4
Los conservadores

Los conservadores en el Perú

Los conservadores en el Perú
Dandi | Collage de Ivo Urrunaga

La existencia o no de un pensamiento conservador en el Perú, es probablemente una de las discusiones más tenaces y largas entre estudiosos y académicos tanto de la derecha como de la izquierda.

Lo cierto es que a lo largo de los casi dos siglos de existencia del Perú independiente podemos observar más que un pensamiento conservador orgánico y adaptado a la realidad local, la presencia de pensadores que para efectos de este trabajo englobamos en el término genérico de “conservador” aunque algunos de ellos no lo son exactamente como es el caso de los “tradicionalistas”.

Estos pensadores fueron expresiones singulares que buscaron adoptar ideas y tesis de la cultura política occidental para aplicarlas a la realidad peruana con mayor o menor suerte y que en el mejor de los casos llegaron a tener algunos discípulos pero lamentablemente nunca conformaron una escuela perdurable.

Ahora bien, dentro de este fenómeno de discontinuidad entre los pensadores de “lo conservador” se distinguen con algo de esfuerzo algunas herencias o legados no solo entre los intelectuales sino también entre los actores políticos que dieron forma a la historia republicana y que muchas veces quedan sumergidas en la simplista polarización decimonónica de conservador/liberal o la más moderna izquierda /derecha

Debido a esta engañosa polaridad no se recuerda que durante la Guerra de Separación (1820-1826), en nuestro suelo rivalizaron una gama muy variada de posiciones políticas. Así vemos que entre los patriotas había un tenaz debate entre los monarquistas de Monteagudo y los republicanos de Sánchez Carrión, mientras que entre los realistas o fidelistas los había liberales defensores de la constitución de Cádiz también llamados doceañistas y los tradicionalistas, como Don Pío Tristán o los hermanos Goyeneche.

Después de caída la presidencia vitalicia bolivariana tenazmente defendida por Benito Laso (1771-1862), vino la etapa de Formación de la República (1827-35) que conoció el surgimiento de tres fuerzas políticas o partidos rudimentarios: los “Colorados”, llamados así por la cinta roja colocada en la solapa de sus levitas, cuyo ideario liberal era encarnado por Francisco Xavier Luna Pizarro (1780-1855); los “Copetudos”, también conocidos como “Godos”, que reunían a los supérstites del holocausto aristocrático del Real Felipe y al patriciado virreinal tras el cesarismo del ex presidente José de la Riva Agüero (1783-1858). Finalmente, estaban los defensores de la autoridad que eran llamados “Persas” y estaban congregados en torno a la brillante figura de José María de Pando (1787-1840).

Fue en la tertulia de José María de Pando donde se reunió todas las fuerzas y personalidades en un frente por una “cultura de la autoridad” y donde se formaron las nuevas generaciones que predominarán en el Perú en las siguientes décadas. Por “cultura de la autoridad” debemos entender aquella que concibe al saber cómo un valor para el buen desempeño del gobierno y al orden como un requisito previo para un ejercicio equilibrado de las libertades. Estos postulados no deben ser confundidos con la autocracia, es decir, con un régimen personalizado donde se ejerce el poder a solo arbitrio.

Las Guerras de la Confederación Perú-Boliviana (1835-1839) polarizaron a estas facciones. Por un lado los “colorados” -que desde 1834 acogían el credo federal- y los “copetudos” o rivaguerinos, que vieron en Santa Cruz un deseado césar, se adhirieron a la causa del Gran Perú que cayó vencida por las bayonetas chilenas en el campo de Yungay, ayudados, lamentablemente, por la miopía pequeño-peruana de los emigrados que con Felipe Pardo y Aliaga sostenían un nacionalismo pequeño peruano.

En las elecciones de 1851 se enfrentó a las fuerzas conservadoras tras dos candidaturas, la de José R. Echenique (1808-1887) y la de Manuel Ignacio Vivanco (1805-1874) división que causó cuatro años de guerra civil, primero con la revolución liberal de 1854-1855 y luego con la contrarrevolución conservadora de 1856-58.

La Constitución de 1860 curó las heridas entre los llamados “azules” y reunió a los conservadores liderados por Herrera y a los regeneracionistas de Vivanco con los sectores cesaristas liderados por Ramón Castilla, con lo que se obtuvo el predominio político durante una década más. Pero para el decenio iniciado en 1862 la mayoría de los héroes de la emancipación se había extinguido y la legitimidad de los caudillos ya no sería aplicable a los héroes menores; estos últimos eran militares mientras que los anteriores habían sido guerreros. Fue entonces cuando el liberalismo y el jacobinismo se reorganizaron tras el postulado de un régimen puramente civil, idea que se concretó con Manuel Pardo (1834-1878) después de la sangrienta asonada de 1872.

Con el partido civilista llegó la llamada República Práctica y con ella su nuevo pensamiento: el positivismo. Una nueva generación intelectual se incorporó con estas ideas las cuales difundieron figuras de la filosofía comtiana como Alejandro Deustua (1849-1945), la sociología spenceriana como Mariano H. Cornejo (1866-1942) o la misma literatura modernista como José Santos Chocano (1875-1934)

Entre 1870 y 1900 los partidos tendrían programas vagos y poco doctrinarios quedando estas discusiones solo en esporádicas querellas entre los defensores del libre pensamiento y los ultramontanos. En esos años aparecieron dos fuerzas conservadoras. Por un lado, el Partido Constitucional fundado en 1884 por el General Andrés Cáceres (1833-1923), que tras la Guerra con Chile sostuvo el legado patriótico de Ramón Castilla; su más ilustre dirigente fue Manuel Irigoyen, el discípulo predilecto de Bartolomé Herrera. De otro lado, el Partido Demócrata de Nicolás de Piérola (1839-1913) heredero del legado de Manuel Ignacio Vivanco, donde destacaba entre sus líderes más conspicuos José Antonio de Lavalle, discípulo e hijo político de Felipe Pardo y Aliaga.

La aparición en 1900 del “Ariel” de Rodó trajo a Hispanoamérica una reacción espiritualista frente al materialismo positivista; con ella llegó una nueva generación “arielista” que en el Perú tuvo tres formidables exponentes: Francisco García Calderón (1883-1953), José de la Riva Agüero y Osma (1883-1944) y Víctor Andrés Belaunde (1885-1966).

En la obra de cada uno de ellos volverán a aparecer en el Perú las tres herencias o legados de “lo conservador”. Así, el cesarismo democrático será una preocupación constante de García Calderón desde su exilio en París, mientras que la reacción peruanista será la aspiración de un Riva Agüero próximo al incienso de Roma y la instauración de un reformismo cristiano, el anhelo para Belaunde.

Los hombres y sus doctrinas

A continuación, un breve resumen de algunos de los más destacados pensadores de lo conservador en el Perú.

García Calderón y el cesarismo ilustrado

Francisco García Calderón, el discípulo predilecto de José Enrique Rodó, fue influenciado por un medio intelectual signado por el positivismo de Augusto Comte (1798-1857), cuya divisa era “orden y progreso”, y por el de Herbert Spencer (1820-1903) así como por algunas simpatías con la soberanía de la inteligencia, que el conservador Bartolomé Herrera (1808-1864)1 había tomado de Guizot y los eclécticos franceses:

“Debemos llegar al gobierno democrático, por la oligarquía. Todo lo demás no es si no política oratoria, teñida de fórmulas absolutas e irrealizables (...) Esta oligarquía no podría ser exclusiva; no sería una aristocracia de tradición, cuya formación es imposible en un medio tan mezclado; ni una plutocracia aislada; sino la unión del talento, de la riqueza y la tradición, en una colaboración definitiva (...) Sin llegar a la dictadura simulada, de Méjico, con el gran Porfirio Díaz; (...) una oligarquía abierta haría la grandeza del país” 2

Para aquel entonces García Calderón creía que el régimen francés era lo mejor para el Perú, de un gobierno de las élites, antes que el modelo individualista hispano, como ocurría con su admirado Porfiriato, pero entendía que había dos ideales distintos , que describe con estas palabras:

“El ideal francés, en apariencia paradójico, la “República Monárquica”, busca más la libertad que la igualdad, reemplazando ligeramente la burguesía al feudalismo. El ideal español, el “cesarismo democrático” implicaba más la igualdad que la libertad. Francia soportó a todos los líderes jacobinos en nombre de la libertad. América sufrió toda clase de anarquías, en nombre de la igualdad”3

De ello se entiende que ante el dilema latino entre una “democracia iletrada” o una “dictadura ilustrada” García Calderón se empieza a inclinar lentamente hacia la última. Esta posición se consolidó en su siguiente libro “Las Democracias Latinas de América”, expresión que explicaría que García Calderón acepta una “vía latina hacia la democracia” y que ésta fluye del carácter igualitario del individualismo ibérico, tan receloso de las jerarquías por lo que busca relacionarse diagonalmente con el César.

José de la Riva Agüero (1883-1944) y la reacción peruanista

Riva Agüero y Osma es sin duda alguna una figura cumbre del pensamiento peruano. Se formó en la Universidad de San Marcos y su viaje por los Andes en 1912 que daría origen a sus “Paisajes peruanos” fue el inicio de un itinerario de vinculación con la realidad peruana.

En 1915 Riva Agüero y su generación fundan el Partido Nacional Democrático como un esfuerzo patriótico de renovación política de carácter espiritualista, con la finalidad de superar el materialismo positivista en que se habían formado. Alejó esta esperanza la llegada de Leguía al poder en 1919, secundado por los representantes más claros del positivismo como Mariano H. Cornejo (1866-1942), Javier Prado Ugarteche (1870-1921) o José Santos Chocano (1875-1934).

Entonces comenzó para Riva Agüero un exilio en España e Italia que se prolongará por once años, y será de enorme importancia para sus reflexiones sobre el Perú y el continente. Ninguno de sus textos puede expresar la casi plenitud de su pensamiento como la carta que le dirigió a Luis Alberto Sánchez desde Roma el 28 de junio de 1929, donde le dice:

“Mucho más que conservador, que podría significar avenido con lo presente, he sido y soy reaccionario, convencido como lo estoy de que, en el decaimiento moral e intelectual del mundo, ha de retrotraerse el ánimo hacia mejores épocas, para hallar ideales sanos y nobles. El tiempo es una superstición. Atendamos a lo bueno; y no a la moda, ni a los caprichos y errores de un periodo, que podemos reformar”4

Así mismo defiende su idea de la nación mestiza:

“No soy ni he sido un nueva colonial. Mis sentimientos peruanistas no son un coqueteo ni una actitud interesada, como Mariátegui lo da a entender. Cuanto he escrito lo demuestra a todo hombre de buena fe. Nuestra nacionalidad mestiza, precisamente por serlo, tiene una finalidad doble, la cual, lejos de ser antitética, es inseparable y consubstancial: Dos semblantes de un mismo ser”.5

Y continúa exponiendo su proyecto para la restauración del Gran Perú, con una vocación integracionista:

“...ese Gran Perú, país que resultará verdaderamente individualizado y considerable, ha de ser siempre de tradición y cultura españolas”. 6

Poco después de escrita esta carta Riva Agüero pudo regresar al país y en 1932 dio su famoso discurso de la Recoleta donde hizo su profesión de fe y retractación de los errores y se asumió como vocero del catolicismo diciendo “sumiso y fiel, la religión augusta de nuestros padres, y su culto santo, sin ficción profesé”

Víctor Andrés Belaunde (1885-1966) y el reformismo cristiano

Nació en Arequipa y desde muy joven se dedicó a la diplomacia teniendo como uno de sus primeros destinos España. Había recibido la poderosa influencia de Joaquín Costa (1846-1911) por la vía de su discípulo Rafael Altamira así como de los escritores del 98 español. Sobre esto Fermín del Pino Díaz nos dice:

“Trató Belaunde en Madrid, además de a todo un colectivo intelectual, que reforzaba la invitación costista inicial, al sociólogo Posada, a los juristas Giner, Salmerón, Cossío, Segismundo Moret…, y más asiduamente a los escritores Unamuno, Valle-Inclán, Baroja, Azorín, los Machado… De ellos aprendió a visitar la España de provincias —Toledo, la campiña castellana, Andalucía—, a conocer el país rural, o al menos sus ciudades provincianas. Aprendió a interpretar de un modo filosófico —y hasta sociológico— no solo la literatura, sino también la pintura, a ver a los escritores en función de su sociedad y de su tiempo, de sus categorías mentales. (…) De ellos aprendió el llamado método intuitivo, que consistía en percibir las cosas sin libros previos o, incluso mejor, en leer los libros como si fueran personas vivas”

De regreso al Perú dio su célebre discurso “La crisis presente” en 1914, fue candidato a diputado por el Partido Nacional Democrático de Riva Agüero en 1917, crea la revista El Mercurio Peruano en 1918 y en 1921 se enfrentó al gobierno de Leguía al que acusaba de “cesarismo burocrático” siendo desterrado ese mismo año. Durante su exilio en Estados Unidos se produce su conversión al catolicismo, bajo la influencia de intelectuales ingleses como Chesterton, Dawson o Hilare Belloc.

A la caída de Leguía en 1930 publicó su famosísimo libro “La realidad nacional” donde polemiza con “Los 7 ensayos…” de Mariátegui (1928) y sienta las bases políticas de su propuesta de reformismo cristiano al afirmar:

“Debemos descartar a la derecha el reformismo tímido e incongruente que sirve apenas para encubrir un conservadurismo egoísta (…) y a la izquierda, un reformismo que con la misma insinceridad trata de encubrir, con la palabra evolución medidas que tratan de preparar inevitablemente el estallido revolucionario. El reformismo sincero supone la convicción sobre la injusticia de la organización social presente y el propósito de llevar a cabo las reformas, en el máximum posible”.

Participa entonces en los debates de la Constituyente de 1931 donde hace profesión de su posición de creyente después de diagnosticar el sentido anticristiano de los ambientes socio culturales peruanos:

“Sé bien que en el Perú domina todavía la concepción del siglo XVIII en contra del catolicismo (…) Dentro de esta atmósfera de volterianismo en que el espíritu religioso está sometido no solo a la burla sino al desprecio, yo me he levantado a proclamar sencillamente que soy católico y con orgullo”

Gracias a su firmeza se logra introducir en la Constitución de 1933 el Senado Funcional o corporativo en la más pura herencia de Bartolomé Herrera. En 1938 publicó en Estados Unidos “Bolívar y la revolución hispanoamericana”, “Peruanidad” (1943) y luego “La síntesis viviente” (1950).

Footnotes

  1. García Calderón, Francisco. El Perú contemporáneo. 1981, p.101.

  2. García Calderón, Francisco. El Perú contemporáneo. 1981, p.349.

  3. García Calderón, Francisco. El Perú contemporáneo. 1981, p.68

  4. Sánchez, Luis Alberto. Conservador, no, Reaccionario Sí. notas sobre la vida, obra y proyecciones de don José de la Riva Agüero y Osma. Lima, 1985. P 106

  5. Sánchez, Luis Alberto. Conservador, no, Reaccionario Sí. notas sobre la vida, obra y proyecciones de don José de la Riva Agüero y Osma. Lima, 1985. P 107

  6. Sánchez, Luis Alberto. Conservador, no, Reaccionario Sí. notas sobre la vida, obra y proyecciones de don José de la Riva Agüero y Osma. Lima, 1985. P 108

siguiente artículo

Libre mercado, liberalismo y conservadurismo en la Historia del Perú