que nos interesa es afirmar sólo dos cosas. Primero, que la expansión/arraigo del virus, es decir su capacidad de agencia, está redistribuida en el colectivo: una red heterogénea que reúne personas y cosas, presente y pasado, fuerza y moralidad. Hay una parte del gráfico que no vemos pero que está ahí, que hace de transformador entre una realidad multiforme y unos números ordenados linealmente. Me refiero a la acción colectiva.

Segundo, que el gráfico tiene un poder de cuantificación limitado, puesto que: [1] sólo describe un tipo de entidad (infectados) en dos situaciones (casa/hospital); [2] presenta una temporalidad sin futuro, según cortes estadísticos, y [3] su eficacia está sujeta a una acción colectiva que nos remite al pasado y a una división binaria de la conducta social. Estas limitaciones subyacen a la actual política epidemiológica.

¿Cómo enriquecer nuestra política? ¿Cómo describir más entidades en situaciones diversas? ¿Cómo introducir el futuro en la acción colectiva, sin estigma ni binarismos? Estas preguntas son difíciles de responder desde el lenguaje de la guerra. Necesitamos empezar a hablar de la convivencia.

Convivir es incorporar al enemigo

No estamos en una guerra. Oponer naturaleza y sociedad resulta fácil. Un virus que sale súbitamente de la Caja de Pandora y nos deja sin esperanza. En realidad, el virus circula de humano a humano, somos su puente: viaja en nuestros aviones, coge las mismas barandas, paga con las mismas monedas… La metáfora de la guerra nos enfrenta a una tensión insoportable, pues nosotros somos el virus.

Los científicos nos ofrecen una mejor metáfora. Antes que un arma que aniquile el virus, exploran una tecnología que nos ofrezca inmunidad.2 Solo con ella podremos imaginar una relación pacífica y sostenible en el tiempo entre seres humanos y seres no humanos. Visto así, los científicos hacen algo bastante similar a los diplomáticos que hilan fino los escenarios de convivencia pacífica entre países.

Para ambos, la hipótesis del conflicto está presente, sí, pero trabajan precisamente para inventar formas de sociabilidad duraderas que lo eviten. Los científicos, permítanme decirlo así, exploran los protocolos de una sociedad pacífica entre virus y personas. De hecho, que el virus mantenga el estatus de «enemigo invisible» sería un signo de fracaso para la comunidad científica, puesto que su labor es visibilizarlo, a través de experimentos, gráficos, sonificaciones, representaciones 3D. Para los investigadores convivir no significa separar al potencial enemigo, sino incorporarlo diplomáticamente a las instituciones, al trabajo cotidiano, al discurso y al cuerpo (de hecho, en eso consiste una vacuna).

¿Por qué entonces nuestros políticos se empeñan en usar la metáfora de la guerra? Para responder a esto hay que volver al gráfico oficial, y reconocer que ha sido diseñado para contener y para disciplinar, no para cuidar la convivencia.

Una epidemiología social del cuidado

Las cuestiones relativas al cuidado reclaman un compromiso ético-político diferente con cosas, personas y afectos que, de sólito, se dan por hecho y que no aparecen en los gráficos oficiales 3 pero que, sin duda, son la base del mantenimiento de la vida orgánica y social. Un claro ejemplo es la labor que cumplen las enfermeras en los hospitales atendiendo a sus conciudadanos: han pasado de ser invisibles a ser esenciales.

Más temprano que tarde nuestras preocupaciones irán virando. No sólo nos preguntaremos por cómo salvar la vida desnuda, la del cuerpo infectado. Tendremos que comprometernos con una vida plena, llena de articulaciones. Y es que el cuidado no se hace individualmente, ni mucho menos encerrados. Siempre es un vínculo con los demás, una forma de compañía. Como el cuidado que provee un buen servidor público a los ciudadanos, un mesero atento a los comensales, un profesor comprometido a sus estudiantes.

El gráfico de la epidemiología describe sólo un tipo de entidad, limitando su descripción a la estadística diaria y la práctica del cuidado a la contención y el aislamiento. De ahí que la política basada en esta descripción de la realidad tenga un rango de acción estrecho. Pero nuevos protocolos de convivencia demandan otra política y otra epidemiología: una epidemiología social para el cuidado colectivo.

Lo primero y más importante es empezar a describir más y más entidades híbridas en situaciones de interacción, no de encierro: virus-personas-auditorios, virus-personas-transporte, virus-personas-colegios, virus-personas-tienda, etc. El desafío de la convivencia es incorporar al enemigo en términos pacíficos en la mayor cantidad de situaciones posibles. Y ello no se puede hacer sin rastrear la multiplicidad de articulaciones. En la práctica, esto se debería traducir en un mapa que permita identificar entidades heterogéneas, VIRUS-PERSONA-[SITUACIÓN a, b, c…], tanto en los escenarios de mayor como menor aglomeración. A partir de descripciones densas de cada situación, se debería responder a preguntas como ¿cuántas personas y objetos están involucrados en la situación? ¿cuáles son los hábitos y creencias cotidianas a negociar?, ¿cuáles podrían ser las nuevas reglas/protocolos de convivencia en una lógica de cuidado colectivo?, ¿cuáles de esos protocolos serían temporales y cuáles permanentes?, ¿qué sinergias e incompatibilidades podrían surgir entre los diferentes protocolos situacionales?, entre otras.

Esta epidemiología social del cuidado nos permitirá imaginar el futuro hoy, es decir, representar la innovación social como un proceso de construcción colectiva. Tal como hacen los científicos, de lo que se trata aquí es de volver visible lo invisible. Ello podría ser un contrapeso valioso a la tendencia tutelar que viene consolidándose a través de las medidas de control social. Esta es tal vez su principal virtud. No obstante, para sacarle provecho debemos todavía someter a discusión la temporalidad desde la que conocemos y tomamos decisiones.

«El futuro es hoy»: los cuatro cuadrantes

Quizá no haya cosa que más nos ate al presente que la amenaza de guerra, de muerte. En estas circunstancias, pensar en el largo plazo es difícil, sí, pero necesario. Limitar la política al presente es condenarse a pensar siempre rápido, para ganar tiempo. Y es claro que una cosa es ganar tiempo y otra cosa es prevenir. En ambas, sin duda, se tiene que actuar en medio de la incertidumbre, mediante el ensayo y el error. Pero su ritmo es distinto, una es rápida y otra es lenta. Una atiende a la emergencia sanitaria dejándose la piel, y otra rediseña los hábitos de convivencia desde el cuidado. Una piensa que «el presente es hoy» y otra que «el futuro es hoy».

¿Cómo armonizar ambas temporalidades? La comisión de prospectiva creada en el MINSA está aún en la lógica de la epidemiología a secas y parece continuar con viejas prácticas de consulta a «expertos en la materia».

La epidemiología a secas se encarga de describir la expansión del virus en la población (entendida como suma de individuos) y su contención a través de las herramientas de la salud pública. Por eso es normal que su estrategia sean los martillazos. En cambio, la epidemiología social que proponemos se encarga de describir la expansión de las personas a través del contagio de sus deseos y creencias, así como la transformación de sus hábitos cotidianos a través del cuidado colectivo. En esto no hay expertos en la materia, ¡porque no hay materia! Para generar nuevas prácticas de cuidado hay que imaginar mucho y pensar con cuidado, pues ni los valores ni las instituciones cambian de porrazo.

No se trata del reemplazo de una epidemiología por otra. Al contrario, se trata de que cooperen para anticiparse a los efectos de una posible segunda ola de contagios. Como intenta mostrar el gráfico de abajo la acción política ha de combinar los cuatro cuadrantes a la vez si queremos responder a las exigencias de la vida plena, rica en entidades y con un futuro más amplio. Para lograrlo necesitamos crear más gráficos, no limitarnos a uno.

Elaboración Propia

Elaboración Propia</em>

Más gráficos, por favor

La eficacia política de la epidemiología del cuidado colectivo deriva de nuestra capacidad para producir más y mejores gráficos de la innovación social. ¿Quiénes han de producir estos gráficos y desde qué fuentes?

Si convenimos en que los comités de expertos se han quedado sin materia y, por tanto, poco pueden aportar a la imaginación del futuro, entonces, la figura que mejor calza con la tarea es la del creador. Con esto me refiero a cualquier persona o grupo de interés comprometido en imaginar y crear alternativas de convivencia y cuidado en cualquier área de la vida colectiva y desde cualquier tradición de conocimiento.

Visto así, la creación puede provenir de muchos lados: del ingenio cotidiano, los saberes locales, la investigación científica, la innovación tecnológica, las artes, las humanidades, la estadística, el análisis de datos. La elaboración de gráficos no tiene por qué estar restringida a la estadística. ¡Más gráficos, por favor!, pero en el sentido más amplio del término, como inscripciones heterogéneas del mundo: más fotografías, más imágenes de laboratorio, más prototipos, más ensayos, más diseños, más música, más obras audiovisuales, más mapas, más caricaturas…

Footnotes

  1. Cf. Guillermo Nugent (2016). "Errados y errantes. Modos de comunicación en la cultura peruana". Lima: La Siniestra.

  2. La palabra «vacuna» tiene su origen allá por el siglo XVIII en la curiosidad de un investigador inglés, Edward Jenner, quien se preguntó por qué las granjeras inglesas que ordeñan vacas eran inmunes a la viruela humana. Hoy la palabra vacuna ha perdido su referencia pretérita con las vacas, para significar algo más general como inmunización.

  3. Cf. María Puig de la Bellacasa (2011). "Matters of care in technoscience: assembling neglecting things", Social Studies of Science, 41(1), pp. 85-106

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